Blog: Pasado y Presente de la economía mundial

Este blog trata temas de economía e historia económica y su objetivo principal es el de proveer a nuestros lectores de una dimensión histórica al análisis de los problemas económicos contemporáneos. Asimismo, tenemos la intención de divulgar la historia económica mediante la difusión de los últimos hallazgos, investigaciones y debates en nuestra disciplina.

El grupo de investigadores está conformado por académicos de primer nivel en America Latina, Estados Unidos, Inglaterra y España. Las entradas son semanales y abarcaran todo tipo de temática y evento: el comentario de un nuevo libro, o grupos de ellos y que sean de especial relevancia para el debate público; el análisis de un fenómeno contemporáneo a la luz de la experiencia histórica; las nuevas investigaciónes de los autores mismos; se expondrán los contenidos fundamentales de congresos, seminarios, u otros eventos importantes en historia económica. Escribiremos sobre temas globales, y frecuentemente sobre temas relevantes para América Latina y España. Se tratarán, entre otros, temas relacionados al desarrollo económico de los países, las finanzas globales, crisis financieras, recursos naturales, educación, desarrollo tecnológico, la política económica y el papel del Estado en la economía.

Agricliometrics V. Historia rural, agrícola, medioambiental y de los recursos naturales

Henry Willebald (Universidad de la República, Uruguay)

RESUMEN. Del 7 al 8 de diciembre de 2023, se llevó a cabo en Montevideo, Uruguay, la Conferencia Agricliometrics, en su quinta edición, organizada por el Instituto de Economía (IECON) de la Facultad de Ciencias Económicas y Administración (FCEA), de la Universidad de la República, Uruguay (UdelaR), con el apoyo del Programa de Historia Económica y Social (PHES), de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la misma Universidad. Más de 20 investigadores de América y Europa presentaron sus investigaciones en temas de globalización y especialización agrícola; desigualdad en las actividades agropecuarias; recursos naturales, economía ambiental y cambio tecnológico, con una perspectiva histórica y de desarrollo económico. El objetivo de esta entrada al Blog es presentar una relatoría del evento extrayendo los principales mensajes que dejó la actividad.


La conferencia

Agricliometrics es una conferencia internacional que nuclea la presentación de trabajos de investigación que, desde un enfoque cuantitativo (cliometrics), abordan temas en el campo de la historia rural, agrícola, medioambiental y de los recursos naturales. El comité académico del evento incluye a prestigiosos historiadores económicos europeos:  Francisco J. Beltrán Tapia (Norwegian University of Science and Technology), Giovanni Federico (New York University Abu habi), Eva Fernández (Universidad Carlos III de Madrid), Pablo Martinelli Lasheras (Universidad Carlos III de Madrid), Vicente Pinilla (Universidad de Zaragoza) y Patrick Svensson (Swedish University of Agricultural Sciences).  

Hasta el momento, habían sido organizados cuatro eventos: Universidad de Zaragoza (2011 y 2015), Cambridge University (2017) y Universidad Carlos III de Madrid (2021). Enterados de la intención del comité académico de internacionalizar aún más el encuentro con una sede de organización fuera de Europa, investigadores que desarrollan su actividad en Uruguay resolvieron postular a la Universidad de la República, a través de su Instituto de Economía (IECON), como organizador de la siguiente conferencia (Agricliometrics V). La propuesta fue seleccionada, resolviéndose la realización de la Conferencia para los días 7 y 8 de diciembre de 2023.

Ciudad de Montevideo al atardecer

Fuente: Istockphoto.com // ID: 1259477627

Presentaciones y tópicos

El evento se desarrolló mediante la organización de una sucesión de sesiones temáticas, una lecture inaugural y otra de cierre.

La lecture que dio comienzo al evento estuvo a cargo del Prof. Luis Bértola (Universidad de la República, Uruguay), quien dictó la conferencia: «What to measure: conceptualizing extractivism, rentism, exploitation and dependency«. En tanto que la lecture de cierre fue dictada por el Prof. Iñaki Iriarte (Universidad de Zaragoza, España) con el título: «Economic History and environmental challenges. A quantitative perspective».

Por su parte, las sesiones se organizaron en cuatro bloques temáticos.

Globalisation and agricultural specialisation

En este bloque se presentaron los siguientes papers: «Trade treaties and the boost of Argentine exports, 1880-1929″, de  Vicente Pinilla y Agustina Rayes; «The Effect of Regional Trade Agreements on Agri-food Exports in Latin America, 1994-2019: Trade Diversion and Trade Creation», de María-Isabel Ayuda, Ignacio Belloc y Vicente Pinilla; «Who deforested Latin America? The rise of global trade and the expansion of agricultural frontiers (c. 1880-2018)», de Juan Infante-Amate, Eduardo Aguilera, Marc Badia-Miró, Emiliano Travieso and Alexander Urrego; y “Agri-food exports in Bolivia, 1990-2022”, de Ignacio Belloc, José Peres-Cajías y Vicente Pinilla.

Fuente: Istockphoto.com // ID: 178463866

Inequality in agriculture

En este bloque se presentaron las siguientes ponencias: «Land rent-led growth in the south. The case of Uruguay since the First Globalisation», de Pablo Marmissolle; «Land rent in Western Andalusia, 1500-1800», de Enrique González-Herrero Díaz y Manuel González-Mariscal; «A Protein Cornucopia. Beef Eating and Pre-industrial Living Standards in Southern Hispanic America (Río de la Plata, 1770-1830)», de Julio Djenderedjian, Juan Luis Martirén y María Inés Moraes; «The long run effects of land distribution on human capital in Italy», de Eva Fernández y Giacomo Zanibelli; y «Exploring Agrarian and Urban Ownership in Northern Spain during the Mid-19th Century: A Study of Pre-Industrial Inequality», de Adrián Palacios-Mateo.

 Fuente: Istockphoto.com // ID: 97878978

Environmental history

 En este bloque, se presentaron los siguientes papers: «Climate adaptation in early Australian wheat farming», de Costanza Fileccia y Eric Strobl; «Estimating Genuine Savings in the long run and testing its well-being predictive accuracy. Uruguay, 1870 – 2015», de Juan Labat, Carolina Román y Henry Willebald; «Agriculture and water use in Uruguay. A long-run approach (1900-2020)», de Paula Santos Vizcaíno y Henry Willebald; y «The orchard of Europe: a story of irrigation expansion and intensification of Spanish agriculture (1962-2020)», de Ana Serrano, Ignacio Cazcarro, Miguel Martín-Retortillo y Guillermo Rodríguez.

Fuente: https://www.pexels.com/ Gentileza Arthur Ogleznev

Natural resources and technological change

Este último bloque incluyó las siguientes ponencias: «Legacies of slavery or a brave new world? Labor productivity and remuneration in the Brazilian coffee economy – New microdata evidence from Ibicaba plantation (1890-1940)», de Bruno Witzel; «Agricultural productivity and economic divergence: New Zealand and Uruguay during the inward-looking growth model (1930-1970)», de Jorge Álvarez; «Agrochemicals 1956-2020: pesticides, prohibition and replacement products in Denmark», de Jørgen Burchardt; “David Ricardo’s late arrival in the Pampas. Productivity, rents and differential rents in the Argentinean countryside between the First Globalization and the Second World War (1895-1938)”, de Emiliano Salas Aron; «Better quality characteristics or greater yielding capacity? Assessing the territorial impact of wheat breeding on Argentine crops (1898-1937)», de Pablo Castro Scavone y Juan Luis Martirén; y «Ghost pastures in Uruguay, 1870-1930», de Ignacio Narbondo y Emiliano Travieso.

Fuente: https://www.pexels.com/ Gentileza Khalil Ahmad Mazari.

Los principales mensajes

La historia rural, agrícola, medioambiental y de los recursos naturales es un campo disciplinar muy activo. El mismo está en permanente renovación, con una sucesión amplia y rica de proyectos de estudio en centros de investigación de todo el mundo, y con permanentes vinculaciones con el presente y el futuro, en tiempos en los cuales el ambiente, la riqueza natural, sus amenazas y sus desafíos son parte del debate académico y cotidiano.

América Latina, una región históricamente caracterizada por su riqueza natural, por sus formas de explotación, por las potencialidades que ello ha ofrecido y por los conflictos que se han generado, debiera tener un rol protagónico en el debate y en la creación de conocimiento científico internacional. Desde la historia económica, las señales son auspiciosas. Es indudable que existe y es creciente el interés de las ciencias sociales en los temas asociados con el agro, los recursos naturales y el ambiente, e, incluso, la entrada en escena de journals científicos (como Historia Agraria de América Latina) o la conformación de redes especializadas de investigadores (como la Asociación Latinoamericana de Historia Rural – ALAHR) así lo atestiguan.

Dar continuidad a este tipo de encuentros, a uno y otro lado del Atlántico, contribuirá al esfuerzo mancomunado de entender más y mejor la historia para construir más y mejor futuro. Agricliometrics VI tendrá lugar en la Universidad de Alcalá, en el otoño de 2025 y tenemos la convicción de que será otra ocasión para afianzar redes, profundizar nuestras investigaciones y articular con otros campos disciplinares y saberes.

La industria temprana en América Latina. Una discusión sobre el caso chileno

Juan Ignacio Pérez (Universidad de Chile)

RESUMEN. Esta entrada al Blog se enmarca en el debate sobre el desempeño de la industria manufacturera en América Latina durante la Primera Globalización. Analizando el caso chileno, y usando diversas fuentes estadísticas, esta investigación entrega una nueva estimación de la producción industrial en Chile entre 1860 y 1924, desagregada en 12 ramas de actividad industrial. Los resultados muestran un crecimiento significativo del sector manufacturero durante el período 1860-1913, una larga fase de contracción que comenzó durante la Primera Guerra Mundial y se prolongó hasta el final de la década de 1930, cuando las políticas públicas estaban explícitamente orientadas hacia la industrialización por sustitución de importaciones.


El desarrollo de un sector industrial moderno en América Latina durante el período primario-exportador ha sido motivo de un intenso debate historiográfico, que en este caso evaluaremos a través del análisis del caso de Chile[1].

Refinería de azúcar de Penco, c.1900

¿Dónde está el debate?

Las posiciones sobre el desarrollo industrial previo a la Gran Depresión se pueden resumir en tres grandes hipótesis (O’Rourke & Williamson, 2017). Una primera, vinculada a la tesis de la “enfermedad holandesa”, destaca el papel de los shocks exógenos sobre el crecimiento de la producción industrial, sosteniendo que, como efecto de los shocks internacionales adversos como guerras o crisis económicas internacionales, las economías de la región tendieron a industrializarse, mientras que en períodos de expansión exportadora tendía a suceder lo contrario (Prebisch, 1949; Furtado, 1959; CEPAL, 1969). Una segunda hipótesis, denominada “industrialización endógena”, considera el crecimiento industrial de dicho período como producto del crecimiento impulsado por las exportaciones (Haber, 1991; Bulmer-Thomas, 2003). Una tercera hipótesis, en tanto, vincula el desarrollo industrial con la aplicación de políticas activas de protección a la industria de parte del Estado, en especial a través de protección arancelaria (Hirschman, 1968; Lara Martínez, 2019).

Compañía Chilena de Fósforos. Máquina ideal encabezadora de fósforos, Talca, 1933

En ese sentido, esta entrada al Blog considera las distintas hipótesis sobre el desarrollo industrial chileno para el período 1860-1924 a la luz de nueva evidencia cuantitativa del crecimiento de la producción manufacturera agregada y según ramas de producción (Gráfico 1). La evidencia da sustento a la tesis de la industrialización endógena para el período anterior a la Gran Depresión, en el sentido de que la producción industrial se encuentra estrechamente asociada a períodos de crecimiento de las exportaciones de materias primas, mientras que shocks adversos como la Primera Guerra Mundial habrían tenido un efecto devastador sobre la industria, ya que los niveles de producción industrial de 1913 sólo se recuperan en 1941. Por otro lado, los resultados muestran que las políticas de desarrollo industrial –en particular las reformas aduaneras– habrían tenido escaso efecto sobre la producción industrial chilena hasta fines de la década de 1920. En otras palabras, no habría existido sustitución de importaciones efectiva sino hasta después de la Gran Depresión.

Gráfico 1. Producción industrial de Chile, 1860-1945 (pesos de 1909)

Fuente: elaboración propia.

Los datos

Para reconstruir series de producción industrial coherentes se procedió de manera diferente para el período 1909-1924, para el cual se cuentan con datos anuales de producción industrial en valores corrientes, del período 1860-1909, para el cual no se cuenta con datos directos de producción industrial. Para el primer segmento, se construyeron índices de precios para cada una de las 12 ramas en que se separó la producción industrial, con los cuales se procedió a deflactar cada una de éstas por separado. En cuanto al período 1860-1909, se construyeron indicadores por rama y subrama con una metodología ad hoc para cada una de ellas. En algunos casos, se utilizó información directa (como la carne congelada) o bien el consumo aparente de algunos productos (harina, pan). Para un segundo grupo de productos y/o ramas industriales, en tanto, se reconstruyeron índices físicos de importaciones de materias primas utilizadas para las diferentes actividades, tales como el azúcar, la cerveza, la industria textil y la metalmecánica, las imprentas, la producción de velas y la de vestuario, entre otras. Para el resto de las ramas industriales se utilizó el movimiento de la mano de obra, aunque en varios de esos casos se construyó una estimación independiente para la producción industrial de la provincia de Valdivia, para la cual se contaban con datos.

La industrialización en Chile antes de los 1930s

Los resultados entregan una estrecha relación de la producción industrial y el desempeño del sector exportador en el período anterior a la Primera Guerra Mundial. En ese sentido, las fases de crecimiento de la producción industrial están vinculadas a la ampliación de la demanda interna, y en especial al avance de la urbanización, manifestación indirecta del crecimiento exportador (Pérez, 2019), lo que concuerda con otras estimaciones realizadas para el mismo período (Kirsch ,1977; Díaz, Lüders y Wagner, 2016).

La investigación sugiere, también, que el impacto de la Primera Guerra Mundial en la producción industrial habría sido más devastador incluso que en las estimaciones más pesimistas (Ducoing y Badiá, 2013). Con una caída de la producción industrial mayor al 40% entre 1913 y 1914 y un desempeño modesto a partir de ese último año, con lo cual es imposible seguir argumentando que el inicio de dicho conflicto bélico habría sido el punto de partida del proceso de industrialización por sustitución de importaciones (Muñoz, 1968; Palma, 1984). La lentísima recuperación de la producción industrial posterior a 1914 se puede observar mejor en perspectiva de largo plazo, al empalmar la serie con la construida por Díaz, Lüders y Wagner desde 1924 en adelante; al realizar dicha operación, los niveles de producción industrial de 1913 sólo se recuperan en 1941, esto es, ¡28 años después!

El impacto negativo de la Primera Guerra Mundial está muy vinculado a las características que desarrolló la industria manufacturera chilena en el período primario-exportador, como la dependencia de capital, tecnología e insumos extranjeros, así como cadenas de valor cortas, dado que las ramas con mayor desarrollo eran las de bienes de consumo final y no las de bienes intermedios (Gráfico 2). Así, al impacto de los shocks externos sobre la inversión pública y el consumo es preciso sumarle la dependencia del exterior de la infraestructura industrial y, en particular, del uso masivo de insumos importados.

Gráfico 2. Estructura del valor agregado industrial según tipo de bienes producidos, 1909-1924 (en porcentajes)

Fuentes: Censo industrial de 1909 y Anuarios estadísticos de 1913, 1918 y 1924, respectivamente. Los bienes intermedios y de capital incluyen las ramas de Productos metálicos, Productos no metálicos, Textiles y Productos de la madera y muebles. Los bienes de consumo final incluyen las ramas de Alimentos, Bebidas, Tabaco, Vestuario, Cuero y Calzado, Papeles e imprentas, y Productos químicos. Esa última rama se agregó en la categoría de bienes de consumo final ya que producía fundamentalmente velas, jabón y fósforos, no bienes intermedios para el uso de las demás ramas industriales.

¿Cuándo comenzó la industrialización sustitutiva?

Fábrica de paños Bellavista, Tomé, c.1900

El bajo desempeño de la industria manufacturera con posterioridad a 1914 es sorprendente, ya que en los años sucesivos se produjeron varias reformas a las tarifas aduaneras (Palma,1984; Ortega, 2012). Sin embargo, como buena parte de los derechos de aduana eran específicos y no ad valorem, la inflación tendía a erosionar el nivel de protección efectiva que entregaban las tarifas de aduana, incluso en presencia de reformas al arancel aduanero. Eso es efectivamente lo que ocurrió entre 1913 y 1921, período en el que la tasa de arancel promedio efectiva descendió a menos de la mitad, para recuperar el nivel de 1913 solo en 1926 (Gráfico 3).

Gráfico 3. Tasa de Arancel Promedio Recaudado en Importaciones, 1909-1930 (en porcentajes)

Fuente: Díaz, Lüders y Wagner (2016).

Por ende, calificar a este periodo como el inicio de la industrialización sustitutiva de importaciones es erróneo, ya que el nivel de protección efectiva entregado por las tarifas arancelarias sólo comienza a subir de manera consistente desde la Tarifa Aduanera de 1928 en adelante (Díaz, Lüders y Wagner, 2016), en paralelo con la creación de instituciones de fomento sectorial, como el Instituto de Crédito Industrial (Casanova, 2021). Por ello, si bien es cierto que el paradigma industrializador toma forma en el discurso público desde fines del siglo XIX y adquiere fuerza en las dos primeras décadas del siglo XX (De Vos, 1999; Ortega, 2012), no se expresó en políticas concretas de apoyo a la industria sino hasta fines de la década de 1920.

[1] Este texto constituye una síntesis de un artículo de mi autoría que saldrá este año en la Revista de Historia Industrial, denominado “Producción industrial en el período primario exportador chileno (1860-1924). Una reevaluación”.


Bibliografía

Bulmer-Thomas, Victor (2003). The Economic History of Latin America since Independence. Cambridge: Cambridge University Press.

