Los inicios de la globalización moderna de la banca latinoamericana

Sebastián Alvarez

Sebastián Alvarez es profesor asistente en la Universidad Adolfo Ibáñez e investigador asociado de la Facultad de Historia de la Universidad de Oxford y del Graduate Institute de Ginebra. Es Doctor en Historia Económica y Social por la Universidad de Ginebra, Magister en Economía por la Universidad de Paris 1 – Panthéon Sorbonne y Licenciado en Economía por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Sus áreas de interés son la historia bancaria, las crisis financieras, los regímenes monetarios y la política económica.


RESUMEN. Los grandes bancos del mundo desarrollado son actores centrales de los mercados de capitales internacionales y los flujos financieros globales.  ¿Cuáles son los orígenes de la globalización bancaria moderna? ¿Cómo se dieron estos procesos en la periferia? En esta entrada al Blog reflexionamos sobre los orígenes de la globalización financiera en América latina en base a los resultados del artículo “Latin American Banks and the Euromarkets: A View on the Process of Early Bank Globalization from the Periphery” publicado próximamente en el Jahrbuch für Wirtschaftsgeschichte / German Economic History Yearbook. El trabajo documenta el nivel y alcance de este proceso en las etapas tempranas de la globalización bancaria moderna de América Latina y abre nuevos interrogantes sobre las razones y la economía política de su evolución posterior.


Fuente: The Banker, Junio de 1979, p. 110

¿Cuándo comenzó la globalización bancaria moderna? ¿Cómo fue este proceso en el mundo en desarrollo y qué consecuencias produjo para los sistemas financieros?  Estas preguntas son aún hoy en día fuente de debates y nuevas investigaciones entre economistas, politólogos e historiadores. En muchos aspectos, la globalización bancaria despegó a comienzos de la década de 1970 con el levantamiento de controles de capitales y liberalización financiera adoptados en una gran cantidad de países.[1] Con la caída de Bretton Woods se reconfiguró el sistema monetario internacional y se inauguró una nueva era de tipos de cambio flexibles que presentaron amenazas para los bancos, pero reforzaron también los movimientos de capitales a escala global que se encontraban ya en fuerte expansión de la mano del desarrollo de los Euromercados y el crecimiento de la plaza financiera de Londres.

La presencia de la banca latinoamericana en los principales centros financieros

La banca comercial fue un actor clave y parte fundamental de estos procesos. Siguiendo con rezago la creciente expansión de las compañías multinacionales en el dinámico escenario económico mundial de la postguerra, el nuevo contexto de apertura financiera abrió puertas previamente cerradas a transacciones internacionales y nuevas oportunidades de negocios en el exterior. El choque petrolero de 1973 y los masivos excedentes comerciales de los países de la OPEP que fueran luego depositados en los Euromercados en Londres (los famosos “petrodólares”) proveyeron recursos que propulsaron aún más la banca internacional y los mercados de créditos globales.[2] Los grandes bancos comerciales de los países desarrollados, sobre todo de Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, estuvieron a la vanguardia y lideraron estos desarrollos financieros, pero los países de la periferia no fueron la excepción y sus bancos y sistemas bancarios también se globalizaron durante este periodo. No obstante, su presencia internacional y su participación en los mercados de capitales globales no ha recibido mucha atención y poco se conoce aún sobre la magnitud y las implicancias de este fenómeno.

En América latina, la región más dinámica y económicamente más pujante del mundo en desarrollo en ese entonces, la banca comercial inició un fuerte proceso de internacionalización en este periodo. El Gráfico 1 muestra la ubicación y el tamaño (medido a partir del número de empleados) de las agencias y sucursales de bancos latinoamericanos en Londres entre 1973 y 1982 (es decir, entre el año del choque petrolero y el estallido de la crisis de la deuda). El gráfico ilustra la expansión y la creciente presencia latinoamericana en la plaza financiera londinense, no sólo en términos del número de bancos y el aumento de su tamaño, sino también por la mayor cantidad de países de dónde provenían. Mientras que sólo 5 bancos de 4 países tenían presencia en Londres en 1973, 28 de 8 países distintos estaban operando en la City londinense hacia 1982. Los bancos brasileños, argentinos y mexicanos, las tres mayores economías de la región, eran los actores más importantes, pero también había presencia bancaria colombiana, chilena, uruguaya, venezolana e, incluso, cubana. Además de sus propias sucursales o agencias, muchos de estos bancos tenían presencia indirecta en Londres a través de participación accionaria en consorcios bancarios junto con otros bancos europeos o de la región.

Gráfico 1. Evolución de las oficinas bancarias latinoamericanas en Londres entre 1973 y 1982

Fuente: “Foreign Banks in London,” The Banker (varios números).

Como capital de los Euromercados, Londres fue un destino importante para los bancos comerciales latinoamericanos pero su verdadero centro de atracción estuvo en Estados Unidos. Nueva York, histórica rival financiera de la City, también vivió un fuerte desarrollo como centro bancario internacional en esta época y para América Latina representaba un destino primordial. El Gráfico 2 ilustra la fuerte (y relativamente mayor) presencia de la banca latinoamericana en Manhattan en 1982 (con respecto a Londres). Por un lado, todos los bancos latinoamericanos con oficinas en Londres estaban también presentes en Nueva York, y por lo general con agencias de mayor tamaño. Por otro lado, muchas otras instituciones bancarias de la región operaban en Nueva York y no en Londres. En 1982, un total de 37 bancos de 10 países latinoamericanos diferentes tenían agencias o sucursales en Manhattan (y empleaban más de 1200 personas), las cuales estaban principalmente concentradas en Midtown y, en menor medida, en el Distrito Financiero en downtown.  Aparte de Nueva York, muchos de estos bancos tenían también agencias en centros financieros regionales, sobre todo en San Francisco, Los Ángeles y Miami, así como oficinas de representación en muchas otras ciudades.

Gráfico 2. Oficinas bancarias latinoamericanas en la ciudad de Nueva York en 1982

Fuente: “Foreign Banks in New York,” The Banker (varios números).

Aunque en menor medida, la internacionalización de la banca latinoamericana también significó su llegada a los centros financieros del Caribe. Las finanzas offshore y los paraísos fiscales de Asia y Centroamérica pulularon y vivieron una gran expansión en los años 1970s, y como tales atrajeron también una cantidad creciente y variada de bancos extranjeros.[3] En materia offshore, los centros del Caribe eran la opción lógicamente más privilegiada y los grandes bancos internacionales de América Latina, principalmente los brasileños, argentinos y mexicanos, abrieron oficinas en las Islas Caimanes, las Bahamas y Panamá. El centro financiero panameño, uno de los más importantes del Caribe, fue de especial importancia sobre todo para la banca colombiana, para la cual representó su principal plataforma de operaciones internacionales. El Gráfico 3 muestra la presencia y participación de los bancos latinoamericanos en la plaza financiera panameña en 1982. 8 de los 12 bancos latinoamericanos eran colombianos y estos representaban, en conjunto, aproximadamente el 55 por ciento de los activos totales de los bancos latinoamericanos. Algunos bancos colombianos se encontraban incluso entre los mayores de los cientos de bancos extranjeros que operaban en Panamá.  

Gráfico 3. Bancos latinoamericanos en Panamá en 1982

Fuente: Datos de Caballero-Argáez y Avella Gómez (1986).

¿Para qué tener presencia en los centros financieros?

Para la banca latinoamericana, la presencia directa en Londres y en Estados Unidos ofrecía una puerta de entrada a los Euromercados y al enorme mercado (inter)bancario norteamericano. A través de sus agencias y sucursales en estas plazas financieras, los bancos podían acceder a nuevas fuentes de fondos y captar recursos en el mercado de Eurodólares y en los mercados monetarios estadounidense con los cuales llevar a cabo sus actividades internacionales. Estas incluían, principalmente, la participación en eurocréditos o préstamos sindicados internacionales en asociación con otros bancos, como así también financiamiento para exportaciones e importaciones, entre otros negocios en los países de destino o a nivel internacional.[4] Para las casas matrices, las agencias y sucursales ubicadas en los principales centros financieros mundiales eran el instrumento de acción en los Euromercados y el brazo a través del cual participaron en el proceso de reciclaje de petrodólares y el boom de préstamos internacionales. Mientras que Londres y Estados Unidos ofrecían acceso a dólares genuinos con los cuáles fondear sus actividades internacionales, las agencias y sucursales en los centros offshore del Caribe desempeñaban una función contable y de arbitraje regulatorio entre las distintas plazas.

En términos generales, la internacionalización de la banca y su involucramiento en los Euromercados resultó en mayores niveles de intermediación financiera internacional. El Gráfico 4 representa los activos y pasivos externos (con no residentes) y el ratio obligaciones externas sobre capital para el sistema bancario de siete países de la región a comienzos de los años 1980s. El gráfico muestra que, salvo en el caso de Uruguay, la posición externa del sistema bancario no estaba perfectamente calzada, y que para los países más involucrados en las finanzas internacionales los pasivos externos fueron en general (bastante) superiores a su contraparte activa. Esto significa que las operaciones financieras en el exterior sirvieron como fuente de recursos que se canalizaban domésticamente para financiar residentes, haciendo de la banca internacional un mecanismo para la transmisión de liquidez global al país. No obstante, el nivel de involucramiento y la medida en que los recursos extranjeros se utilizaban para financiar la expansión de los activos domésticos variaban de país a país.

Gráfico 4. Activos y pasivos externos del sistema bancario doméstico a comienzos de los 1980s

Nota: Datos para fines de 1982, pero para Chile es 1980 (1981 y 1982 no son reportados) y  el ratio pasivos externos a capital para Perú es de 1980 (datos sobre capital para 1981 y 1982 no son reportados)

Fuente: IMF’s International Financial Statistics.

Al final, la crisis ¿y después qué?

Los problemas financieros de las economías latinoamericanas a comienzos de la década de 1980, y sobre todo estallido de la crisis de la deuda luego de la moratoria mexicana en agosto de 1982, tuvieron repercusiones importantes para las actividades internacionales de los bancos de la región. Los problemas bancarios, de balanza de pago, y endeudamiento generaron nerviosismo en el sistema financiero internacional y un aumento en la percepción del riesgo de los bancos latinoamericanos, dificultando sus operaciones de fondeo en los mercados interbancarios internacionales. Los bancos mexicanos, pero también algunos brasileños y los argentinos, sufrieron graves problemas de liquidez en sus operaciones externas que comprometieron su posición financiera y solvencia. Los colombianos, por su parte, que sufrieron una gran crisis doméstica, también confrontaron serias dificultadas en sus operaciones en Panamá.[5] Aunque menos estudiado, la situación de otros bancos de la región involucrados en los mercados internacionales, como los bancos venezolanos, chilenos y peruanos, también se vio afectada, aunque la cronología y las razones de sus problemas varían de caso a caso.  Los consorcios bancarios latinoamericanos también sufrieron el impacto de la crisis, entraron en procesos de liquidación para ser finalmente cerrados entre fines de los 1980s y principio de los 1990s.

Independientemente de las dinámicas y particularidades de cada caso, la “década perdida” de los 1980s interrumpió el rápido y vigoroso proceso de expansión bancaria internacional de la década previa. En medio de serios problemas financieros y macroeconómicos, los sistemas bancarios de América Latina atravesaron importantes transformaciones, incluyendo quiebras, fusiones, nacionalizaciones, adquisiciones por bancos extranjeros, reprivatizaciones, que reconfiguraron la estructura de la industria y las dinámicas de internacionalización. Si bien el proceso histórico de la globalización de la banca latinoamericana moderna no ha sido estudiado aún, un cambio importante parece verificarse desde la década de los 1980s. A diferencia de lo sucedidos durante los 1970s, cuando la mayoría de los bancos que lideraban el proceso de internacionalización estaban en manos de actores públicos o privados nacionales, la globalización de la banca latinoamericana a partir de la década de 1990 parece en cambio dominada por una mayor presencia de propiedad extranjera. ¿Cuál es la relación entre la internacionalización bancaria temprana y las crisis financieras de la región en los 1980s? ¿están los cambios en la estructura propiedad y la ‘extranjerización’ de la industria bancaria relacionados con sus pasivos externos y los problemas financieros sufridos durante la década perdida? Estas son preguntas importantes para la historia de la región que requieren aún ser estudiadas.


[1] Véase Battilossi (2000) y Jones (1992).

[2] Véanse Pecchioli (1983) y Bryant (1987).

[3] Véase Higgins (1999) y Francis (1985).

[4] Un estudio más detallado para los casos de México y Brasil, respectivamente, puede encontrarse en Alvarez (2019, 2021).

