Género y desigualdades durante las crisis ¿qué aporta una mirada de largo plazo?

Silvana Maubrigades (Universidad de la República, Uruguay)

RESUMEN. En esta entrega se realiza una breve reflexión sobre los impactos que las crisis tienen sobre las mujeres, haciendo especial énfasis en los cambios que se procesan en el mercado de trabajo. Para ello, se realiza un análisis comparado del desempeño de las mujeres en el mercado de trabajo del Uruguay durante las crisis de la década de 1930, la de 1980 y la de inicio del siglo XXI. Se busca encontrar algunas permanencias de lo ocurrido en éstos momentos históricos que sirvan para dar luz sobre la situación actual que atraviesa el país.

Crisis y desarrollos

Estamos transitando una crisis profunda, inesperada, que afecta a la inmensa mayoría de países y que ha puesto en peligro las condiciones de vida de una parte importante de la población mundial. Como toda crisis afecta a los sectores sociales más vulnerables y en particular a los sectores vulnerables de los países pobres o de economías no desarrolladas. El desempleo masivo, la caída de ingresos de los hogares y las reducciones de gasto público en protección social amenazan con un incremento de las situaciones de pobreza.

Una mirada más atenta y que trascienda este fenómeno exógeno como es la pandemia, permitiría observar un conjunto de desajustes que venían desarrollándose y que ya habían generado resultados negativos en términos de bienestar para la población. A nivel global, la crisis ambiental, la crisis alimentaria, la crisis de los cuidados y quizás a modo de resumen, la crisis de un modelo de desarrollo que excede ampliamente esta coyuntura. Sin embargo, estas miradas sobre el desarrollo, o su ausencia, dejan, muchas veces, una parte relevante de la realidad oculta. Al concentrar la atención en las fallas en el ámbito de lo productivo, suele relegarse a un abordaje posterior las condiciones en las que se da la reproducción social que se lleva adelante en los hogares y sin la cual sería difícil que el resto de la producción pudiera desarrollarse, en el corto, mediano y largo plazo.

Las recurrentes crisis económicas que viven los países subdesarrollados, pero que no son una condición exclusiva de éstos -como lo ha demostrado claramente la crisis del 2008-, han puesto en debate o han replanteado el trabajo de las mujeres y, sobre todo, han puesto en cuestión cómo ha sido su inserción social y qué cambios culturales e institucionales han procesado los países y cuáles todavía no.

Lo que también es cierto es que, a partir de la segunda mitad del siglo XX, y más claramente al ingresar al nuevo siglo, vemos un conjunto de transformaciones sociales y demográficas que cambiaron la vida de las mujeres. Por un lado, es insoslayable dar cuenta de las mejoras educativas que han tenido las mujeres en todas las regiones, con matices, pero siendo un cambio radical si lo comparamos con lo que sucedía en la primera mitad del siglo XX. Con ello, también la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo ha sido quizás el fenómeno más remarcable de las últimas décadas. Para los países desarrollados ya desde los años 60 y, para regiones subdesarrolladas como América Latina, a partir de la década de los 70, la participación de las mujeres en el mercado de trabajo ha sido incremental e irreversible (Maubrigades, 2018).

Pero con esto se procesaron otros cambios, menos visibles pero relevantes. En particular, junto a indicadores claros de las mejoras en la calidad de vida de la población, como el aumento de la esperanza de vida, también se generaron otros cambios como el aumento de las personas dependientes, en donde a los niños también se agregan los adultos mayores. Y con estos cambios, no siempre se ha generado una respuesta por parte del Estado, debiendo alcanzarse arreglos en el ámbito privado. Esto tiene importantes consecuencias como el aumento de las jornadas laborales, dentro y fuera del hogar, incremento de tareas remuneradas de cuidados también a cargo de las mujeres o cuidados realizados en condiciones de gran precariedad por parte de las familias pobres, también a cargo de mujeres o hijas (Arriagada, 2004, 2002; Benería, 2006; Carrasco, 2005, 2003).

¿Por qué iniciar con esto mi planteo sobre el análisis de las crisis? Pues precisamente porque muchas veces, cuando estudiamos el desarrollo y sus límites, cuando procuramos entender qué es lo socialmente justo en materia de desarrollo hacemos referencia a este tipo de aspectos. Las crisis exógenas como esta, en su gran mayoría son imprevisibles (no podemos prever una pandemia, como es difícil prever un tsunami, terremoto o incendio) pero tan cierto como esto, lo es que son muy distintas las formas en las que se enfrentan las salidas a estas crisis dependiendo de las condiciones previas desde el punto de vista material, institucional, social y cultural de los países. Y esta crisis tiene un poco de esto, cuando la miramos a través de las desigualdades económicas para enfrentar sus consecuencias y más aún si la observamos desde las desigualdades de género preexistentes.

La llegada de esta crisis a la región se da en un contexto en el que las mujeres tienen una participación en el mercado laboral que supera el 50%. Obviamente que podríamos considerar que todavía falta mucho para alcanzar los niveles normalmente presentes en la actividad masculina, en torno al 70 u 80%; pero debemos pensar en un escenario donde la participación de las mujeres a mediados del siglo XX para la región, escasamente superaba el 20%[1] (Maubrigades, 2018).

Pero esta crisis no sólo ha encontrado una alta participación de las mujeres en el mercado de trabajo, sino que también está poniendo en evidencia la relevancia del trabajo doméstico y de cuidados para la sociedad en su conjunto. Diversos estudios académicos se han encargado de hacer notar cómo, estas semanas de encierro en el marco de la pandemia y la necesidad de dar continuidad a las actividades productivas –dentro de lo posible– en el marco del teletrabajo, dejan al desnudo las dificultades de combinar el trabajo con las actividades domésticas varias. Quizás, sólo quizás, esa pueda ser una externalidad positiva de esta coyuntura, al hacer visible e insoslayable esa dificultad. Un poco menos visible, no para los estudios académicos pero sí para el aluvión de información que recibimos por la prensa (en todas sus variantes), es la dificultad que enfrentan los hogares de menores recursos para sobrellevar las actividades laborales, en un contexto en el que se redujeron las políticas sociales de atención, donde los espacios de cuidados cerraron, donde las escuelas y demás centros educativos se clausuraron, recayendo el peso de los cuidados nuevamente en la esfera del hogar. Los que se han podido quedar en sus hogares sienten el peso de las actividades laborales y familiares desarrolladas en un mismo espacio físico. Los que no se pueden quedar, han sufrido doblemente este impacto y, en este caso, especialmente las mujeres.

El día después de mañana

A partir de esto, la primera pregunta que surge ante la crisis es bastante básica, casi obvia: el día después, pasado el primer impacto ¿se revertirán los avances obtenidos por las mujeres en las últimas décadas? Y este cuestionamiento habilita el mirar hacia atrás y tratar de buscar en lo que han sido las experiencias de crisis anteriores y, en particular, tratar de hacer una breve caracterización de lo que han sido las anteriores crisis especialmente para el Uruguay.

La historia indica que las crisis pueden ser buenas promotoras de la participación de las mujeres, principalmente ante el deterioro de los ingresos en los hogares, tanto por caída del salario real como por el incremento de la desocupación, la hipótesis de trabajador añadido o trabajador secundario (Camou & Maubrigades, 2019; Gálvez, 2013). A esto se agrega que depende, y mucho, en qué sectores impacta en mayor medida la crisis económica ya que puede suceder que el empleo de los varones se vea más afectado si los sectores productivos en los que están más representados son los que sufren el primer impacto. Esto puede, incluso, dar la falsa idea de que se reducen las brechas de género en el mercado laboral, más por un descenso de los varones que por un incremento de las mujeres, tanto en empleo como en salario. Por otro lado, también sucede que esa pérdida de ingreso en los hogares repercute en el incremento del trabajo no remunerado de las mujeres, ante la necesidad de cubrir tareas de cuidado que antes estaban en manos del mercado o del propio Estado.

En cuanto a la presencia de las mujeres en el mercado de trabajo durante las crisis también aparecen algunas constantes en la historia; una de ellas es que el empeoramiento de las condiciones de trabajo, también tiene un impacto significativo en la calidad del empleo al que acceden las mujeres. En ese sentido, el aumento de la informalidad y la precarización de los puestos de trabajo –tanto en materia salarial como en cuanto a derechos laborales– tienen un impacto en el ingreso de las mujeres al mercado de trabajo, no sólo en su aumento como trabajadoras asalariadas, sino también como trabajadoras por cuenta propia. A esto se agrega un componente que trasciende los tiempos de crisis, aunque durante éstas se agudice, como es la segmentación del mercado de trabajo y el incremento de las mujeres en aquellos sectores de la economía considerados feminizados, donde además existe promedialmente un salario menor y donde las condiciones de precarización se agravan, especialmente en el sector del comercio y los servicios, en estos últimos particularmente en el de los servicios personales y sociales y, más específicamente, en los servicios domésticos (Galvez, 2017, 2013; Rubery & Tarling, 1982; Milkman, 1976).

Revisando la historia del siglo XX

A continuación, y en base a estas afirmaciones generales que he desarrollado, puntualizaré algunas constataciones identificadas en las crisis económicas del Uruguay durante el siglo XX (Camou & Maubrigades, 2019). Si bien han existido extensos períodos de crisis en la historia económica del Uruguay, pueden identificarse hasta el momento tres crisis económicas que, por su impacto, destacan en una mirada de largo plazo y cuya incidencia lejos está circunscripta al caso local, sino que son parte de la historia latinoamericana. Estas son la crisis de la década de 1930, la crisis a principios de la década de 1980 y, finalmente, la última crisis económica de principios del siglo XXI.