Casanova, Mauricio (2021). ¿Por qué fracasó nuestro antiguo modelo de desarrollo? Una mirada historiográfica al Chile de mediados del siglo XX. Concepción, UDEC.

CEPAL (Comisión Económica para América Latina) (1969). América Latina. El pensamiento de la CEPAL. Santiago, ed. Universitaria.

De Vos, Bárbara (1999). El surgimiento del paradigma industrializador en Chile (1874-1900). Santiago, DIBAM.

Díaz, José, Lüders, Rolf, y Wagner, Gert (2016). La República en cifras. Historical statistics. Santiago, Ediciones UC.

Ducoing, Cristián, y Badiá-Miró, Marc (2013). “El PIB industrial de Chile durante el ciclo del salitre, 1880 -1938”. Revista Uruguaya de Historia Económica (3): 11-32.

Furtado, Celso (1959). Formação Econômica Do Brasil. Rio de Janeiro, Fundo de Cultura Econômica.

Haber, Stephen H. (1991). “Industrial concentration and the capital markets: a comparative study of Brazil, Mexico, and the United States, 1830–1930”. Journal of Economic History (51): 559–80.

Hirschman, Albert (1968). “The Political Economy of Import-Substituting Industrialization in Latin America”, The Quarterly Journal of Economics 82(1): 1-32.

Kirsch, Henry. 1977. Industrial Development in a Traditional Society. The Conflict of Entrepreneurship and Modernization in Chile. Gainesville (Florida), The University of Florida Press.

Lara Martínez, María C. (2019). Manufacturing performance in international perspective: new evidence for the southern cone. Tesis doctoral: Universidad de la República (Uruguay).

Muñoz, Oscar (1968). Crecimiento industrial de Chile: 1914-1965. Santiago, Instituto de Economía y Planificación.

O’Rourke, Kevin y Williamson, Jeffrey (2017). The spread of modern industry to the periphery since 1871. Oxford University Press.

Ortega, Luis (2012). “La crisis de 1914-1924 y el sector fabril en Chile”. Historia 45(II): 433–454

Palma, Gabriel (1984). “Chile 1914-1935: de economía exportadora a sustitutiva de importaciones”. Estudios CIEPLAN (12): 61-88.

Pérez, Juan Ignacio (2019). Urbanización, crecimiento y cambio estructural en una economía exportadora: el caso de Chile, 1860-1940. Tesis Doctoral: Universidad de Chile.

Prebisch, Raúl (1949). El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas. Santiago, CEPAL.


Desigualdad en América Latina. La construcción de tablas sociales como parte de la agenda en marcha  

Alfonso Díez Minguela (Universitat de València, España)

María Gómez León (Universitat de València, España)

Henry Willebald (Universidad de la República, Uruguay)

RESUMEN. La desigualdad de ingresos es un tema recurrente en la historia económica de América Latina. Un rasgo que comparten los análisis –tanto los más recientes como los de hace décadas– es la ausencia de información comparable, sistemática y rigurosa previa a los 1970s, tanto para representar la evolución de la desigualdad como, y muy especialmente, los niveles de ésta. El objetivo de esta entrada al Blog es traer a colación esta problemática y presentar un proyecto de investigación en marcha cuyo objetivo es comenzar a levantar esa limitación y, así, realizar nuevas contribuciones al análisis de la distribución del ingreso en América Latina en perspectiva de largo plazo.   


Presencia de América Latina

Mural «Presencia de América Latina» pintado por Jorge González Camarena entre 1964 y 1965. Casa del Arte, Universidad de Concepción, Concepción (Chile), 2010. Creative Commons Licence.

Desigualdad de ingresos. Aportes recientes.

Un documento de trabajo del Inter-American Development Bank (IDB), publicado en octubre, y escrito por los investigadores Prof. F. Alvaredo, Prof. F. Bourguignon, Prof. F. Ferreira y Prof. N. Lustig titulado: Seventy-five Years of Measuring Income Inequality in Latin America ha traído a colación un tema repetido en la historia económica y social latinoamericana: la (alta) desigualdad de América Latina como un proceso histórico y de largo plazo. Desde el resumen, los autores son muy claros en su propósito y alcance.

A partir de una amplia recopilación de cuantiles y medidas de desigualdad de 34 países, incluidos más de 5.600 coeficientes de Gini calculados, los autores revisan la medición de la desigualdad del ingreso en América Latina y el Caribe durante los últimos setenta años. Aunque la evidencia del primer cuarto de siglo –aproximadamente hasta la década de 1970– es fragmentaria y difícil de comparar, en las últimas cinco décadas se identifican  patrones más o menos claros. La característica central es una amplia curva con forma de  U invertida, que muestra un aumento de la desigualdad en la mayoría de los países antes de la década de 1990, seguido de una disminución a principios del siglo XXI, al menos hasta mediados de la década de 2010, cuando las tendencias se hacen más disímiles entre países.

Este patrón general está mediado por las especificidades nacionales, con variaciones considerables en timing y magnitud. Si bien este panorama se deriva de la dinámica de la desigualdad del ingreso (de su trayectoria de mediano plazo), la incertidumbre en cuanto a los niveles de la desigualdad en la región es mayor. Esa incertidumbre surge de la disparidad en las estimaciones de las distintas combinaciones país/año, dependiendo de si se basan exclusivamente en encuestas de hogares, en alguna combinación de encuestas y datos tributarios administrativos, y en si se procuran escalar los agregados de ingresos de Cuentas Nacionales. Considerando que, en la actualidad, no existe ningún método totalmente convincente, quedan rangos o bandas de desigualdad (a menudo bastante amplias) como las mejores estimaciones de los niveles de los indicadores de distribución del ingreso. De todos modos, cabe destacar que las dinámicas resultantes son sólidas y ajustadas al patrón descrito.

En su esfuerzo por obtener información, los autores cuentan con series de desigualdad razonablemente consistentes –aunque imperfectas– que comienzan en los años 1970s, 1980s o 1990s, dependiendo del país, y un abanico de series temporales más breves o con observaciones individuales para años previos, hasta la década de 1940. Algunos organismos internacionales y centros de investigación, tanto en América Latina como en otras regiones, han hecho grandes esfuerzos para compilar estas series y convertirlas en bases de datos de uso público.

Cuatro de esas bases de datos producen sus propias estimaciones a partir de los microdatos obtenidos de encuestas de hogares. Se trata de: (i) la Base de Datos Socioeconómicos de América Latina y el Caribe (SEDLAC), producida por el Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (CEDLAS) de la Universidad de La Plata, Argentina; (ii) PovcalNet, ahora reemplazada por la Plataforma sobre Pobreza y Desigualdad (PIP) del Banco Mundial; (iii) las series producidas por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL); y (iv) el Estudio de Ingresos de Luxemburgo (LIS). También existen estudios secundarios –conjuntos de datos que compilan estadísticas resumidas informadas en otros lugares, en lugar de generar las suyas propias a partir de microdatos. Estos incluyen, entre otros, el conjunto de datos All the Ginis creado por Branko Milanovic en CUNY y la base de datos sobre desigualdad de ingresos mundial (WIID) mantenida por UNU-WIDER.

Un tema recurrente. La desigualdad en el largo plazo.

Ciertamente que este muy buen estudio que estamos comentando no es novedoso en cuanto a su temática ni aspiración. Es parte de una amplia agenda de investigación que ha estado durante décadas en el campo de la Historia Económica. Hace unos años, el Prof. L. Bértola y el Prof. J. Williamson publicaban “Has Latin American Inequality Changed Direction? looking over the long run”, luego de algunos años de mejora en los niveles de desigualdad en la región y, en la introducción, planteaban:

              “…the original question posed at our conference is even more dramatically posed by more recent events. Has Latin America changed direction and was the recent inequality downturn just the result of a globally induced economic boom, similar to so many other previous booms in Latin America since the nineteenth century? Were the recent inequality events transitory with no permanent change in political, institutional, and other fundamentals, ones that have been a feature of the region for the past two centuries or even longer?” (Bértola & Williamson, 2017, p. 2).

Mucho tiempo antes, en 1998, y en uno de los tantos clásicos de la historia económica latinoamericana, Rosemary Thorp decía:

              “El grado de pobreza y de desigualdad estuvo determinado en el transcurso de los años por complejas interacciones entre el crecimiento del ingreso y una amplia gama de factores. Entre éstos figuran las estructuras políticas, sociales y económicas y las instituciones que surgieron de ellas. Las instituciones se convirtieron en sujetos activos, interviniendo como agentes causales por derecho propio. Así, por ejemplo, aunque los prejuicios raciales o la actitud ante la educación fueron generados por un conjunto particular de estructuras socioeconómicas, con el tiempo se convirtieron en parte integral del funcionamiento de la sociedad. De esta manera pasaron a ser factores causales de desigualdad en sí mismos (aunque pudiendo desaparecer gradualmente si entraban en conflicto con los intereses económicos y políticos). Además, la capacidad de las personas influyó crucialmente en su acceso a las oportunidades de ingreso; esa capacidad, a su vez, estuvo influida por posturas de tipo racial, de clase o de género, por la disponibilidad de recursos y por el acceso resultante a la salud y la educación. Por último, la necesidad de supervivencia de los pobres aceleró el uso y abuso de recursos. Es muy probable que los excesos cometidos contra el medio ambiente por causa de las presiones económicas afectaron, por ejemplo, a la salud y, en consecuencia, la productividad y el ingreso” (Thorp, 1998, pp. 31-32).

Pero todos los estudios, tanto los de los 1990s, como los desarrollados en el siglo XXI, adolecen de la misma problemática: la ausencia de información sistemática, comparable y representativa de los niveles y de la evolución de la desigualdad en América Latina desde el siglo XIX hasta los 1970s. 

Abordar la escasez de información. El enfoque de las tablas sociales.

Este tipo de cuestiones son las que han motivado un proyecto de investigación en marcha que compartimos dos investigadores de la Universidad de Valencia: la Prof.  María Gómez León y el Prof. Alfonso Díez Minguela, y otro de la Universidad de la República, Uruguay: Prof. Henry Willebald, y al que hemos denominado: “Income inequality in Latin America since 1850. A long-run approach based on social table analysis”. Este proyecto cuenta con la colaboración de un destacado grupo de investigadores de Iberoamérica y EE.UU. y tiene por objetivo abordar, analíticamente, la desigualdad de ingresos de los países latinoamericanos en una perspectiva de largo plazo y, metodológicamente, hacerlo a través de la construcción de tablas sociales. Estos esfuerzos analíticos, metodológicamente alineados, nos asegurarán contar con una base de datos nacionales rigurosa y sistemática, y significativamente homogénea entre casos que la hará suficientemente representativa para poder hablar de desigualdad, en nivel y evolución, comparable entre regiones y períodos.

Ciertamente que nuestra iniciativa no es metodológicamente novedosa. La construcción de tablas sociales tiene mucha tradición en la Historia Económica.

A principios de los años 1980s, por ejemplo, el Prof. P. Lindert y el Prof. J. Williamson revisitaban las tablas sociales de Gregory King para 1688, Joseph Masie para 1759 y Patrick Colquhon para 1801-03 y 1812. En esencia, las tablas sociales ofrecen una descripción del número de personas que pertenecen a un grupo social (o clase) y los ingresos promedio estimados de cada uno de estos grupos. De este modo, se cuenta con la información necesaria para calcular indicadores directos de desigualdad (típicamente, el índice de Gini, o la construcción de curvas de Lorenz) y abrir el paso al análisis sobre la composición de la distribución, en términos de sectores productivos, calificación o género de los perceptores de renta y el nivel y naturaleza de sus ingresos (salarios, beneficios, rentas de los recursos naturales, etc.).

Indudablemente, hay antecedentes valiosos que nos sirven de guía en esta investigación. Estudios como los de Bértola et. al (2010) referido al Cono Sur sudamericano, Rodríguez Weber (2017) referido al caso chileno y Gómez León (2019) al brasileño, abrieron una agenda de investigación fructífera y crearon excelentes bases para seguir avanzando. Estos trabajos no sólo han realizado contribuciones analíticas trascendentes sino, también, de carácter metodológico. En particular, cabe destacar la introducción de las “dynamic social tables[1] para los análisis de largo plazo. Es decir, es posible construir una tabla social para un año específico, generalmente coincidente con algún censo (análisis estático), contrastarla con las tablas elaboradas para años sucesivos (estática comparativa), así como procurar “dotar de movimiento” a estas estructuras, a través de indicadores de cambio en los perceptores y/o en el nivel per cápita de los ingresos. De ese modo, se puede calcular indicadores anuales que describan con mayor detalle la evolución, magnitud y cambio de la desigualdad.

La Curva de Lorenz

Creative Commons Licence.

El proyecto. Tablas sociales en América Latina.

Nuestra contribución con el proyecto de investigación es conjuntar los casos nacionales disponibles y realizar un trabajo comparativo que nos permita describir y analizar la desigualdad de América Latina, en perspectiva histórica, y desde la segunda mitad del siglo XIX hasta los años 1970s.

Los días 3 y 4 de octubre de 2023, organizamos un Workshop que denominamos “Desigualdad en Iberoamérica en el largo plazo”, en la Facultad de Economía, de la Universidad de Valencia, España, en el cual varios de los investigadores que participan del proyecto expusieron sus avances en la temática, compartimos dudas y discutimos opciones metodológicas para los casos particulares y con una visión integrada para la región latinoamericana. Las ponencias fueron las que siguen:

“Desigualdad de ingresos en América Latina a través del análisis de tablas sociales. El caso de Brasil, 1850-2010”; María Gómez León (Universitat de València, España).

“Desigualdad de ingresos en Chile, 1860-1970”; Javier Rodríguez Weber (Universidad de la República, Uruguay).

“Tablas sociales y desigualdad en Bolivia, 1900-1976”; José Peres Cajías (Universitat de Barcelona, España) y Diego Escalante Pacheco (Universidad Católica Boliviana, Bolivia).

“Análisis de la desigualdad en Colombia durante la primera Globalización”; Alejandro Nieto (Universitat de València, España), José Peres Cajías (Universitat de Barcelona, España) y Teresa Sanchis Llopis (Universitat de València, España).

“La desigualdad de ingresos en Argentina durante la Belle Époque “; Leticia Arroyo-Abad (CUNY-Queens College, Estados Unidos) y Noel Maurer (George Washington University, Estados Unidos).

“El país de la desigualdad, México, 1843-1960”; Diego Castañeda Garza (Uppsala University, Suecia).

“Desigualdad de la renta en Perú: un análisis con tablas sociales, 1795-2022”; Luis Palomino (Universidad del Pacífico, Perú) y Favio Leiva (Universidad del Pacífico, Perú).

“Una estimación de la desigualdad de ingresos en Venezuela, 1920-2011”; Pablo Astorga (IBEI- Institut Barcelona Estudis Internationals, España).

“100 años de desigualdad de ingresos en Uruguay, 1870-1970. Una aproximación desde la construcción de tablas sociales”; Henry Willebald (Universidad de la República, Uruguay) y Pablo Marmissolle (Universidad de la República, Uruguay).

Además, el Workshop contó con una sesión plenaria impartida por el Prof. Leandro Prados de la Escosura (Universidad Carlos III de Madrid, España): “Percepción y realidad: la desigualdad a largo plazo en España”.

Apuntes finales. Desafíos de una agenda abierta.

El Workshop ha confirmado la viabilidad del proyecto y la expectativa de que, en el mediano plazo, será posible contar con información novedosa, metodológicamente consistente (en el espacio y en el tiempo) como para realizar nuevas contribuciones en la interpretación de la evolución de la desigualdad de ingresos en América Latina. El Workshop nos dejó, también, una serie de desafíos para abordar que, desde el punto de vista metodológico, pondrán sobre la mesa algunas discusiones que conducirán a distintas decisiones en cuanto a instrumentos y procedimientos.

Todos los investigadores están trabajando en términos de la moneda local y corriente del período. ¿Sería conveniente, especialmente para pensar en la realización de cálculos para toda América Latina, trabajar en alguna moneda común o uniforme? Y si esto es así, ¿cuáles son las mejores opciones?

Los cálculos de indicadores de distribución pueden ser sensibles al número de clases y a su conformación, razón por la cual habría que converger a categorías de ocupaciones/calificaciones homogéneas entre países, históricamente consistentes, y regionalmente comparables. ¿Cuál es la mejor clasificación en ese caso?

Vinculado con esto último, a sabiendas de que los indicadores que se calculen pueden estar sujetos a niveles de incertidumbre importantes, ¿es posible construir intervalos de confianza? ¿con qué herramientas contamos o que decisiones podemos tomar para ofrecer estimaciones de desigualdad máxima y mínima y dimensionar los grados de error?

El balance explicativo entre los factores locales e internacionales es muy irregular entre países, tanto por la disparidad en la incidencia de esos factores, como por las preferencias de énfasis de los autores. De todos modos, los capítulos transversales o referidos a toda América Latina debieran incluir ambos aspectos y, en particular, los componentes internacionales relativos a shocks –guerras mundiales, sanitarios–, matriz institucional –acuerdos comerciales, movimientos de integración regional, fondos de financiamiento al desarrollo– y evolución de los precios de las commodities. Y, asociado con esto, la periodización “estándar” que se utiliza para abordar la historia económica latinoamericana en términos de “modelos de desarrollo” y que tiene un perfil muy asociado al crecimiento económico (el “primario-exportador”; el “sustitutivo de importaciones” o “de industrialización dirigida por el Estado”; el “de liberalización y re-globalización”), ¿es útil para contar la historia de la desigualdad en América Latina? ¿los factores determinantes del crecimiento son los mismos y actúan en la misma dirección que para la desigualdad?

En la medida que estamos haciendo foco en el índice de Gini “de mercado” (esto es, el Gini sin los efectos de la acción estatal) y referido a los ingresos que están disponibles en la economía, la mejor opción parece ser trabajar de acuerdo al Ingreso Nacional Bruto Disponible (YNBD) antes que con el Producto Interior Bruto (PIB). De todos modos, ¿esto es así en todo tiempo y lugar? ¿el desarrollo de las Cuentas Nacionales Históricas lo permite en todos los casos y con el grado de detalle suficiente?