[5] Véase Caballero Argaez y Avella Gómez (1986)

Referencias

Alvarez, Sebastian. 2019. Mexican Banks and Foreign Finance: From Internationalization to Financial Crisis, 1973-1982. Cham: Palgrave Macmillan.

———. 2021. “International Banking and Financial Fragility: The Role of Regulation in Brazil and Mexico, 1967-1982.” Financial History Review 28(2): 175–024.

Battilossi, Stefano. 2000. “Financial Innovation and the Golden Ages of International Banking: 1890-31 and 1958-81.” Financial History Review 7(02): 141–75.

Bryant, Ralph C. 1987. International Financial Intermediation. Washington D.C: Brookings Institution Press.

Caballero Argaez, Carlos, and Mauricio Avella Gómez. 1986. La Banca Colombiana y La Banca Internacional.

Francis, Carlene Y. 1985. “The Offshore Banking Sector In The Bahamas.” Social and Economic Studies 34(4): 91–110.

Higgins, J. Kevin. 1999. Offshore Financial Services: An Introduction. The Counsellors Ltd.

Jones, Geoffrey, ed. 1992. Multinational and International Banking. Aldershot: Edward Elgar.

Pecchioli, Rinaldo M. 1983. The Internationalisation of Banking: The Policy Issues. Paris: OECD.


Democracia y bancos centrales: algunas reflexiones desde la historia económica

Juan Flores Zendejas

Universidad de Ginebra

Mucho se ha comentado últimamente sobre las contradicciones entre la independencia de los bancos centrales y los regímenes democráticos en los cuales operan. Quienes ven una contradicción entre ambos argumentan que los mandatos de los bancos centrales son por naturaleza decisiones difíciles. Si bien dichos mandatos varían de un país a otro, hoy en día estos incluyen principalmente la estabilidad de precios y la promoción de la actividad económica, siempre con la idea que la política monetaria corresponda con el interés del país (como se explicita en el caso del Banco Nacional Suizo). Pero, ¿cómo se determina cuáles son los intereses del país que deben prevalecer? Es evidente que las decisiones de estas instituciones tienen efectos asimétricos sobre los diferentes grupos de la economía y que van más allá de sus efectos sobre los precios y los tipos de interés.

Es un buen momento para preguntarse hasta qué punto un banco central deba mantenerse al margen del marco democrático de cada país (o de otras uniones monetarias, como en el caso de la Unión Europea). Más aún, también es un buen momento para recordar que los mismos mandatos de los bancos centrales fueron resultado de procesos democráticos. Por tanto, a medida que la sociedad evoluciona, es muy posible que sus preferencias cambien y que surjan reclamos para la modificación de esos mandatos iniciales. De hecho, hoy en día se escuchan voces favorables a que los bancos centrales incluyan en sus mandatos otros aspectos no monetarios, como el combate contra la desigualdad o la lucha contra el cambio climático.

Sanchez Cerro y Edwin W. Kemmerer

Fuente: Wikimedia Commons, the free media repository

Los debates en los tiempos del patrón-oro

¿Como fueron estos debates en el pasado? En primer lugar, es necesario recordar que, en un principio, la mayoría de los bancos centrales que se establecieron entre los siglos XVIII y XIX fueron entidades privadas. Sus funciones básicas eran diversas, incluyendo (y principalmente) la de brindar servicios bancarios al gobierno (como fuente de financiamiento), la de devenir los únicos emisores monetarios y la de garantizar la convertibilidad (en oro, plata, o ambos) de los billetes emitidos. Esto implicaba que los bancos centrales eran responsables de la estabilidad del valor externo de la moneda, con la que evitaran las presiones inflacionarias que habían sido problemáticas en el pasado, especialmente durante periodos con conflictos armados. La convertibilidad implicaba el mantenimiento de una cierta proporción fija de reservas de oro a la oferta monetaria. Más adelante (y existe cierto consenso en la literatura sobre el tema), la adhesión al patrón oro se consideraba positiva para el comercio internacional y la inversión.

Una de las principales preocupaciones era evitar un problema que ahora llamamos dominio fiscal, por lo que los gobiernos tenían que ser excluidos de las decisiones de política monetaria. La mayoría de los bancos centrales tenían un director (gobernador) y un vicedirector (subgobernador) designado por el gobierno. Por otro lado, los accionistas privados designaban a los miembros del consejo de dirección (junta directiva), y negociaban cada decisión considerando las regulaciones vigentes (como la ratio de cobertura), las utilidades, y los intereses públicos y privados. Los bancos centrales tenían, además, límites legales a los volúmenes de préstamo otorgados a las instituciones públicas, entre otras restricciones legales.

Las concesiones otorgadas por los gobiernos a estos bancos centrales debían renovarse cada cierto tiempo, lo que implicaba que, al actuar, los bancos frecuentemente debían considerar la amenaza de no renovación de su concesión, y la existencia de competidores potenciales, disminuyendo así su poder de negociación respecto al gobierno (esto es, su independencia estaba bastante limitada).[1] Aun así, y a primera vista, podemos considerar este período como una experiencia exitosa al menos desde una perspectiva puramente monetaria. En otras palabras, si observamos a los países bajo el patrón oro en 1914, justo antes de la Primera Guerra Mundial, estos constituyen una gran mayoría. Sin embargo, esta perspectiva pasa por alto el hecho de que entre 1870 y hasta 1896, el oro era un bien escaso y costoso, y la mayoría de los países se abstuvieron de adherirse a dicho régimen. Por otro lado, los países bajo el patrón oro también sufrieron una presión deflacionaria persistente, lo que desencadenó una serie de efectos, incluida una influencia contractiva en la economía y también una carga pesada sobre las finanzas públicas (ya que los gobiernos eran deudores relevantes en sus economías).

Es solo después de 1896 cuando se descubrieron grandes cantidades de oro en Sudáfrica, Klondike (América del Norte) y Australia en la década de 1890, lo que llevó a un aumento en la oferta general del metal y, por lo tanto, en la oferta monetaria. Este cambio generó más inflación en los países con patrón oro, pero también permitió a los gobiernos honrar sus deudas. En otras palabras, bajo el llamado patrón oro clásico, la inflación estaba determinada en gran medida por factores externos. Si observamos el movimiento del nivel general de precios en los países bajo el patrón oro, su correlación fue muy alta, en particular si miramos la experiencia europea (Flandreau et al., 2010).

Existe una controversia sobre las razones que permitieron la emergencia de un sistema monetario internacional estable que duró unos 20 años (e incluso más para ciertos países). Aquí hay dos líneas de pensamiento y, como para muchas otras preguntas, la verdad debe estar en algún punto intermedio.  Una línea de pensamiento afirma que la estabilidad de precios y de tipos de cambio solo fue posible debido al limitado sufragio electoral de la época, a la fuerza limitada del sindicalismo y a la escasez de partidos laborales parlamentarios que ayudaron a reducir los conflictos distributivos, lo que implicaba que las recesiones económicas no se contrarrestaron con políticas monetarias anticíclicas de los bancos centrales (aunque véase James y Bloomfield, 1965, para otra perspectiva).[2] Los factores externos que llevaron a la deflación fueron acompañados por un aumento del desempleo. Las deficiencias democráticas de estos países implicaron que grandes sectores de la economía sufrieron estas políticas procíclicas, al no poder alzar la voz e influir en las políticas monetarias de los bancos centrales.

Sin embargo, otra corriente de la literatura argumenta que, a medida que mejoraron los niveles de representación democrática, la inestabilidad monetaria no fue mayor. Por el contrario, observan que solo ciertos países abandonaron ocasionalmente el patrón oro, en particular cuando aumentó la deflación y la carga de la deuda del gobierno se volvió insostenible, independientemente de su nivel democrático. Un gobierno podría dejar de rembolsar su deuda, dejar el patrón oro o ambas cosas. En este sentido, esta evidencia sugiere que la estabilidad monetaria no se trataba realmente de democracia o no, sino de si era compatible con la capacidad fiscal de los estados. Por lo tanto, esto implicaba que lo más importante para el buen funcionamiento monetario de un país eran la independencia del banco central y el mantenimiento de equilibrios fiscales sanos.

Los cambios luego de la Primera Guerra Mundial

La Primera Guerra Mundial se financió en gran medida mediante emisión monetaria, lo que significó que los años posteriores requirieron una severa política deflacionaria por parte de los bancos centrales y austeridad fiscal de parte de los gobiernos. En su momento también hubo un conjunto de conferencias internacionales (en particular una en Bruselas en 1920 y otra en Génova en 1922) en las que se llegó a un consenso donde se suponía que los gobiernos afectados por la crisis económica imperante debían establecer bancos centrales (ahí donde faltaran) e introducir reformas que garantizaran la independencia de estas instituciones. La idea general era tener bancos centrales libres de interferencias políticas para lograr la estabilidad monetaria (Flores Zendejas y Decorzant, 2016).

Más allá de Europa, muchos países carecían de un banco central, y varios de ellos decidieron establecer uno durante esos años. Entender los orígenes de estas instituciones nos obliga, primero, a referirnos a una figura relevante, que fueron los «médicos del dinero». Los Money doctors fueron asesores extranjeros que visitaron países de todo el mundo y brindaron un conjunto de recomendaciones para modernizar sus economías. Dichas recomendaciones podrían incluir una reforma del sistema tributario, cambios en el manejo de la deuda, en el marco regulatorio bancario y, por supuesto, en el sistema monetario, para lo cual se recomendó el establecimiento de un banco central. Estos doctores del dinero estuvieron activos en muchos lugares, incluidos Polonia, Filipinas, China y, por supuesto, muchos países de América Latina: por nombrar, pero las visitas más importantes en la década de 1920 fueron Guatemala, Ecuador, Chile, Colombia y Bolivia (en la década de 1930 siguieron Perú, Argentina, Brasil).

América Latina fue (y sigue siendo) una región con una larga historia de inflación y debilidad monetaria. En ese momento, esta característica podría entenderse directamente por el hecho de que en la mayoría de estos países las élites exportadoras habían privilegiado la existencia de monedas locales que se depreciaban, ya que podían beneficiarse de tener un ingreso en moneda extranjera, mientras enfrentaban costos en moneda local. Sin embargo, en la década de 1920 hubo una demanda general por gran parte de la población para aumentar su poder adquisitivo y, también, una disposición de los gobiernos de América Latina para atraer capital extranjero. Esta alianza e interés común llevó a la estabilización de las monedas latinoamericanas y a la caída de las tasas de inflación. Dos de los más importantes de estos doctores del dinero fueron el profesor Edwin Kemmerer de la Universidad de Princeton y Otto Niemeyer del Banco de Inglaterra. El caso de Kemmerer es particularmente ilustrativo sobre cómo los gobiernos locales reaccionaron a sus recomendaciones.

Kemmerer también promovió la idea de que los bancos centrales debían estar libres de interferencias políticas.[3] Sin embargo, para Kemmerer los gobiernos debían ser accionistas de los nuevos bancos centrales, con un máximo del 50% de su capital pagado (básicamente porque el capital público debería intervenir en las regiones pobres en capital). Las juntas directivas estaban compuestas por 10-12 miembros, alrededor de dos eran designados por el gobierno y el resto debía ser designado por el sector bancario, por el sector comercial, por el sector agrícola, la industria y, en ciertos casos, por los sindicatos. La pregunta que surge es saber por qué era tan importante para Kemmerer y por qué era tan diferente de lo que tenemos hoy.

Una de las principales preocupaciones de Kemmerer (sobre la que discutimos menos estos días) era el hecho de que los bancos centrales debían ser independientes de los intereses de los bancos comerciales. Por lo tanto, las juntas de gobierno de los nuevos bancos centrales incluyeron, además de los representantes del gobierno y de los bancos, a representantes de otros sectores de la economía (agricultura, industria, comercio) y de grupos de interés (particularmente, sindicatos). Esto es, si bien los gobiernos pudieron haber sido cooptados por los intereses de algún sector en particular (lo que podríamos denominar una carencia democrática), este riesgo estuvo limitado en las juntas directivas de estas instituciones por medio de la implicación directa de todas las voces afectadas en las decisiones de política monetaria.

