Agustina Rayes (CONICET, Universidad Nacional de San Martín)
El potencial que ofrecen las nuevas tecnologías a la hora de digitalizar y analizar los datos de las estadísticas históricas de comercio exterior es enorme. América Latina, con estadísticas de comercio exterior razonablemente fiables desde mediados del siglo XIX, puede ver mejorada la comprensión de uno de los sectores más dinámicos de su economía y profundizar en el estudio de lo que sucedió durante la Primera Globalización, en el momento de su inserción en la economía global. Para una correcta comprensión del comercio exterior, es básico avanzar en dos elementos previos al análisis en sí de las grandes tendencias: el estudio de la fiabilidad de las estadísticas de comercio exterior y la estandarización de las estadísticas para su comparabilidad temporal y geográfica (véase aquí y aquí). [1]
Vista aérea del Puerto de Montevideo y la Ciudad Vieja
Fuente: Centro de Fotografía de Montevideo (CdF) [0102FMHE].
Trabajos como los de Cárdenas, Ocampo y Thorp (2003), Bértola y Ocampo (2013) y Kuntz-Ficker (2017) resaltan la falta de diversificación y concentración en la mayoría de las canastas exportadoras durante la Primera Globalización, como un rasgo característico de la economía latinoamericana y que, en algunos casos, se ha convertido en un freno para el desarrollo posterior de las exportaciones y de la industria. De hecho, Bulmer-Thomas (2003) destaca que sólo aquellos países con una estructura más diversificada (nuevos mercados y productos), mostraron un mayor dinamismo económico. La mayor parte del análisis de la concentración y la diversificación de las exportaciones se ha basado en los valores de las exportaciones. Sin embargo, Melitz y Redding (2014) plantean, de manera complementaria a las valoraciones, la importancia que tiene conocer el número de productos y el número de mercados, lo que permite matizar el grado real de diversificación de las exportaciones. Es lo que conocemos como análisis de los márgenes extensivos del comercio, los cuales permiten comprender mejor los vínculos entre comercio, productividad y crecimiento. Para su cálculo, se identifican los países en las categorías más homogéneas posibles a lo largo del tiempo, y el nivel de agregación de los ítems en los que se clasifican los productos.
Nuestro aporte (véase aquí) demuestra la sensibilidad que tienen los resultados obtenidos en función del nivel de agregación de productos. Es por ello que proponemos una forma complementaria de medir la diversificación de las exportaciones (variable relevante a la hora de comprender el comportamiento de las exportaciones en el medio y largo plazo), a partir del número relativo de bienes y de socios comerciales. Para ello, tenemos dos opciones. La primera es basarse en el número de artículos registrados originalmente en las fuentes oficiales. La segunda, homogeneizar y estandarizar los datos originales. Siguiendo a Hungerland y Altmeppen (2021) optamos por homogeneizar los datos originales de comercio exterior, considerando distintos niveles de agregación para varios países de América Latina (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica y Uruguay), antes de la Primera Guerra Mundial, siguiendo la clasificación “Standard International Trade Classification” (SITC revisión 2), que nos permite obtener una agregación parecida a la utilizada por COMTRADE a partir de 1960. Pese a que optemos por esta aproximación como la más adecuada, también hay que indicar que esta clasificación tiene un número de partidas de bienes industriales mayor que el de bienes primarios, es decir, que genera determinados sesgos que hemos de tener en cuenta a la hora de interpretar los resultados.
Iniciativas de homogenización de estadísticas de comercio exterior
Numerosas iniciativas intentaron, desde el siglo XIX, homogeneizar y normalizar los datos de las Estadísticas Oficiales de Comercio Exterior. El primer congreso internacional se celebró en Bruselas en 1853, y se elaboró una clasificación estadística internacional para las mercancías, que incluía 185 artículos. Posteriormente, en el marco de la recién fundada Sociedad de Naciones, en 1931, se adoptó la Nomenclatura de Ginebra, que comprendía 991 partidas desagregadas a cuatro dígitos. En 1952, la Nomenclatura Arancelaria de Bruselas (BTN) clasificó 1.097 productos, agrupándolos en función de la naturaleza de sus materias primas, siguiendo así la tradición de la nomenclatura arancelaria de América Latina desde 1910. Por su parte, el Consejo Económico y Social de la ONU instó a sus miembros a adoptar la “Standard International Trade Classification” (SITC), elaborada en 1950 y basada en la Lista Mínima de Productos Básicos para las Estadísticas del Comercio Internacional de la Sociedad de Naciones (publicada en 1937).
La SITC ha sido revisada en varias ocasiones y en ella, los productos básicos se clasifican, a diferencia de la BTN, por fase de fabricación y por origen industrial (materias primas). Como en cualquier proceso de clasificación, la SITC no ha estado exenta de polémica. Elaborada esencialmente por países europeos, los Estados Unidos y Canadá se opusieron a su adopción por considerar que no reflejaba la composición de su comercio. Esto explica, en parte, por qué la SITC coexiste hoy con el ”Harmonized Commodity Description and Coding System (HS)”, que entró en vigor en 1988.
Hoy en día, el paso otra vez hacia una clasificación basada en la naturaleza de los materiales utilizados en vez de en la fase de transformación de los productos es uno de los retos existentes para las investigaciones sobre energía y medio ambiente.
Índice de concentración comercial en América Latina
Para normalizar las partidas originales incluidas en las estadísticas oficiales, consideramos la agregación a 4 dígitos de la SITC-Rev. 2 (N=784), por adaptarse mejor a las características históricas de los datos. La Tabla 1 muestra los resultados obtenidos para nuestra muestra de países, más Italia, España y Noruega, lo que permite una comparación de las economías latinoamericanas con tres países de la periferia europea. La homogeneización en el caso de España y Noruega es un trabajo propio, mientras que las estadísticas de Italia están disponibles normalizadas.
Vista de la Aduana de Puerto Madero, Buenos Aires
Fuente: Colección Cuarterolo.
La homogeneización y normalización de los datos comerciales reduce el número de productos originalmente registrados en las estadísticas oficiales, desde el 19% en el caso de Brasil hasta el 51% en el de Uruguay. Estas reducciones distan mucho de ser insignificantes, pero pueden ser explicadas. Cuando los valores totales exportados son bajos, resulta relativamente sencillo para el personal de aduanas registrar cada producto con un alto nivel de desagregación y detalle. Sin embargo, a medida que aumenta el volumen del comercio y mejoran los conocimientos burocráticos, se hace necesario agrupar los artículos en distintas categorías. Esto hace que los registros estadísticos sean más legibles y fáciles de interpretar. Por ejemplo, en el caso de Argentina, en 1910 los datos comerciales estaban considerablemente mejor organizados que en 1880 (Rayes, 2016). Una segunda explicación para la reducción del número de bienes en las estadísticas latinoamericanas puede ser que el sistema de clasificación esté sesgado en favor de los países industriales desarrollados (de hecho, las manufacturas están muy desagregadas generando un mayor número de bienes exportados), mientras que la diversidad de los recursos naturales de América Latina se pasa por alto. Por ejemplo, a principios del siglo XX, Argentina identificaba 26 tipos diferentes de cueros y pieles, mientras que la SITC sólo reconocía seis productos equivalentes a 5 dígitos y cinco a 4 dígitos. Los países europeos periféricos incluidos en la muestra, que no estaban a la vanguardia del desarrollo industrial antes de la Primera Guerra Mundial, también sufren una contracción en el número de bienes exportados tras el proceso de normalización.
Tabla 1. Diversificación por productos a nivel de cuatro dígitos (SITC–Rev. 2), 1910-1913
Fuente: elaboración propia a partir de Badia-Miró, Carreras-Marín y Rayes (2023).
La última columna de la Tabla 1 muestra nuestra medida de diversificación (ID) que se obtiene en términos relativos en función del número total de productos posibles existentes (ni/N). Si consideramos ese indicador, Argentina no es el país más diversificado de la muestra, y Uruguay, México, y Chile parecen exportar una gama más amplia de productos. Las exportaciones de Colombia también parecen más diversificadas, pero como sus datos corresponden a 1916, este resultado no es directamente comparable. En general, nuestra muestra nos permite afirmar que Argentina no fue un caso único dentro de la región latinoamericana y que América Latina en su conjunto se comportó de forma bastante diferente a Italia y España, aunque de forma muy similar a Noruega (exportador de materias primas en esta época).
El mismo tipo de medida de la diversificación, en función de las posibilidades existentes, se ha aplicado para el número de destinos geográficos de las exportaciones latinoamericanas, mostrando que la diversificación de producto y la de destino no siempre van de la mano. Estos resultados nos permiten concluir que la alta concentración del comercio de las exportaciones en unos pocos bienes y mercados es una simplificación del modelo de crecimiento basado en las exportaciones y de sus implicaciones para la industrialización de la región.
Apuntes finales
Sin modificar las grandes líneas de interpretación presentadas en trabajos anteriores, estos nuevos resultados nos permiten introducir una serie de matices. En primer lugar, los países de la región no necesariamente presentan el mismo patrón de concentración en su canasta exportadora que en la distribución geográfica de su comercio exterior. En segundo lugar, tal y como se observa en la Tabla 1, la diversificación de Argentina no fue un proceso tan singular como tradicionalmente se ha subrayado, al menos en términos relativos a partir del número de productos exportados medidos con categorías estandarizadas. En tercer lugar, los menores niveles de diversificación parecen estar fuertemente vinculados con la especialización en la exportación de primeras materias, tal como sugiere la comparación con Noruega. Queda fuera del campo del trabajo el dilucidar si esto último es un sesgo estadístico de los criterios de estandarización aplicados o un problema asociado a la naturaleza de los bienes exportados.
[1] Esta entrada de Blog recoge los principales resultados y conclusiones del artículo: Badia-Miró, M.; Carreras-Marín, A.; Rayes, A. (2023). “Latin American exports during the first globalization: How statistical aggregation and standardization affect our understanding of trade”. Historical Methods: A journal of Quantitative and Interdisciplinary History, 56 (2), pp. 97-114. Quiero agradecer los comentarios de Henry Willebald.
Referencias
Badia-Miró, Marc, Anna Carreras-Marín, y Agustina Rayes. 2023. «Latin American Exports during the First Globalization: How Statistical Aggregation and Standardization Affect Our Understanding of Trade». Historical Methods: A Journal of Quantitative and Interdisciplinary History 56 (2): 97-114.
Bértola, Luís, y José Antonio Ocampo. 2013. El desarrollo económico de América Latina desde la Independencia. México D.F., México: Fondo de Cultura Económica.
Bulmer-Thomas, Victor. 2003. The Economic History of Latin America since independence. Cambrige, UK: Cambrige University Press.
Cardenas, Enrique, José Antonio Ocampo, y Rosemary Thorp. 2003. «Introduction». En La era de las exportaciones latinoamericanas. De finles del siglo XIX a principios del XX, editado por Enrique Cardenas, José Antonio Ocampo, y Rosemary Thorp, 9-53. Lecturas. México D.F., México: Fondo de Cultura Económica.
Hungerland, Wolf-Fabian, y Christoph Altmeppen. 2021. «What Is a Product Anyway? Applying the Standard International Trade Classification (SITC) to Historical Data». Historical Methods: A Journal of Quantitative and Interdisciplinary History 54 (2): 65-79.
Kuntz-Ficker, Sandra. 2017. The First Export Era Revisited. Reassessing its Contribution to Latin American Economies. Palgrave Studies in Economic History. Palgrave Macmillan.
Melitz, Marc J., y Stephen J. Redding. 2014. «Heterogeneous Firms and Trade». En Handbook of International Economics, editado por Gita Gopinath, Elhanan Helpman, y Kenneth Rogoff, 4:1-54. Amsterdam, Holand: Elsevier.
Rayes, Agustina. 2016. «La construcción de las estadísticas oficiales argentinas de exportación, c. 1880 – 1930». Estudios Sociales del Estado 2 (4): 96-120.
Sebastián Alvarez es profesor asistente en la Universidad Adolfo Ibáñez e investigador asociado de la Facultad de Historia de la Universidad de Oxford y del Graduate Institute de Ginebra. Es Doctor en Historia Económica y Social por la Universidad de Ginebra, Magister en Economía por la Universidad de Paris 1 – Panthéon Sorbonne y Licenciado en Economía por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Sus áreas de interés son la historia bancaria, las crisis financieras, los regímenes monetarios y la política económica.
RESUMEN. Los grandes bancos del mundo desarrollado son actores centrales de los mercados de capitales internacionales y los flujos financieros globales. ¿Cuáles son los orígenes de la globalización bancaria moderna? ¿Cómo se dieron estos procesos en la periferia? En esta entrada al Blog reflexionamos sobre los orígenes de la globalización financiera en América latina en base a los resultados del artículo “Latin American Banks and the Euromarkets: A View on the Process of Early Bank Globalization from the Periphery” publicado próximamente en el Jahrbuch für Wirtschaftsgeschichte / German Economic History Yearbook. El trabajo documenta el nivel y alcance de este proceso en las etapas tempranas de la globalización bancaria moderna de América Latina y abre nuevos interrogantes sobre las razones y la economía política de su evolución posterior.
Fuente: The Banker, Junio de 1979, p. 110
¿Cuándo comenzó la globalización bancaria moderna? ¿Cómo fue este proceso en el mundo en desarrollo y qué consecuencias produjo para los sistemas financieros? Estas preguntas son aún hoy en día fuente de debates y nuevas investigaciones entre economistas, politólogos e historiadores. En muchos aspectos, la globalización bancaria despegó a comienzos de la década de 1970 con el levantamiento de controles de capitales y liberalización financiera adoptados en una gran cantidad de países.[1] Con la caída de Bretton Woods se reconfiguró el sistema monetario internacional y se inauguró una nueva era de tipos de cambio flexibles que presentaron amenazas para los bancos, pero reforzaron también los movimientos de capitales a escala global que se encontraban ya en fuerte expansión de la mano del desarrollo de los Euromercados y el crecimiento de la plaza financiera de Londres.
La presencia de la banca latinoamericana en losprincipales centros financieros
La banca comercial fue un actor clave y parte fundamental de estos procesos. Siguiendo con rezago la creciente expansión de las compañías multinacionales en el dinámico escenario económico mundial de la postguerra, el nuevo contexto de apertura financiera abrió puertas previamente cerradas a transacciones internacionales y nuevas oportunidades de negocios en el exterior. El choque petrolero de 1973 y los masivos excedentes comerciales de los países de la OPEP que fueran luego depositados en los Euromercados en Londres (los famosos “petrodólares”) proveyeron recursos que propulsaron aún más la banca internacional y los mercados de créditos globales.[2] Los grandes bancos comerciales de los países desarrollados, sobre todo de Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, estuvieron a la vanguardia y lideraron estos desarrollos financieros, pero los países de la periferia no fueron la excepción y sus bancos y sistemas bancarios también se globalizaron durante este periodo. No obstante, su presencia internacional y su participación en los mercados de capitales globales no ha recibido mucha atención y poco se conoce aún sobre la magnitud y las implicancias de este fenómeno.
En América latina, la región más dinámica y económicamente más pujante del mundo en desarrollo en ese entonces, la banca comercial inició un fuerte proceso de internacionalización en este periodo. El Gráfico 1 muestra la ubicación y el tamaño (medido a partir del número de empleados) de las agencias y sucursales de bancos latinoamericanos en Londres entre 1973 y 1982 (es decir, entre el año del choque petrolero y el estallido de la crisis de la deuda). El gráfico ilustra la expansión y la creciente presencia latinoamericana en la plaza financiera londinense, no sólo en términos del número de bancos y el aumento de su tamaño, sino también por la mayor cantidad de países de dónde provenían. Mientras que sólo 5 bancos de 4 países tenían presencia en Londres en 1973, 28 de 8 países distintos estaban operando en la City londinense hacia 1982. Los bancos brasileños, argentinos y mexicanos, las tres mayores economías de la región, eran los actores más importantes, pero también había presencia bancaria colombiana, chilena, uruguaya, venezolana e, incluso, cubana. Además de sus propias sucursales o agencias, muchos de estos bancos tenían presencia indirecta en Londres a través de participación accionaria en consorcios bancarios junto con otros bancos europeos o de la región.
Gráfico 1. Evolución de las oficinas bancarias latinoamericanas en Londres entre 1973 y 1982
Fuente: “Foreign Banks in London,” The Banker (varios números).
Como capital de los Euromercados, Londres fue un destino importante para los bancos comerciales latinoamericanos pero su verdadero centro de atracción estuvo en Estados Unidos. Nueva York, histórica rival financiera de la City, también vivió un fuerte desarrollo como centro bancario internacional en esta época y para América Latina representaba un destino primordial. El Gráfico 2 ilustra la fuerte (y relativamente mayor) presencia de la banca latinoamericana en Manhattan en 1982 (con respecto a Londres). Por un lado, todos los bancos latinoamericanos con oficinas en Londres estaban también presentes en Nueva York, y por lo general con agencias de mayor tamaño. Por otro lado, muchas otras instituciones bancarias de la región operaban en Nueva York y no en Londres. En 1982, un total de 37 bancos de 10 países latinoamericanos diferentes tenían agencias o sucursales en Manhattan (y empleaban más de 1200 personas), las cuales estaban principalmente concentradas en Midtown y, en menor medida, en el Distrito Financiero en downtown. Aparte de Nueva York, muchos de estos bancos tenían también agencias en centros financieros regionales, sobre todo en San Francisco, Los Ángeles y Miami, así como oficinas de representación en muchas otras ciudades.