Para cerrar, y volviendo a la motivación de esta entrada y al documento de trabajo del IDB, ¿cómo realizamos la panorámica histórica completa? ¿Se asume que los “mejores” indicadores de desigualdad surgen de las encuestas continuas de hogares, disponibles desde los 1980s y, hacia atrás, podríamos “retropolar” esos valores con los que surjan del análisis de tablas sociales? ¿Las diferencias metodológicas no son de tal magnitud que lo impedirían? ¿O mantenemos los cálculos en sus versiones metodológicas y observamos tendencias y niveles de largo plazo asumiendo las disparidades?

De este modo, la construcción de tablas sociales como parte de la agenda de investigación en la historia económica de América Latina está en marcha, continúa abierta y presenta un amplio terreno por explorar tanto en términos de interpretación como de metodología. Tal es así que en su último libro, el Prof. B. Milanovic, titulado “Visions of Inequality: From the French Revolution to the End of the Cold War” coloca al estudio de las tablas sociales como uno de los remarkable developments in the work on inequality that, I believe, are most likely to have enduring impact on the economics profession and social scientists, at least for another half century” (p. 289). [2]

El desafío es estimulante y esperamos que muchos más investigadores compartan nuestra inquietud.

[1] Este concepto tiene un origen muy simpático. En 2010, el Prof. B. Milanovic estaba de visita en Montevideo, en la Universidad de la República, y asistió a un seminario de investigación (HiPoD-Montevideo). El (hoy) Prof. Rodríguez Weber procuraba explicar la construcción de unas tablas sociales móviles para el caso chileno y el Prof. Milanovic expresó: “Oh, yes, these are dynamic social tables. Good, dynamic is good”. Y, desde entonces, nos ahorramos muchas explicaciones de cómo construimos las tablas sociales diciendo que son “tablas sociales dinámicas”.

[2] Los otros dos son las contribuciones en la línea de los trabajos del Prof. T. Piketty sobre tendencias de largo plazo en la desigualdad en los países ricos y la introducción de estudios sobre desigualdad global.


Bibliografía

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Bértola, L. and Williamson, J. (Ed.) (2017) Has Latin American Inequality Changed Direction? Looking Over the Long Run. IDB-INTAL Lab, Springer Open, Cham, Switzerland: Springer Nature.

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Milanovic, B. (2023) Visions of Inequality: From the French Revolution to the End of the Cold War. Cambridge: Harvard University Press.

Rodríguez Weber, J. (2017) Desarrollo y Desigualdad en Chile (1850-2009). Historia de su Economía Política. Santiago de Chile: Centro de Investigaciones Diego Barros Arana.

Thorp, R. (1998). Progreso, pobreza y exclusión: una historia económica de América Latina en el siglo XX. Washington, DC: Inter-American Development Bank.


Evidencia histórica sobre las crisis financieras en América Latina: ¿qué sabemos?

Maximiliano Presa (Universidad de la República, Uruguay)

RESUMEN. El crecimiento económico de América Latina en el largo plazo ha estado marcado, históricamente, por una alta volatilidad relativa a las economías desarrolladas, así como por la ocurrencia de crisis financieras con importantes consecuencias económicas, sociales y políticas. ¿Qué sabemos sobre las crisis financieras en la región? ¿Cómo ha sido elaborada la evidencia disponible? Aquí hacemos un breve repaso de lo que conocemos hasta el momento a través de los esfuerzos realizados a nivel global, y argumentamos una propuesta de revisión de los hechos estilizados que traiga a primer plano las particularidades de la región.


Imagen 1. Sin pan y sin trabajo (c. 1892-1893) – Ernesto de la Cárcova (c. 1892-1893)

Fuente: Museo Nacional de Bellas Artes, Argentina. Disponible en https://picryl.com/media/ernesto-de-la-carcova-sin-pan-y-sin-trabajo-9d755e

Crecimiento económico y crisis financieras en la historia de América Latina

El crecimiento económico de América Latina en el largo plazo se caracteriza, entre muchos otros aspectos, por presentar un relativamente alto grado de volatilidad (Bértola y Ocampo, 2013). La imagen general puede apreciarse en el Gráfico 1, en donde podemos ver el crecimiento de ocho economías de la región entre 1900 y 2018. En general, los períodos que han presentado tasas de crecimiento económico por encima del promedio histórico (cercano al 4%), son sucedidos por importantes crisis económicas, siendo quizás la mayor excepción el período 1944-1970.[1] Muchas veces, estas crisis han sido de una magnitud tal que las economías retornaron al nivel de producción previo al del auge inmediatamente anterior a la crisis, como, por ejemplo, en la “década perdida” de 1980.

Gráfico 1. Crecimiento económico de ocho economías latinoamericanas: 1900-2018

La tasa de crecimiento corresponde a la suma del Producto Interno Bruto, expresado en USD de 2011, de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú, Uruguay y Venezuela. Fuente: Maddison Project Database.

Un aspecto notable de las crisis económicas en América Latina ha sido su vinculación con las crisis financieras, entendidas como aquellos “episodios de volatilidad en los mercados financieros, marcados por problemas significativos de iliquidez e insolvencia entre los agentes participantes, y/o aquellos episodios en los que haya existido intervención oficial para evitar los problemas mencionados” (traducción propia de Bordo et al., 2001:55). Como discutiremos luego, esta definición general nos brinda un indicio de los aspectos del sistema financiero que tendremos que tener en cuenta para definir si estamos ante un evento de crisis o no. En particular, la literatura se ha enfocado en los problemas de iliquidez[2] e insolvencia[3], tanto de los bancos y otros intermediarios financieros, como de las familias y las unidades productivas. Además, las crisis financieras suelen dividirse en subtipos, según la parte del sistema monetario-financiero que esté afectada: hay crisis bancarias, cambiarias, monetarias, de deuda soberana, de balanza de pagos y en los mercados de valores.

Las crisis financieras han acompañado el desempeño de las economías de la región desde sus inicios como naciones soberanas, tal como muestra el Gráfico 2, que indica la cantidad de países que presentan cada tipo de los siguientes: crisis de deuda externa, bancarias, cambiarias y de balanza de pagos (sudden stops). Se incluye solamente el año de inicio de cada evento, aislando el efecto de la duración de las crisis. Los países incluidos son los mismos que para el Gráfico 1, excepto para el caso de las crisis bancarias (todos menos Venezuela entre 1820 y 1969) y los sudden stops (todos menos Venezuela). En el mismo gráfico, que analiza los eventos para los tipos mencionados (excepto el caso de las crisis en los mercados de valores) puede apreciarse que las crisis financieras se han dado en oleadas: son pocos los eventos que se han dado de forma aislada, los cuales están concentrados en la primera mitad del siglo XIX. Por lo contrario, suelen darse en más de un país y presentar más de un tipo en simultáneo o en los años siguientes, lo que la literatura denomina como crisis “gemelas” o “triples”. Puestas en perspectiva mundial, muchas veces las crisis en la región han coincidido con crisis financieras globales, especialmente en las décadas de 1820 y 1980. Finalmente, cabe agregar que la mayor parte de las crisis financieras se han desarrollado en la cercanía de una recesión económica, ya sea anterior o posterior.

Gráfico 2. Crisis financieras en ocho economías latinoamericanas: 1820-2015

Fuentes: crisis de deuda: Reinhart et al. (2016); crisis globales y crisis bancarias y cambiarias entre 1820 y 1969: Reinhart y Rogoff (2011), crisis bancarias y cambiarias entre 1970 y 2015: Laeven y Valencia (2020); “sudden stops”: Kaminsky (2017).

Caracterizaciones empíricas de las crisis financieras a nivel global y a nivel de la región

Dada la importancia económica, política y social de las crisis financieras en la historia económica, los esfuerzos por caracterizarlas empíricamente han sido múltiples. Estos esfuerzos se han canalizado en el trabajo histórico de reconstrucción de series y elaboración de cronologías por cada tipo de crisis a nivel nacional. La elaboración de reconstrucciones y cronologías ha presentado un importante impulso a partir de las crisis bancarias y cambiarias de la década de 1990 en economías emergentes, y posteriormente con la crisis financiera global iniciada en 2008 en Estados Unidos y otras economías desarrolladas. Bordo et al. (2001), Reinhart y Rogoff (2011), Jordà, Schularick y Taylor (2011, 2013) y Laeven y Valencia (2020) son “clásicos” en la materia, entre muchas otras referencias de igual importancia[4].

Entre muchos otros resultados, estos trabajos muestran más cantidad de crisis financieras en los períodos de mayor apertura comercial y financiera, especialmente durante la Segunda Globalización (1970s-2008), pero una mayor incidencia de las mismas sobre la economía real en el período entreguerras (1919-1939), en donde la Gran Depresión gana el protagonismo. La importancia de las crisis financieras sobre la economía real es un punto con amplio consenso en la literatura: a lo largo de la historia, han generado o agravado recesiones previas. Finalmente, en el sector financiero podemos encontrar señales de alerta que anticipan crisis financieras y reales. Los booms (auges) en el crédito de las economías, con su contracara en booms en los precios de los activos (financieros y no financieros), suelen ser buenos predictores de las crisis financieras; aunque una parte de la literatura también enfatiza en el rol de los movimientos internacionales de capitales y el efecto contagio como antecesores de las crisis financieras, especialmente en economías emergentes (Bordo y Meissner, 2016).

Un aspecto notable de esta literatura es su perspectiva internacional y, en cierta medida, desarrollada desde las economías avanzadas. En este sentido, se podría estar soslayando ciertos factores predominantes en las economías latinoamericanas, que estarían detrás de posibles diferencias en la caracterización de los eventos en términos de su frecuencia, su duración y su efecto en la economía real. Como factores “externos”, podemos mencionar a la inserción internacional de la región, basada en recursos naturales y sujeta a ciclos en los precios internacionales de los commodities, así como a auges y frenos en los movimientos internacionales de capitales. Por otro lado, algunos factores “internos” notables hacen a las características particulares del sector financiero en la región, poco desarrollado en comparación a las economías desarrolladas y dependiente del capital externo; a los relativamente reducidos tamaños del mercado interno, que hacen indispensable la salida a los mercados internacionales; y al alto grado de desigualdad del ingreso y la riqueza.

Imagen 2: Bolsa de Comercio de Montevideo, c.1900

Fuente: Biblioteca Nacional, Uruguay (uso bajo licencia Creative Commons)

Imagen 3: New York Stock Exchange en 1904

Fuente: Library of Congress (USA). Disponible en https://picryl.com/media/exterior-view-of-the-new-york-stock-exchange-gillendar-building-and-the-hanover (uso bajo licencia Creative Commons)

Tener en cuenta las particularidades de la región es importante en dos sentidos. Por un lado, a la hora de construir una caracterización de las crisis financieras basada en evidencia, su ubicación temporal y espacial es un factor trascendente. Y por otro lado (que aquí no desarrollaremos), para explicar sus causas y sus consecuencias sobre el desempeño económico y la estructura productiva, tanto en el corto como en el largo plazo, las peculiaridades de la región pueden llegar a tener un poder explicativo significativo. En el primero de los aspectos, podemos vincular la importancia de las particularidades a un conjunto de problemas que presentan las cronologías elaboradas por la literatura mencionada. Estos problemas son resumidos por Bordo y Meissner (2016) bajo el concepto de “incertidumbre de las clasificaciones” (classification uncertainty), el cual indica que los resultados en términos de frecuencia, duración y profundidad de las crisis financieras suelen variar a lo largo de los trabajos consultados. Es decir, podemos estar en presencia de diferentes caracterizaciones históricas sobre el fenómeno que estamos estudiando en determinado tiempo y lugar, que se derivan de las decisiones metodológicas adoptadas en cada trabajo.

Para ilustrar el efecto de las diferencias en las cronologías, veamos el caso de las crisis bancarias en siete economías latinoamericanas entre 1870 y 2008. El Gráfico 3 muestra la cantidad de crisis bancarias (años de inicio) indicadas por 6 cronologías líderes para Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú, Uruguay y Venezuela (con diferentes coberturas según cada cronología), indicando los años que presentan al menos un episodio en al menos uno de los estudios. Si las cronologías coincidieran, deberíamos ver que, para cada año, los puntos se concentran en un solo valor.

Gráfico 3: Crisis bancarias en siete economías latinoamericanas, 1870-2008

Fuentes: BEKM (Bordo et al., 2001), BVX (Baron et al., 2021), CK (Caprio y Klingebiel, 2003), LV (Laeven y Valencia, 2020), RR (Reinhart y Rogoff, 2011) y DD (Demirgüç-Kunt y Detragiache, 1998).

Una de las razones detrás de estas diferencias es que cada trabajo presenta distintos grados de alcance espacial y temporal, lo cual genera (obviamente) diferencias en la cantidad total de crisis identificadas, pero también (no tan obviamente) diferencias en la frecuencia, duración y profundidad de las crisis si las analizamos para grupos de países y/o subperíodos. Agregar observaciones puede modificar los resultados en la medida en que se estén sumando países y/o períodos con desempeños diferentes a los que ya tenemos en nuestra muestra inicial.

Al respecto, lo que han mostrado las diferentes reviews del tema, especialmente Frydman y Xu (2023), es que se suele optar por dos caminos alternativos: o bien extraer conclusiones generalizables a partir de una muestra espacial y temporal amplia, como por ejemplo en Reinhart y Rogoff (2011) o Jordà et al. (2011, 2013), o bien extraer conclusiones de un caso particular en una muestra espacial o temporal acotada. En esta segunda opción, podemos tener investigaciones como las de Betrán et al. (2012) y Betrán y Pons (2019, 2022) para el caso español en el largo plazo, o Bordo et al. (2010) que se circunscribe a un período (Primera Globalización en ese caso) pero analiza varios países. No obstante, esfuerzos recientes han intentado vencer este trade-off entre precisión y alcance, como por ejemplo Baron et al. (2021). De forma similar, pueden surgir discrepancias debidas a las diferentes fuentes utilizadas, las cuales difícilmente son homogéneas a lo largo del tiempo y el espacio, incluso si tomáramos el supuesto (extremadamente fuerte) de que podemos encontrar una fuente para cada caso nacional a lo largo de la historia.

Sin embargo, y como muestran Bordo y Meissner (2016), incluso si aislamos el efecto atribuible a las muestras temporales y espaciales, veremos que algunas diferencias permanecen. Esto se debe al tipo de información disponible para discernir si en determinado tiempo y lugar hubo una crisis financiera o no, y a los criterios de demarcación utilizados. En lo que refiere a la información cuantitativa utilizada, si bien existe un grado de consenso considerable respecto a las variables a utilizarse para estudiar cada tipo de crisis, el consenso no es tan amplio respecto a los criterios de delimitación aplicados a las variables. Un ejemplo concreto es el de las crisis cambiarias: mientras que Reinhart y Rogoff (2011) indican como condición necesaria una depreciación nominal interanual mayor a 25%, Laeven y Valencia (2020) fijan el mismo valor en 30%. Los diferentes valores de corte, si bien pueden parecer sutiles, generan cambios especialmente en los casos borderline, que en los trabajos que abarcan una mayor cantidad de países y observaciones temporales pueden quedar desdibujados en el agregado.

La utilización de información cualitativa es otro de los factores que puede generar diferencias. Es lo que la literatura mencionada denomina como “estudio de eventos” (Reinhart y Rogoff, 2011). Aquí el problema parece derivar de que este tipo de información puede estar cargada de la “subjetividad” del observador que la registra: ya sea si se utiliza el juicio de observadores contemporáneos, la información contenida en actas de los directorios de los bancos, o si la categorización de un evento como crisis o no depende de un criterio que no puede aplicarse a un indicador cuantitativo. Cabe destacar que, más allá de la posición adoptada en un debate más general sobre la “objetividad” de los indicadores cuantitativos (en oposición a la “subjetividad” de los cualitativos), en la identificación de crisis financieras siempre están involucrados ambos tipos, en el entendido de que se trabaja con combinaciones de datos, con criterios de demarcación determinados con cierta arbitrariedad.

Para finalizar con esta entrada, retomamos la importancia de adoptar una perspectiva regional para el estudio de las crisis financieras. En lo que refiere a los problemas resumidos en la incertidumbre de las clasificaciones, una perspectiva regional implica ir hacia una mayor precisión, jerarquizándola respecto a una caracterización más “global”. La mayor precisión se lograría a través de la incorporación de información cuantitativa y cualitativa aún no explotada[5], y a través de la consideración de las especificidades de América Latina en la conformación de los criterios de demarcación.[6]

Tampoco debemos olvidar, aunque aquí no se desarrolle, que tener en cuenta las particularidades de la región permite responder preguntas que son relevantes para entender su devenir histórico: ¿a qué se debe la volatilidad observada en el crecimiento de América Latina en el largo plazo? ¿Qué efecto han tenido las crisis financieras en el crecimiento económico, tanto en el ciclo como en la tendencia? Finalmente, también permite construir un marco analítico adecuado para el estudio de los problemas latinoamericanos en el largo plazo y por épocas marcadas por los cambios sucedidos en el sistema monetario internacional, en los flujos de bienes y factores productivos, en la estructura productiva, etc. Este marco analítico puede recoger los elementos que la literatura a nivel global considera como clave para entender las causas y consecuencias de las crisis financieras, y conciliarlos con aquellos que la literatura específica de la región, e incluso a nivel de economías emergentes, destaca.

La agenda de investigación es amplia y, desde una perspectiva latinoamericana, resulta de particular interés puesto que la alta volatilidad del crecimiento en la región y los súbitos cambios de signo en el proceso de expansión justifican, sobradamente, un abordaje de este tipo.

[1] Período signado por la sustitución de importaciones, cerramiento y una industrialización dirigida por el Estado.

[2] Situación en la que la estructura de los activos de un agente no permite hacer frente a sus obligaciones en el corto plazo, aunque sí en el mediano o largo plazo.