Desgraciadamente, la gran depresión dio al traste con este experimento. En un principio, los bancos centrales reaccionaron con una política monetaria contraccionista apoyada, principalmente, por los banqueros (extranjeros), pero proveyendo la liquidez necesaria para mitigar las crisis bancarias que surgieron. Posteriormente, los bancos centrales se vieron obligados a abandonar el patrón (cambio) oro, a aumentar los préstamos al gobierno, pero también a aumentar el crédito al sector real. Es en este momento cuando los bancos centrales implementaron políticas monetarias heterodoxas, incluyendo el financiamiento y apoyo a nuevos bancos públicos de desarrollo y a otros programas que pretendían beneficiar a la población (sistemas de pensiones, programas contra el desempleo, etc.). En otras palabras, los bancos centrales perdieron su independencia respecto a sus gobiernos, pero también se liberaron de la interferencia del sector financiero.

Ciertamente, estos cambios conllevaron un alza inflacionaria y una devaluación monetaria, pero también contribuyeron a la recuperación económica y a mitigar los efectos de la crisis. Pero esta experiencia nos muestra que la falta de democratización de los bancos centrales fue un problema latente hace cien años, y una manera de resolverlo fue la de dar voz política a los distintos grupos sociales, acotando el peso de las voces dominantes al interior de las mismas instituciones.

[1] Este párrafo y el siguiente tienen como base el artículo de Marc Flandreau, Jacques Le Cacheux y Frédéric Zumer (1998).

[2]. Ver, además, Eichengreen (1992, 1998).

[3] Los siguientes párrafos se basan en Flores Zendejas (2021).


Referencias

Eichengreen, Barry. 1992. Golden Fetters: The Gold Standard and the Great Depression, 1919-1939. NBER Series on Long-Term Factors in Economic Development. New York: Oxford University Press.

Eichengreen, Barry J. 1998. Globalizing Capital: A History of the International Monetary System. 4th printing, with An update. Princeton: Princeton University Press.

Flandreau, Marc, Juan Flores, Clemens Jobst, and David Khoudour-Casteras. 2010. “Business Cycles, 1870–1914.” In The Cambridge Economic History of Modern Europe: Volume 2: 1870 to the Present, edited by Kevin H. O’Rourke and Stephen Broadberry, 2:84–107. The Cambridge Economic History of Modern Europe. Cambridge: Cambridge University Press. https://doi.org/10.1017/CBO9780511794841.006.

Flores Zendejas, Juan. 2021. “Money Doctors and Latin American Central Banks at the Onset of the Great Depression.” Journal of Latin American Studies 53 (3): 429–63. Flores Zendejas, Juan H., and Yann Decorzant. 2016. “Going Multilateral? Financial Markets’ Access and the League of Nations Loans, 1923–8.” Economic History Review 69 (2): 653–678.

James, Emile, and A. J. Bloomfield. 1965. “Short-Term Capital Movements under the Pre-1914 Gold Standard.” Revue Économique 16 (4): 645-. https://doi.org/10.2307/3499359.

Marc Flandreau, Jacques Le Cacheux, and Frédéric Zumer. 1998. “Stability without a Pact? Lessons from the European Gold Standard, 1880-1914.” Economic Policy, Economic Policy, 13 (26): 115–62.


¿Qué relevancia tiene el sector financiero sobre el comportamiento cíclico de las economías? Una discusión desde la perspectiva latinoamericana

Maximiliano Presa (Universidad de la República, Uruguay)

Maximiliano Presa es Ayudante de Investigación en el Instituto de Economía (IECON) de la Facultad de Ciencias Económicas y Administración de la Universidad de la República (Uruguay), y Ayudante en la Unidad Curricular Historia Económica del Uruguay de la misma institución. Licenciado y Magíster en Economía por la Universidad de la República, y estudiante del Programa Interuniversitario de Doctorado en Historia Económica, de las Universidades de Valencia, Barcelona y Carlos III de Madrid. Sus temas de interés están en la historia financiera, especialmente en el estudio de las crisis financieras en América Latina.

RESUMEN. La crisis financiera global comenzada en 2008 despertó a las economías avanzadas de un largo sueño, en el cual los hacedores de política económica confiaban en que habían logrado domar al ciclo económico y avanzar en sendas de crecimiento estables. La crisis disparó la realización de un gran número de trabajos académicos que trajeron al frente las explicaciones del comportamiento cíclico de las economías capitalistas basadas en los desarrollos sucedidos en el sector financiero. En esta entrada, repasaremos las principales teorías que explican los ciclos, centrándonos en la relación entre los ciclos reales y financieros. Luego, esbozaremos la evidencia actual sobre la existencia de dichos ciclos y su relación a nivel internacional, para, finalmente, introducir los primeros resultados del caso de estudio de Uruguay como un ejemplo de economía pequeña, abierta y periférica.


Cada episodio de crisis en las economías modernas nos recuerda que el crecimiento económico a lo largo del tiempo no se caracteriza por ser particularmente suave, sino que su velocidad suele variar a lo largo del tiempo. Luego de períodos de importante crecimiento, como por ejemplo la edad de oro del capitalismo en las décadas de 1950 y 1960, suelen aparecer súbitas y profundas crisis (por ejemplo, la crisis del petróleo de 1973), las cuales se resuelven con distinta celeridad y dan paso a una nueva etapa expansiva. Los historiadores económicos y los economistas suelen referirse a estas regularidades en el crecimiento moderno como “ciclo económico”. En nuestro contexto, denominaremos específicamente al ciclo en la producción como “ciclo real”, mientras que el ciclo existente en el desempeño del sector financiero será el “ciclo financiero”.

Figura 1. Izquierda: una imagen del desempleo durante la Gran Depresión. Derecha: sede de Lehman Brothers, uno de los grandes protagonistas de la Crisis Financiera Global comenzada en 2008

¿Qué explicaciones se han propuesto?

En este repaso, destacaremos tres explicaciones ensayadas para interpretar el comportamiento cíclico de las economías integradas al sistema capitalista mundial. En la primera mitad del siglo XX, especialmente en el período entreguerras, cobra fuerza una importante e influyente producción académica que se centra en caracterizar los ciclos. En este sentido, las interpretaciones que podríamos denominar “clásicas” son las primeras explicaciones a los factores detrás de los comportamientos estilizados observados. Un rápido resumen de la obra de Schumpeter (1939) y otros autores contemporáneos, nos indica la existencia de ondas o fluctuaciones de Kitchin, de Juglar, de Kuznets y de Kondratieff, las cuales se distinguen entre sí por su duración entre dos fases iguales (por ejemplo, dos picos) y sus fundamentos. Las ondas de Kitchin y Juglar se asocian al corto plazo (entre 2 y 4 años para las primeras; alrededor de 9 años para las segundas) y su explicación se basa en cambios en la conformación del capital fijo. Las ondas de Kuznets se asocian al mediano plazo (entre 15 y 22 años) y se vinculan con movimientos demográficos y migratorios, y con el comportamiento de la inversión y del mercado de trabajo. Finalmente, las ondas largas de Kondratieff (entre 45 y 60 años) se asocian con cambios radicales en el sistema productivo, principalmente vinculados con la introducción de una nueva tecnología en la esfera productiva.

Figura 2. De izquierda a derecha: Joseph Schumpeter, Thomas Sargent y Hyman Minsky.

Estas primeras interpretaciones solían ser acusadas de ser “mediciones sin teoría”[1]. Hacia la década de 1970, los modelos de la “Nueva Macroeconomía Clásica” pasaron a explicar el comportamiento cíclico de la economía agregada en base al comportamiento de un conjunto limitado de agentes representativos. Éste es modelizado, en un entorno de equilibrio general, a partir de fundamentos microeconómicos que normalmente consisten en la optimización de una función objetivo sujeta a algún tipo de restricción en el conjunto de decisiones posibles. Estas explicaciones asignan el origen de las fluctuaciones cíclicas a shocks monetarios y fiscales sucedidos sobre una situación de equilibrio. Estos shocks se transmiten al resto de la economía por medio de un conjunto de relaciones estructurales entre los componentes de la demanda, que modelan las relaciones entre individuos (Lucas, 1975; Sargent y Wallace, 1975).

Las primeras críticas a estas interpretaciones dieron lugar a los modelos de ciclo real de negocios, en donde bajo un marco analítico similar, se pone el foco en los shocks aleatorios sucedidos en el “lado real” de la economía, es decir, sobre la tecnología disponible o las preferencias de los individuos (Kydland y Prescott, 1982; Long y Plosser, 1983). Posteriormente, la incorporación en estos modelos de rigideces nominales y la incertidumbre, basadas en la tradición keynesiana, dieron lugar a los modelos “neokeynesianos”. La versión más moderna de estos modelos son los de equilibrio general dinámico estocástico (DSGE por sus siglas en inglés) y sus variantes. Aquí queremos destacar que esta línea de modelos interpretativos del ciclo económico, que conforman la corriente dominante de pensamiento en la macroeconomía actual, no asigna un rol central a la forma en que los agentes manejan sus activos financieros. A lo sumo, incorporan al sector financiero como mecanismo de transmisión de los shocks aleatorios (monetarios o reales) al resto de la economía.

Finalmente, mencionaremos a las teorías poskeynesianas que postulan la existencia de ciclos endógenos. Estas teorías, a diferencia de las de la corriente dominante, consideran a las fluctuaciones cíclicas no como desvíos de la economía respecto a una senda de equilibrio sino como un comportamiento normal, inherente a las economías capitalistas. Los ciclos en la producción son afectados por, y afectan a, el ciclo en otras variables macroeconómicas relevantes[2]. Aquí nos interesa mostrar la visión que relaciona al ciclo real con el ciclo en el sector financiero, que se basa en la Hipótesis de la Inestabilidad Financiera (HIF) de Minsky (1982, 1992). La HIF postula que en tiempos de crecimiento “tranquilo”, luego de una época de recesión y/o crisis, comienzan a gestarse las condiciones en la economía real y los mercados financieros que más tarde conducirán a un auge en el crecimiento. A su vez, en épocas de auge se generarán las condiciones que lo harán finalizar en una crisis.

Hay dos puntos centrales en la visión de Minsky acerca del ciclo económico. Primero, los cambios de los agentes en cuanto a su percepción del riesgo, quienes en épocas de bonanza y crecimiento modifican su conducta respecto a su endeudamiento y sus tenencias de activos financieros. Los cambios en las expectativas ante una situación general aparentemente favorable, tanto de quienes toman dinero como de quienes colocan saldos excedentes, conducen a “euforias” o “manías”[3], en las cuales el riesgo percibido disminuye. El comienzo del fin del auge aparece cuando los primeros problemas en los negocios más riesgosos se materializan. Lo que antes era un círculo virtuoso, en donde la afluencia de crédito y el aumento del precio de los activos permitía continuar con el auge, se transforma rápidamente en un círculo vicioso. Los malos resultados de algunos agentes revierten las expectativas favorables de otros, y de esta forma el crédito comienza a contraerse y a afectar a la economía real. Las crisis pueden derivar en estrepitosos cracks, como el de 1929 o el de 2008, o bien constituir casos con efectos más concentrados, más breves y leves, y con menores consecuencias sobre toda la economía.

El segundo aspecto a destacar en la visión de Minsky es la existencia de “sistemas de desbaratamiento” en el contexto institucional y la política económica. Estos sistemas o dispositivos permiten disminuir la magnitud de los auges económicos y, principalmente, los financieros, así como reducir los efectos negativos de las crisis. La existencia de un prestamista de última instancia ante los sucesos de corridas bancarias y la regulación macroprudencial son dos de los principales ejemplos, los cuales actúan “frenando” las manías y evitando o reduciendo los pánicos.

Antes de pasar a la evidencia empírica, no podemos dejar de mencionar algunas explicaciones ensayadas desde América Latina. Siendo la volatilidad cíclica un grave problema de largo plazo de estas economías, sus explicaciones se centran en el rol de los términos de intercambio y los movimientos internacionales de capitales (Bértola y Ocampo, 2013). Estos factores afectan a una estructura productiva especialmente dependiente de los productos primarios y del ingreso de divisas por medio del endeudamiento o la inversión extranjera directa. A esta situación se le suma un importante grado de inestabilidad institucional y política que caracteriza la historia de los países latinoamericanos, en mayor o menor medida, desde su independencia. En el contexto de esta nota, lo que interesa destacar es la existencia de una “restricción externa financiera”, en donde la entrada de capitales obedece, principalmente, a fundamentos que son ajenos a la realidad latinoamericana (Marichal, 1989; Ocampo, 2011).

¿Qué nos dice la evidencia empírica?