Inicio esta comparación destacando un aspecto que separa a la crisis de los años 30 del resto de las crisis ocurridas posteriormente e incluso de la crisis actual. La crisis del 30 tuvo como particularidad un fuerte incremento de las mujeres en el mercado de trabajo, seguido por una salida de éstas luego de la recuperación económica. Sin repetir anteriores consideraciones, la presencia de las mujeres en el mercado de trabajo en la primera mitad del siglo XX tuvo como característica un proceso paulatino de salida de las mujeres del mercado laboral, coincidente con una mejora relativa de la brecha salarial de género.

Si bien no se cuenta con información estadística para el conjunto del mercado de trabajo, se puede analizar su trayectoria de participación en dos empresas significativas del sector industrial tradicional del Uruguay, como son la industria textil y la industria frigorífica.

Fuente: Archivo de fotos Campomar & Soulas

Especialmente en el sector de la industria frigorífica, no necesariamente caracterizado por ser un sector feminizado, el proceso de incorporación de las mujeres durante la crisis de 1930 fue significativo, llegando a representar más del 50% del personal que ingresaba a la empresa durante este lapso. En general, tanto en la industria textil como en la frigorífica, las mujeres ingresaban a los puestos de trabajo menos calificados y también peor remunerados del sector.

En cuanto a los salarios, puede afirmarse que las brechas salariales eran, en promedio, en el entorno del 40%. Una vez iniciado el proceso de recuperación del sector industrial en general, lo que se observa es una salida progresiva de las mujeres de ambos sectores, inversamente proporcional a las mejoras salariales en relación a los varones. En un período en el que se cuenta con muy poca información estadística a nivel agregado, puede sólo afirmarse que la participación de las mujeres estuvo muy atada a una coyuntura desfavorable del sector industrial y, arriesgando algunas hipótesis, puede afirmarse que el trabajo de las mujeres fue un claro abaratador de costos en esta coyuntura adversa. Antes de terminar, vale decir que también era adversa la coyuntura económica para el conjunto de la clase trabajadora del país, de ello dan cuenta estudios realizados por el propio Parlamento ante las malas condiciones de vida de los obreros; lo que permite pensar que la hipótesis del trabajador añadido también es válida para pensar este período de incorporación de mujeres en un contexto en el que se reduce significativamente el ingreso de los hogares (Diario Oficial, 1939).

Fuente: Fotografía de la Sección Latas y Conservas del frigorífico Anglo. Centro de Documentación del Museo de la Revolución Industrial

Para la crisis de los años 80, en plena dictadura militar, es válido empezar este análisis destacando que las condiciones laborales, y salariales en particular, venían sufriendo un deterioro ya desde los años 60 (Melgar & Cancela, 1986; Notaro, 1984). Del mismo modo, el proceso de incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, como en el resto de América Latina, se había acelerado también desde finales de la década del 60, mostrando un claro aumento en los años previos a esta crisis (Maubrigades, 2018). Crisis que ingresaría por el sistema financiero del país, pero que dejaría en evidencia la debilidad del conjunto de la economía. En ese contexto y teniendo para este período más información estadística, pueden marcarse algunas constataciones a nivel nacional, semejantes a las que se dan en otros países. En primer lugar, las mujeres se integran al mercado de trabajo, aunque son las que muestran las tasas de desempleo más altas y las que tardan más en recuperarse. Tal como se afirmaba anteriormente, las tasas de desempleo de los varones ni son tan altas, ni perduran tanto como las de las mujeres. Éstas ingresan al mercado de trabajo, pero lo hacen promedialmente en puestos de trabajo con una remuneración por debajo de la media y si bien sus niveles educativos mejoraron sustantivamente no tienen una participación en toda la estructura productiva, sino que se concentran en aquellas ramas o sectores considerados “feminizados”, respondiendo así a una segmentación del mercado de trabajo, ya observada para períodos previos. A ello se agrega que, si bien este período generó un gran impacto en toda la estructura productiva, el sector secundario fue particularmente afectado y en él la presencia de los hombres es mayoritaria. En ese contexto se da lo que antes se sugería, una reducción de las brechas salariales; pero, esto es resultado de un descenso del salario masculino, antes que, por mejoras del salario de las mujeres, lo cual tiene como resultado una equidad “a la baja”, la que no logra mejorar los promedios de desigualdad que permanecen o incluso se incrementan al salir de la crisis.

La crisis del 2002 sería para el país, nuevamente, una crisis que impacta en una economía que ya estaba en crisis y si bien el shock tiene un origen en el sistema financiero, encuentra a una economía con un sector industrial prácticamente desmantelado y con un enorme peso del sector de los servicios dentro de la estructura ocupacional general. Esto es importante porque marca un comportamiento de las brechas de género, tanto en materia de ocupación como de salario, con matices respecto a las crisis anteriores. En ésta, el traslado de mano de obra masculina al sector de los servicios tendrá un fuerte impacto en los salarios y en las brechas de género en esta materia. Si bien las mujeres siguen concentradas en este sector, la llegada de los varones a él implica no sólo un incremento de las brechas salariales entre varones y mujeres sino una clara segmentación al interior del propio sector. Las mujeres estarán más concentradas en los servicios personales y sociales donde los salarios son menores, pero, además, dentro de estos espacios laborales, las mujeres estarán ubicadas también en las categorías ocupacionales más bajas.

Creo que es válido unir, para las dos últimas crisis citadas, un aspecto relevante como es la caída en las condiciones de vida de la población, especialmente en el aumento de la pobreza e indigencia, factores que tienen una recuperación más lenta que los indicadores económicos y en los que destaca la presencia de mujeres y niños.

Una mirada desde el presente

Retomo desde acá la mirada al presente para hacer notar un aspecto relevante que separa a las dos últimas crisis previas de la coyuntura actual. Durante la crisis de los años 80, como en la crisis de los 2000, el mercado de trabajo se caracterizaba por una fuerte desregulación, con una ausencia casi absoluta del Estado como institución reguladora de las condiciones de trabajo y, peor aún, sus espacios de incidencia tendieron a privilegiar una recuperación económica de los sectores productivos, augurando un posterior derrame entre los trabajadores, siendo esto una suerte de gratificación diferida. La crisis actual encuentra al mercado laboral con un sistema de negociación colectiva sólido, producto de anteriores administraciones, donde la negociación tripartita ha fortalecido también a sus actores y en especial a los trabajadores. Sin embargo, es importante estar atentos a cómo se procesa esta salida actual de la crisis, no sólo por los aspectos más evidentes en cuanto a frenar las pérdidas salariales, o la reducción de puestos de trabajo, que afecten a varones y mujeres; sino por un aspecto que ya está mostrando síntomas de deterioro como es la atención diferencial a las condiciones de trabajo entre ambos. No sólo porque la evidencia histórica marca que de las crisis se sale, en promedio, con una mayor desigualdad de género, sino porque además en otros aspectos, igualmente vinculados a la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, también se dan ya señales de pérdidas de beneficios adquiridos.

Un dato del presente, que se vincula con lo expresado previamente, es el impacto de esta crisis en el sector del comercio y en el sector de los servicios, sabemos ya que ambos son sectores históricamente feminizados. Hago, por tanto, una especial referencia a dos aspectos claves en cuanto a participación; por un lado, la reducción de políticas sociales en torno al sistema de cuidados, elemento que ha mostrado ser clave para mantener la participación de las mujeres en la fuerza de trabajo sin recargar, aún más, las actividades domésticas. Por otro lado, una pérdida relativa de priorización en aspectos que trascienden la fijación de los salarios y el mantenimiento de los puestos de trabajo. Estos años de negociación colectiva han significado no sólo una incorporación de mayores cláusulas que promuevan la equiparación salarial y procuren reducir las desigualdades salariales de género, sino, también, la integración de cláusulas de corresponsabilidad en los cuidados que apuntan a generar una mayor equidad en las responsabilidades de varones y mujeres en la atención de sus hijos (Alles, 2017; Fernández, 2017). Logros en cuanto a licencias maternales y paternales, días para controles médicos, regulación de las jornadas laborales, y otros muchos ejemplos son algunas de las acciones que han llevado adelante algunos sectores productivos en sus mesas de negociación y que, en contexto de crisis, corren riesgo de desaparecer. En tal sentido, vale subrayar entonces la pertinencia de atender estos mecanismos de mejoras en materia de equidad, los que no implican necesariamente compromisos económicos, pero sí requieren compromisos institucionales de todas las partes. Quizás, parte de estas señales de alarma estén puestas en las declaraciones de trabajadores como empresarios, en cuanto a la prioridad de mantener los empleos, sin entrar en consideración aspectos de equidades en el acceso o la remuneración; pero también, en la falta de lineamientos claros por parte del Estado en cuanto a la priorización de aspectos tales como las políticas de cuidados, lo que lleva a pensar en que pueden no estar en las, eventuales, mesas de negociación del 2021/22 estos otros aspectos antes mencionados y que son igual de relevantes.