Gráfico 2. Oficinas bancarias latinoamericanas en la ciudad de Nueva York en 1982
Fuente: “Foreign Banks in New York,” The Banker (varios números).
Aunque en menor medida, la internacionalización de la banca latinoamericana también significó su llegada a los centros financieros del Caribe. Las finanzas offshore y los paraísos fiscales de Asia y Centroamérica pulularon y vivieron una gran expansión en los años 1970s, y como tales atrajeron también una cantidad creciente y variada de bancos extranjeros.[3] En materia offshore, los centros del Caribe eran la opción lógicamente más privilegiada y los grandes bancos internacionales de América Latina, principalmente los brasileños, argentinos y mexicanos, abrieron oficinas en las Islas Caimanes, las Bahamas y Panamá. El centro financiero panameño, uno de los más importantes del Caribe, fue de especial importancia sobre todo para la banca colombiana, para la cual representó su principal plataforma de operaciones internacionales. El Gráfico 3 muestra la presencia y participación de los bancos latinoamericanos en la plaza financiera panameña en 1982. 8 de los 12 bancos latinoamericanos eran colombianos y estos representaban, en conjunto, aproximadamente el 55 por ciento de los activos totales de los bancos latinoamericanos. Algunos bancos colombianos se encontraban incluso entre los mayores de los cientos de bancos extranjeros que operaban en Panamá.
Gráfico 3. Bancos latinoamericanos en Panamá en 1982
Fuente: Datos de Caballero-Argáez y Avella Gómez (1986).
¿Para qué tener presencia en los centros financieros?
Para la banca latinoamericana, la presencia directa en Londres y en Estados Unidos ofrecía una puerta de entrada a los Euromercados y al enorme mercado (inter)bancario norteamericano. A través de sus agencias y sucursales en estas plazas financieras, los bancos podían acceder a nuevas fuentes de fondos y captar recursos en el mercado de Eurodólares y en los mercados monetarios estadounidense con los cuales llevar a cabo sus actividades internacionales. Estas incluían, principalmente, la participación en eurocréditos o préstamos sindicados internacionales en asociación con otros bancos, como así también financiamiento para exportaciones e importaciones, entre otros negocios en los países de destino o a nivel internacional.[4] Para las casas matrices, las agencias y sucursales ubicadas en los principales centros financieros mundiales eran el instrumento de acción en los Euromercados y el brazo a través del cual participaron en el proceso de reciclaje de petrodólares y el boom de préstamos internacionales. Mientras que Londres y Estados Unidos ofrecían acceso a dólares genuinos con los cuáles fondear sus actividades internacionales, las agencias y sucursales en los centros offshore del Caribe desempeñaban una función contable y de arbitraje regulatorio entre las distintas plazas.
En términos generales, la internacionalización de la banca y su involucramiento en los Euromercados resultó en mayores niveles de intermediación financiera internacional. El Gráfico 4 representa los activos y pasivos externos (con no residentes) y el ratio obligaciones externas sobre capital para el sistema bancario de siete países de la región a comienzos de los años 1980s. El gráfico muestra que, salvo en el caso de Uruguay, la posición externa del sistema bancario no estaba perfectamente calzada, y que para los países más involucrados en las finanzas internacionales los pasivos externos fueron en general (bastante) superiores a su contraparte activa. Esto significa que las operaciones financieras en el exterior sirvieron como fuente de recursos que se canalizaban domésticamente para financiar residentes, haciendo de la banca internacional un mecanismo para la transmisión de liquidez global al país. No obstante, el nivel de involucramiento y la medida en que los recursos extranjeros se utilizaban para financiar la expansión de los activos domésticos variaban de país a país.
Gráfico 4. Activos y pasivos externos del sistema bancario doméstico a comienzos de los 1980s
Nota: Datos para fines de 1982, pero para Chile es 1980 (1981 y 1982 no son reportados) y el ratio pasivos externos a capital para Perú es de 1980 (datos sobre capital para 1981 y 1982 no son reportados)
Fuente: IMF’s International Financial Statistics.
Al final, la crisis ¿y después qué?
Los problemas financieros de las economías latinoamericanas a comienzos de la década de 1980, y sobre todo estallido de la crisis de la deuda luego de la moratoria mexicana en agosto de 1982, tuvieron repercusiones importantes para las actividades internacionales de los bancos de la región. Los problemas bancarios, de balanza de pago, y endeudamiento generaron nerviosismo en el sistema financiero internacional y un aumento en la percepción del riesgo de los bancos latinoamericanos, dificultando sus operaciones de fondeo en los mercados interbancarios internacionales. Los bancos mexicanos, pero también algunos brasileños y los argentinos, sufrieron graves problemas de liquidez en sus operaciones externas que comprometieron su posición financiera y solvencia. Los colombianos, por su parte, que sufrieron una gran crisis doméstica, también confrontaron serias dificultadas en sus operaciones en Panamá.[5] Aunque menos estudiado, la situación de otros bancos de la región involucrados en los mercados internacionales, como los bancos venezolanos, chilenos y peruanos, también se vio afectada, aunque la cronología y las razones de sus problemas varían de caso a caso. Los consorcios bancarios latinoamericanos también sufrieron el impacto de la crisis, entraron en procesos de liquidación para ser finalmente cerrados entre fines de los 1980s y principio de los 1990s.
Independientemente de las dinámicas y particularidades de cada caso, la “década perdida” de los 1980s interrumpió el rápido y vigoroso proceso de expansión bancaria internacional de la década previa. En medio de serios problemas financieros y macroeconómicos, los sistemas bancarios de América Latina atravesaron importantes transformaciones, incluyendo quiebras, fusiones, nacionalizaciones, adquisiciones por bancos extranjeros, reprivatizaciones, que reconfiguraron la estructura de la industria y las dinámicas de internacionalización. Si bien el proceso histórico de la globalización de la banca latinoamericana moderna no ha sido estudiado aún, un cambio importante parece verificarse desde la década de los 1980s. A diferencia de lo sucedidos durante los 1970s, cuando la mayoría de los bancos que lideraban el proceso de internacionalización estaban en manos de actores públicos o privados nacionales, la globalización de la banca latinoamericana a partir de la década de 1990 parece en cambio dominada por una mayor presencia de propiedad extranjera. ¿Cuál es la relación entre la internacionalización bancaria temprana y las crisis financieras de la región en los 1980s? ¿están los cambios en la estructura propiedad y la ‘extranjerización’ de la industria bancaria relacionados con sus pasivos externos y los problemas financieros sufridos durante la década perdida? Estas son preguntas importantes para la historia de la región que requieren aún ser estudiadas.
Alvarez, Sebastian. 2019. Mexican Banks and Foreign Finance: From Internationalization to Financial Crisis, 1973-1982. Cham: Palgrave Macmillan.
———. 2021. “International Banking and Financial Fragility: The Role of Regulation in Brazil and Mexico, 1967-1982.” Financial History Review 28(2): 175–024.
Battilossi, Stefano. 2000. “Financial Innovation and the Golden Ages of International Banking: 1890-31 and 1958-81.” Financial History Review 7(02): 141–75.
Bryant, Ralph C. 1987. International Financial Intermediation. Washington D.C: Brookings Institution Press.
Caballero Argaez, Carlos, and Mauricio Avella Gómez. 1986. La Banca Colombiana y La Banca Internacional.
Francis, Carlene Y. 1985. “The Offshore Banking Sector In The Bahamas.” Social and Economic Studies 34(4): 91–110.
Higgins, J. Kevin. 1999. Offshore Financial Services: An Introduction. The Counsellors Ltd.
Jones, Geoffrey, ed. 1992. Multinational and International Banking. Aldershot: Edward Elgar.
Pecchioli, Rinaldo M. 1983. The Internationalisation of Banking: The Policy Issues. Paris: OECD.
Cecilia T. Lanata-Briones (University of Warwick, CIEPP)
Cecilia T. Lanata-Briones es Profesora Asistente (Assistant Professor) del Departamento de Economía de la Universidad de Warwick e Investigadora Adjunta del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (CIEPP). Licenciada en Economía y Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires (UBA), y Magister y Doctora en Historia Económica por la London School of Economics and Political Science (LSE). Se especializa en historia de las estadísticas económicas latinoamericanas.
En abril de 2022 se publicó Socio-Political Histories of Latin American Statistics, un libro que pone a la socio-historia de la cuantificación latinoamericana en el mapa de la academia anglosajona. El ensayo bibliográfico que escribimos con Claudia Daniel y Andrés Estefane en tanto editores del libro es un componente fundamental de esta puesta en agenda ya que constituye un inventario sobre los trabajos existentes que examinan la socio-historia de las estadísticas latinoamericanas. El ensayo evalúa la contribución que desde finales del siglo XX ha hecho el estudio de América Latina al conocimiento global de la sociología de la cuantificación, así como el papel del razonamiento estadístico en el desarrollo de las representaciones sobre el mundo social y económico latinoamericano. Este inventario hace visible la diversidad temática y metodológica de los estudios sobre la estadística latinoamericana. Para los/as historiadores/as económicos/as que estudian la región (¡y para quienes no la estudian también!), el ensayo es una invitación a reflexionar sobre uno de los inputs más importantes detrás de nuestras investigaciones: las estadísticas.
Algunas ideas fundamentales de la socio-historia de las estadísticas
Pero ¿qué es la socio-historia de las estadísticas o sociología de la cuantificación? A pesar de no constituir un campo de estudio unificado y plenamente establecido (Camargo y Daniel, 2021), la sociología de la cuantificación viene expandiéndose desde las últimas décadas, reunida alrededor del análisis de las formas de concebir y aprehender el mundo a través de los números. Su interés se centra en el proceso por el cual cuestiones antes pensadas en términos cualitativos devienen objetos de cuantificación, y en los factores que influyen y condicionan ese proceso. Nutridos por distintas disciplinas de las ciencias sociales, los estudios de este campo abarcan no sólo los procesos de producción, circulación y apropiación de estadísticas, los indicadores y las representaciones gráficas, sino que principalmente los analizan en relación con los fenómenos sociales y políticos que desencadenan. Una premisa fundamental que rige estos estudios es que la cuantificación –o cualquier aspecto de ella– es un objeto válido de estudio en sí mismo. Las estadísticas no son un mero instrumento de producción de conocimiento ya que ellas no sólo reflejan la realidad, sino que también contribuyen a definirla (Desrosières, 1998).
Varios trabajos de este campo estudian la producción de estadísticas oficiales en su vínculo con las instituciones estatales y la acción pública. Estas investigaciones se focalizan tanto en los números del gobierno como en el gobierno de los números. Para la sociología de la cuantificación, los sistemas estadísticos nacionales deben entenderse y analizarse como fenómenos históricos, políticos y sociales. Las mediciones estructuran percepciones y se convierten en parámetros que guían acciones y decisiones. Asimismo, las estadísticas operan como tecnologías de gobierno ‘a distancia’, ya que habilitan a actuar desde un centro de cálculo sobre los deseos, inclinaciones y acciones de otras personas que están espacialmente distantes y se encuentran organizativamente diferenciadas. Tal es así que permiten orientar, coordinar, hasta incluso moldear, conductas y prácticas, así como influir en la subjetividad. Los números pueden ser pensados como dispositivos que permiten establecer una comunicación entre personas a pesar de las grandes distancias sociales, geográficas y políticas que existen entre ellas. Según Porter (1995), la cuantificación ofrece un lenguaje y una disciplina compartidos que trasciende las diferencias que amenazan proyectos sociales colectivos o en competencia. En situaciones de conflicto o disputas políticas, de opinión experta dividida o de desconfianza, los números ofrecen una forma valiosa de autoridad que Porter caracteriza como objetividad mecánica. La objetividad mecánica supone seguir reglas estandarizadas basadas en el uso de números, generando una confianza en ellos que se ubica por encima de la confianza en las personas.
Socio-historia de las estadísticas latinoamericanas
Si bien, desde un punto de vista estricto, la sociología de la cuantificación tiene una emergencia relativamente reciente en cuanto al estudio de las estadísticas latinoamericanas, no podemos decir que la atención prestada a las estadísticas y a su producción, así como la reflexión sobre su utilidad política, sea del todo una novedad. Es posible encontrar antecedentes de una genuina preocupación por las estadísticas de la región en los años 1960s-1970s como así en la década de 1990, aunque ese interés se expresaba en un registro diferente. Por ello, la mayor parte del ensayo bibliográfico se centra en los trabajos producidos en el siglo XXI. Con fines pragmáticos, el ensayo categoriza al corpus bibliográfico existente en cuatro núcleos temáticos.
El primer núcleo agrupa los trabajos que primordialmente analizan la historia de los aparatos estadísticos y de sus comunidades técnico-burocráticas. Haciéndose eco de la discusión sobre la radicalidad o gradualidad de la independencia y el desmoronamiento del Imperio Español, varios trabajos estudian las líneas de continuidad entre los períodos colonial y republicano, mientras que otros registran la pérdida de saberes entre los dos períodos. La socio-historia de las estadísticas ilumina, a su vez, los inagotables conflictos entre los poderes centrales y locales. También existen enfoques que explican el papel de la estadística en instancias críticas, como la crisis de 1930, sirviendo de puente entre instituciones u ofreciendo un lenguaje para nombrar y medir fenómenos a los que se hacía referencia de manera imprecisa o con definiciones obsoletas. Junto al establecimiento de los aparatos estadísticos nacionales, otro foco de interés de la historiografía son las trayectorias de los/as principales representantes de las estadísticas regionales.
La estadística tuvo un papel crucial en la América Latina poscolonial para imaginar la nación, construirla simbólicamente y justificarla políticamente. Este es nuestro segundo núcleo temático. Los estudios realizados en esta línea analizan los censos nacionales de población en tanto su contribución a la construcción de una determinada imagen de nación haciendo uso del concepto de discurso estadístico como clave interpretativa de la función política que adquieren los censos modernos y su vinculación con la descripción histórica para establecer una genealogía de la nación. Promocionados como verdaderos inventarios de la nación, los censos nacionales de población ayudaron a forjar esa comunidad política imaginada que en la América Latina independiente significó la homogeneización de realidades geográficas y sociales muy heterogéneas. La labor de las elites no solamente se centraba en crear estructuras burocráticas duraderas y en expandir el alcance de la infraestructura del estado. Las elites también se enfrentaron a la tarea de transformar la ficción retórica de ‘la nación’ en un hecho social ampliamente aceptado.
República Argentina. Libreta de Censo, 1869
Fuente: Documentos Escritos. Sala X, Archivo General de la Nación.
El tercer núcleo aglomera las investigaciones que principalmente observan la interacción entre las redes nacionales e internacionales con respecto a la producción y circulación de la investigación estadística y de las estadísticas. Algunos estudios destacan las complejidades del proceso de recepción de normas y convenciones emanadas de los Congresos Internacionales de Estadística. Otros subrayan los márgenes de autonomía con que las estadísticas eran manejadas por los encargados de recolectar datos, y la adecuación de instrumentos y categorías a las realidades locales. Si bien en la mayoría de los casos se trata de puntos específicos dentro de estudios más amplios que de trabajos detallados sobre la circulación y recepción de ideas, estas investigaciones dan cuenta de la conciencia y relevancia que la historiografía latinoamericana otorga a la relación desigual de poder que existe en la producción y circulación del conocimiento estadístico. Se necesita una mayor investigación para determinar el lugar de los estadísticos/as latinoamericanos/as en las diferentes olas de la globalización de las cifras.
Cédula del censo mexicano de 1895
Fuente: INEGI.
Por último, el cuarto núcleo abarca los estudios que primordialmente exploran la historia sociocultural de las estadísticas latinoamericanas rastreando las intersecciones entre las culturas científicas, los instrumentos técnicos y las estadísticas. Durante el siglo XIX, el afán de contar se acrecentó dadas las sucesivas olas epidémicas que azotaron a varios países latinoamericanos. Por ejemplo, los demógrafos sanitarios en Brasil tuvieron un rol clave en la institucionalización de las estadísticas brasileñas. En México, los instrumentos de medición del cuerpo humano fueron fundamentales en los diagnósticos médicos del siglo XIX y en el establecimiento de jerarquías morales entre géneros y razas (Cházaro, 2008). Generalmente, los trabajos sobre Argentina son más proclives a examinar las estadísticas sociolaborales que contribuyeron a delinear los contornos de la llamada ‘cuestión social’. Este núcleo también da cuenta de los estudios de las estadísticas sobre el crimen y las educacionales.
Mortalidad por fiebre amarilla en Río de Janeiro, 1877-1889 y 1890-1903
Fuente: Brasil (1903).
Enseñanzas de la socio-historia de las estadísticas para la historia económica
Como historiadores e historiadoras económicos/as, usamos y generamos estadísticas. Asimismo, hay, a grandes rasgos y no solamente en el estudio de las estadísticas latinoamericanas, una laguna en cuanto al estudio de las estadísticas económicas siguiendo las enseñanzas de la sociología de la cuantificación. Ambas dimensiones abren una puerta interesante para la historia económica de la región, idealmente desde una perspectiva comparativa.