En los últimos años, autores como Claessens et al. (2011) y Borio (2014) han mostrado la existencia de marcados ciclos financieros al menos desde la segunda mitad del siglo XX, tanto en economías avanzadas como emergentes. Estos ciclos se manifiestan con mayor visibilidad en el crédito y en los precios de bienes raíces; se caracterizan por presentar una frecuencia menor, o, dicho de otra forma, una duración mayor respecto al ciclo real; y presentan caídas agudas y breves, con expansiones largas y lentas. Además, un resultado especialmente notable es su utilidad como predictores de crisis financieras. En cuanto a su relación con el ciclo real, la evidencia de trabajos como el de Claessens et al. (2012) o Stockhammer et al. (2019) indica una relación positiva entre ambos ciclos. Sin embargo, la dirección en la que se da esta relación resulta ambigua: en algunos resultados se tiene que el sector financiero anticipa al ciclo real, mientras que otros, se da lo contrario.

En el trabajo titulado “Ciclo financiero y ciclo económico en Uruguay: una aproximación de largo plazo (1870-2019)”[4] abordo el estudio de los ciclos financiero y real para el caso de Uruguay, una economía latinoamericana pequeña y abierta, de base ganadera. Allí encuentro, a partir del estudio del crédito interno al sector privado no financiero, un marcado componente cíclico en el comportamiento del sector financiero, con fluctuaciones de dos duraciones (promedio) distintas: aproximadamente 8 años (“ciclo corto”) y 22 años (“ciclo largo”). En el caso del ciclo real, encuentro fluctuaciones de duración promedio muy similares a las del ciclo financiero. La Figura 3 muestra las fluctuaciones encontradas, en términos de su desvío respecto al componente tendencial[5].

Figura 3. Componentes cíclicos del crédito (ciclo financiero) y PIB (ciclo real). Arriba: ciclos “cortos”. Abajo: ciclos “largos”

Fuente: Presa (2021)

Como puede apreciarse, las mayores fluctuaciones parecen darse durante la Primera Globalización (1870-1914) y, en segundo orden, durante la Segunda Globalización, a partir de la década de 1970. En lo que refiere a la relación entre los ciclos, la evidencia apunta hacia una correlación débil en los componentes “cortos”, mientras que, para los largos, es mucho más fuerte. Respecto a la direccionalidad, mientras que en la relación entre ciclos “cortos” se encontró que el crédito adelanta al PIB, en los ciclos “largos” se encontró la relación inversa.

Por lo tanto, para el caso de una economía pequeña, abierta y periférica como la uruguaya puede hablarse de la existencia de un marcado ciclo financiero, que se relaciona con el ciclo real de forma procíclica. De todas formas, el estudio puede proseguir en al menos tres aspectos. Uno, considerar el rol de los flujos de capitales sobre el ciclo financiero, aspecto muy destacado en la literatura latinoamericana y que ha dado lugar al concepto de restricción externa financiera mencionado anteriormente. Otras variables como la tasa de interés de referencia y los precios de algunos activos reales y financieros también pueden incorporarse al análisis. El segundo, internalizar las diferencias que existen en los regímenes monetarios-cambiarios-financieros a lo largo de los 150 años estudiados, discriminando la relación entre dichos regímenes. Y, finalmente, estudiar la relación entre ambos ciclos poniendo el foco en los momentos de crisis.

[1] La acusación provenía de los economistas de la “Cowles Commission”, institución norteamericana, e iba dirigida al énfasis en la evidencia empírica del National Bureau of Economic Research (NBER), otra reconocida institución norteamericana. Hendry y Morgan (1995) repasan esta controversia.

[2] Stockhammer (2019) hace un conciso repaso de las principales teorías poskeynesianas de ciclos endógenos.

[3] La terminología remite a la obra de Kindleberger y Aliber (2015): Manias, Panics and Crashes: a history of financial crises, cuya edición original data de 1978.

[4] Trabajo final para obtener el título de Magíster en Economía, disponible aquí.

[5] Las estimaciones fueron realizadas mediante la especificación de modelos estructurales de series temporales, que plantean la existencia de un componente tendencial, otro irregular y uno cíclico (que puede ser la combinación de ciclos con varias frecuencias).

Referencias

Bértola, L., y Ocampo, J. A. (2013). El desarrollo económico de América Latina desde la independencia. Fondo de Cultura Económica.

Borio, C. (2014). The financial cycle and macroeconomics: What have we learnt? Journal of Banking & Finance45, 182-198.

Claessens, S., Kose, M. A., & Terrones, M. E. (2011). Financial cycles: What? How? When? In International seminar on macroeconomics (Vol. 7, No. 1, pp. 303-344). Chicago, IL: University of Chicago Press.

Claessens, S., Kose, M. A., & Terrones, M. E. (2012). How do business and financial cycles interact? Journal of International Economics87(1), 178-190.

Hendry, D. F., & Morgan, M. S. (Eds.). (1995). The foundations of econometric analysis. Cambridge University Press.

Kindleberger, C. P. & Aliber, R. Z. (2015). Manias, panics and crashes: a history of financial crises (Seventh Edition). Houndmills, Basingstoke, Hampshire; New York: Palgrave Macmillan.

Kydland, F. E., y Prescott, E. C. (1982). Time to build and aggregate fluctuations. Econometrica: 50(6) 1345-1370.

Long Jr, J. B., y Plosser, C. I. (1983). Real business cycles. Journal of Political Economy91(1), 39-69.

Lucas Jr, R. E. (1975). An equilibrium model of the business cycle. Journal of Political Economy83(6), 1113-1144.

Marichal, C. (1989). A century of debt crises in Latin America. Princeton University Press.

Minsky H. P. (1982). The financial-instability hypothesis: capitalist processes and the behavior of the economy. Hyman P. Minsky Archive. Paper 282.

Minsky, H. P. (1992). The financial instability hypothesis. The Jerome Levy Economics Institute Working Paper, (74).

Ocampo, J.A. (2011). Macroeconomía para el desarrollo: políticas anticíclicas y transformación productiva, Revista CEPAL, Nº 104, Santiago de Chile, CEPAL

Presa, M. (2021). Ciclo financiero y ciclo económico en Uruguay: una aproximación de largo plazo (1870 – 2019). Tesis de maestría. Universidad de la República (Uruguay). Facultad de Ciencias Económicas y de Administración.

Sargent, T. J., y Wallace, N. (1975). «Rational» expectations, the optimal monetary instrument, and the optimal money supply rule. Journal of Political Economy83(2), 241-254.

Schumpeter, J. (1939) Business Cycles. A theoretical, historical and statistical analysis of the capitalist process. McGraw-Hill, New York – Toronto – London.

Stockhammer, E. (2019). An update on Kalecki–Minsky modelling. European Journal of Economics and Economic Policies: Intervention, 16(2), 179-192. Stockhammer, E., Jump, R. C., Kohler, K., & Cavallero, J. (2019). Short and medium term financial-real cycles: An empirical assessment. Journal of International Money and Finance


La banca doméstica mexicana y la crisis de la deuda de 1982

SEBASTIAN ALVAREZ (Universidad de Zúrich/Universidad de Oxford – SNSF)

Sebastian Alvarez es investigador postdoctoral de la Fundación Nacional Suiza de Ciencias (SNSF) en la Universidad de Zúrich e investigador asociado de la Facultad de Historia y el Centro Latinoamericano (LAC) de la Universidad de Oxford. Es Doctor en Historia Económica y Social por la Universidad de Ginebra, Master en Economía por la Universidad de Paris 1 – Panthéon Sorbonne y Licenciado en Economía por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.

RESUMEN. ¿Cuál era la situación de la banca mexicana al momento del estallido de la crisis de la deuda y su nacionalización en 1982? ¿Por qué el gobierno mexicano aceptó términos y condiciones de negociación de su deuda externa con sus acreedores internacionales tan desfavorables y costosas para su economía y población? En esta entrada al Blog reflexionamos sobre estos temas en base a los resultados de una investigación recientemente publicada por Palgrave Macmillan en el libro “Mexican Banks and Foreign Finance: From Internationalization to Financial Crisis, 1973-1982” en lo que constituye una de las primeras revisiones históricas de la crisis de la deuda de América latina de los años 1980. Los hallazgos de este trabajo proveen nueva luz e interpretaciones sobre una de las crisis y períodos más difíciles y con mayores impactos de largo plazo en la historia económica y social de la región.


La década de 1980 ha sido uno de los períodos más tortuosos en la historia económica y social de América latina. En medio de múltiples y recurrentes crisis financieras que incluyeron problemas en el pago de deuda externa, devaluaciones y bancarrotas bancarias, los países de la región experimentaron un severo y prolongado parate económico e inflación creciente (Bértola and Ocampo 2012). La crisis repercutió fuertemente en el mercado de trabajo, no sólo afectando negativamente el desempleo y los salarios, sino también generando cambios estructurales en los niveles de informalidad y precarización del sector en la gran mayoría de países. La pobreza alcanzó récords históricos en un contexto de graves dificultades presupuestarias y retracción del estado de bienestar, sumiendo a la región en su “década perdida” (Ocampo et al. 2014).

La crisis de la deuda y su gestión estuvieron en el centro de la debacle económica y social de la región durante estos años. La moratoria de México en agosto de 1982, que se extendió luego a Argentina, Brasil, Venezuela y al resto de los países con altos niveles de deuda, puso en jaque la estabilidad del sistema financiero mundial dada la elevada exposición de los grandes bancos internacionales. Con el fin de mantener el servicio de los préstamos bancarios, los gobiernos de los países en crisis y sus acreedores internacionales iniciaron un proceso de sucesivas negociaciones y reestructuraciones de deuda externa acompañado de ayuda financiera condicionada a la firma y ejecución de programas de ajuste y planes de austeridad con el Fondo Monetario Internacional (FMI). En el marco de una fuerte contracción económica, la región pasó de receptora a exportadora neta de capitales convirtiendo así, como Carlos Diaz-Alejandro argumentó, “lo que podría haber sido una seria pero manejable recesión en una crisis de desarrollo mayor sin precedentes desde los tempranos años 1930”(Diaz-Alejandro 1984).

A pesar de su importancia en el desarrollo económico y social de América Latina, la crisis de la deuda de los años 1980 y las políticas de renegociación no han sido aún objeto de revisionismo histórico. Muchos aspectos de los procesos de endeudamiento externo y dinámicas detrás de la inestabilidad macroeconómica y problemas financieros que afectaron la región han escapado a la atención de los investigadores y los análisis del período. Tal es el caso, por ejemplo, de la deuda externa del sector bancario. Según los gobiernos flexibilizaban los controles de capitales y liberalizaban el sistema financiero, la banca latinoamericana internacionalizaba sus actividades e incrementaba su presencia en los mercados internacionales de capitales. Diaz-Alejandro ha mostrado cómo los bancos chilenos sirvieron de brazo financiero externo para las empresas de los grupos económicos que ellos integraban. Por otro lado, Quijano documentó la participación de bancos mexicanos, argentinos y brasileros en préstamos sindicados en los Euromercados en asociación con otros bancos extranjeros.[1] Similares desarrollos ocurrieron en otros países también, aunque las estrategias de internacionalización y los mecanismos utilizados para intermediar el capital extranjero con los prestatarios locales diferían según el caso y, con ello, también la naturaleza y la gravedad de las crisis.  

En el caso de México, la banca doméstica dio sus primeros pasos en los mercados internacionales de capitales a principios de los años 1970 mediante la participación accionaria en consorcios bancarios en Londres. Entre 1972 y 1974, los tres mayores bancos del país, Bancomer, Banamex y Banca Serfín, crearon, junto a grupos de bancos internacionales, el Libra Bank, Intermex y Eulabank respectivamente, los cuales se dedicaron al financiamiento de clientes en México y el resto de América Latina. Luego, desde mediados de los 1970, la banca mexicana dio un paso adicional mediante el establecimiento de sus propias agencias y sucursales en Nueva York, Londres y centros off-shore del Caribe como plataforma de participación directa en los Euromercados y las finanzas internacionales. Hacia 1982, los seis bancos líderes del país, que incluían también Multibanco Comermex, Banco Mexicano Somex y Banco Internacional, tenían presencia directa en los principales centros financieros internacionales de la época (ver Cuadro 1).