[1] Cuando hablamos de estos niveles de participación siempre estamos referenciando a la participación formal o a la participación contabilizada por las estadísticas. En un público lector que entiende la relevancia de contar con datos históricos, con estadísticas, con fuentes confiables, etc., es relevante subrayar que las estadísticas históricas, la gran mayoría de las veces han invisibilizado el trabajo de las mujeres; tanto por no haberlo contabilizado, como por no considerar que muchas de las actividades desarrolladas por éstas y consideradas dentro de las actividades domésticas, también eran actividades productivas.

Bibliografía

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Notaro, J. (1984) La política económica en el Uruguay, 1968-1984, Montevideo. CIEDUR-EBO.

Rubery, J. & Tarling, R. (1982) Women in the recession. En D. Currie y M. Sawyer (eds.), Socialist Economic Review. Londres, Merlin Press.

La torta y su reparto: cambios en la distribución y su impacto sobre el crecimiento económico

Pablo Marmissolle (Universidad de la República, Uruguay)

Pablo Marmissolle es ayudante de investigación en la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración (FCEA) de la Universidad de la República (UdelaR), Uruguay. Es Licenciado y Magíster en Economía por la misma Universidad.

Imagen tomada de iade.org

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Resumen

Este post presenta los posibles aportes de la teoría neo-kaleckiana para la comprensión de los procesos de crecimiento en el largo plazo y su relación con la distribución del ingreso, mostrando los resultados de la aplicación de este enfoque para el caso uruguayo. Esta entrada está basada en mi tesis de maestría en economía, la cual tuvo, como objetivo, identificar de qué forma los cambios en la distribución funcional del ingreso incidieron en el crecimiento económico de Uruguay en el largo plazo (específicamente, en el período 1908-2017). Con ese propósito, se planteó un modelo neo-kaleckiano de crecimiento dirigido por la demanda para medir cómo la cuota de salarios, la cuota de beneficios y la cuota de rentas (participación de los salarios, beneficios y rentas de la tierra en el producto, respectivamente) impactaron en el crecimiento del consumo, inversión, exportaciones e importaciones. Los resultados obtenidos muestran que los aumentos en la cuota de beneficios han impactado negativamente en el crecimiento económico de Uruguay, efecto adverso que se habría acentuado desde comienzos de la década de los setenta; la cuota de rentas, por su parte, ha incidido positivamente en el crecimiento del país, aunque su influencia ha sido bastante reducida; la cuota de salarios incidió positivamente en el crecimiento económico durante todo el periodo de análisis. Estos resultados sugieren que las políticas públicas debieron favorecer una mayor participación de los salarios en el ingreso para promover un mayor crecimiento económico.

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La otra cara de la moneda  [1]

A pesar de que el vínculo entre crecimiento económico, demanda agregada y distribución del ingreso es un tópico que ha estado presente desde el siglo XIX en la teoría económica (pensemos, por ejemplo, en los trabajos de Ricardo y Marx), y que desde esa época existía una preocupación por los efectos que los salarios bajos podrían tener sobre los niveles de consumo y demanda agregada, estudiar el crecimiento económico en un enfoque de largo plazo y desde el lado de la demanda no ha sido frecuente en la literatura económica e histórico-económica de América Latina.

Buscando contribuir en esa dirección, se planteó un modelo neo-kaleckiano de crecimiento dirigido por la demanda para medir cómo la cuota de salarios, la cuota de beneficios y la cuota de rentas impactaron (en el largo plazo) en el crecimiento del consumo, inversión, exportaciones e importaciones y, por tanto, del producto de Uruguay.

Pero, ¿qué es esto de “modelos neo-kaleckianos”?

En primer lugar, corresponde señalar que, en términos generales, nuestra disciplina (o mejor dicho, el mainstream) solo ha considerado el efecto de los salarios sobre la inversión, sin prestar mayor atención a la conexión entre la distribución del ingreso y el consumo. En este sentido, la idea con este tipo de modelización neo-kaleckiana es mirar la otra cara de la moneda o, en otras palabras, “ir más allá de la visión microeconómica de los salarios como un costo que tiene consecuencias negativas en la economía, y considerar las dinámicas macroeconómicas positivas asociadas con los salarios como un componente importante de la demanda agregada” (Lavoie y Stockhammer, 2013:2).

Los estudios de Kalecki dieron origen a una larga serie de modelos macroeconómicos neo-kaleckianos, en los que se otorga a la distribución del ingreso un papel central en el funcionamiento de la economía, tanto por su influencia directa en los niveles de demanda agregada, como por su influencia indirecta sobre el crecimiento económico. Dentro de la tradición neo-kaleckiana, el trabajo seminal de Bhaduri y Marglin (1990) constituye el punto de partida para una serie de esquemas teóricos que modelizan la influencia de la distribución funcional del ingreso en el desempeño macroeconómico de los países. En estos modelos, en el análisis de largo plazo, la producción y el empleo no están determinados por la oferta de trabajo y capital remunerados según sus productividades marginales (como establece el mainstream), sino que se centran en la cantidad y tipo de capacidad productiva de la economía y en el grado de competencia. El equilibrio de corto plazo está determinado por el nivel de consumo de perceptores de beneficios y de salarios, y, atado a lo anterior, por la distribución del ingreso. Estos equilibrios de corto plazo podrían ser distintos a lo largo del tiempo, ya que a mediano y largo plazo se van modificando tanto las cantidades y tipos de capacidad instalada como las condiciones de competencia de la economía. En un marco kaleckiano, la oferta de trabajo y capital solo pueden determinar el producto de la economía si la demanda agregada es mayor que la producción de pleno empleo con plena utilización del stock de capacidad instalada. Pero esta situación es poco plausible; como plantea Steindl (1952), las empresas tienden a acumular capacidad productiva por encima de la demanda. Las empresas con menores costos van a poder vender a precios más bajos que sus competidores, logrando de esa forma desplazar a la competencia y crecer más rápidamente en el mercado, generando economías de escala. Este proceso marca, a largo plazo, una tendencia al oligopolio y al exceso de capacidad (Steindl, 1952), lo que respalda la utilización de un modelo centrado en la demanda agregada y en la distribución del ingreso para estudiar el proceso de crecimiento económico en el largo plazo.

Imagen tomada de Ingram Pinn – EurasianHub

Desde la crisis internacional de 2008 se han acentuado las críticas y cuestionamientos al modelo de crecimiento económico vigente, tanto en países desarrollados como en países en vías de desarrollo. Por otro lado, varios estudios han señalado la importante caída en la participación de las remuneraciones de asalariados en el Producto Bruto Interno (PBI) desde la década de 1980 (Stockhammer, 2013), así como un fuerte proceso de concentración del ingreso (Piketty, 2014). Estos cuestionamientos están directamente relacionados con el concepto de régimen de crecimiento, el cual, en términos generales, depende de la influencia que haya tenido la distribución del ingreso en el crecimiento económico en un periodo determinado. En este sentido, aumentos en la cuota de ingresos no salariales (participación de los beneficios y rentas en el ingreso total) pueden impactar negativamente en el producto de la economía, en cuyo caso el régimen de crecimiento se considera basado en los salarios (wage-led); mientras que, si los aumentos en la cuota de ingresos no salariales impactan positivamente en el producto, el régimen se considera basado en los beneficios (profit-led). Como señalan Alarco y Castillo (2018), los resultados sobre el régimen de crecimiento, o sea su identificación, pueden ser de gran utilidad para definir cuál debió haber sido el énfasis distributivo de las políticas públicas para contribuir al crecimiento económico.

El caso uruguayo

El magro desempeño en materia de crecimiento de la economía uruguaya durante el siglo pasado y su gran volatilidad son frecuentemente señalados como dos de los motivos por los cuales el ingreso per cápita de los uruguayos ha disminuido sistemáticamente en relación a los países desarrollados (Oddone, 2010). De hecho, partiendo de una situación similar en materia de ingresos per cápita a comienzos del siglo XX, Uruguay ha mostrado un desempeño, en términos de crecimiento económico, notoriamente más bajo que el de Europa y Norteamérica, lo cual muestra indicios de problemas en el proceso de acumulación de capital.

Varios autores señalan que Uruguay ha seguido tres grandes patrones de desarrollo a lo largo de su historia (Azar et al., 2009; Bertino et al., 2001; Bértola, 2005; Oddone, 2010). Hasta la depresión de la década de los treinta nuestra economía se caracterizó por seguir un modelo agroexportador que, en la década siguiente, dio paso al modelo industrializador enfocado en la producción de bienes de consumo destinados al mercado interno (industrialización por sustitución de importaciones – ISI) y liderado por el Estado. El agotamiento de la ISI dio lugar a un proceso de desregulación y re apertura comercial que se inicia, muy lentamente, en la década de 1960 y que se delinea claramente luego del golpe de estado militar (1973); este nuevo patrón liberalizador es, en gran medida, comparable con el modelo agroexportador, aunque difiere en el rol adoptado por el Estado (Azar et al., 2009) y en el fomento de las exportaciones de bienes no tradicionales, particularmente hacia países de la región (Bértola, 2008). Luego de la crisis de 2002, el modelo liberal-exportador ha procesado diversos cambios, como la creciente regulación del mercado de trabajo (particularmente por la reinstauración de los Consejos de Salarios), cuya consecuencia directa ha sido un rápido incremento del salario real y de los niveles de consumo, así como la instrumentación de medidas de política tendientes a dar soporte a áreas de carácter estratégico como biotecnología, ciencias de la salud y TIC (Bértola et al., 2014).