En los últimos años un creciente número de estudios ha examinado las estadísticas económicas latinoamericanas con perspectiva histórica. Estos trabajos son parte del cuarto núcleo analizado en el ensayo bibliográfico de Socio-Political Histories of Latin American Statistics. A través del análisis de las dos primeras estimaciones del índice del costo de la vida argentino, Lanata-Briones (2021) concluye que para que dichos índices se conviertan en artefactos sociales y políticos estables deben tener durante la primera mitad del siglo XX un papel dentro de la economía política; específicamente, debe existir una conexión entre el índice y las relaciones laborales. Lanata-Briones y Daniel (2022) examinan el índice de precios argentino desde su primera estimación, demostrando su origen ambiguo y su historia sinuosa. Lanata-Briones y González Bollo (2017) analizan las estimaciones del ingreso nacional argentino y concluyen que desde mediados de la década de 1930 y durante la década de 1940 se formaron dos grupos de expertos dentro del estado argentino que tenían responsabilidades en el diseño e implementación de planes y políticas económicas. Con base en el uso específico de las estadísticas, Lanata-Briones y González Bollo muestran que cada grupo tenía su propia visión de la economía nacional. Rayes (2013) realiza un estudio sobre la producción de las estadísticas de exportación argentinas durante la primera globalización. Ahumada Nazer, Diaz-Bahamonde y LLorca-Jaña (2022) analizan la trayectoria del balance de pagos elaborado por el banco central chileno y concluyen que en el país andino había consciencia desde muy temprano de que era una estadística relevante y necesaria para dimensionar las dificultades propias del proceso de desarrollo económico. Asimismo, existen muchos trabajos que en este momento son estudios de maestría o doctorado muy avanzados acerca del índice de precios al consumidor brasileño, las primeras estimaciones del índice de costo de vida mexicano y la noción de población económicamente activa utilizando Argentina como estudio de caso.
Representación gráfica de los componentes del primer índice del costo de la vida argentino
Fuente: Bunge (1918).
También existe un puñado de trabajos que estudian las estadísticas económicas producidas en los últimos veinte años. El análisis de la disputa en la que estuvo involucrado el índice de precios al consumidor argentino entre 2007 y 2015 es un caso de estudio paradigmático. Daniel y Lanata-Briones (2019) concluyen que, en dichos años, el índice se convirtió en un objeto de lucha política y no formó parte de en una controversia metodológica. Lury y Gross (2014) analizan la proliferación de índices alternativos de precios al consumidor en Argentina entre 2007 y 2015 y sugieren que configuraciones específicas de conectividad en la infraestructura de cálculo promulgan un espacio de posibilidad para el statactivism, definido como la amplia variedad de prácticas que sitúan a las estadísticas en el centro de la emancipación política, convirtiéndose así en una forma de oposición a los modos neoliberales de ejercicio del poder (Bruno, Didier y Prévieux, 2014). A través del análisis tanto del índice de precios al consumidor argentino entre 2007 y 2015 como de los intentos de reducir las cifras de deuda y déficit brasileños entre 2012 y 2015, Aragão y Linsi (2020) sugieren que los indicadores macroeconómicos son mucho más ambiguos de lo que comúnmente se reconoce.
En tanto usuarios y usuarias de números producidos por otras personas y entidades, me parece fundamental que nos detengamos a comprender los procesos de producción de los datos en sí mismos, las definiciones utilizadas, los objetivos detrás de esos números, especialmente si estamos hablando de cifras oficiales. Mas allá de los índices de precios que hasta el momento parecen ser el indicador más analizado, con el progresivo cuestionamiento que experimenta el producto interno bruto (PIB) (Coyle 2014; Lepenies 2016, entre otros/as) cabría esperar un número creciente de trabajos que examinen en detalle las estadísticas económicas latinoamericanas de los siglos XIX, XX y XXI. Pensemos que el PIB es un indicador concebido para dar cuenta de economías industriales además de industrializadas, bajo el precepto de que desarrollo equivale a industrialización. A pesar de esto, hay intentos de estimar la renta nacional mucho antes de que el PIB se instale como el indicador macroeconómico indiscutido en la segunda mitad del siglo XX. Estudios que examinen estas estadísticas históricas no tendrían necesariamente el fin de dar cuenta cuán precisas son esas estimaciones, sino de entender cómo se concebía la economía nacional. En este sentido, una investigación en curso analiza las primeras estimaciones sobre la renta nacional argentina producidas a fines del siglo XIX y principios del siglo XX y concluye preliminarmente que, a pesar de tener un rol en la economía política, las estimaciones de fortuna colectiva no constituían un artefacto político y social estable dada la inconsistencia en los componentes que la conformaban y el constante socavamiento de esta estadística por parte de su productor (Lanata-Briones 2022b).
Como generadores y generadoras de estadísticas, no sólo es importante explicar cómo producimos nuestros datos, sino también entender que, en muchos casos, estamos aplicando consciente o inconscientemente definiciones muchas veces generadas en la segunda mitad del siglo XX desde países ‘desarrollados’ para medir objetos y fenómenos de otros tiempos y latitudes. Por ello, creo que la metodología de deconstrucción-construcción-reconstrucción de estadísticas (Lanata-Briones 2022a) puede ser útil como punto de encuentro entre la sociología de la cuantificación y la historia económica. En la etapa de deconstrucción se analizan todos los informes estadísticos que la explican de forma tal de comprender cabalmente su metodología, ya que muchas veces no existe una publicación única que explique la metodología utilizada en la elaboración del indicador. En la etapa de construcción se analiza el contexto en que se produjo, los usos, y las características de la estadística para ver si existen contradicciones entre el objetivo de la estadística y su producción. En la etapa de reconstrucción, si durante la etapa de construcción se identificaron contradicciones y/o problemas relevantes en la elaboración de dicha estadística, se elabora una nueva serie o dato ajustando esas contradicciones y/o problemas. En la tercera etapa también se pone al indicador en el contexto más amplio de la historia del mismo al analizar cómo su construcción se compara con la de estadísticas publicadas contemporáneamente en otros países.
La metodología deconstrucción-construcción-reconstrucción de estadísticas es una invitación a entender cabalmente la producción y uso de números públicos, particularmente aquellos que han sido utilizados por la historiografía sin ser cuestionados. Como tal, es un puente entre la sociología de la cuantificación y la historia económica.
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Henry Willebald (Universidad de la República, Uruguay)
RESUMEN. El agro latinoamericano guarda un conjunto de características que, en perspectiva de largo plazo, lo hace muy peculiar. Presenta condiciones que lo posicionan en una típica situación de economía periférica –como el ritmo de expansión de la producción–, pero con crecimientos de la productividad laboral basados tanto en aumentos de la productividad de la tierra como en el de la relación tierra-trabajo (similar a las economías desarrolladas). La enorme variedad climática, de endowments, tipos de producción y evolución político-institucional impide identificar un “patrón agrícola latinoamericano”, mostrando una realidad regional que esconde grandes disparidades. En general, el crecimiento de la productividad laboral desde la segunda mitad del siglo XX hasta la primera década del XXI ha respondido a mejoras en términos de eficiencia y al aumento en el uso de los factores productivos (por unidad de trabajo). En los casi 60 años que cubre la investigación, el crecimiento del output agrícola promedió un estable 3% anual que estuvo apuntalado, hasta los 1980s, por la acumulación de factores y, desde los 1990s, por mejoras sustanciales en la productividad total de factores.
Fuente: shutterstock.com.
Uno de los tantos temas que ha acaparado los análisis recientes sobre las consecuencias del conflicto bélico entre Ucrania y Rusia ha sido sobre seguridad alimentaria, y organizaciones como la OECD, la FAO o la CEPAL se han hecho eco de esa problemática. En general, hay coincidencia en que las condiciones de desarrollo económico se han deteriorado en un proceso global de desaceleración económica, mayor inflación, recuperación lenta y débil de los mercados laborales, incremento de la pobreza y serias limitaciones para asegurar las condiciones alimentarias de buena parte de la población mundial.
Como suele ocurrir antes circunstancias críticas, los historiadores económicos nos vemos desafiados por la realidad, ya sea para contrastar los hechos contemporáneos con el pasado o para evaluar las condiciones que enfrentan las economías en una perspectiva de largo plazo.
Esta es, entonces, una buena oportunidad para repasar los resultados de un proyecto de investigación que comparto con los colegas Miguel Martín-Retortillo (Universidad de Alcalá), Vicente Pinilla (Universidad de Zaragoza) y Jackeline Velazco (Pontificia Universidad Católica del Perú; Universidad de Girona) sobre la evolución de la producción agropecuaria latinoamericana en la segunda mitad del siglo XX. Si bien la cobertura del proyecto no alcanza a nuestros días, su alcance temporal (1950-2008) y lo novedoso del período permiten realizar algunas consideraciones útiles e incorporar a la evolución reciente en una perspectiva de horizonte más amplio.
Algunos apuntes a modo de presentación
Con un grupo de colegas de España y América Latina, durante los últimos 7 años, hemos compartido la inquietud por indagar sobre la evolución del agro latinoamericano desde la segunda mitad del siglo XX hasta la primera década del siglo XXI. Si bien el tema no ha sido ajeno a académicos y analistas del sector agropecuario en la región, una virtud del proyecto es contar con información novedosa derivada de registros sistemáticos de datos (los reportes de la FAO) y realizar un esfuerzo decidido por dotar al análisis cuantitativo de consideraciones históricas.
En lo que sigue, hago un recorrido de las tres publicaciones para indagar qué hemos aprendido para comprender el presente –y el futuro– del agro en la región.
Dada su capacidad productiva y comercial, el sector agropecuario latinoamericano está llamado a jugar un papel fundamental en el abastecimiento de alimentos mundial, a la vez que mejorar la situación de sus agricultores resulta una exigencia ineludible. La región necesita políticas y programas receptivos y eficientes que aumenten la productividad de manera sostenible –económica y ambientalmente– e inclusiva –ciudadana y socialmente. Para lograr este objetivo, los países latinoamericanos han procurado avanzar no sólo en la formulación de políticas sectoriales, sino también en la coordinación de esfuerzos entre las diversas organizaciones que conforman la arquitectura institucional destinada a mejorar el desempeño del sector. Apoyar estas expectativas para el siglo XXI requiere una adecuada revisión e interpretación de los argumentos, experiencias y aprendizajes derivados de la historia agrícola del siglo XX.
La agricultura latinoamericana es heterogénea, reflejando la amplia diversidad de paisajes, climas, suelos y condiciones locales. Sus tierras ofrecen una multiplicidad y diversidad de productos que convierten a la región en uno de los principales proveedores del mundo de cereales, oleaginosos, horticultura, frutas, flores y carnes (ver Figura 1).
Figura 1. Especialización en la exportación de productos agropecuarios en países de América Latina y el Caribe, 2020
Fuente: Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.
No obstante, algunas características comunes ofrecen una clara unidad conceptual a la región (Solbrig, 2006). La primera y más notable es la importancia de la agricultura en las economías de América Latina. Desde la época colonial, la región ha dependido de los cultivos y la ganadería como principales fuentes de producción, empleo, exportaciones y divisas. En segundo lugar, la distribución desigual de la tierra, aspecto conocido bajo el binomio latifundio-minifundio, constituye una característica estructural que ha dado forma al desarrollo agrícola de toda la región. Tercero, la persistencia de un gran sector de pequeños agricultores, pobremente integrados a la economía y produciendo principalmente alimentos básicos para mercados locales. Finalmente, en el sector agroexportador, muy pocos productos (o, en ocasiones, sólo uno) han prevalecido en cada país. Esta dependencia de un pequeño número de commodities de exportación ha expuesto a los países a las contingencias de los mercados externos, fluctuaciones de precios, y ciclos de auge y caída muy marcados.
Sin embargo, a pesar de la importancia de la actividad agropecuaria en la mayor parte de América Latina, el sector no ha sido capaz de incentivar al resto de la economía y crear vínculos dinámicos hacia adelante y hacia atrás en forma sostenida, aspecto especialmente notorio durante el siglo XX. Ello contrasta con lo sucedido en muchas partes del mundo, donde se trató de un período que significó enormes cambios en el sector rural y que lo distinguen de cualquier otro momento de la historia (Federico, 2005).
En efecto, a partir de modalidades de producción muy tradicionales y conservadoras, la agricultura se ha transformado en una empresa basada en el conocimiento y la ciencia. Este proceso ha aumentado la productividad y apoyado la expansión de la producción para mantenerse al día con la mayor demanda que significa una población creciente. También ha alterado la relación de las personas con la tierra, porque la industrialización de la agricultura ha incrementado los encadenamientos y dependencia de la manufactura, lo cual ha hecho que las actividades agropecuarias fueran más vulnerables a los mercados, y ha exacerbado las consecuencias ambientales de la agricultura (Solbrig, 2006). Sin embargo, América Latina no ha podido beneficiarse notoriamente de estos cambios en la oferta y la demanda, ni de los nuevos arreglos institucionales ni de las renovadas condiciones tecnológicas que dominaron el siglo XX, al menos, hasta finales de la centuria.
América Latina en el contexto internacional luego de 1950
Después de la Segunda Guerra Mundial, la producción agrícola creció más rápidamente que la población del planeta, generando simultáneamente situaciones de exceso de oferta en algunas regiones del mundo y de insuficiencia alimentaria o incluso hambre en otras. Este crecimiento de la producción se explica, en gran parte, por cambios que, aunque muy arraigados, han sido extremadamente desiguales desde un punto de vista geográfico. Además, todos los países modificaron sus políticas agrícolas junto con sus políticas comerciales y de integración regional, creando diferentes sistemas de incentivos a la actividad agropecuaria (Anderson, 2009). La diversidad en la adopción de estas transformaciones, tanto técnicas como institucionales, dieron lugar a diferencias significativas en el desarrollo agrícola de los países (Timmer, 2009; Alston y Pardey, 2014).
¿Qué pasó en el caso de América Latina en cuanto a crecimiento de la producción agropecuaria? Para responder esta pregunta, analizamos la evolución de la producción en diez países durante la segunda mitad del siglo XX: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Honduras, Mexico, Panamá, Perú, Uruguay y Venezuela. Esta muestra de países representa la gran mayoría de la agricultura de América Latina, dado que entre 1965 y 2005 representaba entre el 85 y el 90% de su producción agrícola bruta. Además, reporta al análisis una variedad climática, de endowments, tipos de producción y evolución político-institucional que nos ofrece una panorámica amplia de eso que identificamos como “realidad latinoamericana”. El Cuadro 1 muestra la evolución del output del sector para el período de análisis en su conjunto (1950-2008) y para los tres subperíodos que contemplamos en nuestra investigación: 1950-1973 (Industrialización por Sustitución de Importaciones); 1973-1993 (crisis y década perdida); 1993-2008 (reglobalización, liberalización y reformas estructurales).
Cuadro 1. Tasas de crecimiento de la producción agropecuaria (%)
Fuente: extraído de Martin-Retortillo et al. (2021), p. 15.
El crecimiento promedio anual de 3% representa una expansión muy importante de la producción agropecuaria con dos distintivos relevantes. En primer lugar, ese aumento se mantuvo relativamente estable en el tiempo, con tasas apenas por debajo del promedio antes de los 1990s y algo por encima desde entonces. En segundo lugar, la tasa promedio esconde comportamientos muy dispares entre países. Los crecimientos destacados correspondieron a Brasil (3,9%), Mexico (3,6%) y Venezuela (3,4%), en tanto que Argentina (1,6%) y Uruguay (1,3%) fueron los de menor dinamismo.
¿Cómo se posiciona América Latina en perspectiva mundial? Con el propósito de responder esta pregunta, analizamos las fuentes de crecimiento de la producción y la productividad agrícola en la región.
Dentro de las novedades de la investigación, se destacan dos. En primer lugar, el período de análisis comienza a mediados del siglo XX, cuando los estudios comparativos disponibles –al menos hasta donde alcanza nuestro conocimiento– comienzan en la década de 1960 (Solbrig, 2006; Ludena, 2010; Nin-Prat et al., 2015; Martín-Retortillo et al., 2019). En segundo lugar, contar con información para un lapso de tiempo de casi 60 años nos ha permitido relacionar la evolución de los indicadores de productividad agrícola con los principales modelos de desarrollo implementados en la región. En particular, hemos podido contrastar la evolución de dos estrategias de desarrollos muy diferentes; una orientada hacia adentro (la de los 1950s-1970s) y otra hacia fuera (desde los 1980s), y por lo tanto identificar los incentivos dominantes en cada etapa y su influencia diferencial sobre el sector agropecuario.
Los resultados de nuestro análisis muestran que, a pesar de que la región se caracteriza por las condiciones típicas del sector agrícola en los países en desarrollo, muestra una tendencia similar al patrón de las regiones desarrolladas. Descomponiendo el crecimiento de la productividad laboral agrícola (y/l) en dos componentes: la tasa de crecimiento de la productividad de la tierra (y/t) y el ratio tierra-trabajo (t/l) (O’Brien y Prados de la Escosura, 1992) (A/L en la versión del Gráfico 1), las variaciones en la productividad podrían deberse a innovaciones tecnológicas muy diversas empleadas en la agricultura y también a patrones variados en el uso de insumos (Federico, 2005). El Gráfico 1 muestra la diversidad de experiencias, teniendo en cuenta los niveles de partida y el aumento en las productividades de la tierra y del trabajo.