Cuadro 1. Activos y pasivos de las agencias y sucursales externas de los bancos mexicanos, Junio de 1982 (millones de dólares)

La llegada a los centros financieros mundiales abrió las puertas a nuevas fuentes de liquidez y financiamiento disponibles en los vastos mercados internacionales de capitales. A través de sus agencias y sucursales externas, los bancos incrementaron sus captaciones en dólares mediante depósitos interbancarios y transacciones en los mercados de dinero que utilizaron luego para fondear sus operaciones internacionales, que consistieron principalmente en préstamos al sector público y privado de su país de origen. La composición del pasivo y activo de los bancos mexicanos en Estados Unidos representada en el Gráfico 1 ilustra claramente este modelo de negocios y se replicaba también a las oficinas bancarias de Londres y el Caribe. La utilización de fondos interbancarios de muy corto plazo (con vencimiento entre un día y tres meses) para financiar préstamos de largo plazo fue una debilidad mayor de esta estrategia de intermediación, dado que generaba serios desbalances en el perfil de reembolso de los activos y pasivos externos. Por otro lado, los instrumentos de financiación que utilizaron los bancos estaban sujetos a tasas variables, pero una proporción importante de los préstamos con ellos financiados habían sido otorgada a tasas fijas, creando riesgos adicionales vinculados a potenciales subas en las tasas de interés internacionales como finalmente ocurriría hacia fines de los 1970 y comienzo de los 1980. Finalmente, los pasivos externos en dólares habían sido calzados con el otorgamiento de créditos en la misma moneda, la mayoría de los clientes operaban en pesos y no tenían acceso genuino a dólares, quedando por ende indirectamente expuestos al riesgo cambiario y eventual incapacidad de pago frente a una devaluación como sucedió en febrero de 1982.

Gráfico 1. Composición del activo y pasivo de las agencias norteamericanas de los bancos mexicanos, Junio de 1982 (millones de dólares)

La participación de los grandes bancos mexicanos en el proceso de endeudamiento externo del país comprometió seriamente la estabilidad del sistema bancario. Cuando en agosto de 1982 el gobierno de México anunció la moratoria temporaria en el pago de las amortizaciones de su deuda bancaria externa, los seis principales bancos del país poseían 4.275 millones de dólares de estos créditos. A nivel consolidado, dicho monto representaba alrededor del 32% de la cartera de préstamos totales de los bancos y cinco veces su capital agregado. Aunque el ratio variaba considerablemente de una institución a otra, los niveles de capital y reserva de los seis bancos involucrados eran, en todos los casos, altamente insuficientes para asumir pérdidas en su portafolio de créditos externos mexicanos sin comprometer su solvencia[2] En su gran mayoría, los contratos de préstamos bancarios internacionales habían sido negociados con cláusulas de default cruzado (‘cross default clauses’), por lo que el impago de un crédito ponía en default al resto incluyendo aquellos en posesión de la banca doméstica. Los bancos expuestos a la crisis eran de importancia sistémica en México y no sólo representaban hasta tres cuartos del mercado bancario nacional, sino que estaban a la cabeza de los mayores grupos financieros de país, amenazando, por ende, la estabilidad del sistema financiero en su conjunto.[3]

Pero los problemas de los bancos internacionales mexicanos no se limitaron solamente a los créditos en mora en su poder, sino también a la retracción de sus fuentes de financiamiento. El estallido de la crisis infringió en los mercados internacionales de dinero creando tensiones y disrupciones en las transacciones interbancarias que afectaron, principalmente, a las instituciones más débiles y expuestas a la crisis. En un contexto de alta volatilidad y ‘flight to quality’, las agencias y sucursales externas de los bancos mexicanos enfrentaron dificultades crecientes para mantener sus depósitos y líneas de créditos interbancarias debiendo pagar mayores ‘spreads’ y renovar por menores plazos, lo que acentuaba los desfasajes financieros acumulados en sus balances y generaba fuertes presiones de liquidez. El Cuadro 2 muestra la posición interbancaria neta de las sucursales de Londres por banda de vencimiento como porcentaje de sus activos y pasivos interbancarios totales, reflejando la estructura cortoplacista del financiamiento y su agravamiento luego de la declaración de la moratoria el 20 de agosto de 1982: la proporción de financiamiento interbancario con vencimiento de hasta tres meses se duplicó de 30 a 58,9% para mediados de noviembre. Aun así, los bancos mexicanos no conseguían conservar la totalidad de sus líneas de financiamiento, y sufrieron un lento y persistente drenaje de fondos que comprometía seriamente su posición financiera y solvencia.

Cuadro 2. Estructura de plazos en el balance de las sucursales de los bancos mexicanos en Londres, 1982

Frente a tal coyuntura, el gobierno mexicano procuró estabilizar la situación de los bancos. Así, entre el 7 y 22 de septiembre de 1982 el Banco de México asistió a las agencias y sucursales externas con un total de 311 millones de dólares, 93 por ciento de los cuales provenían de una operación swap con la Reserva Federal de Estados Unidos. Para ese entonces, las reservas internacionales en México eran inferiores a 2.000 millones de dólares, menos de la mitad de los pasivos interbancarios que vencían durante el resto del año. Las agencias y sucursales no contaban con acceso a la ventanilla de descuento de la Fed, ni el Banco de Inglaterra, ni a otras fuentes de dólares que les permitiera cubrir la caída de dicho financiamiento. La solución al problema se consiguió como parte de las negociaciones en curso con los acreedores internaciones mediante la cual los bancos internacionales acordaron mantener sus líneas interbancarias con las agencias y sucursales externas de los bancos mexicanos por un total de 5.200 millones de dólares, mientras que el gobierno, por su lado, les aseguraba la disponibilidad de divisas para el pago de intereses sobre dichos pasivos. Con una vigencia inicial hasta fines de 1986, este acuerdo fue renovado y extendido en dos ocasiones hasta mediados de 1991 cuando la deuda interbancaria fue canjeada por bonos del gobierno mexicano que podían usarse para la compra de bancos, por ese entonces en proceso de privatización luego de haber sido nacionalizados diez años antes.[4]

La delicada situación de la banca mexicana frente a la crisis de 1982 tiene implicaciones importantes respecto de la narrativa tradicionalmente aceptada en la historiografía de la época. Por un lado, la nacionalización bancaria decretada por el presidente el 1º de septiembre de 1982, aun cuando haya sido motivada por cuestiones ideológicas y políticas,[5] conllevó la estatización de la deuda externa de los bancos y ello significó, en última instancia, un salvataje a instituciones financieras que en caso contrario deberían probablemente haberse declarado en bancarrota. Por otro lado, en el marco de una crisis de proporciones históricas, el colapso de bancos de importancia sistémica hubiera, sin dudas, agravado la situación económica del país y los costos sociales de la crisis. Pero para salvaguardar la estabilidad del sistema bancario y financiero nacional el gobierno mexicano necesitaba de líneas de financiamiento en dólares y para acceder a ellas no parecía haber mucho más remedio que aceptar las condiciones requeridas por los acreedores externos. En materia de poder de negociación, la pistola estaba en las manos de la banca extranjera, los gobiernos acreedores y el FMI, quienes consiguieron así que México asumiera el grueso del peso del ajuste de la crisis sobre sus espaldas.


[1] Diaz-Alejandro (1985) y Quijano (1987), respectivamente.

[2] El menor ratio correspodía a Banca Serfín con 3,75 y el mayor a Multibanco Comermex siendo igual a 12.

[3] Sobre el rol de los bancos comerciales en los conglomerados financieros y grupos económicos mexicanos ver Chavarin Rodriguez (2010) y Hamilton (1983).

[4] Ver Alvarez (2019), p. 173-78.

[5] Ver Espinosa Rugarcía and Cárdenas Sánchez (2008)


Bibliografía

Alvarez, Sebastian. 2019. Mexican Banks and Foreign Finance: From Internationalization to Financial Crisis, 1973-1982. Cham: Palgrave Macmillan.

Bértola, Luis, and José Antonio Ocampo. 2012. The Economic Development of Latin America Since Independence. London: Oxford University Press.

Chavarin Rodriguez, Ruber. 2010. Banca, grupos economicos y gobierno corporativo en Mexico. Mexico City: Centro de Estudios Espinosa Yglesias.

Diaz-Alejandro, Carlos F. 1985. “Good-bye financial repression, hello financial crash.” Journal of Development Economics 19: 1–24.

———. 1984. “Latin American debt: I don’t think we are in Kansas anymore.” Brookings Papers on Economic Activity 15(2): 335–403.

Espinosa Rugarcía, Amparo, and Enrique Cárdenas Sánchez, eds. 2008. “La nacionalización bancaria, 25 años después.” In Mexico City: Centro de Estudios Espinosa Yglesias.

Hamilton, Nora. 1983. “México: los límites de la autonomía del Estado.” In Mexico D.F.: Ediciones Era.

Ocampo, José Antonio et al. 2014. La crisis latinoamericana de la deuda desde la perspectiva histórica. Santiago, CL.: CEPAL.

Quijano, José Manuel. 1987. México: Estado y banca privada. Mexico, D.F.: CIDE.

Paralelismos históricos de las crisis económicas en América Latina. Algunas notas adicionales

Juan H. Flores Zendejas, Universidad de Ginebra

12 de julio de 2020

He escrito un par de textos sobre las perspectivas históricas de la crisis económica actual (véase aquí y aquí). Me gustaría añadir estas cuantas líneas de reflexión. En particular, intento aportar algunos elementos adicionales sobre la magnitud del shock y también sobre los efectos en el mercado de la deuda pública. ¿Estamos a la puerta de una nueva ola de defaults? Las negociaciones recientes entre los gobiernos de Ecuador y Argentina y los inversionistas parecen constituir sólo el inicio…

En la literatura sobre los ciclos económicos, y en particular en lo concerniente los países en vías de desarrollo (o periféricos, o la poor periphery como la suele llamar Jeffrey Williamson) los cambios de ciclos se identifican por la caída de la actividad económica en el centro (los países ricos vaya), con el consecuente decremento en la demanda de importaciones provenientes de la poor periphery, el deterioro de los términos de intercambio,  y con el aumento en los tipos de interés, etc. Este cambio de ciclo genera una presión en las finanzas públicas (de la poor periphery sobre todo) y sobre el valor de la moneda. Por tanto, la capacidad de pago se ve seriamente mermada: a la caída de los ingresos públicos se añade el aumento en el costo del servicio de la deuda, ya sea por el alza de las tasas de interés y / o por la depreciación de la moneda, principalmente porque la poor periphery además sufre del pecado original (lo siento aquí para los lectores no católicos). Este término se refiere al hecho de que la deuda esta denominada mayoritariamente en moneda extranjera.

Propongo ahora mirar lo siguiente para comparar la situación actual con dos crisis anteriores, la de los años treinta y la de 1982:

  • Primero, enfoquémonos en la evolución económica de los países del centro (ustedes los ricos) tanto en el periodo de entreguerras con el de los años ochenta
  • Segundo, veamos la evolución de los tipos de interés durante ambas crisis. Tradicionalmente, hemos observado que el alza de las mismas encarece el crédito, por lo que el acceso a los mercados de capitales se dificulta y por tanto, la capacidad para implementar políticas contracíclicas es mucho más limitado.

Fuente: http://www.oecd.org/perspectives-economiques/juin-2020/

Fuente: Maddison Project Database. Originalmente en dolares internacionales de 1990. Se toman en cuenta 12 países de Europa Occidental y los «Western Offshoots»
Fuente: Maddison Project Database.

¿Qué observamos?

Respecto al crecimiento, los primeros dos gráficos sirven para clarificar un hecho. La crisis actual podría ocasionar una caída anual aun más severa que durante la Gran Depresión, pero no así si comparamos la caída acumulada. Las estimaciones actuales (de la OCDE) del crecimiento del PIB en la economía mundial fijan un rango de entre -6% a -7.6% (siendo cifras nominales, hay un pequeño desfase respecto a las reales) para el 2020. La diferencia depende en gran medida si tendremos más confinamientos. Otra incógnita sigue siendo el periodo de recuperación, en donde el escenario más optimista es un periodo de dos años. En cuanto a la Gran Depresión, esta muestra que para los países ricos, la caída fue de -5% en 1930, de -6% en 1931 y de -7% en 1932, para después iniciar la recuperación con un crecimiento de 1% en 1933. El nivel de 1929 no se alcanza sino hasta 1936.  

La década de 1982 (el tercer gráfico), fue una crisis «self-made» de América Latina. Esto es, si bien hubo una caída del PIB real de 1% en el centro rico (sin albur), este no fue prolongado. Esto confirma lo que argumentaba Díaz-Alejandro sobre el hecho que una recesión seria pero manejable en América Latina se convirtió en una depresión prolongada.