Más allá de esos tres grandes patrones de desarrollo, la evidencia empírica muestra que existen sólo dos momentos de sostenido crecimiento de la participación de los salarios en el producto: los años de la ISI y los años posteriores a la crisis de 2002. Además, en términos comparados, la cuota de salarios siempre ha sido muy baja con respecto a la de otros países de características estructurales similares a Uruguay (Siniscalchi y Willebald, 2018).  En línea con lo anterior, si el análisis aquí planteado identifica que ha habido un régimen de crecimiento basado en los salarios, puede interpretarse que parte del magro desempeño que ha tenido la economía uruguaya en el largo plazo puede deberse a los fuertes procesos de ajuste distributivo que ha vivido el país.

Resultados

Buscando analizar los canales a través de los cuales la distribución del ingreso impacta en el crecimiento, se estimó, mediante diferentes especificaciones de series temporales, el impacto de los cambios distributivos sobre el consumo de los hogares, la inversión, las exportaciones y las importaciones; dichos impactos fueron ponderados luego según el peso de cada uno de estos componentes en el producto total.

Las estimaciones realizadas muestran que entre 1908 y 2017, en promedio, un aumento de 1% en la cuota de salarios generó un crecimiento de 0,20% en el producto, en tanto que un aumento de 1% en la cuota de beneficios generó una caída del nivel de actividad de 0,12%; el impacto de las rentas, por su parte, habría sido positivo pero muy reducido (0,06%).

Buscando analizar si las políticas implementadas en la segunda mitad del siglo XX y los fuertes ajustes salariales causados por éstas habían logrado modificar el régimen de crecimiento del país, se descompuso el período en dos fases: 1908 – 1967 y 1968 – 2017. Las estimaciones indican que en el período 1908 – 1967, en promedio, aumentos del 1% en la cuota de beneficios generaron una caída de 0,05% en el producto, en tanto que aumentos del 1% en la cuota de rentas generaron un crecimiento de 0,03% en el nivel de actividad económica; respaldando estos resultados, las especificaciones del modelo que incluyen a la cuota de salarios muestran que aumentos del 1% en este share generaron un crecimiento de 0,05% del PIB. En 1968 – 2017, las estimaciones indicarían que ante aumentos del 1% en la cuota de beneficios el producto se contrajo 0,19%, en tanto que aumentos del 1% en la cuota de renta generaron un crecimiento de 0,03% en el PIB; la elasticidad de la cuota de salarios frente al nivel de actividad habría sido positiva (0,20%), al igual que en 1908 – 1967.

Los resultados obtenidos permiten concluir que el régimen de crecimiento de Uruguay ha sido wage-led, por lo que los aumentos en la participación de los salarios en el ingreso han sido positivos para la economía. Más allá de los cambios en las magnitudes del impacto de los cambios distributivos en el crecimiento, en los sub-períodos 1908 – 1967 y 1968 – 2017 el crecimiento fue wage-led, lo que indicaría que la política económica de las últimas décadas del siglo XX no logró modificar el régimen de crecimiento de la economía uruguaya. En concordancia con esto, se constata que no ha habido en el periodo objeto de estudio un régimen profit-led, en tanto que hay evidencia de un (modesto) crecimiento rent-led.

¿Y el resto del mundo?

Como muestra el Cuadro 1, los resultados obtenidos para Uruguay son consistentes con la gran mayoría de los resultados obtenidos para otras economías.

Cuadro 1

Regímenes de crecimiento en otros países y regiones

Fuente: elaboración propia.

Los únicos casos de regímenes de crecimiento basados en los beneficios refieren a América Latina. Como plantean Alarco (2017) y Oliveira (2019), el régimen profit-led de Brasil y de la región latinoamericana se sustenta en la existencia de altísimos niveles de desigualdad y concentración de ingresos, así como en la enorme importancia de sectores de subsistencia que están “al margen” del proceso de acumulación capitalista, y que, a su vez, debilitan el poder de negociación de los trabajadores de la región. La economía uruguaya, por sus características históricas e institucionales, posee rasgos muy distintos a los señalados, por lo que no es de extrañar que en el país el crecimiento haya sido wage-led.

Un gran detalle es que tanto los países desarrollados que figuran en el Cuadro 1 como Uruguay han tenido un régimen de crecimiento wage-led. Sin embargo, mientras en Uruguay la participación de los salarios en el ingreso ha promediado 43% en 1908 – 2017 y ha tenido fuertes oscilaciones, en los países centrales ésta ha sido considerablemente mayor (65%) (Siniscalchi y Willebald, 2018). La baja participación de los salarios en el ingreso, con sus fuertes ajustes, parecería ser una de las posibles explicaciones del declive vivido por esta economía wage-led en el largo plazo.

Algunos puntos pendientes

A partir de los resultados obtenidos se abre una serie de preguntas que permitirían profundizar, por distintas vías, el análisis de la relación entre distribución y crecimiento. Por ejemplo, ¿cómo impactaron los cambios distributivos en la incorporación de nuevas tecnologías?, ¿cómo afectó el desarrollo tecnológico a la distribución funcional del ingreso? Alternativamente, y dejando de lado el análisis empírico, ¿es posible establecer un vínculo entre los modelos post-keynesianos que analizan el crecimiento “por el lado de la demanda” y los modelos neoclásicos de crecimiento centrados en el análisis de la oferta?

Las respuestas a estas preguntas serán materia de próximas etapas en la investigación.

 

Bibliografía

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[1] Este post está basado en mi tesis de maestría en economía defendida en febrero 2020 en la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República. Disponible en: https://www.academia.edu/41965530/Crecimiento_y_distribuci%C3%B3n_del_ingreso_en_Uruguay._Una_aproximaci%C3%B3n_desde_el_lado_de_la_demanda_1908_-_2017

 

 

 

Requiem para el sueño (latino)americano (II)

Sabrina Siniscalchi (Universidad de la República, Uruguay)

RESUMEN. En la primera parte de este post (Parte I) revisitamos la importancia de los análisis de estratificación social para comprender algunos procesos recientes en América Latina en esta materia. Un elemento que destacamos es el de “vulnerabilidad”. En este sentido, las clases medias latinoamericanas surgidas en el último ciclo de crecimiento se pueden dividir en un sector consolidado y uno cuya probabilidad de caer en la pobreza es alta (vulnerables). Esta distinción es posible hacerla en contextos donde la disponibilidad de información es alta dado la multiplicidad de variables que se utilizan en estos análisis para determinar los umbrales de separación entre clases. En esta presente entrega plantearemos una posible alternativa metodológica para realizar este tipo de análisis en perspectiva histórica a partir del caso de Uruguay en la primera mitad del siglo XX.

¿Te acordás hermano, qué tiempos aquellos?

Tiempos viejos (1926)

Como vimos en la primera parte de este post, Uruguay es el país con mayor porcentaje de ciudadanos pertenecientes a la clase media consolidada tanto a principios del siglo XXI como en 2012. Esto no es un fenómeno nuevo, ya que Uruguay ha sido históricamente considerado un país de clases medias. Las crónicas dejan entrever que la promoción de la formación de una sociedad de clases medias hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX fue un proceso fomentado por los políticos e intelectuales de la época, que veían en la construcción de una sociedad mesocrática un pilar fundamental para el desarrollo político y económico de la nación (Bauzá, 1876).

Hacia principios del siglo XX, el batllismo, movimiento conducido por José Batlle y Ordóñez (dos veces presidente de la República: 1903-1907 y 1911-1915), sentó las bases de la expansión de diversas funciones del Estado como productor y proveedor de servicios a la vez que se expandía, progresivamente, la representación política a través de la universalización del sufragio masculino. Estos desarrollos tuvieron lugar en medio de un proceso de crecimiento sustantivo de la población entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, producto de una importante oleada migratoria.

Entre la década de 1960 y 1980, los cambios visibles en estructura social: agotamiento del modelo de crecimiento económico, envejecimiento de la población, emigración, y fuertes conflictos distributivos, dieron cabida a una creciente literatura sobre la sociedad uruguaya, la cual dedicó gran parte de su análisis a las clases medias y a su rol en el desarrollo político del país en la primera mitad del siglo XX (Grompone, 1963; Solari, 1956; Rama, 1969).

Además de un toque nostálgico, propio de la gris sociedad uruguaya, mirar (e idealizar) la sociedad de principios del siglo XX en la década del 1960 escondía la razón del artillero: “el laboratorio del mundo” supo contar mejor las vacas que la gente que había en su territorio, y entre 1908 y 1963 no se realizaron censos de población o de viviendas. Esto transformaba a los Censos de 1908[1] en la fuente privilegiada (y la única) para los análisis de la sociedad uruguaya de la primera mitad del siglo XX, aún a pesar de sus variadas falencias (Barran y Nahum, 1977, 1979; Rama, 1969; Klaczko, 1981)

La construcción de tablas sociales, una vieja práctica ideada con fines recaudatorios en la Inglaterra del siglo XVII,[2] y devenida en metodología ampliamente usada por los historiadores económicos en el presente,[3] no permiten aproximarnos de forma histórica a la estratificación social (Gómez-León, 2015).