Gráfico 1. Productividad de la tierra y del trabajo en diversas regiones del mundo (1965-2005). A/L refiere al mismo nivel de ratio tierra por trabajador
Fuente: extraído de Martin-Retortillo et al. (2021), p. 11.
Así, hay dos modelos muy diferentes de incremento de la productividad agrícola; por un lado, el de los primeros países industrializados (incluyendo Europa Occidental, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos y Canadá), en los cuales hubo un gran incremento en la productividad laboral, debido tanto a aumentos en la productividad de la tierra como en la relación tierra-trabajo. En este grupo de países, se dieron un aumento moderado de la producción y fuerte de las ganancias en productividad debido a mejoras biológicas, un notable aumento en la mecanización y disminuciones en los números absolutos de la mano de obra agrícola.
Por otro lado, en los países en desarrollo, la producción creció mucho más rápido, aunque el papel de la productividad laboral fue considerablemente menor y se basó en aumentos en la productividad de la tierra, normalmente mayor que la de los países desarrollados, mientras que la relación tierra-trabajo se redujo en la mayoría de las regiones del mundo. Entre las regiones en desarrollo, sólo en América Latina la relación tierra-trabajo aumentó. El crecimiento de la productividad del trabajo, por lo tanto, en casi todas las regiones en desarrollo se basó en un fuerte aumento en la productividad de la tierra, ya que la mecanización desempeñó un papel de menor protagonismo debido a la fuerte presión demográfica, la cual significó incrementos en el número absoluto de trabajadores agrícolas. Sin embargo, todas las innovaciones relacionadas con la revolución verde, así como la hibridación y la selección genética de semillas, y el uso de fertilizantes, pesticidas y otros insumos químicos explican el papel clave que jugó el fuerte aumento de la productividad de la tierra sobre la productividad del trabajo (Evenson y Gollin, 2002; Pingalí, 2012; Harwood, 2018).
¿Dónde se ubica América Latina entre estos dos modelos? Es un caso peculiar, ya que la región comparte características de ambos modelos y parece estar situada en una situación intermedia. Parte desde una posición típica de los países en desarrollo y converge hacia la de los países desarrollados. Su crecimiento de la producción ha sido similar al de los países en desarrollo, pero su crecimiento de la productividad laboral se ha basado tanto en un aumento de la productividad de la tierra como en el de la relación tierra-trabajo. De hecho, es la única región del mundo en desarrollo en la que, en los últimos años, las cifras de mano de obra agrícola han comenzado a disminuir. Además, América Latina fue la única región en desarrollo en la que la relación tierra-trabajo desempeñó un papel positivo en el aumento de la productividad del trabajo. La evolución de la fuerza de trabajo agrícola en América Latina contrasta, por tanto, con la trayectoria seguida por los países desarrollados, con fuertes caídas, pero también con los países en desarrollo de Asia y África, con fuertes aumentos.
Sin embargo, un análisis agregado no es capaz de aclarar las diferencias entre los países latinoamericanos. América Latina es muy diversa desde un punto de vista geográfico, climático, social, económico e institucional. Como Solbrig (2006, p. 535) afirma, dentro de América Latina “la diversidad fue y continúa siendo una característica de la agricultura de esta vasta región, resultado de la variedad de climas, topografía, historia y sociedades”. Creemos, en consecuencia, que una comprensión cabal del crecimiento de la producción y de la productividad requiere poner en consideración las experiencias de los distintos países, para intentar determinar en qué medida existe un patrón latinoamericano, o si el resultado agregado esconde trayectorias muy diversas.
¿Existe un patrón agropecuario de América Latina?
En forma parecida al ejercicio anterior, pero partiendo de una función Cobb-Douglas estándar para el sector agropecuario, es posible expresar el cambio de la productividad del trabajo (y/l) en términos de ganancias de eficiencia (expresada por la PTF) y la variación conjunta de los factores de producción tierra y capital físico (f) (expresada en unidades de trabajo). El Cuadro 2 muestra la evolución de estos conceptos para el período en su conjunto y para los tres subperíodos que contemplamos en nuestra investigación.
Cuadro 2. Tasas de crecimiento de la PTF y de los factores de producción por trabajador en América Latina (%)
Fuente: extraído de Martín-Retorillo et al. (2021), p. 25. Nota: el cálculo para América Latina considera como ponderaciones las correspondientes a Brasil, que son nuestras preferidas. En el paper se realizan ejercicios, también, considerando las de Argentina y Mexico
Puede observarse que la principal fuente de productividad del trabajo agrícola en todo el período (1950-2008) en los países latinoamericanos fue la mejora de la eficiencia (crecimiento de la PTF). La notable incorporación de innovaciones en el sector agrícola permitió este aumento y fue basado en un crecimiento intensivo de la producción agrícola, como maquinaria autopropulsada, productos químicos y la hibridación y selección de semillas. A pesar de la importancia de las ganancias de eficiencia en toda la región, existen algunas excepciones en las que las fuentes de acumulación de factores por trabajador fueron fundamentales para comprender el crecimiento de la productividad del trabajo. Las principales excepciones fueron Argentina y Uruguay, donde el aumento de los factores de producción por trabajador fue fundamental, con una contribución muy pequeña del crecimiento de la PTF.[1] Los fuertes incrementos en el uso del suelo, especialmente en Argentina, el mantenimiento o la reducción de la plantilla y la incorporación de capital físico nos ayudan a comprender esas excepciones.
De todos modos, es más interesante observar las fuentes de crecimiento a lo largo de los subperíodos, puesto que ello nos permite comprender las diferencias en las tendencias de largo plazo (Gráfico 2).
La dinámica del sector agropecuario
Gráfico 2. Tasas de crecimiento de la PTF y de los factores de producción por trabajador (f) de América Latina (%)
Fuente: extraído de Martín-Retorillo et al. (2021), p. 25.
El primer período estuvo dominado por la importancia del aumento de factores en el sector agropecuario (las excepciones estuvieron signadas por Mexico y Venezuela). Esta trayectoria respondió, predominantemente, a la creciente incorporación al proceso productivo de maquinaria, productos químicos y terrenos, enmarcados en un modelo de industrialización por sustitución de importaciones que penalizaba las exportaciones agropecuarias y afectaba los términos de intercambio.
En el subperíodo intermedio, 1973-1993, ambos componentes de la productividad laboral aumentaron y el crecimiento en la incorporación de factores de producción por trabajador siguió siendo más importante que las mejoras en términos de eficiencia, en el marco de las crisis del petróleo y la década perdida de los 1980s. Durante este período, la variedad de experiencias fue muy grande. Algunas economías transitaron por importantes ganancias de eficiencia y reducción en el uso de factores (Chile, Colombia, Perú), otras presentaron aumentos destacados en la acumulación de factores (Brasil, Mexico, Argentina), pero ninguna mostró una contribución negativa de la PTF.
Las tendencias seguidas por las fuentes de productividad laboral en los últimos 15 años de nuestra muestra intensificaron la dirección tomada en el subperíodo intermedio. Sin embargo, hubo un cambio trascendente. La principal fuente de crecimiento de la productividad del trabajo agrícola entre 1993 y 2008 pasó a ser la PTF en la mayoría de los países de América Latina, con excepción de Argentina. El crecimiento de la PTF explica alrededor del 70% del crecimiento de la productividad laboral agrícola en toda la región. El mayor crecimiento de la PTF coincide con un período de reformas conducentes a la integración comercial y una inserción dinámica en los mercados externos, así como al desarrollo de una agricultura más competitiva internacionalmente (donde Brasil representa el ejemplo más exitoso).
A modo de conclusión
El análisis de los distintos países latinoamericanos revela contrastes muy significativos. No se puede hablar de un modelo común; más bien hay grandes variaciones entre las diversas experiencias nacionales. Si consideramos la contribución al aumento de la producción de los insumos empleados y de la PTF, son varios los aspectos a destacar.
En primer lugar, se produjo un aumento de la producción en el conjunto del período, al 3% anual durante 58 años, lo que significó un cambio verdaderamente notable de la producción en términos absolutos (la producción en 2008 fue más de cinco veces mayor a la de 1950). Sin embargo, las diferencias entre países fueron significativas.
Los países que tuvieron más éxito en basar su modelo de crecimiento en la primera ola de globalización de las exportaciones agrícolas (siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial), Argentina y Uruguay, fueron los que menos crecieron en el periodo de estudio, sobre todo por su pobre desempeño hasta 1990. Brasil, México y Venezuela fueron los líderes en crecimiento.
En segundo lugar, este aumento fue muy similar durante la etapa de la ISI (1950s-1960s) y la crisis de los años 1970s y 1980s, y luego se aceleró durante la liberalización posterior, aunque sin resultar en un despegue destacado.
Las ganancias de eficiencia hicieron una contribución modesta a este fuerte aumento de la producción en el largo plazo. Fue el capital, sobre todo, el factor productivo que mejor explicó el aumento de la producción durante décadas. El resto de los factores mostró un crecimiento positivo pero inferior.
Las diferencias entre las economías latinoamericanas son significativas. Paradójicamente, en los países con una agricultura más moderna en 1950, Argentina y Uruguay, el aporte de la PTF fue menor. Países como México, Venezuela o Brasil, que en 1950 seguían teniendo un sector bastante tradicional, fueron aquellos en los que el aporte de la PTF fue mayor.
Con el tiempo, las mejoras en la eficiencia han contribuido cada vez más al crecimiento de la producción. En el último período (1993-2008), el abandono de las políticas ISI y la introducción de una mayor liberalización de la agricultura fueron especialmente significativas, y las mejoras en la eficiencia constituyeron el elemento clave para impulsar el fuerte impulso agrícola de finales del siglo XX y principios del XXI.
En una perspectiva de desarrollo agrícola, nuestros hallazgos muestran que en los procesos de modernización de las actividades agropecuarias, el crecimiento de la producción suele basarse, en sus primeras etapas, en un mayor uso de inputs. Solo cuando se alcanza cierto nivel de desarrollo, no solo en la agricultura sino también en la economía en su conjunto, la contribución del aumento de la productividad –o, más en general, de mejoras en términos de eficiencia– cobra mayor importancia. Estos resultados coinciden con los obtenidos en otros trabajos realizados para países desarrollados durante los últimos dos siglos y para el continente europeo en la segunda mitad del siglo XX (Federico, 2005; Martín-Retortillo y Pinilla, 2015). Además, en el contexto de países de bajos y medianos ingresos, la modernización de la agricultura aceleró su transformación productiva en economías modernas (Mellor, 2017), tomando ventaja de la variedad de vínculos que conectan a la agricultura con el crecimiento de la economía en su conjunto (Timmer, 2009). Nuestra investigación también muestra evidencia de que un entorno macroeconómico favorable y una incorporación exitosa a los mercados mundiales son fundamentales para impulsar el crecimiento de la producción y la mejora de la productividad. El contraste de experiencias nacionales señala con claridad que la participación activa de los estados en la generación y difusión del cambio tecnológico en la agricultura es un aspecto trascendente en el mejor desempeño productivo de la actividad (Pinilla y Willebald, 2018).
[1] Brasil y Honduras también evidenciaron mayor crecimiento de los factores de producción, pero la contribución de la PTF fue, igualmente, importante.
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RESUMEN. Los estudios sobre los niveles de vida en América Latina han sido tradicionalmente materia de debate en el campo académico, aunque desde fines del siglo XX captaron aún mayor atención. Los avances y contribuciones desde entonces han sido notables, en particular en lo que respecta a la generación de evidencia empírica, la aplicación de métodos comparativos y estadísticos más complejos y de nuevos marcos teóricos que permiten responder con mayor precisión parte de las “grandes” preguntas sobre el comportamiento de niveles de vida en este lado del Atlántico. Este nuevo panorama redundaría en aumento muy significativo de las publicaciones sobre el tema, pero también pondría al estudio de los niveles de vida como un tópico de gran interés en distintos espacios de discusión académica, con una activa participación de numerosos colegas latinoamericanos. En esta entrada compartimos unas notas sobre los resultados del simposio “Living Standards in Latin America: Income, Wages and Human Capital (XVIII to XXI centuries)”, organizado en el marco del XIV Congreso Mundial de Historia Económica, celebrado entre los días 26 y 29 de julio en París.
Fuente: Mercado en Buenos Aires, 1820. Pintura de Emeric Essex Vidal. Tomado de aquí.
Introducción
Las investigaciones sobre distintas variables relativas a los niveles de vida, que tradicionalmente han captado gran atención en los estudios académicos, han tomado un renovado auge, en particular los abordajes desde la Historia Económica. La elaboración de nuevas bases de datos históricas (que ofrecieron sólidas herramientas para cubrir las lagunas crónicas del período pre-estadístico latinoamericano), la renovación de los marcos teóricos y analíticos, más la aplicación de originales y complejos métodos, han sido fundamentales para promover el debate en el campo académico. Entre los temas medulares que han tomado protagonismo más recientemente podemos mencionar el origen y el momento de la divergencia con los países desarrollados (Haber, 1997; Acemoglu et. al, 2002; Engerman & Sokoloff, 2002; Bértola & Williamson, 2006; Allen et al., 2012), las explicaciones sobre la desigualdad de la región (Coatsworth, 2008; Bértola & Ocampo, 2013; Williamson, 2010, 2015), la heterogeneidad en los niveles de vida entre e intra países, los ciclos inflacionarios, los efectos de la Globalización y de la industrialización sobre el bienestar (Thorp, 1998; Bulmer-Thomas, 2006; Kacowicz, 2013; Prados de la Escosura, 2021, entre otros). Varias disciplinas convergen en esta temática, con miradas más amplias tanto regional como cronológicamente.
Asimismo, los estudios comparativos entre países de América Latina o a escala global ya no solamente cubren parte del siglo XX y XXI, sino que gracias a la elaboración de nuevas series de datos sobre un amplio cúmulo de variables –salarios, costo de vida, antropometría, nutrición, capital y desarrollo humano– han permitido complejizar el debate, poniendo en diálogo o en discusión hipótesis clásicas sobre la problemática.[1] Se trata de nuevas miradas a un viejo problema, sobre lo cual aún no hay consensos claros, pero que se han posicionado en el debate académico, ganando un saludable espacio en forma de simposios en distintos congresos de historia económica, tanto iberoamericanos como mundiales.[2]
Con el objetivo de contribuir con estos debates, tuvo lugar la sesión “Living Standards in Latin America: Income, Wages and Human Capital (XVIII to XXI centuries)” organizada por Mario Matus (Universidad de Chile, Chile), Carolina Román (Universidad de la República, Uruguay) y Juan Luis Martirén (Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Argentina), en el marco del XIV World Economic History Congress (WEHC) en París en julio de 2022. La sesión marcó la continuidad de lo que ya es una constante en los distintos congresos mundiales de historia económica: la organización de simposios sobre niveles de vida en el largo plazo en América Latina.
La sesión tuvo lugar el martes 26 de julio e incluyó 10 ponencias, que aportaron evidencia empírica y diversos marcos analíticos sobre varias dimensiones de los niveles de vida en América Latina –salarios, costo de vida, indicadores de bienestar, riqueza. El eje temporal abarcado fue amplio, cubriendo periodos que van desde el siglo XVIII hasta la actualidad, y combinando enfoques nacionales con miradas subnacionales de Argentina, Chile, México y Uruguay. Las exposiciones se dividieron en cuatro bloques temáticos: riqueza y desigualdad en los siglos XVIII y XIX; salarios y niveles de vida de los siglos XVIII y XIX, economía y bienestar a inicios del siglo XX; economía, desigualdad y niveles de vida en el largo plazo.
Fuente: Mercado de la Verdura, Montevideo colonial. Tomado de aquí.
En el primer bloque temático, ligado a la distribución de la riqueza y del ingreso en los siglos XVIII y XIX, se discutieron dos trabajos sobre las ciudades de Montevideo y México. El primero, titulado “Wealth Inequality in Colonial Hispanic-America: Montevideo in the Late Eighteenth Century” (de los autores Pablo Marmissolle, María Inés Moraes, Rebeca Riella y Carolina Vicario), ofreció una novedosa e inédita propuesta para el estudio de la historia colonial del Río de la Plata. A partir de la aplicación de la metodología de Alice Jones y de Peter Lindert para el análisis de muestras de inventarios post mortem, el trabajo buscó indagar sobre tres ejes centrales relativos a la riqueza en la ciudad y jurisdicción de Montevideo: su composición, su distribución y su relación con la estructura social en una economía de Antiguo Régimen. Los resultados son sugerentes y discuten posiciones clásicas, ya que, si bien encuentran alta concentración de riqueza en clases más altas, también identifican una destacada presencia de sectores medios, con inversiones considerables en inmuebles urbanos y en esclavos. Demuestran, así, que los indicadores de desigualdad en Montevideo no eran más altos que los de otros casos ya estudiados con métodos y fuentes similares. El otro estudio de caso, titulado “Rent-Wage Inequality in Mexico City, 1770-1930”, de Amílcar Challú, Israel García y Aurora Gómez-Galvarriato, presentó un amplio análisis sobre la evolución de la desigualdad en la ciudad de México en el largo plazo (1770-1930). La propuesta realizó un racconto de las distintas interpretaciones sobre la desigualdad mexicana durante el período, para luego ofrecer su propio análisis, basado en la elaboración de índices de salarios y de alquileres para todo el marco temporal analizado. Se elaboraron varios ratios ligados a los distintos valores de alquileres y salarios, y las conclusiones sobre la evolución de la desigualdad resultaron consistentes con las postuladas por Williamson (2010).