[3] Situación en la que un agente no puede hacer frente al total de sus obligaciones, incluso considerando su patrimonio.

[4] Bordo y Meissner (2016), Sufi y Taylor (2022) y Frydman y Xu (2023) son algunas de las síntesis de resultados más actuales y completas.

[5] Camino que se ha iniciado en las últimas décadas y que continúa con una activa agenda de investigación en la región (ver Marichal y Barragán, 2021).

[6] Por ejemplo, revisando las tasas de crecimiento a partir de las cuales una devaluación es considerada como crisis cambiaria.


Bibliografía

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Neo-kaleckianos e Historia Económica. ¿Qué sabemos sobre los “regímenes de crecimiento”?

Pablo Marmissolle (Universidad de la República, Uruguay)

Pablo Marmissolle es docente de Historia Económica Mundial y Desarrollo Económico del Uruguay en la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración (FCEA) de la Universidad de la República (UdelaR), Uruguay, así como investigador en Historia Económica del Instituto de Economía (IECON) de esa misma Facultad. Es Licenciado y Magíster en Economía por la UdelaR y estudiante de Doctorado en Historia Económica en la Universidad de Valencia, España.


RESUMEN. Los modelos neo-kaleckianos basados en el trabajo de Bhaduri & Marglin (1990) buscan analizar de qué forma los cambios en la distribución funcional del ingreso inciden sobre el crecimiento de los países, identificando, así, el régimen de crecimiento económico. En las últimas dos décadas se han realizado muchas investigaciones empíricas buscando identificar y analizar los regímenes de crecimiento; la mayoría de ellas abordaron el caso de países desarrollados, se centraron en la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, y han encontrado regímenes impulsados por los salarios. Aunque son escasas las investigaciones que han adoptado una perspectiva histórica, éstas encontraron, también, evidencia de regímenes impulsados por los salarios.


Un breve repaso

Un tópico clásico de la ciencia económica ha sido el análisis de la relación distribución – crecimiento. Sin embargo, a pesar de que desde los tiempos de Ricardo y Marx existía una larga tradición de estudio de los efectos de, por ejemplo, los bajos salarios sobre los niveles de consumo y sobre la demanda agregada y el proceso de acumulación, recién a mediados del siglo XX aparecieron modelos macroeconómicos que comenzaron a considerar explícitamente estos efectos. El economista polaco Michal Kalecki, entre otros grandes aportes, contribuyó a la disciplina con la formalización del vínculo entre distribución del ingreso y producción en un modelo macroeconómico con dos clases sociales, trabajadores y capitalistas, cada una de las cuales tenía distinta propensión a consumir (y, por tanto, a ahorrar) (Kalecki, 1996). En este modelo la determinación de los precios se da en mercados oligopólicos en los que las empresas establecen los precios fijando tasas de mark-up sobre sus costos, y se asume que las economías tienen exceso de capacidad, es decir, la demanda agregada determinará los niveles de equilibrio del producto efectivo (Blecker & Setterfield, 2019). La obra de Kalecki dio origen a una larga serie de modelos macroeconómicos neo-kaleckianos (que se engloban en la corriente post-keynesiana) que otorgan a la distribución funcional del ingreso un rol central para explicar el nivel y evolución del producto.

Dentro de la tradición post-keynesiana, el trabajo seminal de Bhaduri & Marglin  (1990), basado en los aportes de Kalecki, dio lugar a una prolífica literatura que analiza la influencia de la distribución funcional del ingreso en el desempeño macroeconómico de los países. Esta línea de investigación estudia los diferentes canales a través de los cuales la participación de los salarios en el ingreso (y de los beneficios) afecta al crecimiento del consumo, la inversión y las exportaciones netas. A partir de estos efectos, se determina si los aumentos de la participación de los salarios en el ingreso contribuyen al crecimiento económico o no. Si lo hacen, esto indicaría que el régimen de crecimiento de la economía es wage-led, y en caso contrario, profit-led ((Blecker, 2002; Lavoie & Stockhammer, 2013). La caracterización de las economías a partir de la identificación de su régimen de crecimiento es sumamente útil para comprender cómo ha sido su crecimiento en el pasado y cuáles son sus posibilidades de crecimiento a futuro. Conceptualmente, la naturaleza del régimen de crecimiento no es una caracterización dada por la política económica aplicada por determinado gobierno, no es diseñado por la política (aunque cambios en ésta podrían afectarla en el largo plazo), sino que se determina por la estructura institucional de la economía. En ésta influye la distribución del ingreso del país, pero también variables como la propensión a consumir de las distintas clases sociales, la sensibilidad de los empresarios frente a cambios en las posibilidades de ventas y en la tasa de beneficios, la sensibilidad de los exportadores e importadores frente a cambios en los costos, el tipo de cambio, las modificaciones  en la demanda externa y los incentivos a la innovación que los cambios distributivos puedan generar (Blecker & Setterfield, 2019).

¿Modelos de demanda útiles solo para el corto plazo?

Si bien la literatura sobre regímenes de crecimiento se enmarca en las teorías de crecimiento liderado por la demanda, el análisis del lado de la oferta también ha ido incorporándose a los modelos. En este sentido, se puede plantear que los cambios en la participación de los salarios en el ingreso (o en los salarios reales) pueden impactar sobre el crecimiento de la productividad (o del progreso tecnológico, desde una perspectiva más amplia). Este impacto de los cambios distributivos sobre la productividad puede pensarse, por ejemplo, por el lado de la teoría sobre salarios de eficiencia (Shapiro & Stiglitz, 1984). Otra posibilidad es pensar en argumentos en línea con la “ley” de Kaldor-Verdoorn[1], que plantean, en última instancia, que los aumentos salariales tendrán un impacto positivo sobre los incentivos de las empresas que, buscando satisfacer la demanda y reducir sus costos, lograrán mejoras en los procesos de producción que generan aumentos de productividad (Bengtsson & Stockhammer, 2021; Storm & Naastepad, 2013).

La teoría macroeconómica post-keynesiana suele vincularse al análisis de corto y mediano plazo. Sin embargo, algo particularmente interesante para quienes hacemos historia económica, es que el análisis puede extenderse perfectamente al largo plazo (Mott, 2002). En el análisis post-keynesiano de largo plazo, la producción y el empleo no se determinan por la oferta de trabajo y de capital remunerados según sus productividades marginales: el equilibrio es determinado por el consumo de capitalistas y trabajadores (estrictamente vinculado a la distribución del ingreso) y por los demás componentes de la demanda agregada (inversión y exportaciones netas, también vinculados a la distribución). En este marco, la oferta de factores productivos solo puede determinar el producto de la economía si la demanda agregada es mayor a la producción de pleno empleo con plena utilización del stock de capacidad instalada, pero como muestra Steindl (1952), esta situación es poco plausible.  Steindl (1952) plantea que las empresas tienden a acumular capacidad productiva por encima de la demanda; en este escenario, las empresas con menores costos van a poder vender a precios más bajos que sus competidores, logrando de esa forma desplazar a la competencia y crecer más rápidamente en el mercado, generando economías de escala. Este proceso marca, a largo plazo, una tendencia al oligopolio y al exceso de capacidad (Steindl, 1952), lo que respalda la utilización de modelos centrados en la demanda y en la distribución del ingreso para estudiar los procesos de crecimiento económico en el largo plazo y las diferencias en estos procesos en distintas economías.

La distribución ¿un proceso exógeno?

Estos modelos suelen considerar el impacto de los cambios distributivos sobre distintas variables macroeconómicas, tomando a la distribución como un proceso exógeno. Cabe preguntarse, ¿qué hay detrás de la distribución funcional del ingreso? ¿Qué determina la participación de beneficios y salarios en el ingreso total y su evolución en el tiempo?

Al igual que los economistas clásicos del siglo XIX, Bengtsson et al. (2020) se realizan estas preguntas, motivados por un hecho estilizado: la reciente caída de la participación de los salarios en el ingreso en muchos países. Esta tendencia, como señalan Karabarbounis & Neiman (2014) y Bengtsson et al. (2020) se vincula con otros cambios económicos y políticos acontecidos en los países capitalistas desarrollados desde el final de los “años dorados”, como ser la globalización, la automatización de la producción y la desregulación del mercado laboral. Desde un punto de vista teórico, podrían plantearse muchas variables que incidan en la distribución funcional del ingreso, pero la investigación empírica de Bengtsson et al. (2020) encontró que a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, los factores más relevantes han sido “de naturaleza institucional”. La política partidaria, la sindicalización de los trabajadores y la política fiscal se destacan como determinantes centrales de la distribución funcional del ingreso en el largo plazo.

Los factores mencionados en el párrafo anterior son identificados por Bengtsson et al. (2020) como causas próximas de los cambios en la distribución del ingreso, pero todos ellos se derivan de una única causa fundamental: las relaciones de poder en la sociedad[2].  En otras palabras, las relaciones de poder son claves a la hora de definir qué hay detrás de la distribución del ingreso entre los diferentes factores productivos (o clases sociales), que a su vez es fundamental para definir cómo se comportará la demanda y, en última instancia, el crecimiento y los logros socioeconómicos de determinada sociedad. Estos fundamentos “institucionales” de la distribución de ingresos son los que permiten a los modelos teóricos centrarse en la relación de causalidad desde la distribución hacia la demanda y el crecimiento; es de destacar, sin embargo, que no son pocas las investigaciones empíricas sobre regímenes de crecimiento que endogenizan la distribución a la hora de realizar estimaciones econométricas.  Desigualdad, crecimiento, fundamentos institucionales y relaciones de poder son conceptos ampliamente extendidos en los análisis de Historia Económica y, por tanto, no es de extrañar que estos planteos conceptuales de naturaliza neo-kaleckiana prendan progresivamente en el campo de la disciplina.

¿Qué dice la evidencia empírica?

La gran mayoría de las investigaciones empíricas que han buscado identificar regímenes de crecimiento se han centrado en economías desarrolladas. Sin embargo, cabe destacar la creciente acumulación de evidencia para América Latina (Tabla 1).

Tabla 1. Regímenes de crecimiento: un mapeo de la literatura

*  Abarca economías desarrolladas, en proceso de industrialización y economías agrícolas de bajos ingresos.

Fuente: elaboración propia.

Onaran & Galanis (2014) analizaron el impacto de los cambios en la participación de los salarios en el ingreso sobre el crecimiento de los paíseys del G20. Concluyeron, más allá de las diferencias encontradas para cada país, que la disminución global de la participación de los salarios en el ingreso tuvo efectos negativos significativos sobre el crecimiento económico del grupo (en 1960 – 2007). Si se tiene en cuenta que los países del G20 representan más del 80% del PIB mundial, puede concluirse que, salvo algunas excepciones, el crecimiento de la economía mundial está impulsado por los salarios. Badru (2020) analizó el régimen de crecimiento de un grupo de más de 30 países; sus resultados indican que el crecimiento estuvo impulsado por los beneficios a corto plazo y por los salarios a largo plazo. Para el caso particular de las economías desarrolladas, la evidencia muestra que el crecimiento estuvo impulsado por los salarios en ambos horizontes temporales. Alarco Tosoni (2016, 2017) analizó cómo la evolución de la cuota de salarios (la proporción de éstos en el PIB) afectó al crecimiento económico de América Latina en el periodo 1950 – 2014. Sus resultados indican que la región ha tenido un crecimiento wage-led, aunque se identificaron dos grandes subperíodos durante estos años: desde 1950 hasta 1979 la región habría tenido un régimen wage-led, en tanto que desde 1980 a 2014 el régimen habría sido impulsado por los beneficios.

Hasta donde sé, Bengtsson & Stockhammer (2018, 2021) y Marmissolle (2020, 2021) son las únicas investigaciones sobre regímenes de crecimiento en perspectiva histórica. Esto es, en la mayoría de los artículos revisados, el análisis hace foco en los resultados de la estimación econométrica, sin darle suficiente espacio a la consideración de variables institucionales, de política pública y de relaciones de poder, ni a movilizar la dinámica histórica de los hechos. En cambio, esos dos estudios hacen esfuerzos en ese sentido. Bengtsson & Stockhammer (2018, 2021) realizaron un análisis a largo plazo de los efectos de la distribución funcional del ingreso sobre el crecimiento, analizando tanto el impacto de los cambios distributivos sobre la demanda agregada como sobre la productividad. Estudiando los casos de Dinamarca, Noruega y Suecia desde 1900 hasta 2010, constataron que el régimen de crecimiento de estos países estuvo impulsado por los salarios. A un resultado similar llegué en mis investigaciones de 2020 y 2021, analizando la economía uruguaya en el período 1908 – 2017. El régimen de crecimiento de Uruguay ha sido wage-led en el período, pero este régimen no fue “puro”: hay evidencia de que las rentas de la tierra han impulsado al crecimiento, básicamente por su impacto sobre la inversión del sector transable.

En síntesis

Los modelos post-keynesianos basados en el trabajo de Bhaduri & Marglin  (1990) buscan analizar de qué forma los cambios en la distribución funcional del ingreso inciden sobre el crecimiento de los países, identificando, así, el régimen de crecimiento de las economías. Si bien, en un primer momento, este tipo de modelos estaba centrado en el análisis de corto plazo y en factores de demanda, su alcance se ha ampliado a análisis de largo plazo y ha incorporado, cada vez más, consideraciones de oferta. Aunque no son pocas las investigaciones empíricas que, a la hora de estimar el impacto de la distribución sobre el crecimiento utilizan técnicas econométricas que permiten considerar los efectos cruzados entre las variables, los modelos teóricos establecen una relación de causalidad desde la distribución hacia el crecimiento; básicamente, se asume que la distribución funcional del ingreso es exógena, dado que es determinada por factores institucionales que, en última instancia, dependen de las relaciones de poder en la sociedad. En las últimas dos décadas se han realizado muchas investigaciones empíricas buscando identificar y analizar los regímenes de crecimiento; la mayoría de ellas abordaron el caso de los países desarrollados, se centraron en la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, y han encontrado regímenes impulsados por los salarios. Aunque son escasas las investigaciones que han adoptado una perspectiva histórica, es interesante destacar que éstas encontraron regímenes impulsados por los salarios y, de hecho, constituyen una agenda abierta de investigación.

[1] Desarrollado en las investigaciones de Verdoorn (1949) y Kaldor (1966).

[2] Bengtsson et al. (2020) entienden las causas “próximas” y las causas “fundamentales” en el sentido planteado por North y Thomas (1973); es interesante notar el paralelismo con el marco conceptual planteado por Szirmai (2012).


Referencias

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Escandinavia y Sudamérica: una comparación histórica de sus trayectorias de desarrollo

Jorge Álvarez Scanniello (Universidad de la República, Uruguay)

RESUMEN. Los enfoques comparados tienen la virtud de poner de relieve patrones y trayectorias de desarrollo que no resultan evidentes con estudios de caso (Bloch, 1930). Esto se debe, entre otros factores, a que ponen en juego conceptos y teorías como dispositivos imbricados en el propio proceso de reconstrucción de hechos y procesos históricos a partir del análisis de similitudes y diferencias (Ragin, 1987; Skocpol, 2003). Scandinavia and South America. A Tale of Two Capitalisms, libro que editamos con Svante Prado en 2022 en la serie Palgrave Studies in Economic History, ofrece precisamente una comparación histórica de los países escandinavos (Dinamarca, Finlandia, Noruega y Suecia) y de los países de la región atlántica de Sudamérica (Argentina, Brasil y Uruguay) con el objetivo de contribuir a la comprensión de sus respectivas trayectorias de desarrollo.

Como es sabido, los países escandinavos forman parte de un grupo selecto de países con altos niveles de desarrollo. Sin embargo, a mediados del siglo XIX, contaron con niveles de desarrollo no muy distantes a los países de Sudamérica, cumpliendo una similar función en la economía mundial como productores y exportadores de bienes intensivos en recursos naturales, principalmente materias primas y alimentos. En aquel tiempo, nada parecía indicar que, promediando el siglo XX, los países escandinavos, a diferencia de lo ocurrido con los países sudamericanos, se liberarían de la dependencia de las exportaciones primarias, transformarían su canasta de exportaciones incorporando bienes manufacturados sofisticados, e ingresarían en una senda de rápido crecimiento económico y aumento de la productividad.

Con base en el aporte de un conjunto de investigadores de Universidades europeas[1] y latinoamericanas[2] nucleados en torno a dos proyectos internacionales de investigación[3], el libro busca aportar nuevos elementos a la comprensión de la divergencia de las dos regiones, considerando tres principales dimensiones de análisis: la transformación de la estructura productiva, el patrón de inserción externa y distintas dimensiones de la desigualdad. Para ello se proponen dos tipos de abordajes. El primero, ofrece una comparación de tres grupos de países periféricos[4]: los países escandinavos y las sociedades de nuevo asentamiento europeo del Río de la Plata (Argentina y Uruguay) y de Australasia (Australia y Nueva Zelanda) que experimentaron trayectorias divergentes de desarrollo a largo plazo. El segundo, ofrece una comparación de Suecia y Brasil, extremos opuestos de cada región en términos de PBI per cápita y distribución del ingreso.

El trabajo toma como punto de partida antecedentes que fueron conformando una bien establecida tradición de estudios comparados entre Escandinavia y América Latina (Blomström & Meller, 1991; Ducoing & Peres-Cajías, 2021; Lingarde & Tylecote, 1999; Senghaas, 1985; entre otros) y se presentan en el  Capítulo 2 del libro. Estos antecedentes buscaron comprender por qué regiones periféricas, ricas en recursos naturales, tuvieron patrones de desarrollo divergentes a largo plazo. En particular, por qué los países escandinavos lograron transformar su estructura productiva y desarrollar sectores de alta tecnología, mientras los países latinoamericanos continuaron dependiendo de la producción y exportación de materias primas y alimentos. Estas aproximaciones han contribuido al debate en torno a la tesis de la maldición de los recursos naturales (Sachs & Warner, 1995), recientemente cuestionada con base en la experiencia de los países nórdicos (Lederman & Maloney, 2007; Ranestad, 2018; Ville, Wicken, & Dean, 2019). Las principales conclusiones de los trabajos pioneros destacaron el papel decisivo de las transformaciones políticas, productivas y tecnológicas en el nivel doméstico y sus interacciones con las oportunidades y retos que en cada coyuntura ofreció la economía mundial. En particular, el grado de igualitarismo que consolidó cada sociedad; la configuración del estado y su capacidad para implementar políticas públicas y sectoriales de largo alcance; la acumulación de capital humano y el ritmo de incorporación de cambio técnico; el tipo de modernización del sector agrario, los procesos de industrialización y la transformación de la canasta de exportaciones; por mencionar las más salientes.