Para el caso de Uruguay, dadas las escasas fuentes censales con las que contamos, podemos clasificar la población económicamente activa (PEA) en: obreros (trabajadores blue collar), empleados (asalariados white collar), y patrones.  En términos de ingreso es necesario elegir un criterio de delimitación de clases y en nuestro caso, siguiendo a Franco et al. (2011), tomamos como parámetros el doble del valor monetario de la línea de pobreza para separar clase media de baja, y dos desviaciones con respecto a la mediana de ingreso para delimitar la clase media de la alta.

El concepto de línea de pobreza es muy reciente y no tenemos estimaciones para la primera mitad del siglo XX, por lo que tomamos el valor de la canasta de consumo básica de una familia obrera (Barrán y Nahum, 1977). Así, consideramos que el límite entre la clase baja y la media en términos de ingreso es igual a dos veces el valor de esa canasta de consumo y el límite que separa a la clase media de la alta lo fijamos en dos desviaciones estándar por encima de la mediana de ingreso. La combinación de ambos criterios arroja 5 estratos,[4] de los cuales nos interesa destacar el estrato medio-bajo, ya que el mismo podría asimilarse al concepto de “clase media vulnerable” que veníamos manejando. Este estrato lo componen individuos que deberían pertenecer al estrato medio o alto por su ocupación, pero su ingreso es inferior a dos canastas de consumo mínimas (en particular, encontraremos a los pequeños productores rurales en esta categoría), o bien individuos que realizan ocupaciones de tipo blue collar, pero su ingreso los coloca por encima del umbral de consumo mínimo.

Gráfico 1: Estratificación social en Uruguay 1908-1963 (% de PEA)

Fuente: Siniscalchi (s/f)

Siguiendo estos criterios, podemos ver que el aumento del estrato medio bajo –el cual es asimilable a la idea de clase media vulnerable manejada en los análisis actuales– explica gran parte del creciente peso relativo de los sectores medios en la sociedad uruguaya de la primera mitad del siglo XX, llegando a representar más de la mitad de dicho estrato en la década de 1960.

Este enfoque permite ver cómo esa clase media vulnerable es muy distinta que la clase media consolidada. Por ejemplo, en 1908, el integrante promedio del estrato medio bajo percibe un ingreso mensual de $26, mientras que los que integran el estrato medio ganan, en media, $67,4. Estos ganarían, siempre hablando en términos promedio, 60% menos del ingreso mínimo para considerarlos de la clase media por una clasificación estrictamente basada en ingresos.

Gráfico 2: Estratificación social en Uruguay según diferentes criterios (1908)

Fuente: Siniscalchi (s/f)

Si lo vemos en términos de capacidad de consumo, los integrantes del estrato medio bajo pueden adquirir, en promedio, 2,5 canastas básicas mientras que sus pares del estrato medio pueden costear, promedialmente, 5 canastas al mes.

Hacia 1963 la situación cambia (gráfico 3). El ingreso promedio de los integrantes del estrato medio bajo representa el 80% del ingreso promedio de los integrantes del estrato medio, y ganan un 15% menos de lo que necesitan para ser clasificados como clase media sólo por sus ingresos. Ahora bien, en términos de capacidad de consumo las distancias entre estratos medio y medio vulnerable se reducen, pero esto se debe a la pérdida de capacidad de consumo de los estratos medios, los cuales acceden en media a cubrir 2,6 canastas básicas por mes, mientras que el estrato medio bajo costea promedialmente 2,5 canastas por mes (lo cual es la mitad de la capacidad de consumo promedio del estrato medio bajo y una quinta parte de la del estrato alto).

Gráfico 3: Estratificación social en Uruguay según diferentes criterios (1963)

Fuente: Siniscalchi (s/f)

Tratándose de un trabajo en progreso, no hemos desarrollado aún el análisis necesario para ligar estos resultados con la evolución del contexto socio-político de la época, pero la evidencia teórica nos lleva a pensar que detrás de estos fenómenos se encuentra una parte importante de la explicación de la convulsionada década de 1960 en el Uruguay.

Las relaciones entre los fenómenos de estratificación social y, en particular, de la composición de las clases medias con la evolución socio-política puede verse en, al menos, dos formas:  desde una óptica de economía política, y desde una perspectiva de sociología política. Ambas perspectivas son inabarcables para este espacio. Haciendo casi una caricatura de los análisis de cada una podemos sintetizar que la primera de ellas asocia la formación de diferentes tipos de estados de bienestar con la forma en que se llega a consensos en la sociedad sobre la tributación. Un actor clave en esto es la clase media, dado que estas aproximaciones analíticas suponen, a partir del teorema del votante mediano (Metzel y Richard, 1981), que los individuos en la mediana de la distribución pertenecen a la clase media. Esto, además de no ser necesariamente cierto en términos empíricos ya que depende del grado de polarización de los ingresos, supone que los individuos medianos tienen ciertas preferencias por la redistribución asociadas a la estabilidad de sus fuentes de trabajo, el acceso a la educación y su nivel de ingreso. En este sentido, una vez más, el grado de vulnerabilidad de la clase media sería un elemento fundamental para tener en cuenta, aspecto que la literatura sobre preferencias por la redistribución no ha analizado en profundidad (Estevez-Abe et al., 2001; Iversen, 2005; Iversen y Soskice, 2001; Schneider y Soskice, 2009).

La segunda línea de interpretación está asociada con los procesos de incorporación de la ciudadanía, nuevamente como forma de explicar la forma y las funciones que asumen los Estados a lo largo del tiempo. Esta literatura es particularmente interesante porque los trabajos más recientes están enfocados en América Latina. La idea central de éstos es que los modelos de desarrollo de la segunda mitad del siglo XX produjeron procesos de exclusión de amplios sectores de la sociedad, los cuales a pesar de no ser ni ideológicamente ni políticamente homogéneos, terminaron confluyendo en expresiones políticas comunes para lograr su incorporación al sistema. En este sentido, se distinguen dos períodos de “crisis de incorporación”, uno a fines del modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) que habría decantado en la formación de movimientos de izquierda más radicales de las décadas del 60’ y 70’; y otro a fines del siglo XX y principios del XXI que decantó en el triunfo de gobiernos de izquierda (algunos con tintes populistas y otros más moderados) en gran parte del continente (Filgueira et al., 2009).

Esta literatura, a pesar de ser multidisciplinaria en términos teóricos, no presenta un fuerte sustento histórico-empírico de sus conclusiones que permitan llegar a las generalizaciones a las que arriban. Es por ello que creo que necesario mirar con ópticas distintas los fenómenos actuales y, sobre todo, aportar, desde la Historia Económica, fundamentos empíricos que nos permitan entender por qué hemos fallado, en reiteradas ocasiones, en manejar las expectativas de ascenso social de aquellos que consiguen mejorar su ingreso (y no mucho más que su ingreso) en los ciclos de alza económica y las consecuencias que ello tiene para la consolidación democrática en el continente.

[1] Utilizo el plural dado que en 1908 se realizaron, por única vez en la historia uruguaya en forma simultánea, censos de: población, vivienda, industria y comercio, agropecuario y de educación.

[2] Lindert y Williamson (1982), pioneros en el uso de este recurso para sus análisis datan la primera tabla social en 1688.

[3] Entre otros: Bértola, 2005; Bértola et al, 2010; De Jong y Gómez-León, 2019; Lindert y Williamson, 1983; Milanovic et al., 2007; Rodríguez-Weber, 2013.

[4] Estrato y clase se usan varias veces como sinónimos en este post a pesar que por la forma de operacionalización elegida el uso de estrato es más adecuado que el de clase. Los 5 estratos identificados son: Bajo (individuos con ingreso bajo y que se desempeñan en ocupaciones de tipo manual); Medio bajo –asociado con “clase media vulnerable”– (individuos que deberían pertenecer al estrato medio o alto por su ocupación, pero su ingreso es bajo; en particular, encontraremos a los pequeños productores rurales en esta categoría); Medio –asociado con “clase media consolidada”– (individuos con ingreso medio y que se ocupan en trabajos no manuales); Medio alto (individuos cuyo ingreso los ubica en los estratos medios, pero su ocupación los situaría dentro del estrato alto); Alto (individuos con ingreso y ocupaciones de estrato alto; por ejemplo, propietarios y otros).

Bibliografía

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Cambiar para participar. Transformaciones personales y sociales que expliquen la oferta de mano de obra de mujeres en América Latina desde 1950

Prof. Silvana Maubrigades, Universidad de la República, Uruguay

RESUMEN. Asumiendo que los cambios en la tasa de actividad de las mujeres en América Latina es un fenómeno multicausal, esta entrada presenta resultados sobre indicadores significativos en la oferta de mano de obra en la región. Se identifica que la reducción en el número de hijos y la mejora de los niveles educativos influye positivamente en el incremento de la tasa de actividad de las mujeres; a la vez que se relativiza el peso del rezago en la edad del matrimonio como factor explicativo para que las mujeres ingresen al mercado laboral.

Silvana (08-03-2019)

En una primera entrega de este Blog, iniciaba la discusión sobre el vínculo entre desarrollo y participación de las mujeres en el mercado de trabajo, con evidencia históricamente reciente sobre los cambios en materia de brecha salarial de género. Ese es hoy uno de los grandes debates en torno a las capacidades del sistema productivo para generar equidad entre quienes participan. Sin embargo, para las mujeres, ser miembros activos del mundo de trabajo implica algo más que la mera voluntad de hacerlo; ellas requieren que se genere una serie de condiciones económicas, pero sobre todo sociales que habiliten ese tránsito, que lo hagan fluido y se minimicen los costos personales de pasar del ámbito doméstico al ámbito público. Por lo tanto, en esta entrega abordaré una serie de variables explicativas que se han usado, en el estudio de diferentes regiones, para comprender los cambios ocurridos en la oferta de trabajo por parte de las mujeres.