El segundo bloque, compuesto por tres presentaciones, estuvo centrado en la evolución de los precios y salarios en el Río de la Plata entre 1776 y 1860. El primer trabajo, titulado “Cost of living and real wages in a transitional economy. Buenos Aires (1776-1830)”, presentado por Julio Djenderedjian y Juan Luis Martirén,ofreció nuevos índices de costo de vida (alimentarios y otros más completos) para Buenos Aires entre el período borbónico y las primeras décadas independientes. La propuesta busca cubrir un período poco analizado en la literatura, es decir, que cubriera esa etapa transicional, en el que Buenos Aires fue insertándose progresivamente en los mercados atlánticos. Los resultados indicaron una progresiva caída en los salarios reales, marcada no sólo por el impacto de la guerra en determinados momentos, sino también por el encarecimiento progresivo de la carne vacuna, principal bien de consumo de la población. La segunda presentación, de Tomás Guzmán, también tuvo a Buenos Aires como centro de interés, aunque analizando el período 1820-1850. Titulada “Real Wages and Standards of Living in Urban Buenos Aires, 1820-1850”, la propuesta forma parte de una serie de trabajos que viene desarrollando el autor, en la que ofrece nuevas miradas sobre la evolución de los salarios y niveles de vida entre el primer período inflacionario de los años 1820 y el final del rosismo. Apoyado en una minuciosa y sólida base de datos sobre precios de alimentos y salarios de siete tipos de trabajadores urbanos, de elaboración propia, el autor muestra el comportamiento de los precios y el impacto de los ciclos inflacionarios en el poder de compra de las remuneraciones de Buenos Aires. En términos generales, los resultados indican una lenta recuperación a mediados de los 1830s, un colapso a finales del decenio y un rebote nuevamente en los años de 1840, que recién recuperará terreno desde 1848 (con excepción de los trabajadores de la construcción, que tuvieron gran crecimiento en sus salarios reales en esa década). El último trabajo del bloque, a cargo de Carina Frid, apuntó al estudio de la provincia de Santa Fe, y se tituló: “Decline and recovery. Cost of living and real wages in an inland region of the Río de la Plata (Santa Fe, 1815-1865)”. Se trata, también, de un abordaje inédito para la región y forma parte de una serie de trabajos que viene renovando la historia de precios y salarios en el Río de la Plata tardocolonial y postindependiente. El estudio también contó con evidencia empírica muy sólida, de elaboración propia. Esto es muy relevante en tanto la escasez crónica de fuentes estadísticas y comerciales siempre ha sido un gran obstáculo para poder elaborar series temporales. Tiene también el mérito de haber incluido en el análisis a toda la década de 1850, un parteaguas fundamental en la historia económica y política argentina. Los resultados, obtenidos mediante la metodología propuesta por Allen (2001) sobre canastas de consumo e índices de bienestar (welfare ratios) son una prueba categórica de los efectos negativos que las guerras posteriores a la independencia generaron sobre la economía santafesina y sus trabajadores. Da cuenta de una recuperación desde los años de 1830 y de un gran aumento de los niveles de bienestar en los años 1850, impulsado por el auge en los precios de los subproductos ganaderos exportables. Los tres trabajos presentan, además de útiles bases de datos, una nueva mirada sobre las condiciones de vida en el Río de la Plata postindependiente, en el que la apertura atlántica marcó un antes y un después en su estructura económica.
El tercer bloque avanzó en el marco temporal, abarcando temáticas relativas al siglo XX y a las últimas dos décadas. Las propuestas se centraron en aspectos relativos al ingreso y al bienestar. En primer término, Humberto Morales expuso los resultados de su investigación, bajo el título “Economic wellbeing in rural and industrial landscapes in Mexico: 1910-1940”. La presentación incluyó un análisis de los salarios en el sector urbano y rural en el estado de Puebla entre 1910 y 1940. El autor construyó canastas para estimar el costo de vida, que luego utilizó para deflactar salarios mensuales de trabajadores rurales, industriales y de la construcción. Los resultados indican que entre 1917 y 1940 los salarios de los trabajadores rurales prácticamente se duplicaron, más allá de que sufrieron fuertes variaciones, sobre todo con la crisis de 1929. Por su parte, la presentación de Lucas Llach puso el eje en el debate sobre las bases del crecimiento en la Argentina de la Belle Epoque. Con un artículo titulado “Newly Rich, Not Modern Yet: Argentina Before the Depression”,el autor analizó en detalle hasta qué punto el crecimiento económico argentino de las primeras décadas del siglo XX había sido acompañado por otros indicadores de bienestar humano. ¿Era Argentina un país realmente rico, más allá de lo que indicaban sus agregados? A partir de esta pregunta, el autor presentó evidencia analítica considerando distintas mediciones de desarrollo, mediante las cuales mostró cómo esas mediciones económicas no se correspondían en términos comparativos con otros países desarrollados. Por último, la presentación de Mario Matus, “The Chilean economy between 1990 and 2020 through the evolution of real wages”, presenta un análisis del desempeño de los niveles de vida en Chile durante las últimas tres décadas. La evidencia incluyó series temporales de muy largo plazo (1886-2020) sobre salarios reales, además de otros indicadores económicos (PBI, inversión, inflación, desempleo, comercio exterior), a partir de los cuales el autor analizó el desempeño entre 1990 y 2020. La gran deriva ascendente de los salarios reales en este último período se explica, según Matus, por fuertes aumentos en el PBI, las exportaciones, el ahorro doméstico y el crecimiento de la productividad factorial total. Sin embargo, concluye que ese mejor desempeño en distintos indicadores salariales y de desarrollo humano durante el período pervivió con mecanismos institucionales regresivos y moderadas mejoras en los índices de desigualdad. Plantea que los indicadores más recientes estarían mostrando señales de agotamiento, por lo que habría que repensar el modelo económico; propone así reducir las brechas existentes en distintos sectores de la economía, recuperar los niveles de ingreso, manteniendo las medidas que han funcionado, pero transicionar hacia una nueva matriz productiva orientada a la producción de bienes y servicios tecnológicos.
El cuarto y último bloque incluyó la presentación de dos trabajos sobre costo de vida y niveles de bienestar en Chile. El primero, de Mauricio Casanova, se tituló “Inflation, living standards and the failure of the compromise state (Chile, 1932-1970)”, en el cual el autor propone una interpretación alternativa del estancamiento de la industrialización sustitutiva de importaciones en Chile, discutiendo el alcance de la intervención estatal durante ese periodo. Con este fin, aporta una medición de la pobreza, contrastándola con otros indicadores disponibles, para discutir el vínculo entre el modelo de industrialización, la inflación y la pobreza. El trabajo concluye que el modelo de industrialización entra en crisis en los años cincuenta debido a factores de índole política y monetaria, pero a diferencia de interpretaciones anteriores, el autor argumenta que las principales causas fueron las limitaciones de las capacidades estatales para administrar los recursos públicos. Finalmente, cerró la sesión la ponencia de José Díaz sobre “«Desarrollo humano» en Chile: 1900-2020. Un indicador básico” cuyo objetivo es caracterizar los niveles de vida en Chile entre 1900 y 2020. Elabora un indicador de desarrollo humano que combina distintas dimensiones del bienestar –salud, educación e ingreso-–y propone alternativas metodológicas para la medición de cada dimensión. Asimismo, el autor procura identificar si los cambios que se observan en el índice son de tipo intensivo –aumentos en el nivel promedio– o extensivo –el alcance o la cobertura. Concluye que, si bien el bienestar en Chile aumentó durante el largo período de estudio, esta mejora no fue constante, ni tampoco el origen del cambio en las distintas fases históricas. A inicios del siglo XX, identifica que las mejoras fueron de tipo extensivo, a través del aumento de la matriculación y mayor cobertura de salud, mientras que, a inicios del siglo XXI, es el margen intensivo el que explica los cambios en el bienestar (a partir del crecimiento en los años de educación y el ingreso). Por último, discute la evolución del PIB per cápita y del índice de desarrollo humano propuesto, y concluye que, contrario a lo que ilustra la dinámica del crecimiento, las mejoras en el bienestar han descendido.
Fuente: Las vecindades en ciudad de México, tomado de aquí.
Nota: Un ejemplo televisivo clásico mexicano alusivo a las vecindades fue El Chavo del 8.
Ubi concordia, ibi victoria. Una agenda a futuro
La historia económica como disciplina académica cuenta en la actualidad con una vastísima producción, basada en diversos enfoques. En el caso latinoamericano, y puntualmente en lo referido al estudio de los niveles de vida, los aportes y debates han sido muy significativos en los últimos años. El impacto de la llamada primera globalización en el siglo XIX, los comienzos de la divergencia, el surgimiento de los estados de bienestar y los posteriores procesos de desregulación han sido momentos cruciales en la historia económica de América Latina en los últimos dos o tres siglos. Cómo impactaron estos cambios sobre las condiciones de vida de la población y cómo respondió cada país en este sentido fueron interrogantes clave sobre los que giraron los trabajos discutidos en la sesión. Historia global, globalización, precios, salarios reales, welfare ratios, consumo, riqueza, capital humano, desarrollo, fueron algunas de las variables o enfoques trabajados, con gran nivel de agregación y capacidad analítica.
Más allá de los interesantes resultados alcanzados, es importante remarcar que el diálogo entre distintas disciplinas y el debate sobre la aplicación de enfoques y metodologías precisa fortalecerse. Son marcadas aún las diferencias metodológicas en la factura de los abordajes, en particular entre los historiadores y economistas. Una mayor sinergia entre ambas disciplinas podría ser fundamental en este sentido. El simposio reseñado continuó el legado de sus precedentes realizados en los WEHC celebrados en Stellenbosch (2012), Kyoto (2015) y Boston (2018). La característica central de estas sesiones fue la presencia de numerosos colegas latinoamericanos o especialistas en historia de Latinoamérica, tanto en la organización como en la presentación de trabajos. Se trata sin dudas de una muy saludable iniciativa no sólo para generar nuevas contribuciones y aportes a la historia de los niveles de vida en América Latina, sino también en pos de fortalecer el diálogo y el debate multidisciplinar. Los estudios sobre niveles de vida, en especial aquellos abordados desde la historia económica, deben complementar enfoques y métodos de varias disciplinas. Sin dudas, avanzar en la construcción de una mirada conjunta y complementaria será fundamental.
[1] El aumento de la producción académica sobre las temáticas relativas a los niveles de vida latinoamericanos desde el siglo XVIII hasta la actualidad ha sido muy significativo en los últimos años. Sobre costo de vida y salarios en perspectiva histórica ver, entre otros, Astorga et al., 2005; Arroyo Abad et al., 2012, 2014, 2016; Dobado & García Montero, 2014; Dobado, 2015; Challú & Gómez Galvarriato, 2015; Djenderedjian & Martirén, 2015; Llorca & Navarrete, 2015; Moraes & Thul, 2015; Gelman & Santilli, 2018; Santilli, 2020. Sobre el tema, se recomienda también el monográfico especial sobre niveles de vida en América Latina, coordinado por Rafael Dobado, publicado en la Revista de Historia Económica/Journal of Iberian and Latin American Economic History, 38 (2020). Sobre la evolución de los estándares biológicos y antropométricos, ver, entre otros: Salvatore, 1998, 2004; Meisel & Vega, 2007; Challú, 2009; Salvatore et al., 2010; López Alonso, 2015; Llorca et al., 2021. Sobre estudios de desarrollo y capital humano, ver, entre otros, Llach, 2020; Bértola & Gatti, 2021; Prados, 2021.
[2] En el marco de los Congresos Latinoamericanos de Historia Económica (CLADHE), al menos cabe mencionar dos simposios. En el último CLADHE 7, celebrado en Lima en 2022, ver el Simposio “Precios, salarios y niveles de vida. El ingreso y el consumo en América Latina, siglos XVIII a XX” organizado por Daniel Santilli (Instituto Ravignani UBA/CONICET) y Mario Matus (Universidad de Chile). En el CLADHE 6, en 2019, ver el Simposio 19: Precios, ingreso y niveles de vida: problemas metodológicos en la agenda global, siglos XVI-XX, organizado por María Inés Moraes (Universidad de la República, Uruguay), Daniel Santilli (Instituto Ravignani, Universidad de Buenos Aires-CONICET, Argentina) y Julio Djenderedjian (Instituto Ravignani, Universidad de Buenos Aires-CONICET, Argentina) (una entrada sobre este congreso en este blog se puede consultar aquí).
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RESUMEN. En esta entrada introducimos el concepto de transición nutricional. Posteriormente examinamos y caracterizamos su temporalidad y naturaleza en Chile, concluyendo que hubo una transición nutricional en un corto período de tiempo (común en los países que se desarrollan comparativamente tarde), con un consumo promedio de energía alimentaria que aumentó de 2.600-2.700 kcal diarias por persona a poco más de 3.000 en unas pocas décadas. En Chile, como en la mayor parte de los países que han experimentado una transición nutricional (i.e. buena parte de América Latina), las opciones dietéticas se volvieron más diversas, pero también menos vegetarianas: el consumo de carne y productos lácteos aumentó drásticamente; hubo una disminución sin precedentes en el consumo de legumbres, y también hubo una reducción, menos sustancial, en la ingesta promedio de papas. Sin embargo, si se compara con el mismo proceso experimentado por la mayoría de los países desarrollados, el consumo combinado de cereales en Chile se ha mantenido inusualmente estable.
Durante el último siglo y medio buena parte de los países del mundo ha experimentado una profunda transformación en sus dietas, un fenómeno usualmente denominado transición nutricional (TN), y usualmente ligado a otras importantes transiciones, más familiares para los estudiosos de la historia económica mundial: la demográfica, la epidemiológica y la tecnofisiológica.
La transición nutricional en particular se caracteriza por tener algunas características salientes. Primero, una dieta monótona y principalmente vegetariana (inicialmente por debajo de estándares mínimos de nutrición) fue reemplazada por una dieta más abundante y más variada, rica en productos de origen animal (carnes y lácteos), aceites, azúcares, frutas y vegetales. Segundo, se observa una caída en el consumo promedio de varios productos, pero principalmente de carbohidratos (papas y cereales) y legumbres. Y tercero, se evidencia un aumento en el consumo promedio de calorías desde unas 2.200-2.500 kilocalorías (k/cal) diarias a unas 3.000-3.5000 k/cal por habitante. Una consecuencia de todo lo anterior es que la desnutrición fue erradicada, o bien disminuida de manera importante, en la mayoría de los países que experimentaron la TN. También se ha observado un aumento en la estatura de la población a nivel mundial, así como del índice de masa corporal. Una mejor nutrición también ha equipado mejor a la población mundial para combatir enfermedades, en particular las infecciosas.
Todo lo anterior reviste gran importancia pues las mejoras nutricionales en la población están asociadas a caídas en mortalidad y morbilidad, sobre todo infantil (directamente ligado a la transición epidemiológica), aumentos en esperanza de vida (por ello se vincula a la transición demográfica), así como a aumentos en cognición y productividad laboral (por ello se le vincula a la transición tecnofisiológica; ver Llorca-Jaña et al., 2022a). En efecto, el estado nutricional de la población se ha convertido en una importante variable de bienestar y desarrollo económico para los hacedores de política económica, en particular de políticas destinadas a mejorar la dieta de la población y/o atacar la recurrencia de ciertas enfermedades. A su vez, cabe destacar que la TN se ha producido en diferentes fases y de manera variada entre países: no ha existido un ritmo ni patrón único. Asimismo, se cree que países que se unieron tardíamente a la TN, como el grueso de los países latinoamericanos, han experimentado una TN acelerada.
Las principales variables que explican la temporalidad y naturaleza de la TN para cada país serían: aumentos de productividad en el sector agrícola (en particular la revolución agroindustrial), aumentos en ingreso medio familiar (que permiten un mayor gasto en alimentos), mejoras en transporte nacional (interno) e internacional (que abaratan la distribución de alimentos), aumentos en urbanización (y consecuentes cambios en el estilo de vida), mayor incorporación de la mujer en el mercado laboral asalariado, creciente importancia del consumo de alimentos procesados, expansión de medios masivos de comunicación y marketing, y mejoras en medios de preservación de comida (principalmente perecible). Como referencia, ver, por ejemplo, las investigaciones que se presentan en Grigg (1995), Cussó y Garrabou (2007), Caballero y Popkin (2002), Popkin (1993, 2008) y Semba (2017), entre otros.
El caso de Chile
¿Qué nos dice la evidencia para América Latina? A pesar de la riqueza de datos disponibles desde la FAO, al menos desde 1960, en particular para consumo aparente de alimentos, pocos/as investigadores/as latinoamericanos/as se han interesado en el tema.