Partiendo de estas discusiones, el libro explora distintas dimensiones de análisis poniendo en juego nuevos enfoques teóricos y metodológicos, y aportando nuevas bases de información estadística.

Norway, Gustav Wentzel’s painting «Emigrants» from 1903

Así, el Capítulo 3, a cargo de Álvarez, Bértola y Bohlin, indaga la relación entre crecimiento económico y cambio estructural en los países escandinavos y en las sociedades de nuevo asentamiento del hemisferio sur (Argentina, Uruguay, Australia y Nueva Zelanda) entre 1870 y 1970, partiendo de dos principales hechos estilizados. El primero muestra una suerte de reversal of fortune experimentada por estas regiones, con las sociedades de nuevo asentamiento europeo perdiendo posiciones en el ranking mundial de ingresos y los países escandinavos convergiendo con los líderes de la economía mundial. El segundo, se relaciona con los distintos ritmos de industrialización y cambio estructural de Escandinavia, el Río de la Plata y Australasia. Los autores argumentan que el cambio estructural no es simplemente un resultado del crecimiento económico, sino que los dos fenómenos están dinámicamente imbricados, de modo que cualquier obstáculo a la trasformación estructural supone un límite al crecimiento económico. El capítulo busca comprender las trayectorias divergentes identificando los factores que obstaculizaron el cambio estructural en el Río de la Plata, también en Australasia, y lo promovieron en los países escandinavos. Luego de presentar un conjunto de indicadores que dan cuenta de estos dos principales hechos estilizados, se contrastan distintas teorías que relacionan cambio estructural y crecimiento con la evidencia histórica que surge de la comparación.

Grupo de trabajadores en el exterior de la fábrica de ácido sulfúrico Nitro Nobel, primera Empresa de Alfred Nobel, ubicada en las afueras de Estocolmo. La foto fue tomada en algún momento entre 1891 y 1914

Un resultado de los diferentes ritmos de industrialización y transformación de la estructura productiva es el tipo de especialización comercial, la composición de la canasta de exportaciones y el impacto de la restricción externa al crecimiento económico. De este modo, el Capítulo 4 –a cargo de los mismos autores– indaga esta relación en los países escandinavos y en las sociedades de nuevo asentamiento europeo entre 1870 y 1970 a través de la llamada ley de Thirlwall. Como es sabido, la ley establece que cuanto mejor se adapte la canasta de exportaciones de un país a productos cuya demanda internacional se encuentra en expansión, mayor es la posibilidad de lograr altas y sostenidas tasas de crecimiento económico. Formalmente postula que a largo plazo el crecimiento económico de un país se ve limitado por la balanza de pagos. Los principales resultados muestran que las dos regiones tuvieron una relación exportaciones/PBI más alta que la de los países ricos. También que los países escandinavos mantuvieron esta relación alta en todo el período, en tanto los países del Río de la Plata y de Australasia vieron caer la relación exportaciones/PBI luego de la década de 1930. Estas tendencias están asociadas a la evolución de los términos de intercambio y a los cambios en la canasta de exportaciones: en tanto los términos de intercambio fueron relativamente estables en los países escandinavos, en las sociedades de nuevo asentamiento del Río de la Plata y Australasia fluctuaron intensamente.

Ovejas en corrales en la cubierta de un barco, puerto de Sydney, hacia 1929. (State Library of New South Wales: Sam Hood)

Norway, Klevfos Cellulose & Paper Mill

Sin embargo, la ley de Thirlwall no puede explicar por sí misma los factores comprometidos en la cambiante composición del producto a lo largo del tiempo. Por ello, el Capítulo 5, a cargo de Prado y Lara, pone el foco del análisis en la estructura productiva y compara los niveles de productividad del trabajo en la industria manufacturera de Brasil y Suecia entre 1912 y 2014, con base en el enfoque industry of origin. El principal resultado muestra que Brasil exhibió bajos niveles de productividad a comienzos del siglo XX (alrededor del 20% de la productividad de Suecia), pero, gracias a un sostenido proceso de industrialización y aumento de la productividad, redujo la brecha hasta alcanzar el 80% de la productividad de la industria sueca en la década de 1980. Posteriormente, la productividad relativa cayó a los niveles mostrados a comienzos del siglo XX. Esto último explica por qué Brasil continúa siendo en la actualidad un país dependiente de las exportaciones primarias, a pesar de haber sostenido aumento de la productividad en la industria manufacturera durante buena parte del siglo XX.

Volkswagen Brasil, 1953

El Capítulo 6, a cargo de Kang y Nilsson, indaga el papel de la educación en los procesos de modernización y cambio estructural en Brasil y Suecia durante la primera globalización y la edad dorada del capitalismo. Los autores se preguntan si la educación fue un driver del desarrollo, esto es, si propició o no los procesos de modernización y cambio estructural. La evidencia desplegada muestra que los sistemas de educación de los dos países exhiben marcadas diferencias desde el siglo XIX. Luego de una detallada descripción de la educación en los distintos niveles, la principal conclusión del capítulo establece que en Brasil el rezago en educación fue notorio y que la educación no pudo acompañar los procesos de modernización. Solo al final del período, promediando el siglo XX, se asiste a avances significativos. En Suecia, por su parte, la educación siempre estuvo por delante de la modernización agraria y de los procesos de cambio estructural. En otras palabras, cada vez que el sistema productivo sueco demandó calificación, la oferta educativa estuvo preparada o reaccionó rápidamente.

Alumnos de la Escuela Caetano de Campos, São Paulo, 1926

Uruguay, 1900, tropilla de ganado

El Capítulo 7, a cargo de Álvarez y Menéndez, inicia la parte del libro que aborda distintas dimensiones de la desigualdad. En este capítulo los autores comparan Dinamarca, Nueva Zelanda y Uruguay, tres pequeñas economías agroexportadoras que se especializaron en la producción y exportación de bienes agrarios y, debido a este patrón de especialización, alcanzaron altos niveles de ingresos por habitante durante la primera globalización del capitalismo. Sin embargo, las tres economías crecieron a distintos ritmos. Los autores argumentan que la estructura de la propiedad de la tierra y sus impactos distributivos determinaron las trayectorias divergentes de las tres economías debido a la importancia del sector agrario. El capítulo analiza la interacción entre las instituciones que modelaron la estructura de la propiedad de la tierra y la distribución de los beneficios generados por las exportaciones agrarias. Dinamarca experimentó un proceso de transición de sistemas de tenencia típicos de antiguo régimen a un sistema liberal de propiedad privada en el que predominó la pequeña propiedad rural. Nueva Zelanda y Uruguay tuvieron procesos de distribución de la tierra característicos de sociedades de nuevo asentamiento, donde se ocuparon e incorporaron tierras ociosas a la producción agraria en el transcurso del siglo XIX. Sin embargo, mientras Nueva Zelanda modificó un patrón concentrador de la tierra y consolidó un sistema de propiedad familiar a fines del siglo XIX, en Uruguay persistió un patrón concentrador. De este modo, los ingresos derivados de las exportaciones agrarias durante la primera globalización se distribuyeron más equitativamente en Dinamarca y Nueva Zelanda que en Uruguay. Esto tuvo su correlato en la distribución funcional del ingreso de los tres sistemas agrarios. En Dinamarca, salarios y beneficios representaron, en promedio, 80 %l PBI agrario entre 1870 y 1930, en Nueva Zelanda 62% y en Uruguay 50%. Por tanto, los ingresos relacionados con la renta de la tierra capturaron una proporción mayor del ingreso agrario en Uruguay, donde la propiedad estuvo más concentrada, que en Nueva Zelanda y, especialmente, que Dinamarca.

Nueva Zelanda, predio lechero en Taranaki, alrededor de 1900
(Photograph taken by James McAllister)

El Capítulo 8, a cargo de Molinder, Pereira y Prado, compara los niveles de vida y la desigualdad de Brasil y Suecia, en el siglo XIX y comienzos del siglo XX, considerando la evolución de los salarios y las características de los respectivos mercados de trabajo. El capítulo busca participar del debate en torno al origen de la desigualdad en América Latina, esto es, si el patrón de desigualdad de la región fue un fenómeno que hunde sus raíces en la herencia colonial o se originó durante la primera globalización. También participa del debate en torno al origen del patrón igualitario escandinavo, si se gestó en el período pre-industrial, como establece la visión clásica, o es un proceso asociado a las transformaciones experimentadas en el siglo XX. Con base en el enfoque de Allen (2001), que mide estándares de vida comparados, los autores estiman la welfare-ratio (la relación entre el salario nominal y el costo de una canasta de consumo de una familia) en Brasil y Suecia, considerando distintas categorías ocupacionales. También comparan la desigualdad por género, nivel de calificación y por región. Los principales resultados indican que, hasta la década de 1880, los niveles de vida de los dos países fueron similares. Posteriormente se produce la divergencia, con Suecia adelantándose a Brasil sostenidamente, aunque, si se tiene en cuenta a la población esclava en Brasil, la divergencia habría sido anterior a la década de 1880. En cualquier caso, en el último cuarto del siglo XIX, la brecha de ingresos por habitante entre los dos países fue mayor que en términos de bienestar. Esta discrepancia justifica, según los autores, incorporar al problema consideraciones acerca de la desigualdad.

Grupo de esclavos reunidos en una hacienda en la provincia de Minas Gerais, 1876

Finalmente, queda bien documentado que la desigualdad regional fue mayor en Brasil que en Suecia, así como que las diferencias de ingresos entre calificación y sexos no fueron significativas a comienzos del siglo XX. Con relación al debate sobre el origen de los patrones distributivos, los argumentos sobre la persistencia de la herencia colonial, en el caso de Brasil, y de la configuración de la sociedad pre-industrial de Suecia, son matizados por los autores. En Brasil, con excepción de la desigualdad regional y del impacto de larga duración de la esclavitud, los patrones distributivos actuales son el resultado de las oportunidades perdidas a lo largo del siglo XX. En el caso de Suecia, el patrón igualitario resulta principalmente de las transformaciones experimentadas también a lo largo del siglo XX.

Mujeres en una lavandería, Landskrona, Sweden, 1910

El Capítulo 9, a cargo de Bengtsson y Morgan, aborda el vínculo entre democratización y distribución con base en evidencia de los casos de Brasil y Suecia. A diferencia de otros trabajos –por ejemplo, el seminal artículo de Acemoglu & Robinson (2000) en el que se preguntaron por qué occidente extendió el sufragio– los autores asumen el proceso de democratización como variable independiente y buscan analizar sus efectos distributivos. De este modo, relacionan extensión del sufragio y democratización con el establecimiento de impuestos progresivos y la expansión del gasto social.

Elecciones generales, Gotemburgo, Suecia, 1940

El proceso de democratización en Suecia, que tuvo lugar entre 1909 y 1918, fue más acotado temporalmente que el de Brasil, donde el proceso se extendió a lo largo de un siglo, entre la conformación de la “República Vieja” en 1891 y 1988. La principal conclusión del capítulo destaca la importancia de la participación política y la movilización social como mecanismo causal crucial entre la democratización y la redistribución. Sin embargo, dado que la movilización social está relacionada con la democratización y con las reformas distributivas, el efecto de la democratización sobre la redistribución no es claro. En los dos casos encuentran que cierta distribución ocurre antes de la democratización (vía reformas que cooptan grupos de interés aumentando la legitimidad del gobierno) y después de la democratización (con distintas temporalidades en interacción con factores coyunturales). En definitiva, la democratización formal no produce de forma inmediata una cultura política de expansión de la participación y una representación amplia e igualitaria de distintos intereses. Lo que es crucial –y lo revelan los dos casos– es que la existencia de democracia si bien es una condición necesaria para sostener procesos distributivos, no es en sí misma una causa necesaria para la implementación de reformas redistributivas.

Manifestación por elecciones directas en Brasil, 1984

De este modo, los siete capítulos centrales del libro avanzan en la explicación del desarrollo relativo de los países escandinavos y de los países de la región atlántica de Sud América con base en el papel del comercio internacional, la transformación productiva y distintas dimensiones de la desigualdad. Lo hacen revisitando viejos problemas y tesis establecidas, al tiempo que aportan nuevos enfoques teórico-metodológicos y evidencia cuantitativa. El libro no agota todos los posibles abordajes al problema del desarrollo económico de las dos regiones. Deja abierta, sin embargo, una agenda de trabajo como parte de la heurística del método histórico comparado. Esperamos que esta agenda sea retomada en el futuro inmediato.

[1] Universidad de Gotemburgo, Suecia; Universidad de Lund, Suecia; Universidad de Uppsala, Suecia; Universidad de Ginebra, Suiza.

[2] Universidad de la República, Uruguay; Fundación Getulio Vargas, Brasil; Universidad de Sao Paulo, Brasil.

[3] Industrialization in the resource-rich periphery: A comparative study of Scandinavia, Australasia and Pampas, 1870–1950, a cargo de Jan Bohlin y Luis Bértola y con el apoyo del Consejo de Investigación de Suecia (Vetenskapsrådet). Poles apart: a long-term perspective on inequality, industrialization and labour market institutions in Brazil and Sweden, a cargo de Svante Prado y Renato Colistete, y con el apoyo de Swedish Foundation for International Cooperation in Research and Higher Education y Coordenação de Aperfeiçoamento de Pessoal de Nível Superior (CAPES), Brasil.

[4] En el siglo XIX, los países escandinavos y los sudamericanos fueron considerados países periféricos en función del papel que jugaron en la división internacional del trabajo como exportadores de materias primas e importadores de bienes industrializados. También por su dependencia del crecimiento económico de los países desarrollados de occidente, en particular, de Gran Bretaña (Árnason & Wittrock, 2012; Bértola & Ocampo, 2012; Senghaas, 1985).


Referencias

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Bértola, L., & Ocampo, J. A. (2012). The economic development of Latin America since Independence. Oxford: Oxford University Press.

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¿Qué ves? ¿Qué ves cuando “les” ves? Estudiar el desempeño del largo plazo de los países, desde una perspectiva de género, implica mirar distinto

Silvana Maubrigades (Universidad de la República, Uruguay)

RESUMEN.  La introducción de la perspectiva de género en la temática del desarrollo –tanto en lo que concierne a la teoría como al diseño de políticas públicas– ha implicado seguir un extenso camino de reconocer, dimensionar e interpetar el rol de mujeres y varones en el desempeño de largo plazo de los países. En esta entrada al Blog, realizamos un recorrido por este proceso conceptual, político e ideológico, reflexionando sobre sus implicancias en términos de la historia económica como disciplina.  

Autorretrato En La Frontera Entre México Y Estados Unidos – Frida Kahlo

Un  punto de arranque

Después de la Segunda Guerra Mundial, los países desarrollados reconocieron la necesidad de contar con una estrategia que permitiera difundir los beneficios del progreso científico y tecnológico al que ellos habían llegado. Esta inquietud es, en buena medida, el origen de los estudios del desarrollo como concepto y, sobre todo, como preocupación (Hirschman, 1958; Rostow, 1961; Nurske, 1966). Esta preocupación inaugura entonces una clasificación antes no explicitada, como es la existencia de países subdesarrollados, a esos que se les precisaba dar una mano para alcanzar los logros del desarrollo que los países centrales ya tenían.

Frente a esta corriente de pensamiento teórico, pero también político e ideológico, surgieron otras voces, precisamente desde los países subdesarrollados, que cuestionaban esta nueva necesidad de promover el desarrollo. Parados desde la condición de países pobres, los teóricos de la dependencia, principal corriente teórica a partir de los años 60 en América Latina, planteaban que ese desarrollo difícilmente podría concretarse porque la condición de subdesarrollados le era funcional a los países ricos y que esta división del mundo entre países desarrollados y subdesarrollados no era una etapa en la que se encontraban estos últimos, sino que formaban parte de un mismo sistema, donde la riqueza de unos era posible gracias a la pobreza de otros (Dos Santos,1970; Cardozo y Faletto, 1971; Bambirra, 1974; Furtado, 1975).

Desde los países desarrollados, la propuesta de apoyo para superar el subdesarrollo vino de la mano de ayuda externa a los presupuestos nacionales y las agencias de desarrollo comenzaron a proliferar. Poco a poco, la ayuda extranjera, incluida la ayuda alimentaria y militar, se convirtió en una herramienta política utilizada por las superpotencias en ese momento. En plena Guerra Fría, tanto EEUU como la URSS establecieron una competencia para influir en las naciones del llamado «Tercer Mundo». Con el colapso del modelo socialista estatal en la URSS y Europa del Este en 1989, el modelo estadounidense del capitalismo neoliberal se hizo dominante. Algunas personas vieron esto como el final del desarrollo y ese desarrollo había fallado. Otros lo vieron como una oportunidad para repensar y ampliar la idea del desarrollo.

Una mirada retrospectiva sobre este largo siglo XX permite hacer un balance que para muchos es positivo en términos económicos y sociales. Las últimas décadas muestran mejores condiciones de vida, salud y bienestar. Hoy, la preocupación sobre el desarrollo se centra menos en lograr crecimiento económico, expresado en aumentos del PIB, o en difundir la modernización, y se focaliza más en mejorar la calidad de vida de las personas, reducir la corrupción, reconocer la importancia del capital social y humano y la reducción general de la pobreza y la enfermedad.

Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central – Diego Rivera

¿Cuándo y para qué ingresa el  género al debate sobre el desarrollo?