No voy a entrar aquí en el comportamiento de los términos de intercambio, que sería el otro lado de la moneda. Hay muchísima literatura, y uno de los últimos trabajos sobre el tema argumenta precisamente que históricamente, las salidas de capitales y las caídas de los precios de las materias primas se producen simultáneamente y preceden olas de defaults. Ahora bien, recordemos que el periodo post-2008 supuso un cambio en la tendencia alcista en el comportamiento del precio de las materias primas, y fue acompañado de salidas de capitales. Sin embargo, estos hechos no desembocaron en una ola de defaults, siendo Argentina una excepción, pero con un problema originado desde el 2001. Además, Sachs argumentó de manera convincente que, si bien el comportamiento de los términos de intercambio fue desfavorable a la pobre periferia en la década de los ochenta, estos explican poco al momento de diferenciar a aquellos gobiernos que tuvieron dificultades para pagar su deuda de los que siguieron pagando puntualmente.

Bien, ahora miremos los rendimientos de los bonos de largo plazo del gobierno de Estados Unidos. ¿Que observamos durante los años 1920s y 1930s? Que la danza de los millones (el capital que llegó a América Latina) vino de la mano con una caída en el rendimiento de los bonos estadounidenses durante los años veinte. A partir de la crisis, hubo un aumento del rendimiento de dichos bonos, para descender poco después. Sabemos además que el banco central estadounidense, la FED, tuvo una política monetaria contraccionista alrededor de la crisis. La consecuencia para la pobre periferia fue que el acceso al mercado privado de capitales fue cerrándose ya desde 1928, y dicha tendencia no cambió ya hasta muchas décadas después. La mayor parte de los gobiernos latinoamericanos hicieron default entre 1931 y 1932.

Fuente: NBER Macrohistory database.

En cuanto a los años ochenta, vemos más o menos el mismo comportamiento. Una ligera caída de las tasas de interés en la segunda mitad de los años setenta (acompañadas, es verdad, por un aumento de la inflación), aunada a la liquidez proveniente de los petrodólares fomentaron una entrada de capitales importante, que se frena luego hacia principios de los ochenta. El aumento de los tipos de interés y del rendimiento de los bonos estadounidenses coinciden con las dificultades de repago en América Latina a partir de 1981. Hacia finales de los ochenta, a medida que los planes elaborados para terminar con la crisis de la deuda fracasaban unos tras otros, los tipos de interés comienzan a disminuir. No es por tanto ninguna sorpresa que este hecho haya contribuido al planteamiento del Plan Brady, cuyo arreglo – y quita implícita – permitió cerrar el problema siete años después. La liquidez en el mercado y el fortalecimiento en la posición financiera de los acreedores facilitaron la estrategia que involucró a diversos actores públicos y privados.

US 10 Year Treasury Rate. Fuente: macrotrends.net

¿Qué podemos observar hoy en día? Una distinción respecto a los periodos anteriores es que las tasas de interés en los países ricos se mantienen en un nivel especialmente bajo (una tendencia que tiene ya tres décadas). El inicio de la crisis de Covid fortaleció dicho patrón, y esto se explica por la agresiva política monetaria expansiva de distintos bancos centrales. Ahora bien, el EMBI (el rendimiento de los bonos de la pobre periferia, hoy llamada Emerging Markets) se incrementó sustancialmente a partir de la crisis (véase el siguiente gráfico). ¿Qué significa esto? Que la percepción de los inversionistas sobre un posible default entre los mercados emergentes es elevada. Esto implica, a su vez, que salir al mercado a endeudarse es algo que puede ser, en principio, muy caro.

Emerging Markets Sovereign composite spread. Fuente: JP Morgan.com

Ahora bien, dentro de la pobre periferia habrá países con cierto margen de ajuste y utilización de ahorro (por medio de sus fondos soberanos, por ejemplo) que permitan seguir pagando sus deudas puntualmente y además, incrementar el gasto publico en niveles que permitan paliar con los costos sociales de la crisis y apoyar la economía. Sin embargo, estos son casos aislados. El desafío presente para muchos, es la elaboración de una estrategia que permita aprovechar la liquidez en el mercado (algo que no había en las crisis citadas anteriormente), reduciendo el costo del endeudamiento de la pobre periferia (y evitando así la posibilidad de un default), para poder acelerar la recuperación a través de política fiscales contracíclicas. La pregunta del millón, es: ¿cómo? La respuesta deberá involucrar, invariablemente, una perspectiva multilateral y la implicación de agentes privados y públicos.

América Latina y la economía mundial: plus ça change, plus c’est la même chose?

Juan H. Flores (Universidad de Ginebra), 29 de enero de 2014.

¿Qué está pasando en este inicio del 2014, desde una perspectiva latinoamericana? Que nos queda de esa lógica Prebischiana y más generalmente, estructuralista? En principio, debiera ser poco. En la práctica…

Existen dos premisas básicas en el razonamiento de Raúl Prebisch sobre el funcionamiento de la economía mundial, sin las cuales no podemos entender sus reservas sobre los beneficios de la globalización económica y financiera. La primera concierne el beneficio desproporcional proveniente del comercio internacional para los países del centro con respecto al destinado a la periferia. La otra se refiere a la dependencia del desempeño económico de la periferia respecto a los ciclos económicos de los países del centro.

Respecto a la primera premisa, su origen remonta a la época en la que Raul Prebisch presenció la situación de vulnerabilidad del gobierno argentino para negociar sus tratados comerciales, principalmente respecto a Inglaterra, el principal importador de sus productos y a donde se dirigían 40% de las exportaciones argentinas (esta situación dio pie, por ejemplo, al tratado Roca-Runciman de 1933). También constató que dada la estructura de la economía mundial, los términos de intercambio (esto es, el comportamiento de los precios de las exportaciones respecto a los de las importaciones) serían desfavorables a los países que se especializaban en la exportación de materias primas.

En cuanto a la segunda premisa, Prebisch tuvo muy en cuenta lo que sucedía en los mercados de capitales. Según él, cuando el ciclo económico de los países del centro estaba en una fase de expansión, había un aumento de liquidez y por tanto, una caída en los tipos de interés. En ese momento, los capitales se exportaban a los países de la periferia, donde los rendimientos eran más altos (generando peligrosos “booms” en el nivel de crédito interno). Cuando la tendencia del ciclo cambiaba, había una retracción de estos capitales, que con el aumento de los tipos de interés, el costo del servicio de la deuda se elevaba y acceder a nuevos prestamos devenía más complicado. Esto ocasionaba crisis recurrentes en los países periféricos.

Evidentemente, ambas premisas son dos lados de una misma moneda. Para Prebisch, un ciclo económico recesivo en el centro ocasiona la caída de la demanda de importaciones por un lado, pero también una menor disposición à invertir en la periferia, por el otro. Para los países de la periferia, esto implicaba menores ingresos, menor inversión, y menor crecimiento económico (crisis incluidas).

Este breve y burdo esquema sirve como telón de fondo para responder a las siguientes preguntas. Que está pasando en este inicio del 2014, desde una perspectiva latinoamericana? Que nos queda de esta lógica Prebischiana y más generalmente, estructuralista? En principio, debiera ser poco. Después de periodos de industrialización promovidos por el Estado y por esfuerzos de diversificación de las exportaciones, los temores de Prebish debieron haber quedado atrás. Además, como se ha promulgado a los cuatro vientos por muchos economistas alrededor del mundo, el comercio internacional del siglo 21 nada o poco tienen que ver con el del finales del siglo 20 (por ejemplo aquí). Las cadenas de producción globales existentes implican que los incentivos al proteccionismo, o la especialización aislada en la producción de un numero limitado de productos ha quedado atrás. Hoy los países están integrados en los procesos de producción globales.

Por otro lado, nuestros colegas politólogos nos hablan del nuevo poder de negociación de los países emergentes, gracias, en parte, al tamaño que algunos de ellos han alcanzado, como por ejemplo, China, la India o Brasil. Por lo mismo, estos países ya son capaces de imponer condiciones a los nuevos acuerdos comerciales, como parece haber sido el resultado de las negociaciones —eso sí, multilaterales— en Bali de diciembre 2013.

En cuanto a los mercados de capitales, ha habido un desarrollo en el sector financiero en algunos países de América Latina, lo cual ha permitido el aumento del crédito al consumo y a la pequeña empresa. Algunos casos emblemáticos son los de Brasil, Chile, o Uruguay. También se han introducido controles a los flujos de capitales para evitar problemas relacionados con los capitales golondrinos o la apreciación excesiva de las monedas. Finalmente, se ha perdido el miedo al tipo de cambio flexible, lo cual ha permitido que el tipo de cambio de los países periféricos se ajuste según la oferta y la demanda, con lo que los bancos centrales, que tienen mayor autonomía que la que tuvieron a lo largo del siglo 20, tienen más margen de actuación.

No obstante y como usted habrá intuido, la realidad es mucho más compleja. Más bien, mucho del legado de Prebisch sigue vivito y coleando. Ya se ha discutido mucho en este blog sobre la dependencia por parte de una gran mayoría de países latinoamericanos de la exportación de materias primas (véase aquí o aquí). Como hemos escuchado últimamente a algún Davosero despistado, “no me preocupa lo que pase con el peso, me importa lo que pase con China”. Y ciertamente tiene razón. Sigue habiendo una dependencia de lo que pasa en los países del centro (aunque China en realidad no es del centro, ¿o sí?). Aun así, lo que sucede con los mercados de divisas y de bonos gubernamentales es un tema a tomarse muy en serio.

¿Qué sucede entonces en los mercados de capitales? Que los países han perdido atractivo precisamente porque su posición en la economía mundial ha perdido fuelle ante la caída en la demanda de sus exportaciones. Además, dado el anuncio en 2013 del cese del programa de “relajamiento monetario” (que traducción tan fea, por dios) en Estados Unidos (lo cual, tendrá un efecto sobre los tipos de interés internacionales), hay de nuevo una repatriación de capitales. Este cambio de expectativas causa cierto nerviosismo entre los inversionistas, lo que se traduce en volatilidad financiera.

En periodos de turbulencias, y sobretodo cuando hay libre circulación de capitales a nivel internacional, existe un fenómeno que se denomina “fuga hacia la calidad” (otra vez, por favor, necesito otro traductor). ¿Qué significa? Que ante eventos inesperados o en presencia de un alto grado de incertidumbre, los inversionistas muestran una fuerte preferencia por activos más seguros.

En cierta medida, no es de extrañar lo que ha sucedido en las ultimas semanas. Existen, ya ahora hace algunos años, varios focos rojos que persisten en la economía mundial (la crisis en Europa, la incertidumbre proveniente de la situación en Siria, inestabilidad política o económica en países como Venezuela o Argentina) , que se traduce en una volatilidad mayor en los activos financieros provenientes de los países emergentes — considerados de mayor riesgo— y una apreciación de monedas y activos considerados mas seguros –monedas como el euro, el yen o el franco suizo, por ejemplo, o los bonos de tesorería de Estados Unidos o de Alemania. Por otro lado, cae la demanda de monedas o bonos de países emergentes, o de aquellos donde los problemas económicos son mas evidentes –por ejemplo, los países de Europa del Sur-. La devaluación del peso argentino, y la depreciación de otras monedas de países emergentes son el último episodio de este fenómeno.

Hay términos que en algún momento parecían quedar atrás. En la década de los 1990, los famosos efectos X del contagio financiero inundaron las portadas de los periódicos como desfiles de moda.  Recordemos los célebres efectos tequila, samba, vodka, y el efecto tango, por nombrar los más folclóricos. La continuidad de choques y la volatilidad ocasionada daban la razón a aquellos que argumentaban que el riesgo y los costos de la liberalización financiera era mucho mayor que los supuestos beneficios que dicha apertura conllevaba.

Ahora bien. La crisis mexicana de 1994 no afectó a todos los países emergentes por igual, ni siquiera en América Latina. A pesar de esa aparente indiscriminación con la cual los mercados financieros tratan a todos los países emergentes, la situación propia a cada país y su percepción fuera —esto es, la relación de cada gobierno con sus prestamistas— son muy relevantes. Obviamente, los fundamentos macroeconómicos importan. Pero también importa tener una fuente última de liquidez, aunque sea por estar en posesión de un arma de disuasión masiva ante posibles ataques especulativos (desgraciadamente, hoy en día, Argentina no tiene ni una, ni otra).

Tomemos algunos ejemplos históricos. En la crisis de 1873, con una seria crisis financiera en Europa y que tuvo serias consecuencias sobre la economía mundial, los títulos de deuda de varios gobiernos de América Latina sufrieron una fuerte ola de presión. Los defaults de países como Turquía (o en ese entonces el Imperio Otomano), o Perú causaron mucha volatilidad en los precios de los bonos de los países (que hoy serían considerados) emergentes. Pero las consecuencias fueron menores en países como Argentina, Brasil o Chile. Contrariamente a lo que se temía, Argentina evitó el default (y unos años después incluso adoptó el patrón oro). Chile tenía un nivel de endeudamiento exterior muy bajo, mientras que Brasil tenía una excelente posición en el mercado financiero de Londres.