Una parte importante de la literatura que estudia las vinculaciones entre las desigualdades de género y el desarrollo se ha centrado en el análisis de los cambios generados en las estructuras familiares y sociales, tanto como en los cambios observados en las “capacidades” de los individuos para enfrentarse a los desafíos de este desarrollo.  Las transformaciones en la conformación de la familia, los cambios en la nupcialidad, el número de hijos por hogar, son factores asociados entre sí y que pueden tener un fuerte impacto sobre las posibilidades de participación de las mujeres en la actividad económica. El aumento de la participación de las mujeres en la toma de decisiones, a nivel de la familia y a nivel social, puede considerarse un indicador de progreso en el desarrollo económico (De Moor and Van Zanden, 2010; Van Zanden, 2011). Y, si bien se ha postulado que el incremento de las mujeres en el mercado de trabajo está inversamente correlacionado con el número de hijos, tal relación no es de naturaleza automática, ni explica por sí sola la totalidad de los diferenciales de participación (Jelin, 1978; García and De Oliveira, 1988).

En América Latina, los cambios ocurridos en el marco de la primera y segunda transición demográfica durante el siglo XX han sido heterogéneos. Pero sería a partir de 1950 que comenzaría a darse una transición hacia una nueva estructura social y económica dominada por el desarrollo de las ciudades, la migración interna de población, cambios en los patrones de natalidad y nupcialidad, inclusión de las nuevas generaciones en los sistemas de enseñanza formales, nuevos espacios productivos y nuevas formas de vida asalariada, al tiempo que se hacían más notorias las brechas entre la población que se integraba a estos cambios y la que quedaba excluida. En el marco de estas condiciones de desigualdad, la movilidad social y los procesos de integración pasaron a depender en mayor medida del crecimiento económico alcanzado por las economías (Rama, 1984).

Un primer hecho relevante en materia de transformaciones en el ámbitoEdad matrimonio doméstico es que el rezago en la edad del matrimonio no ha resultado un indicador útil para entender la mayor presencia de las mujeres en el mercado de trabajo. América Latina es una región que mantiene bajas las edades de ingreso al matrimonio; 25 años al momento del matrimonio de las mujeres es un promedio bastante bajo en comparación con los observados en los países desarrollados a finales del siglo XX (cercanos a los 30 años). Sin embargo, pese a que estos resultados se mantienen relativamente constantes a lo largo del tiempo, las tasas de participación de las mujeres han mostrado un dinamismo mucho mayor en todos los países analizados.

Sin embargo, el número de hijos sí ha mostrado cambios significativos y, con ello, América Latina no se aleja de lo demográficamente esperable. Iniciando la segunda mitad del siglo FecundidadXX con un promedio de 6 hijos por mujer, para el año 2010 esta cifra se ha reducido a menos de la mitad (2,6 hijos por mujer). Este proceso se explica por una transformación relativamente rápida en materia de fecundidad, habiendo logrado América Latina captar los avances tecnológicos obtenidos en materia de control de la natalidad por parte de los países desarrollados. Esto hizo que confluyeran los cambios en las pautas de control de la natalidad con una mayor presencia de las mujeres en el mercado de trabajo, especialmente a partir de la década de 1980 y en toda la región.

La educación ha mostrado también ser una variable dinámica en el proceso de transformación de las trayectorias de vida de las mujeres. El Cono Sur (Argentina, Chile y Uruguay) ha sido siempre una región con altos niveles educativos y si bien siguen Estudioliderando el proceso, fueron en este período alcanzados por el resto de los países de América Latina, en especial los casos de Brasil, Colombia, México y Venezuela. En su vínculo con el mercado de trabajo, la correlación entre educación y tasas de actividad es significativa en una muestra de 15 países analizados en la región (Maubrigades, 2017). Por tanto, si bien no puede afirmarse que los logros educativos han tenido una incidencia directa en la incorporación laboral de las mujeres o, por el contrario, que los requerimientos del mercado hayan motivado la acumulación de años de estudio por parte de éstas, puede suponerse que las mejoras en los niveles de calificación de la fuerza de trabajo abren una ventana de oportunidad a las mujeres en el mercado laboral.

En términos de espacios laborales, el proceso de urbanización que ha mostrado América Latina durante el siglo XX, si bien ha acompañado la tendencia mundial de crecimiento de laUrbanizacións ciudades, ha implicado para la región un cambio significativo en su forma de desarrollo. América Latina sigue siendo un continente dual, tiene un grupo de países que alcanza a finales del período a superar el 85% de su población en medios urbanos, y países que aún tienen algo menos de la mitad de su población viviendo en el medio rural. Esto hace que su potencial explicativo en la participación de las mujeres en el mercado de trabajo sea también dispar. Los países que tienen mayor urbanización (Argentina, Uruguay), son los que han mostrado una mayor diversificación de su mercado de trabajo, y las mujeres participan más en los sectores de los servicios personales y sociales, tanto como en el comercio. En aquellos países con mayor presencia de población rural (Bolivia, Honduras, El Salvador) las mujeres muestran también un fuerte incremento en sus tasas de actividad, pero estando más orientadas a las actividades agrarias donde la temporalidad es una característica dominante, junto con la informalidad y el cuentapropismo.

Finalmente, los cambios en la legislación dentro de los países es otro comDerechosponente útil para explicar el cambio de condiciones que viabiliza la presencia de las mujeres en el mercado de trabajo. En  materia de derechos lo que se puede comprobar es que la brecha en materia formal se ha reducido significativamente en aspectos relevantes de la vida económica como los son el derecho de herencia, la equidad en la toma de decisiones para las mujeres casadas en materia de contratos laborales, legales y financieros. Estas garantías, vinculadas a la posibilidad de firmar contratos, tener titularidad en las cuentas bancarias, o heredar propiedades por parte de las mujeres –y, en particular, entre las mujeres casadas– hablan de un lugar socialmente responsable y protegido detentado por ellas. Sin embargo, contrastan estos resultados con el alto nivel de informalidad presente en estos países, con la precarización de la mano de obra y consecuentemente con una mayor vulnerabilidad en materia laboral.
Explicar los cambios ocurridos en la participación de las mujeres en el mercado laboral, requiere múltiples enfoques. En esta oportunidad, se analizaron aquellas transformaciones ocurridas en el ámbito personal y social, que repercutieron significativamente en la oferta de fuerza de trabajo en América Latina. Lo interesante que ha ocurrido en la región, quizás tenga que ver con el hecho de que no se siguieron siempre los caminos transitados por los países desarrollados para alcanzar los niveles de participación que tienen hoy las mujeres. A nuestra región parece determinarla todavía la temprana consolidación del núcleo familiar, aunque haya logrado reducir significativamente el número de hijos por mujer. La educación ha sido un logro, en términos de acumulación de años de estudio, aunque dista mucho de ser lo esperable en materia de desarrollo. El proceso de urbanización es casi un fenómeno mundial, aunque muchos de los países de América Latina todavía mantengan una importante ruralidad en su estructura social y económica. Y en materia de derechos, hay todo un capítulo por explorar que tiene que ver con un desigual resultado en materia de concreción efectiva de oportunidades, aunque se garanticen las mismas en el plano de lo jurídico.

Tratando de dar un enfoque distinto, una próxima entrega en este blog presentará un análisis desde la demanda de mano de obra femenina, vinculado a los cambios en la estructura productiva que ha tenido América Latina durante el siglo XX.

 

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¿Que sigue después de Brexit? Una visión histórica.

Juan H. Flores Zendejas [1]

Ginebra, 4 de julio de 2016.

Las reacciones miméticas no son nuevas, sino más bien recurrentes, sobretodo en coyunturas económicas adversas. La propagación de nuevos regímenes económicos o políticos puede tener consecuencias positivas, cierto, pero también pueden conllevar consecuencias nefastas. Recordemos, ya que tratamos con Gran Bretaña, el episodio de la crisis de 1931, poco después del crac bursátil de 1929.

El resultado del referéndum en Gran Bretaña nos deja a la puerta de una nueva era de incertidumbre que rebasa las fronteras de la Unión Europea. Existe un temor natural por adentrarnos por un terreno desconocido, y ahora, más que nunca, la acción que esperamos de los líderes políticos es que sea proactiva, que obedezca a una dirección clara sobre el rumbo de la Unión y sobretodo, eficiente ante los efectos directos e indirectos de la nueva coyuntura. Brexit puede ser el inicio de una Unión Europea distinta, democrática e inclusiva, pero también puede convertirse en el primer paso hacia la desintegración económica, social, y política, ya no sólo del continente, sino también global. Esto sitúa a los líderes europeos en una disyuntiva. Por un lado, evitar una desintegración absoluta con Gran Bretaña implica mantener un máximo de acuerdos políticos y económicos, la solución “suiza”. Por el otro lado, es necesario también diluir el mimetismo potencial que conlleva el resultado, evitando así el riesgo de una ruptura mayor de la unión, la solución “macarra”.