Quizás el único país relativamente bien cubierto es Chile (ver Llorca-Jaña et. al, 2020a, 2022b). Las estimaciones de consumo per cápita de calorías diarias, así como de los principales alimentos asociados a la TN están disponibles para Chile desde 1930. De acuerdo a esta información, en la década de los años 1930 Chile consumía, en promedio, unas 2.260 k/cal por persona (ver Gráfico 1), vale decir, un nivel bajo para estándares internacionales. Dicho lo anterior, y en línea con lo anticipado por el patrón general de la TN experimentada previamente por países desarrollados, desde los años 1930s Chile experimentó un aumento moderado, pero sostenido, en su consumo de k/cal, interrumpido solo en los años 1980s (la denominada “década perdida en el desarrollo económico de América Latina), hasta casi alcanzar las 3.000 k/cal en la segunda década del presente siglo. Vale decir, de acuerdo a este indicador en particular, Chile experimentó una TN muy tardía, completada recién en el transcurso de las últimas décadas, y por tanto bastante acelerada.
Gráfico 1. Consumo per cápita de energía dietética en Chile (k/cal diarias por persona), promedios para cada década, 1930-2019
Fuente: Llorca-Jaña et al. (2022a).
Desglosando lo anterior, a nivel de ingesta de ciertos productos en particular, debemos destacar lo siguiente: el consumo per cápita de los principales cereales consumidos en Chile (trigo, maíz y arroz) se ha mantenido relativamente estable entre los años 1930 y la década del 2010, oscilando entre los 158 kgs per cápita y los 176 kgs; el consumo de papas cayó desde unos 72 kgs per cápita en los años 1930 a unos 50 kgs en los años 1990s, permaneciendo relativamente estable desde esa década; el consumo de legumbres experimentó una caída dramática, desde unos 15 kgs per cápita en los años 1930 hasta apenas 3 kgs en la última década; el consumo de carnes (vacuna, pollo y cerdo, principalmente) fue relativamente estable entre 1930 y los años 1980s (unos 30 kgs por persona al año), pero aumentó dramáticamente desde los 1990s, hasta alcanzar alrededor de 90 kgs en los últimos años; y el consumo de lácteos aumentó de manera importante entre los años 1930s y los 1960s, y luego nuevamente desde los 1990s. Todo lo anterior se resume en el Gráfico 2.
Gráfico 2. Consumo per cápita de las principales categorías de alimentos en Chile, expresado como índice, donde los años 1930s=100.
Fuente: Llorca-Jaña et al. (2022a).
Apuntes finales
Resumiendo, podemos concluir que Chile experimentó una profunda TN, que entre otras cosas le ha permitido erradicar casi por completo la desnutrición (en línea con lo encontrado por estimaciones recientes en Llorca-Jaña et al., 2021), disfrutando una dieta más variada, que a su vez es menos vegetariana, pero con ciertas peculiaridades. Es cierto que el consumo per cápita de calorías ha aumentado de manera notable, y en particular el consumo de carnes y lácteos, y que el consumo de legumbres ha caído de manera dramática, lo que estaría en línea con el patrón típico experimentado por países desarrollados. Dicho lo anterior, la alta ingesta de algunos alimentos con alto contenido de carbohidratos, como papas y pan, sigue siendo bastante hegemónico en la dieta nacional, lo que sería una diferencia con el patrón más típico de la TN de países desarrollados, o al menos del seguido por países con mayores niveles de ingreso medio que el chileno. Finalmente, cabe destacar que Chile pasó de un tipo de malnutrición (desnutrición) a otro: sobrepeso. En efecto, las altas tasas de obesidad de la población chilena también marcan una diferencia con buena parte del mundo desarrollado.
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Maximiliano Presa (Universidad de la República, Uruguay)
Maximiliano Presa es Ayudante de Investigación en el Instituto de Economía (IECON) de la Facultad de Ciencias Económicas y Administración de la Universidad de la República (Uruguay), y Ayudante en la Unidad Curricular Historia Económica del Uruguay de la misma institución. Licenciado y Magíster en Economía por la Universidad de la República, y estudiante del Programa Interuniversitario de Doctorado en Historia Económica, de las Universidades de Valencia, Barcelona y Carlos III de Madrid. Sus temas de interés están en la historia financiera, especialmente en el estudio de las crisis financieras en América Latina.
RESUMEN. La crisis financiera global comenzada en 2008 despertó a las economías avanzadas de un largo sueño, en el cual los hacedores de política económica confiaban en que habían logrado domar al ciclo económico y avanzar en sendas de crecimiento estables. La crisis disparó la realización de un gran número de trabajos académicos que trajeron al frente las explicaciones del comportamiento cíclico de las economías capitalistas basadas en los desarrollos sucedidos en el sector financiero. En esta entrada, repasaremos las principales teorías que explican los ciclos, centrándonos en la relación entre los ciclos reales y financieros. Luego, esbozaremos la evidencia actual sobre la existencia de dichos ciclos y su relación a nivel internacional, para, finalmente, introducir los primeros resultados del caso de estudio de Uruguay como un ejemplo de economía pequeña, abierta y periférica.
Cada episodio de crisis en las economías modernas nos recuerda que el crecimiento económico a lo largo del tiempo no se caracteriza por ser particularmente suave, sino que su velocidad suele variar a lo largo del tiempo. Luego de períodos de importante crecimiento, como por ejemplo la edad de oro del capitalismo en las décadas de 1950 y 1960, suelen aparecer súbitas y profundas crisis (por ejemplo, la crisis del petróleo de 1973), las cuales se resuelven con distinta celeridad y dan paso a una nueva etapa expansiva. Los historiadores económicos y los economistas suelen referirse a estas regularidades en el crecimiento moderno como “ciclo económico”. En nuestro contexto, denominaremos específicamente al ciclo en la producción como “ciclo real”, mientras que el ciclo existente en el desempeño del sector financiero será el “ciclo financiero”.
Figura 1. Izquierda: una imagen del desempleo durante la Gran Depresión. Derecha: sede de Lehman Brothers, uno de los grandes protagonistas de la Crisis Financiera Global comenzada en 2008
En este repaso, destacaremos tres explicaciones ensayadas para interpretar el comportamiento cíclico de las economías integradas al sistema capitalista mundial. En la primera mitad del siglo XX, especialmente en el período entreguerras, cobra fuerza una importante e influyente producción académica que se centra en caracterizar los ciclos. En este sentido, las interpretaciones que podríamos denominar “clásicas” son las primeras explicaciones a los factores detrás de los comportamientos estilizados observados. Un rápido resumen de la obra de Schumpeter (1939) y otros autores contemporáneos, nos indica la existencia de ondas o fluctuaciones de Kitchin, de Juglar, de Kuznets y de Kondratieff, las cuales se distinguen entre sí por su duración entre dos fases iguales (por ejemplo, dos picos) y sus fundamentos. Las ondas de Kitchin y Juglar se asocian al corto plazo (entre 2 y 4 años para las primeras; alrededor de 9 años para las segundas) y su explicación se basa en cambios en la conformación del capital fijo. Las ondas de Kuznets se asocian al mediano plazo (entre 15 y 22 años) y se vinculan con movimientos demográficos y migratorios, y con el comportamiento de la inversión y del mercado de trabajo. Finalmente, las ondas largas de Kondratieff (entre 45 y 60 años) se asocian con cambios radicales en el sistema productivo, principalmente vinculados con la introducción de una nueva tecnología en la esfera productiva.
Figura 2. De izquierda a derecha: Joseph Schumpeter, Thomas Sargent y Hyman Minsky.
Estas primeras interpretaciones solían ser acusadas de ser “mediciones sin teoría”[1]. Hacia la década de 1970, los modelos de la “Nueva Macroeconomía Clásica” pasaron a explicar el comportamiento cíclico de la economía agregada en base al comportamiento de un conjunto limitado de agentes representativos. Éste es modelizado, en un entorno de equilibrio general, a partir de fundamentos microeconómicos que normalmente consisten en la optimización de una función objetivo sujeta a algún tipo de restricción en el conjunto de decisiones posibles. Estas explicaciones asignan el origen de las fluctuaciones cíclicas a shocks monetarios y fiscales sucedidos sobre una situación de equilibrio. Estos shocks se transmiten al resto de la economía por medio de un conjunto de relaciones estructurales entre los componentes de la demanda, que modelan las relaciones entre individuos (Lucas, 1975; Sargent y Wallace, 1975).
Las primeras críticas a estas interpretaciones dieron lugar a los modelos de ciclo real de negocios, en donde bajo un marco analítico similar, se pone el foco en los shocks aleatorios sucedidos en el “lado real” de la economía, es decir, sobre la tecnología disponible o las preferencias de los individuos (Kydland y Prescott, 1982; Long y Plosser, 1983). Posteriormente, la incorporación en estos modelos de rigideces nominales y la incertidumbre, basadas en la tradición keynesiana, dieron lugar a los modelos “neokeynesianos”. La versión más moderna de estos modelos son los de equilibrio general dinámico estocástico (DSGE por sus siglas en inglés) y sus variantes. Aquí queremos destacar que esta línea de modelos interpretativos del ciclo económico, que conforman la corriente dominante de pensamiento en la macroeconomía actual, no asigna un rol central a la forma en que los agentes manejan sus activos financieros. A lo sumo, incorporan al sector financiero como mecanismo de transmisión de los shocks aleatorios (monetarios o reales) al resto de la economía.
Finalmente, mencionaremos a las teorías poskeynesianas que postulan la existencia de ciclos endógenos. Estas teorías, a diferencia de las de la corriente dominante, consideran a las fluctuaciones cíclicas no como desvíos de la economía respecto a una senda de equilibrio sino como un comportamiento normal, inherente a las economías capitalistas. Los ciclos en la producción son afectados por, y afectan a, el ciclo en otras variables macroeconómicas relevantes[2]. Aquí nos interesa mostrar la visión que relaciona al ciclo real con el ciclo en el sector financiero, que se basa en la Hipótesis de la Inestabilidad Financiera (HIF) de Minsky (1982, 1992). La HIF postula que en tiempos de crecimiento “tranquilo”, luego de una época de recesión y/o crisis, comienzan a gestarse las condiciones en la economía real y los mercados financieros que más tarde conducirán a un auge en el crecimiento. A su vez, en épocas de auge se generarán las condiciones que lo harán finalizar en una crisis.
Hay dos puntos centrales en la visión de Minsky acerca del ciclo económico. Primero, los cambios de los agentes en cuanto a su percepción del riesgo, quienes en épocas de bonanza y crecimiento modifican su conducta respecto a su endeudamiento y sus tenencias de activos financieros. Los cambios en las expectativas ante una situación general aparentemente favorable, tanto de quienes toman dinero como de quienes colocan saldos excedentes, conducen a “euforias” o “manías”[3], en las cuales el riesgo percibido disminuye. El comienzo del fin del auge aparece cuando los primeros problemas en los negocios más riesgosos se materializan. Lo que antes era un círculo virtuoso, en donde la afluencia de crédito y el aumento del precio de los activos permitía continuar con el auge, se transforma rápidamente en un círculo vicioso. Los malos resultados de algunos agentes revierten las expectativas favorables de otros, y de esta forma el crédito comienza a contraerse y a afectar a la economía real. Las crisis pueden derivar en estrepitosos cracks, como el de 1929 o el de 2008, o bien constituir casos con efectos más concentrados, más breves y leves, y con menores consecuencias sobre toda la economía.
El segundo aspecto a destacar en la visión de Minsky es la existencia de “sistemas de desbaratamiento” en el contexto institucional y la política económica. Estos sistemas o dispositivos permiten disminuir la magnitud de los auges económicos y, principalmente, los financieros, así como reducir los efectos negativos de las crisis. La existencia de un prestamista de última instancia ante los sucesos de corridas bancarias y la regulación macroprudencial son dos de los principales ejemplos, los cuales actúan “frenando” las manías y evitando o reduciendo los pánicos.
Antes de pasar a la evidencia empírica, no podemos dejar de mencionar algunas explicaciones ensayadas desde América Latina. Siendo la volatilidad cíclica un grave problema de largo plazo de estas economías, sus explicaciones se centran en el rol de los términos de intercambio y los movimientos internacionales de capitales (Bértola y Ocampo, 2013). Estos factores afectan a una estructura productiva especialmente dependiente de los productos primarios y del ingreso de divisas por medio del endeudamiento o la inversión extranjera directa. A esta situación se le suma un importante grado de inestabilidad institucional y política que caracteriza la historia de los países latinoamericanos, en mayor o menor medida, desde su independencia. En el contexto de esta nota, lo que interesa destacar es la existencia de una “restricción externa financiera”, en donde la entrada de capitales obedece, principalmente, a fundamentos que son ajenos a la realidad latinoamericana (Marichal, 1989; Ocampo, 2011).
¿Qué nos dice la evidencia empírica?
En los últimos años, autores como Claessens et al. (2011) y Borio (2014) han mostrado la existencia de marcados ciclos financieros al menos desde la segunda mitad del siglo XX, tanto en economías avanzadas como emergentes. Estos ciclos se manifiestan con mayor visibilidad en el crédito y en los precios de bienes raíces; se caracterizan por presentar una frecuencia menor, o, dicho de otra forma, una duración mayor respecto al ciclo real; y presentan caídas agudas y breves, con expansiones largas y lentas. Además, un resultado especialmente notable es su utilidad como predictores de crisis financieras. En cuanto a su relación con el ciclo real, la evidencia de trabajos como el de Claessens et al. (2012) o Stockhammer et al. (2019) indica una relación positiva entre ambos ciclos. Sin embargo, la dirección en la que se da esta relación resulta ambigua: en algunos resultados se tiene que el sector financiero anticipa al ciclo real, mientras que otros, se da lo contrario.
En el trabajo titulado “Ciclo financiero y ciclo económico en Uruguay: una aproximación de largo plazo (1870-2019)”[4] abordo el estudio de los ciclos financiero y real para el caso de Uruguay, una economía latinoamericana pequeña y abierta, de base ganadera. Allí encuentro, a partir del estudio del crédito interno al sector privado no financiero, un marcado componente cíclico en el comportamiento del sector financiero, con fluctuaciones de dos duraciones (promedio) distintas: aproximadamente 8 años (“ciclo corto”) y 22 años (“ciclo largo”). En el caso del ciclo real, encuentro fluctuaciones de duración promedio muy similares a las del ciclo financiero. La Figura 3 muestra las fluctuaciones encontradas, en términos de su desvío respecto al componente tendencial[5].
Figura 3. Componentes cíclicos del crédito (ciclo financiero) y PIB (ciclo real). Arriba: ciclos “cortos”. Abajo: ciclos “largos”
Fuente: Presa (2021)
Como puede apreciarse, las mayores fluctuaciones parecen darse durante la Primera Globalización (1870-1914) y, en segundo orden, durante la Segunda Globalización, a partir de la década de 1970. En lo que refiere a la relación entre los ciclos, la evidencia apunta hacia una correlación débil en los componentes “cortos”, mientras que, para los largos, es mucho más fuerte. Respecto a la direccionalidad, mientras que en la relación entre ciclos “cortos” se encontró que el crédito adelanta al PIB, en los ciclos “largos” se encontró la relación inversa.
Por lo tanto, para el caso de una economía pequeña, abierta y periférica como la uruguaya puede hablarse de la existencia de un marcado ciclo financiero, que se relaciona con el ciclo real de forma procíclica. De todas formas, el estudio puede proseguir en al menos tres aspectos. Uno, considerar el rol de los flujos de capitales sobre el ciclo financiero, aspecto muy destacado en la literatura latinoamericana y que ha dado lugar al concepto de restricción externa financiera mencionado anteriormente. Otras variables como la tasa de interés de referencia y los precios de algunos activos reales y financieros también pueden incorporarse al análisis. El segundo, internalizar las diferencias que existen en los regímenes monetarios-cambiarios-financieros a lo largo de los 150 años estudiados, discriminando la relación entre dichos regímenes. Y, finalmente, estudiar la relación entre ambos ciclos poniendo el foco en los momentos de crisis.
[1] La acusación provenía de los economistas de la “Cowles Commission”, institución norteamericana, e iba dirigida al énfasis en la evidencia empírica del National Bureau of Economic Research (NBER), otra reconocida institución norteamericana. Hendry y Morgan (1995) repasan esta controversia.
[2] Stockhammer (2019) hace un conciso repaso de las principales teorías poskeynesianas de ciclos endógenos.
[3] La terminología remite a la obra de Kindleberger y Aliber (2015): Manias, Panics and Crashes: a history of financial crises, cuya edición original data de 1978.
[4] Trabajo final para obtener el título de Magíster en Economía, disponible aquí.
[5] Las estimaciones fueron realizadas mediante la especificación de modelos estructurales de series temporales, que plantean la existencia de un componente tendencial, otro irregular y uno cíclico (que puede ser la combinación de ciclos con varias frecuencias).
Referencias
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Agustina Rayes es Investigadora Adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y Profesora Adjunta en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) de Argentina. Licenciada en Relaciones Internacionales y Licenciada en Historia por la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN) y Doctora en Historia por la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). Se especializa en historia económica latinoamericana.