En el caso de  la crisis de 1890, por ejemplo, los tipos de interés en Inglaterra aumentaron, y esto aceleró la repatriación de capitales que ya estaba en marcha dada la inestabilidad macroeconómica y política en países como Argentina y Brasil. En los años siguientes, Argentina, Uruguay, Portugal, Grecia, o Brasil, entre muchos otros, tuvieron que restructurar sus deudas. Otros más, como México o Chile, presentaron menores dificultades. Ambos países tenían fundamentos macroeconómicos relativamente estables pero también una posición solida con los principales bancos internacionales.

Poco tiempo antes del estallido de la crisis de 1890, el Gobierno Argentino intentó detener la depreciación del peso papel (respecto al peso oro) mediante prohibiciones a las transacciones de oro en Bolsa

Poco tiempo antes del estallido de la crisis de 1890, el Gobierno Argentino intentó detener la depreciación del peso papel (respecto al peso oro) mediante prohibiciones a las transacciones de oro en Bolsa. Fuente: Statist, 30 de marzo de 1889. Guildhall Library, Londres.

La situación general en 1982 es mucho más compleja y muy discutida en la literatura. Los términos de intercambio sufrieron cierto deterioro, aunque no más que países en Asia y que sortearon el difícil inicio de los años 1980 sin mayores complicaciones. Algunos bancos centrales de países prestamistas, como la Reserva Federal Estadounidense o el Banco de Inglaterra, habían comenzado un periodo de política monetaria restrictiva (que conllevó tipos de interés más elevados) para luchar contra la inflación. Este cambio de política tuvo un efecto adverso directo sobre muchos países en vías de desarrollo, y afectó directamente el costo de los préstamos bancarios asumidos por muchos gobiernos de países en América Latina, pero también en África o en Asia. Algunos países como Colombia, Corea, Malasia o Tailandia sortearon relativamente bien la crisis, mientras que otros muchos sufrieron de lo lindo.

La revista mensual Euromoney resumía las condiciones de los prestamos internacionales para diferentes grupos de países. Aunque a finales de la década de los setenta hubo una convergencia en estas condiciones, la diferenciación empezó justo a principios de los ochenta. El grupo de países emergentes tuvo un deterioro generalizado en los términos de sus nuevos prestamos.

La revista mensual Euromoney resumía las condiciones de los prestamos internacionales para diferentes grupos de países. Aunque a finales de la década de los setenta hubo una convergencia en estas condiciones, la diferenciación empezó justo a principios de los ochenta. El grupo de países emergentes tuvo un deterioro generalizado en los términos de sus nuevos prestamos.

¿Qué ha cambiado ahora? Poco, afortunada y desafortunadamente. Afortunadamente porque no todos sufrirán los efectos de la crisis por igual. Desafortunadamente, porque todo parece un déjà vu. Nos guste o no, América Latina forma parte de la economía mundial. No se puede ir a medias, o decir ahora sí y ahora no. Si hay logros en el poder de negociación para los tratados comerciales, como sostienen algunos, ahora se trata de complementarlos con políticas internas para aprovecharlos tal y como como se venden. Si se liberaliza el sector financiero, las políticas económicas tienen que moverse acorde, y la relación con los prestamistas internacionales tendría que llevarse en paz, o al menos ayudaría definir bien las reglas del juego desde un inicio. Se trata ahora de evitar más décadas perdidas.

Déficits gemelos, depreciación de la moneda y la política monetaria de EE.UU.: ¿Qué hay de nuevo para los países emergentes?

Norbert Gaillard [1] (Consultor independiente), 4 de noviembre de 2013.

– Entrada invitada-

Los países emergentes siguen siendo muy vulnerables a la política monetaria de EE.UU. No obstante, su vulnerabilidad es menor de lo que era hace 35 años.

Entre el primero de abril y el primero de septiembre de 2013, la rupia india perdió más del 18% de su valor. Hay dos razones principales que explican esta fuerte depreciación.

En primer lugar, la India debe hacer frente a los persistentes déficits en su cuenta corriente y en sus finanzas públicas, que superaron (respectivamente) el 5% y el 7% del PIB en 2012 . Vale la pena señalar que estos ratios son los más altos entre las principales economías emergentes.

En segundo lugar, entre abril y mayo de 2013, la perspectiva inminente de la Reserva Federal de EE.UU. de «amainar» el programa de relajación cuantitativa que propició una salida de capitales de la India ( y en otros mercados emergentes) . ¿Por qué? Debido a este cambio en la política monetaria es probable que aumenten las tasas de interés en Estados Unidos, que a su vez llevan a los inversores a vender los activos riesgosos de los mercados emergentes para comprar activos de los países industrializados.

En julio de 2013, el gobierno indio anunció una serie de medidas para detener la depreciación de la rupia y reducir el déficit de la cuenta corriente. Estas medidas incluyeron la prohibición en contra de los bancos de utilizar la rupia india de participar por cuenta propia en los mercados de futuros y opciones; restricciones a los residentes que deseen enviar dinero al extranjero para comprar una propiedad; aumento de los aranceles sobre la importación de oro, plata y platino; y una mayor liberalización de los sectores de telecomunicaciones y de seguros.

Es difícil evaluar si estas medidas lograron su objetivo previsto, dado que la Reserva Federal, a través de su Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC), pospuso la reducción de su programa de compra de bonos en septiembre. Después de todo esto, la moneda india se ha apreciado un 7,5 % entre el 1 de septiembre y 1 de noviembre de 2013.

No podemos sacar ninguna conclusión razonable de las actuales dificultades financieras de la India y de otras de  las economías emergentes más importantes (por ejemplo, Brasil, Sudáfrica y Turquía) – sin examinar el episodio de crisis de la deuda de la década de 1980.

En primer lugar, está claro que los países emergentes siguen siendo muy vulnerables a la política monetaria de EE.UU. Poco después de que Paul Volcker fue nombrado presidente de la junta de gobernadores de la Reserva Federal en 1979, se puso en marcha una política monetarista inflexible. Esto condujo a un aumento en las tasas de interés en Estados Unidos y luego a una apreciación de los dólares respecto a las monedas de los países emergentes, lo que agravó la carga en las finanzas públicas del servicio de la deuda y por ende, debilitó su posición crediticia.

En segundo lugar, la vulnerabilidad de los países emergentes es menor de lo que era hace 35 años. Los países con déficit gemelos ya no se perciben como portadores del «pecado original» internacional (Eichengreen et al. 2005). En 2012, la proporción de moneda extranjera (ME), en la deuda pública y de la deuda indexada a la ME respecto al total de la deuda pública en Brasil, India, Sudáfrica y Turquía fue baja: alrededor del 5 %, 6 %, 9 % y 27 %, respectivamente. Por otra parte, las reservas de divisas de estos países son considerables, alcanzando los $ 362, $ 257, $ 41 y $ 98 mil millones respectivamente (Moody Investors Service 2013).

En tercer lugar, a pesar de que las preocupaciones expresadas por el déficit de la cuenta corriente de la India estén justificadas, parece exagerado afirmar que el riesgo de impago se ha incrementado. Como lo muestra Edwards (1984), el déficit por cuenta corriente es un pobre predictor de una posible cesación de pagos. En 1981, México y Venezuela registraron saldos en sus balanzas por cuenta corriente  equivalentes al -5,4 % y 5,7 % del PIB. Sin embargo, en 1983, ambos países estaban en moratoria de pagos.

India está actualmente clasificado en la parte inferior de la categoría de grado de inversión (BBB -de Standard & Poor ‘s, ver Figura 1). Su deuda será probable rebajada a la categoría de grado especulativo, pero el riesgo de incumplimiento de pago es muy bajo en el corto plazo – aunque sea por un emisor soberano virtualmente clasificado como BB – (Gaillard, 2011).

Figure 1: S&P Foreign Currency Rating Assigned to India, 1 October 1990-1 October 2013
Source: S&P.

Referencias

Edwards, Sebastian (1984), “LDC Foreign Borrowing and Default Risk: An Empirical Investigation, 1976-80, American Economic Review, vol.74, no.4.

Eichengreen, Barry, Hausmann, Ricardo, and Panizza, Ugo (2005), “The Pain of Original Sin”, in Eichengreen, Barry and Hausmann, Ricardo (Eds.), Other People’s Money, Chicago University Press, Chicago.

Gaillard, Norbert (2011), A Century of Sovereign Ratings, Springer, New York.

Moody’s Investors Service (2013), Moody’s Statistical Handbook: Country Credit, May.


[1] Norbert Gaillard es economista francés y consultor independiente. Es doctor en economía por el Instituto de Estudios Políticos de Paris y por la Universidad de Princeton. Su tesis doctoral aborda los métodos de calificación de la deuda soberana. Norbert se ha desempeñado como consultor de la International Financial Corporation, del Banco Mundial , del Estado de Sonora (México), de la OCDE y del Parlamento Europeo. También se ha desempeñado como profesor visitante en el Graduate Institute de Ginebra, y como un experto del Euromoney country risk. Es autor de varios artículos de investigación y capítulos de libros de la deuda pública y sobre las agencias de calificación crediticia. Ha publicado dos libros: Les Agences de Notation (La Découverte , París, 2010) y A Century of Sovereign Ratings (Springer , Nueva York, 2011 ).

La explicación del Senado de Estados Unidos sobre la crisis de 2007/2008 y otros documentos interesantes

Carlos Marichal (El Colegio de México), 23 de agosto de 2013.

Es importante subrayar la importancia de revisar y analizar cuidadosamente los documentos oficiales e investigaciones que ha derramado bastante pronto después del estallido de la debacle financiera y han seguido haciéndolo hasta hoy.

Después de concluida la investigación preliminar, el Subcomité celebró cuatro audiencias para examinar «las cuatro causas fundamentales de la crisis financiera.» En ese momento se publicaron decenas de miles de páginas de evidencia, y se procedió a explorar en profundidad el funcionamiento de varios de los mayores bancos e instituciones involucradas en el accidente. Primero fue el caso de la gran empresa bancaria conocida como Washington Mutual, que se convirtió en la mayor quiebra bancaria en la historia de EE.UU., y que más tarde fue absorbida por JPMorgan. Luego vino una revisión del papel de dos de las mayores agencias de calificación crediticia, Moody y Standard & Poor, en los mercados financieros antes de la crisis. Por último, se realizaron amplias audiencias y estudios detallados sobre la enorme cantidad de irregularidades en la conducta de mercado de dos bancos poderosos, Goldman Sachs y Deutsche Bank, en cuanto al fomento de la especulación en derivados y los llamados instrumentos financieros sintéticos, lo que aumentó el riesgo de todos los mercados financieros, pero en particular los de los Estados Unidos en los años de 2003 a 2008.

Al igual que en el caso de la investigación del Congreso, el Senado hizo especial énfasis en la dinámica peculiar y peligrosa de los mercados hipotecarios, y en particular, en el enorme aumento a partir de 2003 de los instrumentos de alto riesgo, las llamadas hipotecas subprime. Sin embargo, el subcomité del Senado estaba más interesado en el análisis de la microeconomía de las mayores instituciones financieras en el proceso de creación y venta masiva de paquetes de inversión que contienen una composición compleja de valores y derivados. Las siglas de estos productos son un reflejo de lo que representan, una nueva generación de valores: por citar algunos ejemplos, estas fueron CDO, ARM, ABS / CDO, AVM, ABX CMBS, REI, CDS y SIV, creados en las últimas dos décadas.[2] Como las investigaciones demostraron, la comprensión de estos instrumentos requiere una gran experiencia en el más sofisticado y misterioso mundo de la banca moderna y las finanzas, y sin duda superó el conocimiento de los inversores individuales. Esto creó enormes problemas de asimetría de información entre vendedores y compradores. En el informe del Senado están transcritas algunas partes de las muchas entrevistas que demostraron las irregularidades y los riesgos involucrados en estas operaciones, y concluye recomendando reglamentos específicos de los nuevos instrumentos financieros. Asimismo, el informe planteó importantes preguntas acerca de los bancos que son «demasiado grandes para quebrar», y que conllevan el riesgo de un necesario rescate del gobierno en tiempos de crisis. La investigación del Senado demuestra claramente los peligros inherentes a los mercados financieros contemporáneos, influenciados por bancos gigantes que además son muy difíciles de regular y cuyo funcionamiento tampoco es transparente.