La prisa que muestran los políticos del continente contrasta con la calma que muestran sus contrapartes en la isla. Ambas actitudes eran previsibles. Del lado británico, no solamente habrá que resolver las disputas políticas internas precipitadas por el resultado. Se trata ahora de trazar un plan, en el cual la posibilidad de un Regrexit no queda del todo descartada. Pero tampoco se puede subestimar la complejidad del lado europeo (ahora más que nunca se puede utilizar este término). De alguna medida, Gran Bretaña y el resto de la unión tendrán que encontrar un nuevo equilibrio mutuamente benéfico (o al menos, no tan feo). Lo contrario sería sumamente costoso para ambas partes. Pero a medida que transcurra el tiempo, y en cuanto se corrobore la falacia sobre el escenario apocalíptico promovido por la campaña de la permanencia (a todas luces, nefasta), también aumentará la posibilidad de que otros referéndums sean celebrados en otros países, tal como promueven ya no únicamente los partidos euroescépticos y los de extrema derecha. La necesidad o el deseo de convocarlos comienzan a tener eco en todo el espectro político de otros países de la unión.

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Estas reacciones miméticas no son nuevas, sino más bien recurrentes, sobretodo en coyunturas económicas adversas. La propagación de nuevos regímenes económicos o políticos puede tener consecuencias positivas, cierto, pero también pueden conllevar consecuencias nefastas. Recordemos, ya que tratamos con Gran Bretaña, el episodio de la crisis de 1931, poco después del crac bursátil de 1929. Europa se encontraba en una profunda crisis económica, con elevadas tasas de paro, pobre crecimiento económico y pocas perspectivas de mejoría. El núcleo de aquel sistema económico era precisamente Gran Bretaña, cuya bandera era la ortodoxia en la política económica y la estabilidad monetaria, materializada en la adhesión al patrón oro. La crisis económica que se gestó en Europa central terminó por afectar intensamente al sistema bancario británico. El pánico desatado entre los ahorradores ingleses ansiosos por retirar su dinero sólo se detuvo con la decisión del Banco de Inglaterra de facilitar liquidez al sistema. Pero esta decisión tuvo un alto costo: el Banco de Inglaterra se quedó sin las reservas necesarias para garantizar la convertibilidad de su moneda. Inglaterra terminó abandonando el patrón oro el 21 de septiembre de 1931.

En 48 horas, la libra esterlina llegó a perder  17% de su valor; un mes después fue casi 19% (hoy en día se estima dicha depreciación en algo parecido al 20%, aunque mucho dependerá de la acción de los bancos centrales, mucho más proactiva que en ese entonces). La mayor parte de las bolsas europeas cerraron sus puertas varios días (y otras fuera de Europa, como la de Tokio). La volatilidad acompañó a los mercados financieros durante varios meses, pero los efectos de mediano plazo fueron otros. Para Gran Bretaña, la salida del régimen monetario dio un respiro a la política monetaria y un empuje a las exportaciones, facilitando la recuperación económica. Para sus socios comerciales, la historia fue distinta. Por un lado, Gran Bretaña mostró que la posibilidad de abandonar el patrón oro, por muy catastrófica que pareciera, era factible e incluso deseable. Durante toda la década, un país tras otro imitó lo hecho por ese país. Para muchos historiadores, el abandono del patrón oro se considera uno de los factores que permitieron, en cierta medida, la recuperación en las tasas de crecimiento en los años 1930s. Por el contrario, este sistema monetario había sido un régimen implacable y recesivo durante los 1920s. Pero 1931 también marco el inicio de la política de sálvese quien pueda. Llegó un periodo de devaluaciones competitivas, controles de capitales y el fortalecimiento del proteccionismo a nivel mundial (con la válvula de escape siendo los acuerdos de clearing). Esta desintegración económica también tuvo su reflejo sobre la libertad migratoria, con la introducción de trabas al movimiento de personas en países tradicionalmente abiertos a la inmigración, como Estados Unidos, Australia, Argentina o Brasil. La consiguiente caída del comercio y del flujo internacional de capitales dio como consecuencia la caída generalizada de la actividad económica mundial, y es imposible disociarla de la llegada de gobiernos autoritarios en distintas partes del mundo.

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No debemos llevar demasiado lejos los paralelismos históricos. El patrón oro era un régimen muy poco democrático, y lo bancos centrales tenían como prioridad absoluta mantener las reglas del juego, aunque las consecuencias sobre la actividad económica fueran nefastas. Desde entonces, muchos bancos centrales han cambiado de idea y hoy en día no son ajenos al vaivén de los ciclos económicos. Por otro lado, el periodo posterior a la segunda guerra mundial nos muestra que los gobiernos aprenden de sus errores. El diseño institucional que siguió a nivel doméstico e internacional tuvo como fin el compromiso de muchos países en el mundo hacia la cooperación, el comercio y la integración económica. El régimen monetario ofreció, a comparación con el que se mantuvo durante los periodos anteriores, una flexibilidad nueva.  Siguieron casi tres décadas de crecimiento económico sostenido y consolidación del estado de bienestar. Pero la historia nos deja un mensaje muy claro: no podemos subestimar el descontento social de un sistema económico disfuncional. La crisis sólo ha agravado tendencias de un pasado lejano, pero es evidente las fragilidades expuestas siguen sin ser reparadas y las consecuencias son cada vez más preocupantes.

Por muy irracional que nos parezca, el voto de los ciudadanos británicos tiene causas palpables, relacionadas con una percepción negativa del proyecto europeo. Habrá aún ríos de tinta que nos brindarán razones más o menos plausibles del resultado. Para efectos inmediatos, hagamos una interpretación. El referéndum puede ser una de las últimas advertencias sobre la necesidad de un cambio. No, la política económica no funciona y la estructura decisional tampoco. Hagamos un balance rápido. La política monetaria no fue muy reactiva en los primeros años de la crisis, aunque esto comenzó a cambiar casi por obligación y a pesar de la reticencia de varios gobiernos. Ni qué decir de la política fiscal y de las políticas de austeridad impuestas sobre los países de Europa del Sur, cuyo resultado es el que vemos en las calles de Grecia, España o Italia. Finalmente, tampoco ha quedado clara la división del peso de la crisis: en España como en otros países, hay una desigualdad creciente entre los distintos estratos de la sociedad; en muchos países, los beneficios de los bancos ya superan los niveles previos a la crisis, y hay sectores en los que el poder de mercado de las principales empresas es tal que los beneficios extraordinarios solo contribuyen a aumentar el malestar social.

Evitemos pues la desintegración económica, y optemos por la opción “suiza”. Pero ésta sólo puede ser factible cuando la mano visible actúe desde un lado solidario.

[1] Profesor Investigador de Historia Económica y director del Instituto Paul Bairoch de Historia Económica de la Universidad de Ginebra.

Preferencias e historia económica

Xavier Duran (Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia), 22 de abril de 2014.

El festival iberoamericano de teatro de Bogotá se realiza cada dos años, en la semana de pasión, y ofrece teatro de inmejorable calidad a los Bogotanos y visitantes. Es realmente “a world class event”. Cuando pasen por Bogotá, traten que sea en esta época, es la mejor Bogotá que se puede disfrutar.

Les voy a contar sobre una obra de teatro. No voy a hacer las veces de crítico de teatro, ni mucho menos. Pero si les quiero contar sobre una obra que me pareció muy divertida, y me recordó discusiones y reflexiones sobre el tema del blog de hoy.

El domingo fui a la obra del escritor-director-actor libanes-canadiense Wajdi Mouawad, “Solos”. La primera parte, un monologo sobre lo difícil que es ser estudiante doctoral – recomendadisima! Imagínense, en una escena el supervisor llama al protagonista, que es un estudiante doctoral de sociología, y le cuenta que un profesor del departamento acaba de morir y que esa es la vacante para él. También le indica que debe sustentar el doctorado seis meses antes de lo planeado para poder aplicar a esta vacante. El protagonista se mueve entre la ilusión del nuevo reto y el fin del doctorado, el miedo de enfrentar al comité sin aun tener claras las conclusiones de su tesis, el sueño de hacer la obra maestra de la sociología del imaginario, para lo cual necesitaría más tiempo, y el pudor de aplicar al proceso de selección para una posición que acaba de quedar libre porque su titular acaba de morir y el conocía! La representación es divertidísima! Después, el personaje de la obra, tras un accidente, entra en coma, el actor continua el monologo, y logra una representación impactante … pero no les voy a dañar más la obra.

La obra de teatro, como se imaginaran, la goce y sentí mucho, y la recomiendo.

Pero la obra también me hizo pensar sobre la vida y la muerte. Y, sobre la expectativa de vida! Y al llegar a la expectativa de vida, me recordó charlas, discusiones y reflexiones que he tenido sobre las preferencias en perspectiva histórica.

Dos reflexiones.

Primera, en la Colombia del sagrado corazón de Jesus, como dicen los locutores de noticias en semana santa, hemos tenido un muy triste laboratorio social que permite observar como diferentes grupos sociales enfrentan diferentes expectativas de vida. El caso más extremo son los sicarios, los asesinos a sueldo de los carteles de droga. Un sicario, por la naturaleza de su actividad, está perfectamente consciente que tiene pocas probabilidades de vivir más allá de los 20 años, y habla de “estoy viviendo tiempo extra”, tras cumplir los 20 años. En este contexto, es entendible que se genere una desconexión entre el consumo hoy, el ahorro, y el consumo mañana. Se prefiere consumir hoy. En otros grupos sociales en Colombia la expectativa de vida se triplica, y se generan comportamientos que parecen evidenciar cambios en la relación entre consumo hoy, ahorro y consumo mañana. Se consume hoy, pero también se ahorra hoy para consumir mañana.