Sin embargo, la importancia de discutir sobre un aspecto específico de las desigualdades del desarrollo ­­–común a todos los países– como es la inequidad explicada por razones de género, ha sido rezagada en buena parte de este debate y, sobre todo, en la concreción de políticas para superarla.

En 1946, las Naciones Unidas establecieron una Comisión para estudiar la Condición Jurídica y Social de la Mujer la que debía generar “recomendaciones e informes sobre la promoción de los derechos de las mujeres en los ámbitos político, económico, civil, social y educativo”, velando por los derechos de las mujeres. Este mandato de la Comisión permaneció esencialmente igual hasta 1987, cuando se amplió para incluir la promoción de la igualdad, el desarrollo y la paz y el monitoreo de la implementación de medidas para el adelanto de la mujer a nivel regional, sectorial, nacional y global.

Los resultados concretos de este tipo de iniciativas, como esta Comisión, distan mucho de ser halagüeños en la práctica.

Pero más allá de estas iniciativas de organismos internacionales, aparecieron voces de mujeres, teóricas que cuestionaban los efectos del desarrollo en términos de un reparto equitativo o al menos homogéneo entre varones y mujeres. Antes de 1970, cuando Ester Boserup (1970) publicó su libro histórico sobre mujeres y desarrollo, se pensaba que el desarrollo como proceso afectaba a varones y mujeres de la misma manera. Las mejoras en materia de desarrollo económico sólo se medían en la riqueza generada, por lo que se ignoraba la mayor parte del trabajo realizado por las mujeres que era (y sigue siendo en buena medida) no remunerado. Cuando se hizo evidente que el desarrollo económico no erradicaba automáticamente la pobreza a través de los efectos de goteo, los problemas de distribución e igualdad de beneficios para los diversos segmentos de la población empezaron a tener importancia en la teoría del desarrollo.

La visión alternativa presentada, de desarrollo con mujeres, exigía no sólo un trozo más grande de la torta, sino una torta, un plato y hasta una receta distinta para generar una nueva distribución. Pasaba que se estaba haciendo evidente que tampoco era el camino correcto centrar la atención SÓLO en las mujeres y que lo que se necesitaba era una visión de género. Las mujeres y los varones se han visto afectados de manera diferente por el cambio económico y el desarrollo, por lo que se hace necesaria una política pública activa para intervenir a fin de cerrar las brechas de género.

Pero, además, la igualdad de género no significa necesariamente el mismo número de varones y mujeres o niñas y niños en todas las actividades, ni significa tratarlos de la misma manera. Significa igualdad de oportunidades y una sociedad en la que las mujeres y los varones puedan llevar vidas igualmente satisfactorias. El objetivo de la igualdad de género reconoce que los varones y las mujeres a menudo tienen diferentes necesidades y prioridades, enfrentan diferentes limitaciones y tienen distintas aspiraciones. Sobre todo, la ausencia de igualdad de género significa una gran pérdida de potencial humano y tiene costos tanto para varones como para mujeres y también para el desarrollo de los países en el largo plazo.

Hoy está claro que el progreso hacia la igualdad de género en la mayor parte del mundo es considerablemente menor que el esperado (UNICEF, 2020). El mundo globalizado de hoy exacerba los efectos de la discriminación en las mujeres (Seguino & Braunstein, 2019). Se podría pensar que liberar a las mujeres de tareas que les llevan mucho tiempo dentro del ámbito doméstico les da la libertad de encontrar otras –quizás mejores– fuentes de ingresos. Sin embargo, una mayoría de los trabajos mejor pagados que involucran nuevas tecnologías van a los varones y también es sabido que es menos probable que los ingresos masculinos se gasten en la familia. De hecho, los estudios que analizan cómo invierten varones y mujeres sus ingresos muestran que las mujeres invierten más de sus salarios en educación y cuidados para sus hijos; en tanto, los varones suelen invertir más sus ingresos en necesidades individuales (Elborgh-Woytek et al., 2013).

Retrato de familia – Yasser Abu Hamed

Enfoques sobre la mujer, el género y el desarrollo

El género y el desarrollo se han convertido, en el transcurso de las últimas décadas, en un campo fermental de investigación y práctica. Lo más interesante es que, de la mano de estos debates sobre alcanzar el desarrollo, el «género» ha ganado un rol preponderante dentro del discurso del desarrollo general. Se ha institucionalizado de muchas maneras: en puestos de asesoramiento, en agencias donantes y agencias no gubernamentales, en cursos de posgrado en universidades, en programas de capacitación para el desarrollo y en agencias nacionales de mujeres. Diversos grupos feministas, que responden a muy distintas corrientes teóricas, han creado un cuerpo de investigación académica e iniciado muchos cambios dentro de las instituciones de desarrollo.

Sin embargo, el enfoque de género en las políticas de desarrollo vino primero de las principales agencias de ayuda nacionales e internacionales; y los gobiernos de los países receptores de esas ayudas, rápidamente aprendieron que necesitaban incorporar aspectos de género en sus solicitudes de asistencia. Así, al principio, fue desde los países desarrollados que se impuso en gran medida la agenda. Pero, en tanto que las organizaciones no gubernamentales (ONG) comenzaron a desempeñar un papel cada vez más importante en la entrega de ayuda en los países no desarrollados, en vías de desarrollo, subdesarrollados o el llamado tercer mundo, sus políticas de género comenzaron a influir en la acción local.

La construcción de una agenda que discute el vínculo entre género y desarrollo se ha nutrido de distintos enfoques, principalmente desde la década de 1970, por lo que resulta oportuno hacer un breve recorrido por los principales aportes hasta la actualidad.

El enfoque de bienestar

Hasta principios de la década de 1970, las políticas de desarrollo se dirigían a las mujeres solo en el contexto de sus roles como esposas y madres, con un enfoque en la salud de la madre y el niño y en la reducción de la fertilidad (Momsen, 2010). Se suponía que los beneficios de las estrategias macroeconómicas para el crecimiento llegarían automáticamente a los pobres, y que las mujeres pobres se beneficiarían a medida que mejorara la posición económica de sus esposos. Boserup (1970) cuestionó estos supuestos, demostrando que las mujeres no siempre se beneficiaban a medida que aumentaban los ingresos del jefe de familia y que las mujeres, al estar cada vez más con lo atrasado y tradicional, estaban perdiendo posición en esta discusión sobre los cambios necesarios para alcanzar el desarrollo.

El enfoque de las mujeres en el desarrollo (WID por sus siglas en inglés)

El surgimiento del movimiento de mujeres en Europa Occidental y América del Norte, el Año Internacional de la Mujer de 1975 de la ONU y el Decenio Internacional de la Mujer (1976–85) llevaron al establecimiento de ministerios de la mujer en muchos países y a la institucionalización de la Mujer en el Desarrollo (WID) como parte de las políticas en gobiernos, agencias donantes y ONG. El objetivo de WID era integrar a las mujeres en el desarrollo económico enfocándose en proyectos de generación de ingresos para mujeres (Momsen, 2010). Este enfoque de lucha contra la pobreza fracasó, ya que la mayoría de sus proyectos para generación de ingresos tuvieron escaso éxito, en general porque se establecieron sobre la base de la creencia de que las mujeres del Sur tenían tiempo libre disponible para emprender estos proyectos. En definitiva, lo que hizo fue dejar a las mujeres fuera de la corriente principal del desarrollo, concentrándolas en emprendimientos marginales de la economía principal. Con esto no se alcanzó a entender el impacto de integrar a las mujeres como parte de las políticas para el desarrollo, lejos de ubicarlas en paquetes de ayuda para sectores específicos de la economía. En la década de 1980, los defensores de WID pasaron de exponer los efectos negativos del desarrollo en las mujeres a mostrar que los esfuerzos de desarrollo se estaban perdiendo al ignorar la contribución real o potencial de las mujeres.

El enfoque del género y desarrollo (GAD por sus siglas en inglés)

 Este enfoque se originó en la crítica desde la academia, a partir de mediados de la década de 1970 en el Reino Unido. Se basaba en el concepto de género (las ideas socialmente adquiridas de masculinidad y feminidad) y las relaciones de género (el patrón socialmente construido de relaciones entre varones y mujeres) y buscaba analizar cómo el desarrollo reestructura estas relaciones de poder. Se basaba, además, en la importancia de la participación activa de las mujeres en la vida política, entendiendo que las propias mujeres debían ser el agente principal de cambio. Desde este enfoque se critica a la agenda WID, de mujeres en el desarrollo, por tratar a éstas como una categoría homogénea y enfatizan la importante influencia de las diferencias de clase, edad, estado civil, religión y etnia o raza en los resultados del desarrollo. Los seguidores de esta corriente distinguieron entre necesidades de género «prácticas», es decir, elementos que mejorarían la vida de las mujeres dentro de sus roles existentes, y las necesidades de género «estratégicas», las cuales buscarían aumentar la capacidad de las mujeres para asumir nuevos roles y empoderarlos (Molyneux, 1985; Moser, 1993).

El enfoque de las mujeres y desarrollo (WAD por sus siglas en inglés)

En la Conferencia Mundial de ONU Mujeres de 1975 en la Ciudad de México, muchas mujeres del Sur rechazaron los enfoques feministas de mujeres predominantemente blancas del Norte, dirigidos a la igualdad de género, argumentando que ese modelo de desarrollo no tenía la perspectiva de los países en desarrollo. Entendían que superar la pobreza y los efectos del colonialismo eran más importantes que la igualdad. De este movimiento surge el interés por construir una agenda de temas que ponga de manifiesto la opinión de los países en desarrollo (Benería & Sen, 1983; Sen & Grown, 1987)

El enfoque de eficiencia

La estrategia de este enfoque fue argumentar que el análisis de género debía tener un sentido económico. Se planteaba que comprender los roles y responsabilidades de varones y mujeres como parte de una planificación económica sería eficiente para el desarrollo en la medida que estuviera integrando las capacidades de todos los recursos presentes en la sociedad. En definitiva, para este enfoque la desigualdad es ineficiente ya que no aprovecha todas las capacidades presentes en la sociedad. El enfoque de eficiencia fue criticado por centrarse en lo que las mujeres podían hacer para el desarrollo en lugar de en lo que el desarrollo podía hacer por las mujeres (Chant & Sweetman, 2012).

El enfoque de empoderamiento

En la década de 1980, el empoderamiento fue considerado “un arma para los débiles”. Sin embargo, el empoderamiento tiene muchos significados y para mediados de la década de 1990 algunas agencias de desarrollo convencionales habían comenzado a adoptar el término como un medio para mejorar la eficiencia y la productividad sin cambiar el problema de base. La literatura sobre desarrollo alternativo, por otro lado, busca el empoderamiento como un método de transformación social con el objetivo explícito de lograr la igualdad de género. Se ve el empoderamiento como un amplio proceso de desarrollo que permite a las personas ganar confianza y autoestima, lo que permite que tanto varones como mujeres participen activamente en la toma de decisiones de desarrollo (Sen, 1998).

El enfoque de las capacidades

Acompañando los debates más conocidos sobre los estudios del desarrollo, el enfoque de las capacidades gana terreno de la mano de los estudios de Amartya Sen (1999) y Martha Nussbaum (2012), como algunos de sus principales exponentes. Este enfoque discute al previamente mencionado enfoque del bienestar por considerar que los logros obtenidos por el jefe el hogar (en general un varón) no se trasladan en forma automática al resto del hogar y, en particular, nada garantiza que esto mejore las condiciones de vida de las mujeres y sus avances en materia de equidad. La necesidad de actuar en la búsqueda de equidad ha promovido el surgimiento de políticas de “acción positiva” que buscan direccionar acciones para corregir la discriminación en forma específica (Drèze & Sen, 1990).

Integración de la igualdad de género

El término «integración de la perspectiva de género» entró en uso generalizado con la adopción de la Plataforma de Acción en la Cuarta Conferencia Mundial sobre mujeres de la ONU celebrada en Beijing en 1995. Los 189 gobiernos representados en Beijing afirmaron unánimemente que el avance de las mujeres y el logro de la igualdad con los varones son cuestiones de derechos humanos fundamentales y, por lo tanto, un requisito previo para la justicia social. La integración de la perspectiva de género a partir de allí intentaría combinar las fortalezas de los enfoques de eficiencia y empoderamiento con el contexto del desarrollo general. La integración de la igualdad de género trata de asegurar que las preocupaciones y las experiencias de las mujeres, así como las de los varones, sean parte integral del diseño, implementación, monitoreo y evaluación de todos los proyectos para que la desigualdad de género no se perpetúe (Sweetman, 2015). Intenta superar el problema común de «evaporación de políticas» ya que la implementación y el impacto de los proyectos de desarrollo al final no terminaban reflejando los compromisos de las políticas por perspectiva de género. También ayuda a superar los problemas de reacción masculina contra las mujeres, cuando se focaliza en proyectos sólo para mujeres y éstos resultan exitosos.

Las miradas críticas a las corrientes principales

A estas miradas de género, que se inscriben dentro de las corrientes principales o mainstream dentro de los estudios del desarrollo, aparecen miradas críticas que vale la pena mencionar. Dentro de ellas se destaca aquí el enfoque poscolonial, el cual  introduce la pertinencia de deconstruir los discursos hegemónicos de los países centrales y desarrollados, ya que suelen ser universalistas y olvidan las particularidades culturales y otras representaciones sociales y comunitarias que no forman parte de los países centrales. Para contrarrestar las “narrativas del Norte” los enfoques poscoloniales pretenden visibilizar las diversidades de las poblaciones marginales en este mundo global. Las feministas poscoloniales introducen en el debate la complejidad de las relaciones de género, raza, clase y las dinámicas de poder que persisten luego de la descolonización formal (Radcliffe, 2015).

A  modo de cierre

Este breve recorrido sobre los principales debates vigentes en el estudio de la vinculación entre el género y desarrollo, puede pensarse ajeno a los enfoques de la historia económica. Sin embargo, cobran una particular relevancia si se elige mirarlos desde una preocupación ampliamente compartida por los investigadores de esta disciplina, como es el tratar de comprender las particularidades en los procesos de desarrollo de los países y capturar cuáles son los aspectos comunes existentes entre experiencias nacionales, regionales y globales. 

Desde esa perspectiva, las desigualdades de género han ido cobrando vigor en la agenda de investigación, en buena medida por haberse hecho visible el hecho de que las asimetrías que generan son uno de los puntos medulares para comprender el rezago relativo de los países y también por ser uno de los aspectos más difíciles de superar.

La equidad de género no debe ser entendida como un objetivo más, entre una gran cantidad de metas a alcanzar por las sociedades; por el contrario, poco a poco se está convirtiendo en uno de los aspectos centrales que atraviesa todos los temas que involucran el desarrollo en perspectiva histórica y, sobre todo, en su proyección futura.

Una próxima entrada a este blog presentará nueva evidencia sobre las repercusiones que estas asimetrías han tenido en el desarrollo del Cono Sur y buscará dar una explicación a estos resultados, utilizando este instrumental teórico que se acaba de exponer.


Bibliografía

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Estandarización de las estadísticas de comercio exterior durante la Primera Globalización

Marc Badia Miró (Universitat de Barcelona)

Anna Carreras Marín (Universitat de Barcelona)

Agustina Rayes (CONICET, Universidad Nacional de San Martín)

El potencial que ofrecen las nuevas tecnologías a la hora de digitalizar y analizar los datos de las estadísticas históricas de comercio exterior es enorme. América Latina, con estadísticas de comercio exterior razonablemente fiables desde mediados del siglo XIX, puede ver mejorada la comprensión de uno de los sectores más dinámicos de su economía y profundizar en el estudio de lo que sucedió durante la Primera Globalización, en el momento de su inserción en la economía global. Para una correcta comprensión del comercio exterior, es básico avanzar en dos elementos previos al análisis en sí de las grandes tendencias: el estudio de la fiabilidad de las estadísticas de comercio exterior y la estandarización de las estadísticas para su comparabilidad temporal y geográfica (véase aquí y aquí). [1]


Vista aérea del Puerto de Montevideo y la Ciudad Vieja

Fuente: Centro de Fotografía de Montevideo (CdF) [0102FMHE].

Trabajos como los de Cárdenas, Ocampo y Thorp (2003), Bértola y Ocampo (2013) y Kuntz-Ficker (2017) resaltan la falta de diversificación y concentración en la mayoría de las canastas exportadoras durante la Primera Globalización, como un rasgo característico de la economía latinoamericana y que, en algunos casos, se ha convertido en un freno para el desarrollo posterior de las exportaciones y de la industria. De hecho, Bulmer-Thomas (2003) destaca que sólo aquellos países con una estructura más diversificada (nuevos mercados y productos), mostraron un mayor dinamismo económico. La mayor parte del análisis de la concentración y la diversificación de las exportaciones se ha basado en los valores de las exportaciones. Sin embargo, Melitz y Redding (2014) plantean, de manera complementaria a las valoraciones, la importancia que tiene conocer el número de productos y el número de mercados, lo que permite matizar el grado real de diversificación de las exportaciones. Es lo que conocemos como análisis de los márgenes extensivos del comercio, los cuales permiten comprender mejor los vínculos entre comercio, productividad y crecimiento. Para su cálculo, se identifican los países en las categorías más homogéneas posibles a lo largo del tiempo, y el nivel de agregación de los ítems en los que se clasifican los productos.

Nuestro aporte (véase aquí) demuestra la sensibilidad que tienen los resultados obtenidos en función del nivel de agregación de productos. Es por ello que proponemos una forma complementaria de medir la diversificación de las exportaciones (variable relevante a la hora de comprender el comportamiento de las exportaciones en el medio y largo plazo), a partir del número relativo de bienes y de socios comerciales. Para ello, tenemos dos opciones. La primera es basarse en el número de artículos registrados originalmente en las fuentes oficiales. La segunda, homogeneizar y estandarizar los datos originales. Siguiendo a Hungerland y Altmeppen (2021) optamos por homogeneizar los datos originales de comercio exterior, considerando distintos niveles de agregación para varios países de América Latina (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica y Uruguay), antes de la Primera Guerra Mundial, siguiendo la clasificación “Standard International Trade Classification” (SITC revisión 2), que nos permite obtener una agregación parecida a la utilizada por COMTRADE a partir de 1960. Pese a que optemos por esta aproximación como la más adecuada, también hay que indicar que esta clasificación tiene un número de partidas de bienes industriales mayor que el de bienes primarios, es decir, que genera determinados sesgos que hemos de tener en cuenta a la hora de interpretar los resultados.