Por supuesto, las investigaciones oficiales no tienen el monopolio de la interpretación y la documentación de la crisis, como se puede ver en los innumerables libros y artículos que han sido publicados por periodistas, economistas y expertos financieros de la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión, un tema en la que probablemente mucho más se escribirá en el futuro. Sin embargo, como historiadores económicos, es importante subrayar la importancia de revisar y analizar cuidadosamente los documentos oficiales e investigaciones que ha derramado bastante pronto después del estallido de la debacle financiera y han seguido haciéndolo hasta hoy. También de gran importancia son el Informe Valukas que contiene las actas de la causa judicial en Lehman Brothers (unos 1,2000 páginas, colocadas en línea en junio de 2010), o las dos mil páginas de la ley Dodd / Frank de Wall Street y el acto de Protección al Consumidor, en julio de 2010, que fue acompañado por una gran cantidad de documentación que tiene un fuerte interés histórico.

Además de las investigaciones oficiales llevadas a cabo en Gran Bretaña y en los Estados Unidos, vale la pena destacar que un gran número de instituciones y países han promovido investigaciones, incluyendo, por ejemplo, los informes sobre la crisis financiera de las comisiones de la Asamblea Nacional de Francia y por el Ministerio francés de Finanzas que se puede encontrar en línea. Del mismo modo, es importante analizar los documentos del Comité Parlamentario holandés  para la investigación del Sistema Financiero, también conocido como el «Comité De Wit”, llamado así por el nombre de su presidente, y que fue creado por la Cámara de Representantes del Parlamento holandés. En junio 2010 presentó su informe sobre la primera parte de su investigación sobre la crisis en el sistema financiero holandés.

Por otra parte, como ya se ha sugerido, los bancos centrales de muchos países han publicado numerosos informes y estudios de la crisis. Este también es el caso de organismos financieros multilaterales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Banco de Pagos Internacionales, y la mayoría de ellos se pueden consultar en línea. No obstante, existen todavía pocos estudios críticos de algunos de los más importantes y reveladoras de estos estudios, incluyendo tal vez y de manera significativa a la evaluación independiente del FMI, que proporciona un análisis verdaderamente crítico y profundo de los errores cometidos por esta institución en los años anteriores al colapso financiero global. El contraste con la evaluación del Banco Mundial, que es muy superficial, es sorprendente.

También es importante tener en cuenta la investigación oficial sobre las consecuencias sociales del colapso financiero, como lo demuestran, por ejemplo, las investigaciones detalladas de la Oficina Internacional del Trabajo sobre el impacto drástico de la crisis sobre el empleo en todo el mundo y que puede ser consultado en su informe anual del año 2011. En resumen, desde la perspectiva del historiador, bien valdría la pena llevar a cabo un amplio esfuerzo para identificar los informes oficiales más importantes de la crisis financiera de 2008 y la Gran Recesión. Porque  la crisis ya es historia, ¿o no lo es?


[1] U.S. Senate, Permanente Subcommittee on Investigations, Wall Street and the Financial Crash: Anatomy of a Financial Collapse, New York, Cosimo Reports, 2011.

[2] A detailed guide written at the time was the book by  Satyajit Das, Credit Derivatives, CDO’s and Structured Credit Products, New York, Wiley Finance, 2005

Postmortem: El «Financial Crisis Inquiry Report» del Congreso de Estados Unidos(2011) como un documento histórico

Carlos Marichal (El Colegio de México), 3 de abril de 2013.

Un documento importante no sólo por lo que nos puede decir sobre las causas de la crisis, sino también porque nos explica la respuesta política a este tipo de catástrofes financieras.

El Informe de Investigación de la Crisis Financiera es uno de los documentos oficiales más importantes sobre la crisis financiera que estalló en Estados Unidos en septiembre de 2008 y que se convirtió rápidamente en un accidente financiero y económico mundial. Es importante no sólo por lo que nos puede decir sobre las causas de la crisis, sino también porque nos explica la respuesta política a este tipo de catástrofes financieras. El Congreso de Estados Unidos creó la Comisión Investigadora de la Crisis Financiera, cuando se ratificó la Ley de Fraude y Recuperación el 20 de mayo de 2009, apenas seis meses después de la caída de la casa de Lehman Brothers. Durante el año 2010, la comisión revisó millones de páginas de documentos obtenidos como resultado de 19 audiencias públicas celebradas en todo Estados Unidos y en las cuales fueron entrevistados e interrogados más de 700 testigos, incluyendo banqueros, gestores de inversión, empresarios, funcionarios de gobierno, reguladores financieros y figuras académicas. El informe final fue presentado el 27 de enero de 2011 como “Reporte de la comisión de investigación de la crisis financiera”. Este documento fue publicado unos meses más tarde en forma de libro, que también puede ser consultado como un libro electrónico en línea. **

 

Debido a sus muchas semejanzas en objeto y funciones, esta comisión del Congreso de EE.UU. 2010 ha sido comparada con la Comisión Pecora, creada en la década de 1930, y que fue la encargada de investigar las causas de la crisis de octubre de 1929 y el posterior colapso económico conocido como la Gran Depresión. También puede ser interesante hacer notar que en las audiencias del Senado publicadas en 1931, los políticos de Estados Unidos pusieron especial énfasis en su investigación sobre la negociación de los préstamos latinoamericanos para explorar la forma en que los banqueros de Nueva York habían negociado dichos préstamos en la década de 1920, haciéndolos responsables de haber tomado enormes riesgos y de corromper a funcionarios gubernamentales de América del Sur con sobornos. Los casos eran tan extravagantes que sirvieron como los mejores testimonios tanto para explicar el comportamiento de los bancos como para condenarlos por la crisis de 1929, aunque fue un poco más difícil encontrar el mismo grado de fechoría en las operaciones más rutinarias de las finanzas nacionales.

Pero si usted fuera a mirar incluso más atrás, hay antecedentes de otras crisis financieras que tuvieron importantes repercusiones políticas. Una de las comisiones de investigación anteriores fue la establecida por el Parlamento Británico a raíz de la crisis financiera internacional de 1873, cuando los políticos británicos también buscaron una explicación al pánico que tuvo consecuencias mundiales, causando el colapso de muchas empresas en Londres, así como crisis de deuda en un número bastante grande de países. Entre las primeras naciones afectadas estuvieron Santo Domingo, Honduras y Paraguay, que suspendieron el pago de sus deudas. Una vez más los políticos encontraron evidencias de fraudes increíbles y de comportamiento especulativo llevados a cabo en estas operaciones de crédito por los bancos de inversión más agresivos de Londres y París, aunque como Flandreau y Flores han demostrado recientemente, esto era típico de las casas más pequeñas y con menos prestigio, que tendían a buscar ganancias rápidas en lugar de proteger a sus clientes ya fueran los países deudores o sus clientes inversionistas a quienes vendieron los bonos.

En 2010, sin embargo, no fue posible para el comité del Congreso de EE.UU. centrarse en los préstamos de gobiernos extranjeros como responsables de incluso parte de la crisis financiera. El informe se centra claramente en la enorme burbuja de las hipotecas en los Estados Unidos y su colapso gradual en 2007 y principios de 2008, que condujo a un enorme cortocircuito en los mercados financieros. La comisión estaba formada por diez miembros, seis demócratas y cuatro republicanos, lo que refleja la fortaleza relativa de estos partidos políticos en ese momento. El informe refleja en gran medida el punto de vista económico de cada grupo de miembros constituyentes sobre las causas de la crisis. El informe final dirigió su artillería contra los bancos de inversión, las empresas hipotecarias y las agencias de calificación. Los demócratas en la Comisión, incluida su presidenta, Phill Angelides, y miembros de la comisión, Born Brooksley, Byron Georgiou, Bob Graham, Heather Murren y John W. Thompson, votaron a favor de las conclusiones generales. Por otro lado, los cuatro republicanos, el vicepresidente Thomas Bill y sus colegas comisionados, Hennessey Keith, Douglas Holtz-Eakin y Peter J. Wallison no estuvieron de acuerdo y no recomendaron su publicación.

Los demócratas y sus asistentes de investigación argumentaron básicamente que la crisis fue en gran parte el resultado de la creencia generalizada entre los financistas e inversores, así como de los bancos centrales y reguladores, que los mercados podrían regularse por sí mismos, una opinión que llevó a muchos actores privados a adoptar posiciones muy riesgosas en los mercados financieros, incluidos los niveles extraordinariamente altos de apalancamiento con la correspondiente falta de transparencia en sus operaciones, al mismo tiempo que los reguladores oficiales mostraron una notable falta de visión y de rigor en su supervisión. Los peligros de una debacle fueron silenciadas por el uso extensivo de la cobertura de riesgos en forma de derivados y de una increíble cantidad de complejos instrumentos financieros creados para asegurar que las empresas y los inversores individuales no fueran a perder ni la camisa. Tanto los bancos que vendían las hipotecas y derivados, como sus clientes, creyeron al parecer el cuento de la ganancia inevitable y garantizada. Además, las agencias de notación jugaron un papel importante en impulsar la enorme ola de especulación financiera, proporcionando la máxima calificación para la mayoría de los instrumentos financieros vendidos. El informe también destacó el exceso de liquidez proporcionado por la Reserva Federal, las políticas oficiales en favor de la construcción de viviendas, incluyendo el papel de las agencias hipotecarias del gobierno. Pero el informe también señala que estas políticas no fueron la causa real de la crisis, sino que más bien obedeció a las acciones de muchos actores privados nacionales dentro de un caos financiero que estaba lleno de una especulación enorme y arriesgada, y que finalmente llevó al accidente.

Tres republicanos en la comisión presentaron una opinión discordante que también fue publicada en el volumen que se examina. No estaban de acuerdo con los demócratas, con el argumento de que los mercados financieros de Estados Unidos no tenían la culpa y tampoco los actores financieros y las instituciones que promovieron el auge de las hipotecas. Más bien, la enorme burbuja crediticia se había generado en gran parte a través de la transferencia internacional de exceso de capital a los Estados Unidos por parte de China, así como el reciclaje de los petrodólares de los países árabes, lo que provocó un descenso de las tasas de interés, y prácticamente empujó el dinero al negocio de las hipotecas, incluyendo las de alto riesgo. La burbuja hipotecaria posterior había desestabilizado a los bancos y a otras instituciones financieras y desató la crisis. Por último, el cuarto y más radical conservador republicano, Peter Wallison, quien también estaba en la Comisión y que aparece claramente como un partidario del Tea Party, también presentó sus conclusiones. Sostuvo que él tampoco estaba a favor de la publicación del informe, porque toda la culpa de la crisis se ponía sobre los pies del gobierno y más particularmente sobre las agencias federales, Fannie Mae y Fannie Mac, que habían conducido a los actores privados por el mal camino, por empujarlos a asumir un riesgo excesivo en el negocio hipotecario.

En resumen, los demócratas culparon a la desregulación financiera y a la falta de supervisión en el comportamiento de los agentes privados y de los mercados financieros como las principales causas de la caída, mientras que los republicanos sostuvieron que la regulación y la supervisión no fueron las causas fundamentales sino más bien la globalización financiera. Por supuesto, estas posiciones no son sólo interpretaciones, como puede verse en las innumerables libros y artículos que han sido publicados en la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión, y de la que probablemente se escribirá mucho más en el futuro. En estos momentos estamos todavía en la etapa de discernimiento sobre cuales podrían considerarse las causas más importantes de la implosión de los bancos de inversión estadounidenses, así como los principales bancos comerciales británicos y la caída de muchas empresas financieras en Europa a finales de 2008.

El debate es estridente y hay un gran número de interpretaciones que tendrán que ser probados. Pero como historiadores económicos, también es conveniente revisar y analizar cuidadosamente los documentos oficiales y las investigaciones que se realizaron inmediatamente después del estallido de la debacle financiera y que han seguido publicándose hasta el presente. Tal vez la Gran Recesión está casi acabada, excepto en Europa, que la seguirá sufriendo durante muchos años, pero ciertamente sus enormes consecuencias a nivel mundial merecen la atención no sólo de los economistas, sino también de los científicos sociales e historiadores para explicar un punto de inflexión de la historia reciente. Y vale la pena empezar por echar un vistazo a los informes oficiales de las causas de la crisis en los Estados Unidos, que después de todo, fue donde el cataclismo fue generado, con ondas de choque que se propagaron por todo el mundo como un tsunami financiero.

 ** Además de la versión del ebook del Informe Investigación de la Crisis Financiera, y que se puede encontrar en Internet en el sitio del Congreso de los EE.UU., la mayoría de los documentos y las entrevistas y he visto en un sitio de la Facultad de Derecho de la Universidad de Stanford.

Otro sitio con documentos del congreso es este.