RESUMEN. El comercio exterior ha constituido uno de los sectores más revisitados por la historiografía económica que estudia el desempeño de los países latinoamericanos. Aquí, presentamos algunos de los principales aportes publicados en un dossier en el Anuario del Centro de estudios Económicos de la Empresa y el Desarrollo (CEEED) de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (FCE-UBA). El número especial fue coordinado por Agustina Rayes y contó con la participación de Sabrina Siniscalchi, Henry Willebald, Atenea Castillo, Gustavo Gil, Luis Felipe Zegarra, José Díaz-Bahamonde y Cristián Ducoing.
En diciembre de 2021 se publicó en el Anuario del CEEED de la FCE-UBA un dossier titulado “Temas y problemas del comercio exterior sudamericano en perspectiva histórica”. Este número especial refleja el papel del intercambio mercantil internacional de la región que, sin lugar a dudas, ha sido un tema ampliamente estudiado desde distintos ángulos. Estudios de caso, enfoques generalistas, reconstrucción de indicadores comparativos, análisis cortoplacistas centrados en alguna coyuntura crítica o visiones de largo aliento son las muchas maneras en que se aproximaron quienes se han dedicado al problema.
Algunas cuestiones para pensar la problemática
Muchas cuestiones han atravesado el estudio del comercio exterior latinoamericano en general, y sudamericano en particular, con una mirada histórica. Aquí mencionaremos solo algunas de las que fueron recuperadas en el dossier publicado.
Para empezar, debemos incluir los debates que desde el siglo pasado se han librado en torno a la fiabilidad de los datos para la reconstrucción de series de largo plazo. En este sentido, la discusión acerca de la validez de la información, y la consecuente crítica de fuentes, no solo se ha transformado en un punto de partida sino también en un problema en sí mismo (Federico & Tena, 1991). Así, la operación intelectual no se ha detenido solo en el cuestionamiento a las estadísticas oficiales sino que ha avanzado sobre las alternativas para corregirlas a fin de alcanzar mayor precisión y comparabilidad –entre épocas y países o regiones (Tena, 1992). Sobre este punto, cabe reconocer, por un lado, que naturalmente la data disponible condiciona la evaluación que se pueda hacer y que, por el otro, tal vez porque se trató de uno de los pocos sectores para los que tempranamente hubo registros, la relevancia de la reconstrucción de estas series de comercio externo se explica debido a que, mientras más nos alejamos de la actualidad, más significativo fue el desempeño del sector para dar cuenta de la economía en general a falta de series de otras variables.
Luego, el papel del Estado y de las políticas públicas en relación al comercio exterior ha sido un tema que implícita o explícitamente ha sobrevolado la literatura dedicada al tema (Bértola & Gerchunoff, 2011). Los debates alrededor de la intervención de las agencias estatales (o de actores que actuaron en su nombre), así como de la eficacia de las medidas tomadas para promover o arbitrar el intercambio externo, han formado parte de la tradición de estudios. Y ello no sorprende si pensamos en la alta dependencia fiscal que los estados latinoamericanos han tenido de los gravámenes a las exportaciones e importaciones, así como de la performance exportadora como uno de los motores de crecimiento del resto de la economía.
Finalmente, el perfil exportador en el sentido de la concentración (o no) en productos y en destinos ha sido un aspecto frecuentemente revisitado para evaluar el funcionamiento de esquemas de crecimiento. En general, ha primado la idea de que, a mayor desconcentración tanto en la composición como en la distribución de las ventas externas, menor riesgo y, en consecuencia, más chances de que una buena performance sea sostenida en el tiempo (Bulmer Thomas, 2010).
Las investigaciones presentadas
La reconstrucción de las importaciones uruguayas, 1870-1913
Este artículo constituye un avance en la reconstrucción de las importaciones de Uruguay durante el período conocido como Primera Globalización. Estudios previos se habían abocado a la revisión de las series de exportaciones (Baptista & Bértola, 1999; Bonino Gayoso, Tena-Junguito, & Willebald, 2015), lo cual es lógico dada la diferencia en la complejidad de una y otra canasta.
Debido al rol que las importaciones tuvieron al representar entre el 15% y el 25% del PBI, así como significar entre el 40% y el 90% de los ingresos del estado uruguayo durante el período estudiado, la contribución de Sabrina Siniscalchi, Henry Willebald, Atenea Castillo y Gustavo Gil, va más allá de la discusión sobre fiabilidad y precisión de los datos de comercio exterior.
La investigación aborda y describe críticamente los diversos problemas en el registro de las estadísticas oficiales uruguayas. Al hacerlo, repara en dos elementos distorsivos: el comercio de tránsito y los valores de aforo. Por la relevancia fiscal de las importaciones, tras un ejercicio de chequeo del volumen importado y del potencial consumo doméstico de diferentes bienes de consumo, los autores arribaron a la conclusión de que, a diferencia de lo ocurrido con las exportaciones, los bienes que estuvieron en tránsito no fueron efectivamente asentados como importaciones. En cambio, reconocieron como un gran problema la forma de valoración, ya que, como en el resto de América Latina, los productos se valuaron de acuerdo a valores oficiales que solo esporádicamente se actualizaban en relación a los precios de mercado.
La estadística oficial uruguaya ha sido la base de todas las reconstrucciones de series de comercio exterior durante el período conocido como Primera Globalización, c. 1870-1913.
Precio, infraestructura y crecimiento de las exportaciones peruanas entre 1885 y 1913
En su artículo, Luis Felipe Zegarra muestra el crecimiento, en términos generales y específicos (por productos), de las exportaciones peruanas durante 1885-1913. Al hacerlo, observa algunos rasgos que permiten vincular hasta qué punto los precios y el desarrollo de infraestructura fueron factores que impulsaron las ventas externas del país.
En primer lugar, a diferencia de lo que ocurrió con la mayoría de los países de la región, la senda de crecimiento de las exportaciones durante la Primera Era Exportadora (c. 1880-1930) no alcanzó los niveles de la etapa 1830-1870. Segundo, en términos relativos, la canasta exportadora fue variada (Badía-Miró, Carreras-Marín, & Rayes, 2016), dado que exportó productos mineros (plata y cobre), agropecuarios (azúcar, algodón y lana) y forestales (caucho), extraídos de distintas regiones (Zegarra, 2019). Tercero, hubo otros factores más allá del aumento o la baja de precios que impulsaron al sector exportador peruano. En este sentido, como en otros casos de la región, fue determinante el rol del ferrocarril para aumentar el volumen y la variedad de bienes ofrecidos al exterior (Gerchunoff & Llach, 2008).
La Guerra del Pacífico (1879-1883) fue un punto de inflexión en los ciclos de crecimiento de las exportaciones peruanas por su impacto negativo dadas la pérdida de territorios y la destrucción de la infraestructura.
La Junta Exportadora de Granos en Chile, 1930-1942
Si bien la Gran Depresión impactó a todos los países, fue un fenómeno que afectó particularmente a Chile (Knight, 2015). José Díaz-Bahamonde estudió la Junta Agrícola de Exportación entre 1930 y 1942, que fue una de las herramientas del gobierno chileno para enfrentar la Gran Depresión.
El organismo fue innovador en relación a la historia del país en cuanto a la intervención en los precios en un sector que en la época llegó a aportar casi un sexto del PBI y que empleaba al 40% de la mano de obra. No obstante las diversas políticas, el artículo muestra que la Junta fue parte de un conjunto de medidas poco articulado, con problemas no solo en su diseño administrativo sino también en la capacidad de ejecución, lo que se explica tanto por objetivos mal planteados y contradictorios como por la falta de coherencia con otras agencias gubernamentales. Así, concebida en el marco de mayor intervención estatal, la Junta Agrícola de Exportación debía controlar el mercado interior, es decir, tener capacidad de fijar precios del trigo, harina y pan, lo que supuso contradicciones con metas y funciones de otras reparticiones gubernamentales. También debía promover las exportaciones, lo que no fue un problema dado el excedente de producción. Y, finalmente, debía estimular la producción local, el aspecto más exitoso de todos.
Carlos Ibáñez del Campo fue el presidente chileno que debió enfrentar la Gran Depresión y tomar medidas como la creación de la Junta Agrícola de Exportación.
Exportaciones mineras y desarrollo minero en Chile en el largo plazo, 1850-2000
Desde una perspectiva largoplacista y con un enfoque de sostenibilidad débil, en boga en la historiografía (Ducoing & Peres-Cajías, 2021), la investigación de Cristian Ducoing confirma la premisa de que la explotación de recursos naturales y su exportación han dejado magros resultados en economías de la región.
En este sentido, estudia si las rentas entre aproximadamente 1850 y 2020, procedentes de exportaciones mineras en Chile, fueron reinvertidas proporcionalmente en capital humano y físico, considerándola como una forma que tienen las generaciones presentes de compensar a las generaciones futuras. El caso escogido es paradigmático, dado que la minería llegó a significar el 80% de los ingresos estatales y entre dos tercios y el 90% de las exportaciones entre mediados del siglo XIX y la década de 1970, cuando su descenso relativo la mantuvo, de todos modos, en el orden del 50%. Más allá de los ciclos a los que estuvo expuesto el sector, según las series temporales de largo plazo reconstruidas, no solo crecieron las exportaciones, sino que hubo avances en las inversiones en equipo y maquinaria y en educación. Sin embargo, el país no ha podido sustituir la extracción de recursos no renovables en inversiones para las generaciones futuras, especialmente durante el llamado “superciclo” de la historia reciente.
Dentro de las exportaciones chilenas tradicionalmente han destacado las mineras. Las minas de cobre son una de las fuentes incluso en la actualidad.
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Juan Ignacio Pérez es Doctor en Historia, Profesor de Historia Económica en la Facultad de Economía y Negocios, Universidad de Chile, e Investigador Postdoctoral del Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile. Sus principales líneas y proyectos de investigación se centran en el estudio del desempeño económico en el largo plazo, el cambio estructural y la urbanización de Chile en perspectiva comparada, así como la distribución territorial de la actividad económica en el contexto de economías periféricas y dependientes (jpereze@fen.uchile.cl).
RESUMEN. Durante el último CLADHE (Lima, Perú), un grupo de investigadores de distintos países de Iberoamérica participamos de una sesión para discutir los avances más recientes de investigaciones relativas a cuentas nacionales históricas de América Latina. En este post repasamos los trabajos presentados y damos una panorámica de lo principal del debate.
Para la historia económica, en especial para aquella de corte más bien cuantitativo, el trabajo de Angus Maddison (1926-2010) es un hito que marca un antes y un después en la discusión internacional sobre crecimiento y convergencia global en el largo plazo.
Indagando sobre la divergencia de ingresos entre países, en especial a partir de la Revolución Industrial británica, Maddison ensayó durante décadas diversos métodos, la mayoría indirectos, para estimar estadísticamente la evolución del nivel de los ingresos en diversos países del mundo, llegando hasta atrás a épocas tan tempranas como el Imperio Romano en el siglo I. El indicador escogido por Maddison fue el PIB per cápita, dado su capacidad para sintetizar estadísticamente tanto valores de producción como de ingreso medio. Al mismo tiempo, para asegurar una base de comparación que se ajustara a los distintos niveles de precios presentes en el mundo, Maddison transformó las series de cada país a dólares internacionales de 1990, así llamados porque los tipos de cambio se ajustan a indicadores de Paridad de Poder Adquisitivo (PPA) de ese año.
El trabajo de Maddison sobre crecimiento y divergencia de ingresos entre países ha sido sujeto de numerosas críticas, tanto teóricas como metodológicas[1]. Así, se ha abierto una larga discusión de corte metodológico sobre la mejor manera de comparar niveles de PIB per cápita entre países en fechas alejadas en el tiempo del año base utilizado por Maddison, ya que mientras mayor sea la distancia de 1990 hacia atrás, mayor será la distorsión producida por los sistemas de precios para efectos de comparación entre países. Por último, numerosos especialistas han cuestionado las series de crecimiento utilizadas por Maddison para países y grupos de países, y han aportado nuevas estimaciones, utilizando métodos ya probados o ideando nuevas metodologías que permitan dar cuenta de mejor manera tanto de las trayectorias de crecimiento como del nivel de ingreso per cápita de los países en fechas determinadas del tiempo.
Desde el lanzamiento del Maddison Project en 2010 y la consiguiente creación de un corpus estadístico estandarizado sobre la evolución del PIB per cápita en el largo plazo para gran parte de los países, la discusión sobre los constructos estadísticos de Maddison y sus sucesores a lo largo del mundo se ha intensificado, dando lugar a sucesivas revisiones de la base de datos en 2013, 2018 y 2020, respectivamente. Las revisiones no sólo han incorporado cambios en la base de comparación de las PPA, introduciendo o eliminando benchmarks históricos de distinta índole que permitan comparar los ingresos per cápita de un país con otro en un punto determinado del tiempo, sino que también, aunque de manera más silenciosa, han ido actualizando y completando las series nacionales con nuevos aportes de investigadores.
Durante el reciente VII Congreso Latinoamericano de Historia Económica (Lima, 2022), un grupo de investigadores de distintos países de la región organizamos una sesión para discutir los avances más recientes de investigaciones relativas a cuentas nacionales de América Latina –en particular del PIB– en el largo plazo. El simposio, organizado además como un homenaje y en memoria del Prof. Bruno Seminario de Marzi (1957-2021), se realizó el viernes 4 de marzo de 2022, reuniendo a 13 ponencias y 19 investigadores, que discutieron nuevas estimaciones de PIB nacional para el siglo XIX y la primera mitad del XX, estudios sobre ciclos económicos en el largo plazo, y nuevas estimaciones de PIB a escalas administrativas menores. A partir de esos tres ejes temáticos, la sesión se organizó en tres segmentos: en el primero, compuesto de 7 ponencias, se presentaron las estimaciones más recientes de la región sobre PIB, ya sea a nivel agregado o por rama de actividad; en el segundo, compuesto de 2 ponencias, abordó las discusiones sobre ciclos económicos derivados de dichas estimaciones; y en el tercero, compuesto de 4 ponencias, se abordaron trabajos relativos a PIB a escala subnacional, ya sea regional o bien a nivel de división administrativa menor. El primer bloque fue abierto por el Prof. Felipe Portocarrero y el tercero por el Prof. Carlos Contreras, quienes dedicaron unas sentidas palabras recordando al Prof. Bruno Seminario Marzi, con quien compartieron muchos años de amistad y vida universitaria.
Bruno Seminario de Marzi (1957-2021)
Esfuerzos recientes de estimación del PIB
La sesión se abrió con una ponencia de André Hofman, académico de la Universidad de Santiago de Chile, quien realizó una síntesis del estado en que se encuentran las investigaciones sobre crecimiento económico en la región, y presentó un estudio sobre “Crisis y recuperaciones en Latinoamérica desde la independencia”, en el que analizó el desempeño económico de los países de la región entre 1820 y 2016 a partir de la base de datos del Maddison Project, revisión 2020. A continuación, Alfonso Herranz (Universidad de Barcelona) expuso un trabajo elaborado junto a Sandra Kuntz-Ficker (Colegio de México) sobre “Crecimiento económico en México en el siglo XIX: una re-evaluación”, en el cual revisan las estimaciones del PIB agropecuario de dicho país empleando un método indirecto basado en series de salarios reales de trabajadores no calificados. Por su parte, Adolfo Meisel (Universidad del Norte, Colombia) presentó una “Reconstrucción de las exportaciones colombianas, un análisis de largo plazo, 1774-2000”, en donde presenta una nueva serie de largo plazo en valores constantes a partir del uso de un nuevo deflactor. Atenea Castillo (Universidad de la República, Uruguay), Julio César Reyna (Universidad de Barcelona) y Alfonso Herranz (Universidad de Barcelona), presentaron, a su vez, una estimación del PIB de Ecuador desde 1900 en adelante, que permite cubrir un nuevo segmento temporal en la contabilidad nacional de dicho país.
Ponencia de Alfonso Herranz y Sandra Kuntz-Ficker, “Crecimiento económico en México en el siglo XIX: Una re-evaluación”
En otro ámbito temático, se presentaron dos trabajos sobre estructura por ramas de la actividad económica en el largo plazo. En el primero, Henry Willebald (Universidad de la República, Uruguay) y Carolina Román (Universidad de la República, Uruguay) expusieron una ponencia titulada “La relevancia de la producción no material para el crecimiento: estimaciones históricas del PIB de los servicios en Uruguay, 1870-2017”, en donde reconstruyeron las cifras de valor agregado por origen industrial para el sector terciario de la economía durante todo el período en cuestión, las que a su vez modifican las cifras agregadas de PIB. Juan Ignacio Pérez (Universidad de Chile), en tanto, presentó una ponencia sobre “Crecimiento y cambio estructural en una economía exportadora: el caso de Chile, 1860‐1940”, en el cual mostró los resultados de la estimación de valor agregado para 8 ramas nuevas de la economía (principalmente servicios), lo que permite contar con series continuas de valor agregado por rama de actividad desde 1860 a 2022. Por último, José Díaz‐Bahamonde (Pontificia Universidad Católica de Chile) presentó una nueva serie de “Indicadores mensuales de actividad económica en Chile, Siglo XXI”, que abarca desde 1928 hasta la actualidad.
En la discusión que se generó a continuación, se evaluaron los distintos métodos utilizados, como la utilización de años base, la falta de datos directos sobre producción para el sector servicios y la idoneidad de los métodos indirectos basados en salarios reales, discutiéndose también la periodización establecida para analizar el desempeño en el largo plazo de los países de la región.