Iniciativas de homogenización de estadísticas de comercio exterior

Numerosas iniciativas intentaron, desde el siglo XIX, homogeneizar y normalizar los datos de las Estadísticas Oficiales de Comercio Exterior. El primer congreso internacional se celebró en Bruselas en 1853, y se elaboró una clasificación estadística internacional para las mercancías, que incluía 185 artículos. Posteriormente, en el marco de la recién fundada Sociedad de Naciones, en 1931, se adoptó la Nomenclatura de Ginebra, que comprendía 991 partidas desagregadas a cuatro dígitos. En 1952, la Nomenclatura Arancelaria de Bruselas (BTN) clasificó 1.097 productos, agrupándolos en función de la naturaleza de sus materias primas, siguiendo así la tradición de la nomenclatura arancelaria de América Latina desde 1910. Por su parte, el Consejo Económico y Social de la ONU instó a sus miembros a adoptar la “Standard International Trade Classification” (SITC), elaborada en 1950 y basada en la Lista Mínima de Productos Básicos para las Estadísticas del Comercio Internacional de la Sociedad de Naciones (publicada en 1937).

La SITC ha sido revisada en varias ocasiones y en ella, los productos básicos se clasifican, a diferencia de la BTN, por fase de fabricación y por origen industrial (materias primas). Como en cualquier proceso de clasificación, la SITC no ha estado exenta de polémica. Elaborada esencialmente por países europeos, los Estados Unidos y Canadá se opusieron a su adopción por considerar que no reflejaba la composición de su comercio. Esto explica, en parte, por qué la SITC coexiste hoy con el ”Harmonized Commodity Description and Coding System (HS)”, que entró en vigor en 1988.

Hoy en día, el paso otra vez hacia una clasificación basada en la naturaleza de los materiales utilizados en vez de en la fase de transformación de los productos es uno de los retos existentes para las investigaciones sobre energía y medio ambiente.

Índice de concentración comercial en América Latina

Para normalizar las partidas originales incluidas en las estadísticas oficiales, consideramos la agregación a 4 dígitos de la SITC-Rev. 2 (N=784), por adaptarse mejor a las características históricas de los datos. La Tabla 1 muestra los resultados obtenidos para nuestra muestra de países, más Italia, España y Noruega, lo que permite una comparación de las economías latinoamericanas con tres países de la periferia europea. La homogeneización en el caso de España y Noruega es un trabajo propio, mientras que las estadísticas de Italia están disponibles normalizadas.

Vista de la Aduana de Puerto Madero, Buenos Aires

Fuente:  Colección Cuarterolo.

La homogeneización y normalización de los datos comerciales reduce el número de productos originalmente registrados en las estadísticas oficiales, desde el 19% en el caso de Brasil hasta el 51% en el de Uruguay. Estas reducciones distan mucho de ser insignificantes, pero pueden ser explicadas. Cuando los valores totales exportados son bajos, resulta relativamente sencillo para el personal de aduanas registrar cada producto con un alto nivel de desagregación y detalle. Sin embargo, a medida que aumenta el volumen del comercio y mejoran los conocimientos burocráticos, se hace necesario agrupar los artículos en distintas categorías. Esto hace que los registros estadísticos sean más legibles y fáciles de interpretar. Por ejemplo, en el caso de Argentina, en 1910 los datos comerciales estaban considerablemente mejor organizados que en 1880 (Rayes, 2016). Una segunda explicación para la reducción del número de bienes en las estadísticas latinoamericanas puede ser que el sistema de clasificación esté sesgado en favor de los países industriales desarrollados (de hecho, las manufacturas están muy desagregadas generando un mayor número de bienes exportados), mientras que la diversidad de los recursos naturales de América Latina se pasa por alto. Por ejemplo, a principios del siglo XX, Argentina identificaba 26 tipos diferentes de cueros y pieles, mientras que la SITC sólo reconocía seis productos equivalentes a 5 dígitos y cinco a 4 dígitos. Los países europeos periféricos incluidos en la muestra, que no estaban a la vanguardia del desarrollo industrial antes de la Primera Guerra Mundial, también sufren una contracción en el número de bienes exportados tras el proceso de normalización.

Tabla 1. Diversificación por productos a nivel de cuatro dígitos (SITC–Rev. 2), 1910-1913

Fuente: elaboración propia a partir de Badia-Miró, Carreras-Marín y Rayes (2023).

La última columna de la Tabla 1 muestra nuestra medida de diversificación (ID) que se obtiene en términos relativos en función del número total de productos posibles existentes (ni/N). Si consideramos ese indicador, Argentina no es el país más diversificado de la muestra, y Uruguay, México, y Chile parecen exportar una gama más amplia de productos. Las exportaciones de Colombia también parecen más diversificadas, pero como sus datos corresponden a 1916, este resultado no es directamente comparable. En general, nuestra muestra nos permite afirmar que Argentina no fue un caso único dentro de la región latinoamericana y que América Latina en su conjunto se comportó de forma bastante diferente a Italia y España, aunque de forma muy similar a Noruega (exportador de materias primas en esta época).

El mismo tipo de medida de la diversificación, en función de las posibilidades existentes, se ha aplicado para el número de destinos geográficos de las exportaciones latinoamericanas, mostrando que la diversificación de producto y la de destino no siempre van de la mano. Estos resultados nos permiten concluir que la alta concentración del comercio de las exportaciones en unos pocos bienes y mercados es una simplificación del modelo de crecimiento basado en las exportaciones y de sus implicaciones para la industrialización de la región.

Apuntes finales

Sin modificar las grandes líneas de interpretación presentadas en trabajos anteriores, estos nuevos resultados nos permiten introducir una serie de matices. En primer lugar, los países de la región no necesariamente presentan el mismo patrón de concentración en su canasta exportadora que en la distribución geográfica de su comercio exterior. En segundo lugar, tal y como se observa en la Tabla 1, la diversificación de Argentina no fue un proceso tan singular como tradicionalmente se ha subrayado, al menos en términos relativos a partir del número de productos exportados medidos con categorías estandarizadas. En tercer lugar, los menores niveles de diversificación parecen estar fuertemente vinculados con la especialización en la exportación de primeras materias, tal como sugiere la comparación con Noruega.  Queda fuera del campo del trabajo el dilucidar si esto último es un sesgo estadístico de los criterios de estandarización aplicados o un problema asociado a la naturaleza de los bienes exportados.


[1] Esta entrada de Blog recoge los principales resultados y conclusiones del artículo: Badia-Miró, M.; Carreras-Marín, A.; Rayes, A. (2023). “Latin American exports during the first globalization: How statistical aggregation and standardization affect our understanding of trade”. Historical Methods: A journal of Quantitative and Interdisciplinary History, 56 (2), pp. 97-114. Quiero agradecer los comentarios de Henry Willebald.

Referencias

Badia-Miró, Marc, Anna Carreras-Marín, y Agustina Rayes. 2023. «Latin American Exports during the First Globalization: How Statistical Aggregation and Standardization Affect Our Understanding of Trade». Historical Methods: A Journal of Quantitative and Interdisciplinary History 56 (2): 97-114.

Bértola, Luís, y José Antonio Ocampo. 2013. El desarrollo económico de América Latina desde la Independencia. México D.F., México: Fondo de Cultura Económica.

Bulmer-Thomas, Victor. 2003. The Economic History of Latin America since independence. Cambrige, UK: Cambrige University Press.

Cardenas, Enrique, José Antonio Ocampo, y Rosemary Thorp. 2003. «Introduction». En La era de las exportaciones latinoamericanas. De finles del siglo XIX a principios del XX, editado por Enrique Cardenas, José Antonio Ocampo, y Rosemary Thorp, 9-53. Lecturas. México D.F., México: Fondo de Cultura Económica.

Hungerland, Wolf-Fabian, y Christoph Altmeppen. 2021. «What Is a Product Anyway? Applying the Standard International Trade Classification (SITC) to Historical Data». Historical Methods: A Journal of Quantitative and Interdisciplinary History 54 (2): 65-79.

Kuntz-Ficker, Sandra. 2017. The First Export Era Revisited. Reassessing its Contribution to Latin American Economies. Palgrave Studies in Economic History. Palgrave Macmillan.

Melitz, Marc J., y Stephen J. Redding. 2014. «Heterogeneous Firms and Trade». En Handbook of International Economics, editado por Gita Gopinath, Elhanan Helpman, y Kenneth Rogoff, 4:1-54. Amsterdam, Holand: Elsevier.

Rayes, Agustina. 2016. «La construcción de las estadísticas oficiales argentinas de exportación, c. 1880 – 1930». Estudios Sociales del Estado 2 (4): 96-120.


Los inicios de la globalización moderna de la banca latinoamericana

Sebastián Alvarez

Sebastián Alvarez es profesor asistente en la Universidad Adolfo Ibáñez e investigador asociado de la Facultad de Historia de la Universidad de Oxford y del Graduate Institute de Ginebra. Es Doctor en Historia Económica y Social por la Universidad de Ginebra, Magister en Economía por la Universidad de Paris 1 – Panthéon Sorbonne y Licenciado en Economía por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Sus áreas de interés son la historia bancaria, las crisis financieras, los regímenes monetarios y la política económica.


RESUMEN. Los grandes bancos del mundo desarrollado son actores centrales de los mercados de capitales internacionales y los flujos financieros globales.  ¿Cuáles son los orígenes de la globalización bancaria moderna? ¿Cómo se dieron estos procesos en la periferia? En esta entrada al Blog reflexionamos sobre los orígenes de la globalización financiera en América latina en base a los resultados del artículo “Latin American Banks and the Euromarkets: A View on the Process of Early Bank Globalization from the Periphery” publicado próximamente en el Jahrbuch für Wirtschaftsgeschichte / German Economic History Yearbook. El trabajo documenta el nivel y alcance de este proceso en las etapas tempranas de la globalización bancaria moderna de América Latina y abre nuevos interrogantes sobre las razones y la economía política de su evolución posterior.


Fuente: The Banker, Junio de 1979, p. 110

¿Cuándo comenzó la globalización bancaria moderna? ¿Cómo fue este proceso en el mundo en desarrollo y qué consecuencias produjo para los sistemas financieros?  Estas preguntas son aún hoy en día fuente de debates y nuevas investigaciones entre economistas, politólogos e historiadores. En muchos aspectos, la globalización bancaria despegó a comienzos de la década de 1970 con el levantamiento de controles de capitales y liberalización financiera adoptados en una gran cantidad de países.[1] Con la caída de Bretton Woods se reconfiguró el sistema monetario internacional y se inauguró una nueva era de tipos de cambio flexibles que presentaron amenazas para los bancos, pero reforzaron también los movimientos de capitales a escala global que se encontraban ya en fuerte expansión de la mano del desarrollo de los Euromercados y el crecimiento de la plaza financiera de Londres.

La presencia de la banca latinoamericana en los principales centros financieros

La banca comercial fue un actor clave y parte fundamental de estos procesos. Siguiendo con rezago la creciente expansión de las compañías multinacionales en el dinámico escenario económico mundial de la postguerra, el nuevo contexto de apertura financiera abrió puertas previamente cerradas a transacciones internacionales y nuevas oportunidades de negocios en el exterior. El choque petrolero de 1973 y los masivos excedentes comerciales de los países de la OPEP que fueran luego depositados en los Euromercados en Londres (los famosos “petrodólares”) proveyeron recursos que propulsaron aún más la banca internacional y los mercados de créditos globales.[2] Los grandes bancos comerciales de los países desarrollados, sobre todo de Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, estuvieron a la vanguardia y lideraron estos desarrollos financieros, pero los países de la periferia no fueron la excepción y sus bancos y sistemas bancarios también se globalizaron durante este periodo. No obstante, su presencia internacional y su participación en los mercados de capitales globales no ha recibido mucha atención y poco se conoce aún sobre la magnitud y las implicancias de este fenómeno.

En América latina, la región más dinámica y económicamente más pujante del mundo en desarrollo en ese entonces, la banca comercial inició un fuerte proceso de internacionalización en este periodo. El Gráfico 1 muestra la ubicación y el tamaño (medido a partir del número de empleados) de las agencias y sucursales de bancos latinoamericanos en Londres entre 1973 y 1982 (es decir, entre el año del choque petrolero y el estallido de la crisis de la deuda). El gráfico ilustra la expansión y la creciente presencia latinoamericana en la plaza financiera londinense, no sólo en términos del número de bancos y el aumento de su tamaño, sino también por la mayor cantidad de países de dónde provenían. Mientras que sólo 5 bancos de 4 países tenían presencia en Londres en 1973, 28 de 8 países distintos estaban operando en la City londinense hacia 1982. Los bancos brasileños, argentinos y mexicanos, las tres mayores economías de la región, eran los actores más importantes, pero también había presencia bancaria colombiana, chilena, uruguaya, venezolana e, incluso, cubana. Además de sus propias sucursales o agencias, muchos de estos bancos tenían presencia indirecta en Londres a través de participación accionaria en consorcios bancarios junto con otros bancos europeos o de la región.

Gráfico 1. Evolución de las oficinas bancarias latinoamericanas en Londres entre 1973 y 1982

Fuente: “Foreign Banks in London,” The Banker (varios números).

Como capital de los Euromercados, Londres fue un destino importante para los bancos comerciales latinoamericanos pero su verdadero centro de atracción estuvo en Estados Unidos. Nueva York, histórica rival financiera de la City, también vivió un fuerte desarrollo como centro bancario internacional en esta época y para América Latina representaba un destino primordial. El Gráfico 2 ilustra la fuerte (y relativamente mayor) presencia de la banca latinoamericana en Manhattan en 1982 (con respecto a Londres). Por un lado, todos los bancos latinoamericanos con oficinas en Londres estaban también presentes en Nueva York, y por lo general con agencias de mayor tamaño. Por otro lado, muchas otras instituciones bancarias de la región operaban en Nueva York y no en Londres. En 1982, un total de 37 bancos de 10 países latinoamericanos diferentes tenían agencias o sucursales en Manhattan (y empleaban más de 1200 personas), las cuales estaban principalmente concentradas en Midtown y, en menor medida, en el Distrito Financiero en downtown.  Aparte de Nueva York, muchos de estos bancos tenían también agencias en centros financieros regionales, sobre todo en San Francisco, Los Ángeles y Miami, así como oficinas de representación en muchas otras ciudades.

Gráfico 2. Oficinas bancarias latinoamericanas en la ciudad de Nueva York en 1982

Fuente: “Foreign Banks in New York,” The Banker (varios números).

Aunque en menor medida, la internacionalización de la banca latinoamericana también significó su llegada a los centros financieros del Caribe. Las finanzas offshore y los paraísos fiscales de Asia y Centroamérica pulularon y vivieron una gran expansión en los años 1970s, y como tales atrajeron también una cantidad creciente y variada de bancos extranjeros.[3] En materia offshore, los centros del Caribe eran la opción lógicamente más privilegiada y los grandes bancos internacionales de América Latina, principalmente los brasileños, argentinos y mexicanos, abrieron oficinas en las Islas Caimanes, las Bahamas y Panamá. El centro financiero panameño, uno de los más importantes del Caribe, fue de especial importancia sobre todo para la banca colombiana, para la cual representó su principal plataforma de operaciones internacionales. El Gráfico 3 muestra la presencia y participación de los bancos latinoamericanos en la plaza financiera panameña en 1982. 8 de los 12 bancos latinoamericanos eran colombianos y estos representaban, en conjunto, aproximadamente el 55 por ciento de los activos totales de los bancos latinoamericanos. Algunos bancos colombianos se encontraban incluso entre los mayores de los cientos de bancos extranjeros que operaban en Panamá.  

Gráfico 3. Bancos latinoamericanos en Panamá en 1982

Fuente: Datos de Caballero-Argáez y Avella Gómez (1986).

¿Para qué tener presencia en los centros financieros?

Para la banca latinoamericana, la presencia directa en Londres y en Estados Unidos ofrecía una puerta de entrada a los Euromercados y al enorme mercado (inter)bancario norteamericano. A través de sus agencias y sucursales en estas plazas financieras, los bancos podían acceder a nuevas fuentes de fondos y captar recursos en el mercado de Eurodólares y en los mercados monetarios estadounidense con los cuales llevar a cabo sus actividades internacionales. Estas incluían, principalmente, la participación en eurocréditos o préstamos sindicados internacionales en asociación con otros bancos, como así también financiamiento para exportaciones e importaciones, entre otros negocios en los países de destino o a nivel internacional.[4] Para las casas matrices, las agencias y sucursales ubicadas en los principales centros financieros mundiales eran el instrumento de acción en los Euromercados y el brazo a través del cual participaron en el proceso de reciclaje de petrodólares y el boom de préstamos internacionales. Mientras que Londres y Estados Unidos ofrecían acceso a dólares genuinos con los cuáles fondear sus actividades internacionales, las agencias y sucursales en los centros offshore del Caribe desempeñaban una función contable y de arbitraje regulatorio entre las distintas plazas.

En términos generales, la internacionalización de la banca y su involucramiento en los Euromercados resultó en mayores niveles de intermediación financiera internacional. El Gráfico 4 representa los activos y pasivos externos (con no residentes) y el ratio obligaciones externas sobre capital para el sistema bancario de siete países de la región a comienzos de los años 1980s. El gráfico muestra que, salvo en el caso de Uruguay, la posición externa del sistema bancario no estaba perfectamente calzada, y que para los países más involucrados en las finanzas internacionales los pasivos externos fueron en general (bastante) superiores a su contraparte activa. Esto significa que las operaciones financieras en el exterior sirvieron como fuente de recursos que se canalizaban domésticamente para financiar residentes, haciendo de la banca internacional un mecanismo para la transmisión de liquidez global al país. No obstante, el nivel de involucramiento y la medida en que los recursos extranjeros se utilizaban para financiar la expansión de los activos domésticos variaban de país a país.

Gráfico 4. Activos y pasivos externos del sistema bancario doméstico a comienzos de los 1980s

Nota: Datos para fines de 1982, pero para Chile es 1980 (1981 y 1982 no son reportados) y  el ratio pasivos externos a capital para Perú es de 1980 (datos sobre capital para 1981 y 1982 no son reportados)

Fuente: IMF’s International Financial Statistics.

Al final, la crisis ¿y después qué?

Los problemas financieros de las economías latinoamericanas a comienzos de la década de 1980, y sobre todo estallido de la crisis de la deuda luego de la moratoria mexicana en agosto de 1982, tuvieron repercusiones importantes para las actividades internacionales de los bancos de la región. Los problemas bancarios, de balanza de pago, y endeudamiento generaron nerviosismo en el sistema financiero internacional y un aumento en la percepción del riesgo de los bancos latinoamericanos, dificultando sus operaciones de fondeo en los mercados interbancarios internacionales. Los bancos mexicanos, pero también algunos brasileños y los argentinos, sufrieron graves problemas de liquidez en sus operaciones externas que comprometieron su posición financiera y solvencia. Los colombianos, por su parte, que sufrieron una gran crisis doméstica, también confrontaron serias dificultadas en sus operaciones en Panamá.[5] Aunque menos estudiado, la situación de otros bancos de la región involucrados en los mercados internacionales, como los bancos venezolanos, chilenos y peruanos, también se vio afectada, aunque la cronología y las razones de sus problemas varían de caso a caso.  Los consorcios bancarios latinoamericanos también sufrieron el impacto de la crisis, entraron en procesos de liquidación para ser finalmente cerrados entre fines de los 1980s y principio de los 1990s.

Independientemente de las dinámicas y particularidades de cada caso, la “década perdida” de los 1980s interrumpió el rápido y vigoroso proceso de expansión bancaria internacional de la década previa. En medio de serios problemas financieros y macroeconómicos, los sistemas bancarios de América Latina atravesaron importantes transformaciones, incluyendo quiebras, fusiones, nacionalizaciones, adquisiciones por bancos extranjeros, reprivatizaciones, que reconfiguraron la estructura de la industria y las dinámicas de internacionalización. Si bien el proceso histórico de la globalización de la banca latinoamericana moderna no ha sido estudiado aún, un cambio importante parece verificarse desde la década de los 1980s. A diferencia de lo sucedidos durante los 1970s, cuando la mayoría de los bancos que lideraban el proceso de internacionalización estaban en manos de actores públicos o privados nacionales, la globalización de la banca latinoamericana a partir de la década de 1990 parece en cambio dominada por una mayor presencia de propiedad extranjera. ¿Cuál es la relación entre la internacionalización bancaria temprana y las crisis financieras de la región en los 1980s? ¿están los cambios en la estructura propiedad y la ‘extranjerización’ de la industria bancaria relacionados con sus pasivos externos y los problemas financieros sufridos durante la década perdida? Estas son preguntas importantes para la historia de la región que requieren aún ser estudiadas.


[1] Véase Battilossi (2000) y Jones (1992).

[2] Véanse Pecchioli (1983) y Bryant (1987).

[3] Véase Higgins (1999) y Francis (1985).

[4] Un estudio más detallado para los casos de México y Brasil, respectivamente, puede encontrarse en Alvarez (2019, 2021).

[5] Véase Caballero Argaez y Avella Gómez (1986)

Referencias

Alvarez, Sebastian. 2019. Mexican Banks and Foreign Finance: From Internationalization to Financial Crisis, 1973-1982. Cham: Palgrave Macmillan.

———. 2021. “International Banking and Financial Fragility: The Role of Regulation in Brazil and Mexico, 1967-1982.” Financial History Review 28(2): 175–024.

Battilossi, Stefano. 2000. “Financial Innovation and the Golden Ages of International Banking: 1890-31 and 1958-81.” Financial History Review 7(02): 141–75.

Bryant, Ralph C. 1987. International Financial Intermediation. Washington D.C: Brookings Institution Press.

Caballero Argaez, Carlos, and Mauricio Avella Gómez. 1986. La Banca Colombiana y La Banca Internacional.

Francis, Carlene Y. 1985. “The Offshore Banking Sector In The Bahamas.” Social and Economic Studies 34(4): 91–110.

Higgins, J. Kevin. 1999. Offshore Financial Services: An Introduction. The Counsellors Ltd.

Jones, Geoffrey, ed. 1992. Multinational and International Banking. Aldershot: Edward Elgar.

Pecchioli, Rinaldo M. 1983. The Internationalisation of Banking: The Policy Issues. Paris: OECD.


Democracia y bancos centrales: algunas reflexiones desde la historia económica

Juan Flores Zendejas

Universidad de Ginebra

Mucho se ha comentado últimamente sobre las contradicciones entre la independencia de los bancos centrales y los regímenes democráticos en los cuales operan. Quienes ven una contradicción entre ambos argumentan que los mandatos de los bancos centrales son por naturaleza decisiones difíciles. Si bien dichos mandatos varían de un país a otro, hoy en día estos incluyen principalmente la estabilidad de precios y la promoción de la actividad económica, siempre con la idea que la política monetaria corresponda con el interés del país (como se explicita en el caso del Banco Nacional Suizo). Pero, ¿cómo se determina cuáles son los intereses del país que deben prevalecer? Es evidente que las decisiones de estas instituciones tienen efectos asimétricos sobre los diferentes grupos de la economía y que van más allá de sus efectos sobre los precios y los tipos de interés.

Es un buen momento para preguntarse hasta qué punto un banco central deba mantenerse al margen del marco democrático de cada país (o de otras uniones monetarias, como en el caso de la Unión Europea). Más aún, también es un buen momento para recordar que los mismos mandatos de los bancos centrales fueron resultado de procesos democráticos. Por tanto, a medida que la sociedad evoluciona, es muy posible que sus preferencias cambien y que surjan reclamos para la modificación de esos mandatos iniciales. De hecho, hoy en día se escuchan voces favorables a que los bancos centrales incluyan en sus mandatos otros aspectos no monetarios, como el combate contra la desigualdad o la lucha contra el cambio climático.

Sanchez Cerro y Edwin W. Kemmerer

Fuente: Wikimedia Commons, the free media repository

Los debates en los tiempos del patrón-oro

¿Como fueron estos debates en el pasado? En primer lugar, es necesario recordar que, en un principio, la mayoría de los bancos centrales que se establecieron entre los siglos XVIII y XIX fueron entidades privadas. Sus funciones básicas eran diversas, incluyendo (y principalmente) la de brindar servicios bancarios al gobierno (como fuente de financiamiento), la de devenir los únicos emisores monetarios y la de garantizar la convertibilidad (en oro, plata, o ambos) de los billetes emitidos. Esto implicaba que los bancos centrales eran responsables de la estabilidad del valor externo de la moneda, con la que evitaran las presiones inflacionarias que habían sido problemáticas en el pasado, especialmente durante periodos con conflictos armados. La convertibilidad implicaba el mantenimiento de una cierta proporción fija de reservas de oro a la oferta monetaria. Más adelante (y existe cierto consenso en la literatura sobre el tema), la adhesión al patrón oro se consideraba positiva para el comercio internacional y la inversión.

Una de las principales preocupaciones era evitar un problema que ahora llamamos dominio fiscal, por lo que los gobiernos tenían que ser excluidos de las decisiones de política monetaria. La mayoría de los bancos centrales tenían un director (gobernador) y un vicedirector (subgobernador) designado por el gobierno. Por otro lado, los accionistas privados designaban a los miembros del consejo de dirección (junta directiva), y negociaban cada decisión considerando las regulaciones vigentes (como la ratio de cobertura), las utilidades, y los intereses públicos y privados. Los bancos centrales tenían, además, límites legales a los volúmenes de préstamo otorgados a las instituciones públicas, entre otras restricciones legales.

Las concesiones otorgadas por los gobiernos a estos bancos centrales debían renovarse cada cierto tiempo, lo que implicaba que, al actuar, los bancos frecuentemente debían considerar la amenaza de no renovación de su concesión, y la existencia de competidores potenciales, disminuyendo así su poder de negociación respecto al gobierno (esto es, su independencia estaba bastante limitada).[1] Aun así, y a primera vista, podemos considerar este período como una experiencia exitosa al menos desde una perspectiva puramente monetaria. En otras palabras, si observamos a los países bajo el patrón oro en 1914, justo antes de la Primera Guerra Mundial, estos constituyen una gran mayoría. Sin embargo, esta perspectiva pasa por alto el hecho de que entre 1870 y hasta 1896, el oro era un bien escaso y costoso, y la mayoría de los países se abstuvieron de adherirse a dicho régimen. Por otro lado, los países bajo el patrón oro también sufrieron una presión deflacionaria persistente, lo que desencadenó una serie de efectos, incluida una influencia contractiva en la economía y también una carga pesada sobre las finanzas públicas (ya que los gobiernos eran deudores relevantes en sus economías).

Es solo después de 1896 cuando se descubrieron grandes cantidades de oro en Sudáfrica, Klondike (América del Norte) y Australia en la década de 1890, lo que llevó a un aumento en la oferta general del metal y, por lo tanto, en la oferta monetaria. Este cambio generó más inflación en los países con patrón oro, pero también permitió a los gobiernos honrar sus deudas. En otras palabras, bajo el llamado patrón oro clásico, la inflación estaba determinada en gran medida por factores externos. Si observamos el movimiento del nivel general de precios en los países bajo el patrón oro, su correlación fue muy alta, en particular si miramos la experiencia europea (Flandreau et al., 2010).

Existe una controversia sobre las razones que permitieron la emergencia de un sistema monetario internacional estable que duró unos 20 años (e incluso más para ciertos países). Aquí hay dos líneas de pensamiento y, como para muchas otras preguntas, la verdad debe estar en algún punto intermedio.  Una línea de pensamiento afirma que la estabilidad de precios y de tipos de cambio solo fue posible debido al limitado sufragio electoral de la época, a la fuerza limitada del sindicalismo y a la escasez de partidos laborales parlamentarios que ayudaron a reducir los conflictos distributivos, lo que implicaba que las recesiones económicas no se contrarrestaron con políticas monetarias anticíclicas de los bancos centrales (aunque véase James y Bloomfield, 1965, para otra perspectiva).[2] Los factores externos que llevaron a la deflación fueron acompañados por un aumento del desempleo. Las deficiencias democráticas de estos países implicaron que grandes sectores de la economía sufrieron estas políticas procíclicas, al no poder alzar la voz e influir en las políticas monetarias de los bancos centrales.

Sin embargo, otra corriente de la literatura argumenta que, a medida que mejoraron los niveles de representación democrática, la inestabilidad monetaria no fue mayor. Por el contrario, observan que solo ciertos países abandonaron ocasionalmente el patrón oro, en particular cuando aumentó la deflación y la carga de la deuda del gobierno se volvió insostenible, independientemente de su nivel democrático. Un gobierno podría dejar de rembolsar su deuda, dejar el patrón oro o ambas cosas. En este sentido, esta evidencia sugiere que la estabilidad monetaria no se trataba realmente de democracia o no, sino de si era compatible con la capacidad fiscal de los estados. Por lo tanto, esto implicaba que lo más importante para el buen funcionamiento monetario de un país eran la independencia del banco central y el mantenimiento de equilibrios fiscales sanos.

Los cambios luego de la Primera Guerra Mundial

La Primera Guerra Mundial se financió en gran medida mediante emisión monetaria, lo que significó que los años posteriores requirieron una severa política deflacionaria por parte de los bancos centrales y austeridad fiscal de parte de los gobiernos. En su momento también hubo un conjunto de conferencias internacionales (en particular una en Bruselas en 1920 y otra en Génova en 1922) en las que se llegó a un consenso donde se suponía que los gobiernos afectados por la crisis económica imperante debían establecer bancos centrales (ahí donde faltaran) e introducir reformas que garantizaran la independencia de estas instituciones. La idea general era tener bancos centrales libres de interferencias políticas para lograr la estabilidad monetaria (Flores Zendejas y Decorzant, 2016).

Más allá de Europa, muchos países carecían de un banco central, y varios de ellos decidieron establecer uno durante esos años. Entender los orígenes de estas instituciones nos obliga, primero, a referirnos a una figura relevante, que fueron los «médicos del dinero». Los Money doctors fueron asesores extranjeros que visitaron países de todo el mundo y brindaron un conjunto de recomendaciones para modernizar sus economías. Dichas recomendaciones podrían incluir una reforma del sistema tributario, cambios en el manejo de la deuda, en el marco regulatorio bancario y, por supuesto, en el sistema monetario, para lo cual se recomendó el establecimiento de un banco central. Estos doctores del dinero estuvieron activos en muchos lugares, incluidos Polonia, Filipinas, China y, por supuesto, muchos países de América Latina: por nombrar, pero las visitas más importantes en la década de 1920 fueron Guatemala, Ecuador, Chile, Colombia y Bolivia (en la década de 1930 siguieron Perú, Argentina, Brasil).

América Latina fue (y sigue siendo) una región con una larga historia de inflación y debilidad monetaria. En ese momento, esta característica podría entenderse directamente por el hecho de que en la mayoría de estos países las élites exportadoras habían privilegiado la existencia de monedas locales que se depreciaban, ya que podían beneficiarse de tener un ingreso en moneda extranjera, mientras enfrentaban costos en moneda local. Sin embargo, en la década de 1920 hubo una demanda general por gran parte de la población para aumentar su poder adquisitivo y, también, una disposición de los gobiernos de América Latina para atraer capital extranjero. Esta alianza e interés común llevó a la estabilización de las monedas latinoamericanas y a la caída de las tasas de inflación. Dos de los más importantes de estos doctores del dinero fueron el profesor Edwin Kemmerer de la Universidad de Princeton y Otto Niemeyer del Banco de Inglaterra. El caso de Kemmerer es particularmente ilustrativo sobre cómo los gobiernos locales reaccionaron a sus recomendaciones.

Kemmerer también promovió la idea de que los bancos centrales debían estar libres de interferencias políticas.[3] Sin embargo, para Kemmerer los gobiernos debían ser accionistas de los nuevos bancos centrales, con un máximo del 50% de su capital pagado (básicamente porque el capital público debería intervenir en las regiones pobres en capital). Las juntas directivas estaban compuestas por 10-12 miembros, alrededor de dos eran designados por el gobierno y el resto debía ser designado por el sector bancario, por el sector comercial, por el sector agrícola, la industria y, en ciertos casos, por los sindicatos. La pregunta que surge es saber por qué era tan importante para Kemmerer y por qué era tan diferente de lo que tenemos hoy.

Una de las principales preocupaciones de Kemmerer (sobre la que discutimos menos estos días) era el hecho de que los bancos centrales debían ser independientes de los intereses de los bancos comerciales. Por lo tanto, las juntas de gobierno de los nuevos bancos centrales incluyeron, además de los representantes del gobierno y de los bancos, a representantes de otros sectores de la economía (agricultura, industria, comercio) y de grupos de interés (particularmente, sindicatos). Esto es, si bien los gobiernos pudieron haber sido cooptados por los intereses de algún sector en particular (lo que podríamos denominar una carencia democrática), este riesgo estuvo limitado en las juntas directivas de estas instituciones por medio de la implicación directa de todas las voces afectadas en las decisiones de política monetaria.

Desgraciadamente, la gran depresión dio al traste con este experimento. En un principio, los bancos centrales reaccionaron con una política monetaria contraccionista apoyada, principalmente, por los banqueros (extranjeros), pero proveyendo la liquidez necesaria para mitigar las crisis bancarias que surgieron. Posteriormente, los bancos centrales se vieron obligados a abandonar el patrón (cambio) oro, a aumentar los préstamos al gobierno, pero también a aumentar el crédito al sector real. Es en este momento cuando los bancos centrales implementaron políticas monetarias heterodoxas, incluyendo el financiamiento y apoyo a nuevos bancos públicos de desarrollo y a otros programas que pretendían beneficiar a la población (sistemas de pensiones, programas contra el desempleo, etc.). En otras palabras, los bancos centrales perdieron su independencia respecto a sus gobiernos, pero también se liberaron de la interferencia del sector financiero.

Ciertamente, estos cambios conllevaron un alza inflacionaria y una devaluación monetaria, pero también contribuyeron a la recuperación económica y a mitigar los efectos de la crisis. Pero esta experiencia nos muestra que la falta de democratización de los bancos centrales fue un problema latente hace cien años, y una manera de resolverlo fue la de dar voz política a los distintos grupos sociales, acotando el peso de las voces dominantes al interior de las mismas instituciones.

[1] Este párrafo y el siguiente tienen como base el artículo de Marc Flandreau, Jacques Le Cacheux y Frédéric Zumer (1998).

[2]. Ver, además, Eichengreen (1992, 1998).

[3] Los siguientes párrafos se basan en Flores Zendejas (2021).


Referencias

Eichengreen, Barry. 1992. Golden Fetters: The Gold Standard and the Great Depression, 1919-1939. NBER Series on Long-Term Factors in Economic Development. New York: Oxford University Press.

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Flandreau, Marc, Juan Flores, Clemens Jobst, and David Khoudour-Casteras. 2010. “Business Cycles, 1870–1914.” In The Cambridge Economic History of Modern Europe: Volume 2: 1870 to the Present, edited by Kevin H. O’Rourke and Stephen Broadberry, 2:84–107. The Cambridge Economic History of Modern Europe. Cambridge: Cambridge University Press. https://doi.org/10.1017/CBO9780511794841.006.

Flores Zendejas, Juan. 2021. “Money Doctors and Latin American Central Banks at the Onset of the Great Depression.” Journal of Latin American Studies 53 (3): 429–63. Flores Zendejas, Juan H., and Yann Decorzant. 2016. “Going Multilateral? Financial Markets’ Access and the League of Nations Loans, 1923–8.” Economic History Review 69 (2): 653–678.

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