Crecimiento, desarrollo y ciclos
El segundo bloque incluyó dos ponencias, abriendo un debate muy rico e interesante sobre la ocurrencia de los ciclos, sobre el concepto de regularidad en los procesos económicos que traen consigo y sobre el respaldo teórico que da soporte a su identificación y contabilidad.
Vanessa Berrocal (Universidad del Pacífico, Perú) y Luis Palomino (Universidad del Pacífico/BID), en un trabajo que habían comenzado como asistentes del Prof. Bruno Seminario (también autor de la ponencia) presentaron el paper titulado “Desarrollo y ciclos de larga duración en el Perú (1795-2020)”. En tanto, el Prof. Alfredo Erquizio (Universidad de Sonora, México), presentó la ponencia titulada “Ciclos económicos en el Perú: tres perspectivas”.
La constatación de ciclos en las variables económicas –habitualmente se hace referencia al PIB, pero se identifican, también, en otras variables–, sus diferentes modalidades (Kitchin, Juglar, Kuznets, Kondratieff, clásico de Mitchell, de Lucas), su teorización y modelística abrieron espacios de discusión muy valiosos en torno a la idea de regularidad o no en las evoluciones económicas, su volatilidad y recurrencia, las formas de difusión y el rol que le cabe a la política económica.
El último bloque estuvo destinado a una tercera área emergente, y que al igual que las otras dos, fue parte de la agenda de investigación del Prof. Bruno Seminario: la contabilidad de producto a escala subnacional. De hecho, las primeras tres ponencias de esta sección correspondieron a trabajos realizados junto al Prof. Seminario o bien guiados por él. El bloque permitió presentar métodos novedosos de estimación de PIB a nivel de divisiones administrativas menores utilizando datos satelitales de luz nocturna, así como indagar en las tendencias de largo plazo en la distribución territorial del producto. En ese sentido, las ponencias se alejaron de los análisis estándar de convergencia entre regiones, para adentrarse en los condicionantes estructurales de largo plazo en la distribución territorial del producto y sus nexos con los movimientos demográficos, la estructura económica y la influencia del carácter periférico de las economías latinoamericanas sobre la concentración territorial de la actividad económica.
La primera ponencia del bloque estuvo a cargo de María Alejandra Zegarra (Fondo Monetario Internacional) y Luis Palomino (Universidad del Pacífico/BID), quienes presentaron la “Evolución del espacio económico en Perú desde 1795”, en donde evaluaron las tendencias de largo plazo en la evolución del espacio económico del Perú. En la segunda ponencia, en tanto, Luis Palomino (Universidad del Pacífico/BID) expuso los resultados de una investigación iniciada junto a Bruno Seminario sobre “Estimación del PIB a nivel subnacional utilizando datos satelitales de luminosidad: Perú, 1993-2018”. Utilizando la misma metodología, pero esta vez para Chile, Gabriel Carvallo (Universidad de Chile) presentó el trabajo “Tendencia a mediano plazo de la actividad económica a nivel territorial en Chile: una aproximación a través de datos satelitales de luminosidad, 1992-2019”, trabajo realizado en conjunto con Juan Ignacio Pérez (Universidad de Chile), Luis Palomino (Universidad del Pacífico/BID) y Bruno Seminario† (Universidad del Pacífico). Por último, Mauricio Talassino (Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, Argentina), Esteban Nicolini (Universidad Carlos III, España) y María Florencia Aráoz (Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, Argentina) presentaron “Dinámica de la actividad económica argentina a nivel departamental: elaboración de indicadores y análisis espacial y temporal”, donde elaboraron indicadores de producto históricos a nivel de divisiones administrativas menores para Argentina, ilustrando la metodología para 1895 y 1960.
Ponencia de Gabriel Carvallo, en conjunto con Juan Ignacio Pérez, Luis Palomino y Bruno Seminario†, “Tendencia a mediano plazo de la actividad económica a nivel territorial en Chile: una aproximación a través de datos satelitales de luminosidad, 1992-2019”
Apuntes finales
La estimación de cuentas nacionales históricas es un campo de investigación fértil en la historia económica y, en particular, para América Latina, donde el esfuerzo de investigación de las últimas dos décadas parece abrir la posibilidad de contar con una revisión y actualización relevante de las estimaciones disponibles o más tradicionales. Mayor cobertura temporal –para adentrarse en el siglo XIX–, la inclusión de nuevos sectores –como los servicios– y la creciente relevancia de los análisis a escala subnacional, son algunos de los aspectos que permiten conceptuar la entrada a una nueva etapa en la construcción de cuentas nacionales históricas en América Latina. Ello, combinado con algunos esfuerzos por trascender el enfoque de la producción para considerar, también, la definición del PIB desde el lado de la demanda (o gasto) y desde el lado del ingreso contribuyen a fundar este optimismo.
En julio, estaremos organizando una nueva sesión temática en el World Economic History Congress, en Paris, con la expectativa de conocer e identificar más de estos esfuerzos de investigación, ganar en consistencia metodológica y avanzar en la posibilidad de nuevos –y mejores– trabajos comparativos.
[1] Una de las críticas metodológicas más habituales es el uso del PIB como indicador para comparar economías preindustriales en las que la asignación de recursos no necesariamente se realizaba en mercados competitivos, por lo que el uso de dicho indicador para comparar economías preindustriales sería una muestra de anacronismo. Una segunda crítica, mucho más compleja, se relaciona con el uso del PIB per cápita como indicador de bienestar. No ahondaremos en estas críticas en este breve texto, ya que en sí mismas son de suficiente envergadura como para posts independientes.
La evolución de los mercados de trabajo, vistos con el lente de las relaciones de género, es un campo de investigación muy nutrido y que no deja de crecer. La literatura que existe es abundante y procura presentar, discutir y comprender las condiciones bajo las cuales las diferencias de género en el ingreso y la distribución de los ocupados muestran persistentes diferencias salariales entre mujeres y varones, así como las barreras –implícitas o explícitas– a las trayectorias laborales de las mujeres. No obstante, la consideración de estos temas en la historia económica es menos frecuentado por los investigadores y su alcance ha sido más limitado (temática y temporalmente).
Es más, en América Latina todavía estamos en proceso de construir una mirada de largo plazo con la cual poder analizar las raíces de las diferencias de género presentes en el mercado de trabajo actual, explicarlas y, por qué no, contribuir en el diseño de políticas públicas que permitan mitigar y resolver las desigualdades.
Los artículos incluidos en el special issue son el resultado de la iniciativa y colaboración de un grupo de investigadores e investigadoras con quienes hemos intercambiado en forma intensa en los últimos años y con quienes hemos cooperado en diversos ámbitos. Los Congresos Latinoamericanos de Historia Económica (CLADHE) y los de la Asociación Internacional de Historia Económica (IEHA) han sido instancias de trabajo frecuentes para intercambiar diversos enfoques sobre la intersección entre los estudios de género y mercado de trabajo en América Latina.
América Latina y sus crisis recurrentes
Motivados por un rasgo típico de la economía latinoamericana, que es la recurrente ocurrencia de crisis, la convocatoria de artículos estuvo focalizada en el impacto de las crisis económicas en la incorporación y las trayectorias de varones y mujeres en el mercado laboral. La volatilidad del crecimiento es un rasgo histórico de la economía latinoamericana, vinculado a su dependencia del comercio exterior, la variabilidad de los precios internacionales de sus commodities, así como a las relevantes transformaciones demográficas de su intrincado entramado social.
De todas maneras, las crisis son también períodos donde se producen cambios significativos en el mercado de trabajo y tienen, generalmente como resultado, un incremento de la desigualdad. Durante los tiempos de crisis, se agudiza la segmentación del mercado de trabajo y el incremento de las mujeres en aquellos sectores de la economía considerados feminizados, especialmente en el sector del comercio y los servicios y, en estos últimos, particularmente en aquellos de carácter personales y sociales, con una especificidad marcada, que es la que representan los servicios domésticos. También en estas coyunturas se observa una caída de los salarios y una precarización de las condiciones laborales, lo que dificulta visualizar el acceso de las mujeres al mercado de trabajo en estos períodos como una oportunidad de equiparación en el mundo laboral. Por estas razones, la propuesta fue analizar, desde diversas perspectivas, el impacto de las crisis económicas en los países del Cono Sur Latinoamericano durante el Siglo XX.
Argentina al final del siglo XX
Para el caso de Argentina, Martín Cuesta, Ernesto Curvale y Camila Scuzzarello, abordan un período reciente de la economía del país, donde se identifica un incremento significativo de las mujeres en el mundo del trabajo, especialmente en un contexto de apertura y liberalización de la economía. El cambio estructural que se procesa en la Argentina desde la década de 1970 y hasta entrada la década de 1990 tiene un fuerte impacto en la determinación de las trayectorias laborales de las mujeres que se incorporan a la mano de obra. En particular, se comprueba la fuerte presencia de las mujeres en el sector de los servicios, tanto en los puestos de trabajo calificados como en los sectores con menor demanda de calificación.
Figura 2. 1984: primer 8 de marzo en democracia en Argentina.
En todos los casos, puede afirmarse que la mayor presencia de las mujeres en el mercado de trabajo estuvo condicionada, aunque no en forma exclusiva, por el impacto de la crisis económica y la necesidad, por parte de las familias, de incorporar trabajadores adicionales para equilibrar el presupuesto de los hogares. Estos resultados nos llevan a destacar dos aspectos significativos; por un lado, reafirmar el peso significativo que tiene el trabajo de las mujeres en los momentos de recesión económica, no sólo en el incremento de su participación dentro de la mano de obra, sino especialmente reforzando sectores claramente feminizados como el de los servicios. En línea con lo anterior, la presencia mayoritaria de las mujeres en esta actividad muestra, no obstante, una polarización en su participación entre el binomio trabajos calificados y no calificados, lo que podría contribuir a que persista la brecha salarial por razón de género e incluso que se profundice dentro de la mano de obra femenina.
Brasil a principios del siglo XX
Para el caso de Brasil, Molly Ball concentra su análisis de las crisis desde una perspectiva diferente, procurando analizar cómo una de las dimensiones de mayor impacto en el mercado laboral, como es la educación, tiene un rol decisivo en la posterior inserción de varones y mujeres en la fuerza de trabajo. Para ello, estudia el desarrollo de la educación primaria pública desde finales del siglo XIX y hasta 1930 en el estado de San Pablo. El interés de este estudio radica en los cambios particulares que tuvo la política educativa en la región, destacando un impulso inicial de la inversión en la enseñanza primaria y una posterior caída en el gasto público destinado a ese sector.
Figura 3. Ecolas Reumidas de Dois Córregos, em Piracicaba, 1924.
También analiza el rol que tuvo la demanda de la población por el acceso a la educación y cómo los cambios ocurridos en la conducción política del estado afectaron en forma significativa a las generaciones en edad escolar. Como corolario, el trabajo muestra que las tasas de alfabetización se ven fuertemente afectadas por las políticas productivas y sociales; y cómo las crisis económicas y su impacto en las políticas públicas termina impactando en forma desigual entre varones y mujeres. Si bien este es un estudio parcial, enmarcado en la gran diversidad que es el caso de Brasil, se confirma la clara determinación que tienen las políticas públicas en los cambios ocurridos en el mercado de trabajo en el mediano y largo plazo. Pero, además, también nos permite encontrar, en el temprano siglo XX, las claras demandas de las familias trabajadoras por mejorar los niveles educativos de futuras generaciones y no sólo como trabajadores, sino reflejando además la relevancia de esta dimensión en la mejora en la calidad de vida; cosa que no necesariamente es considerado así por los tomadores de decisión.
Las crisis económicas en Chile (1975 y 1982)
Por su parte, el trabajo sobre Chile, a cargo de Nora Reyes hace foco en el último cuarto del siglo XX, especialmente concentrando su análisis en las crisis económicas de 1975 y de 1982. Producto de un proceso también acumulativo de cambio estructural, apertura económica, desregulación y precarización del mercado laboral, la presencia de las mujeres en el mundo del trabajo se incrementa significativamente. En el análisis se destaca que las mujeres aumentan significativamente sus tasas de actividad, pero con un fuerte impacto en sus niveles de desempleo. Coincidiendo con lo ocurrido en Argentina y con lo señalado por la literatura internacional, el proceso de incorporación de las mujeres estuvo acompañado por una fuerte presencia en el sector de los servicios. Pero las sucesivas crisis muestran diferencias. En tanto la primera crisis analizada da cuenta de un incremento en los niveles de desempleo que afecta especialmente a las mujeres que se insertan al mercado laboral, la segunda crisis muestra cómo su impacto diferencial en los diversos sectores de la economía afecta en menor medida en aquellos espacios más feminizados como el sector de los servicios y en particular el servicio doméstico.
Figura 4. Portada de la Boletina Chilena del MEMCH ’83 (N°10, enero-febrero-marzo 1986).
Este trabajo permite contrastar lo ocurrido en Chile respecto a los resultados encontrados en otras regiones. Allí se señala que también en este país, las crisis no impactan de la misma manera en varones y mujeres, ya que depende en gran medida de los espacios de participación diferenciales en ambos sexos. Si bien la segunda crisis muestra que la desocupación no fue el factor determinante en la mano de obra de mujeres, ya que éstas se encontraban insertas en aquellos sectores menos afectados en materia de pérdida de puestos laborales, esto no implica que las condiciones laborales mejoraran. Y esto es así en la medida que permanecen sobrerrepresentadas en los espacios peor remunerados y con mayores niveles de informalidad y precariedad laboral.
Uruguay y un comparativo de tres crisis económicas
Finalmente, el trabajo sobre Uruguay, a cargo de María Camou y Silvana Maubrigades, presenta una recorrida de las tres principales crisis económicas que afectaron al país durante el siglo XX, tratando de identificar si existen diferencias en los procesos de participación de las mujeres en los diferentes momentos históricos. Encuentra que la crisis ocurrida en la década de 1930 muestra un incremento en la participación de las mujeres, coincidente con una caída en los salarios, lo que parece estar motivado por la sustitución de mano de obra masculina. La posterior recuperación económica revela, por el contrario, un proceso paulatino de retirada de las mujeres del mercado laboral.
Figura 5. Olla común. Huelga general de 1973. Uruguay.
Estos resultados ya no se encuentran en el análisis de las dos crisis posteriores, la ocurrida en la década de 1980 y la de principios del siglo XXI. En ambos casos, y coincidiendo con lo ocurrido en Argentina y Chile, el proceso de incorporación de las mujeres a partir de los años sesenta y setenta, se torna irreversible, más allá de las condiciones adversas de la economía. Si bien las mujeres en Uruguay muestran tasas de desempleo más altas que los varones, su participación laboral no declina, al tiempo que sí se observa una fuerte segmentación en el mercado de trabajo, lo que las ubica en forma mayoritaria en el sector de los servicios.
Este resultado global permite confirmar que el proceso de participación laboral de las mujeres es irreversible, incluso a pesar de que las condiciones de ingreso no son siempre las esperadas. Deja abierta la puerta a reflexionar sobre los cambios en la demanda de mano de obra y cómo la estructura productiva del país en particular, puede promover una mayor presencia de las mujeres, sin que ello implique necesariamente que se esté buscando en forma explícita una reducción de la brecha por razones de género. También el artículo suma a los resultados que se presentan en los casos de Argentina y Chile, que tiene que ver con una persistente segmentación del mercado laboral que ubica a las mujeres mayoritariamente en las actividades vinculadas a los servicios, lo que profundiza este “gueto de terciopelo” donde barreas invisibles parecen atrapar a las mujeres en aquellas actividades que son una extensión de los roles de cuidados, desarrollados en el espacio doméstico.
A modo de cierre
Los resultados encontrados en los trabajos presentados confirman las coincidencias esperadas en las trayectorias laborales analizadas desde una perspectiva de género. Más allá de las particularidades de cada país, especialmente en cuanto a su especialización productiva o dinámica económica a lo largo del siglo XX, se observan claras coincidencias en la participación laboral de varones y mujeres, no sólo en cuanto a su evolución sino especialmente en la segmentación laboral que identifica a ambos sexos. Atendiendo, en particular, al rol de la mano de obra de mujeres durante las crisis económicas que han afectado a los países de la región durante el siglo pasado, se confirma que estas coyunturas profundizan los resultados observados, tanto en los resultados en materia de desempleo como en la persistente feminización y/o masculinización de los sectores productivos. Los casos de Argentina, Chile y Uruguay, en su análisis del último cuarto del siglo XX, dan cuenta del impacto que tiene en el mercado laboral los procesos de cambio estructural, fuertemente caracterizados por la apertura comercial, la desregulación y precarización de las condiciones laborales. Como contraste, las primeras tres décadas del siglo XX, tanto en materia de inversión pública en la educación, como muestra Brasil, así como los cambios en la estructura productiva en el caso de Uruguay, dan cuenta de la relevancia que tienen las políticas productivas y sociales implementadas por los estados en los procesos de integración de su población a la economía, en el mediano y largo plazo.
Aspiramos con esto a que las diversas miradas contenidas en esta revista constituyan un estímulo para nuevas investigaciones, que amplíen nuestra visión histórica sobre la evolución del mercado de trabajo en América Latina y profundicen los estudios sobre las persistentes desigualdades entre varones y mujeres que se observan en la región.
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