La muerte no solo nos enfrenta a emociones, sino que los historiadores económicos hemos señalado está relacionada con grandes cambios económicos. Los cambios en la tasa de mortalidad y la transición demográfica están relacionados con cambios en los patrones de inversión entre “quantity and quality of children” y futuro crecimiento de los países.
Sin embargo, un ángulo que no hemos explorado es que a medida que aumenta la expectativa puede cambiar la tasa de descuento, la relación entre consumo hoy y consumo mañana. Sera posible que a medida que aumenta la expectativa de vida disminuya la tasa de descuento? Si esto fuera así, qué tipo de decisiones afectaría este cambio? El efecto de alargamiento de expectativa de vida sobre la tasa de descuento (si existe), nos induce a ahorrar más y, así, la economía crece más rápido?

Aunque no es trivial, creo que si alguien tiene una base de datos panel que incluye personas de varias generaciones y sus decisiones de ahorro, y podemos calcular su expectativa de vida al nacer, tal vez podríamos determinar si los cambios en expectativa de vida están asociados o causan cambios en las decisiones de ahorro, que, si se controla por otros factores, permite inferir cambios en la tasa de descuento. Una alternativa puede ser un cross-section de ahorradores de diferentes grupos sociales que enfrentan diferentes expectativas de vida. La ventaja de este approach es que se pueden realizar experimentos para que los participantes, con diferentes expectativas de vida, revelen su tasa de descuento y así hacer explicita la relación entre expectativa de vida-tasa de descuento-ahorro. Alguien sabe si esto ya se estudió? Si no, alguien tiene datos y se anima? Puede ser divertido.

Segunda, ya pensando en las preferencias en perspectiva histórica, es posible que las preferencias no hayan cambiado en siglos. Una de las discusiones menos productivas que a veces tenemos los historiadores económicos con los historiadores es sobre la especificidad del comportamiento humano respecto al lugar y el periodo en cuestión. Mientras los historiadores piensan que esta especificidad es alta, que las preferencias, las emociones, los objetivos de las personas son diferentes entre periodos y lugares, los historiadores económicos, en particular los más cuantitativos, piensan que esto es una explicación a considerar solo después que un determinado comportamiento no se puede explicar con mecanismos más convencionales y mejor estudiados, como por ejemplo reacciones a cambios de precios. En general trato de no tener estas discusiones porque es difícil saber cómo uno puede saber quién tiene razón y en qué.

Pero creo que ahora tenemos una idea que tal vez permita avanzar nuestro conocimiento sobre estos asuntos.

Un trabajo muy interesante cayó en mis manos hace varios meses. Giusti, Noussair y Voth (2013) prepararon un experimento en laboratorio para presentarle a varios grupos de estudiantes actuales el contexto institucional del mercado financiero durante el South Sea Bubble de manera controlada. Luego los estudiantes jugaron el experimento. Así es posible examinar sí al presentar el contexto institucional es posible generar en estudiantes actuales comportamientos que recrean la famosa burbuja de los 1720s. Y si esto es así, es posible también examinar cuál de las características institucionales tiene el mayor efecto. Los resultados indican que en algunos casos, los comportamientos de los estudiantes generan burbujas de tamaño comparable a la South Sea Bubble y la característica institucional clave fue el debt-equity swap. Sea que esto indica que el comportamiento humano no es tan especifico como podríamos creer?

CIEN AÑOS DE LA RESERVA FEDERAL: un comentario sobre el libro “Return to Jekyll Island”

Carlos Marichal (El Colegio de México), 13 de abril de 2014.

Valdría la pena recordar que en el 2014 se conmemora el centenario de la Reserva Federal, y que por tanto, resulta de gran interés analizar las obras históricas que explican de donde viene esta poderosa institución y por qué. Es cierto que la ley que autorizó el establecimiento del banco central de los Estados Unidos fue ratificada en 1913, pero en la práctica la Reserva Federal no empezó a ser operativa hasta un año después. Por otra parte, es importante llamar la atención sobre el hecho de que el plan de la Reserva Federal fue elaborado en una reunión singular y muy secreta celebrada a finales de 1910 en la Isla Jekyll . Fue allí donde un pequeño grupo de políticos de Washington y los banqueros de Nueva York elaboró ​​la arquitectura provisional del futuro Banco Central. Las seis personas involucradas eran Nelson Aldrich, el senador republicano de Rhode Island, su secretario Arthur Shelton, A Piatt Andrew, un funcionario del Tesoro y tres banqueros, Henry Davison (Morgan), Frank Vanderlip (National City) y Paul Warburg. Bajo pretexto de una semana inocente supuestamente dedicado a la caza de patos, estos seis hombres formularon allí las directrices fundamentales para el futuro establecimiento de la Reserva Federal.

Para conmemorar este evento Michael D. Bordo , de la Universidad de Rutgers y William Roberds de la Reserva Federal de Atlanta convocaron a un grupo de distinguidos historiadores económicos para presentar ponencias en un coloquio en el viejo y ya clásico hotel en Jekyll Island en noviembre de 2010. Los resultados han sido publicados en el libro editado por Bordo y Roberds, titulado Los orígenes, la historia y el futuro de la Reserva Federal , y publicado por Cambridge University Press en 2013.[i] Especialmente notable es el hecho de que los convocantes lograron que varios gobernadores de la Reserva Federal participaran en la reunión, entre ellos Ben Bernanke, Alan Greenspan y Paul Volker, aunque este último lo hizo por skype. Además, también estuvieron presentes Gerald Corrigan, ex jefe de la Fed de Nueva York , así como siete presidentes de los bancos regionales de la Reserva Federal. Los participantes se sintieron atraídos no solo por la posibilidad de intercambio social e intelectual, sino también por la posibilidad de comparar las crisis financieras, entonces y ahora.

Todo esto nos lleva de nuevo a una cuestión histórica esencial relacionada con los orígenes de la Reserva Federal. Hay un consenso de que el resultado más importante de la crisis de 1907 fue la demostración de que Estados Unidos necesitaba establecer un banco central para poder hacer frente a futuras turbulencias financieras y crisis bancarias. En Europa, en ese momento, ya había varios bancos centrales que actuaban como tales y que habían demostrado cierta eficacia en la gestión de la política monetaria y haciendo frente a los pánicos bancarios. Pero en América no existían tales instituciones, ni en Canadá ni los Estados Unidos ni en el conjunto de América Latina.

Esta situación plantea cuestiones importantes para la comprensión de las finanzas en el primer período de la globalización. En primer lugar : ¿por qué no había bancos centrales en América antes de 1914 ? Es el caso de que en algunos países de América Latina un gran banco nacional (a veces privado, a veces público) realizó algunas de las funciones de un banco central, pero ciertamente no todas . Lo que más sorprende es que no había ningún banco central en los Estados Unidos y que, de hecho, tenía un sistema bancario que era a la vez enorme y dinámico, pero también el más fragmentado e inestable en el mundo. Sin duda, ello ha contribuido a los muchos pánicos bancarios (1873, 1884, 1893 y 1907) en este período del capitalismo clásico. Pero también se basó en la idea de » laissez – faire» consistente con la idea de una intervención gubernamental limitada y escasa regulación de los bancos. Esto está directamente relacionado con dos dogmas comunes para el período.

En primer lugar antes de 1914, la teoría liberal de las finanzas públicas en general no animaba a los gobiernos a actuar de manera contra- cíclica en situaciones económicas difíciles, aunque esto no fue necesariamente el caso en tiempos de guerra. Dadas las restricciones fiscales, los gobiernos a menudo reducían el gasto público en situaciones de crisis financiera. En segundo lugar, la teoría más avanzada de los bancos centrales – la del Banco de Inglaterra – sostuvo la opinión de que debería limitarse a descontar liberalmente las cartas de crédito de la banca privada en tiempos de crisis para limitar el impacto de las restricciones crediticias en los mercados. Pero tal acción no contemplaba un aumento de la oferta monetaria, dadas las restricciones impuestas por el patrón oro. Por el contrario, a menudo en momentos de crisis, la fuga de oro podría causar una reducción en la circulación monetaria y esto se considera inevitable y necesario para la recuperación posterior.

Sin embargo, como se puede ver en la revisión histórica de las diversas crisis en este período de globalización temprana, en determinadas ocasiones hubo intervenciones del banco central y del Tesoro. Mientras que éstas, en general, se limitaron a las situaciones de crisis financieras, como se ha discutido, las intervenciones fueron eficaces. Nos referimos no sólo a la mayor liberalidad de crédito, sino a las muchas oportunidades por el cual algunos gobiernos de finales del siglo XIX y la primera década del siglo XX (por ejemplo, los Estados Unidos e Italia ) depositan los certificados de sus respectivos bonos del Tesoro en las cuentas de los bancos comerciales para estabilizar los mercados bancarios. También es importante recordar los casos en que hubo intervenciones coordinadas de los bancos centrales para estabilizar los mercados financieros , como en el caso del episodio de Barings en ​​1890.

Sin embargo, existen limitaciones en cuanto a este tipo de intervenciones impuestas principalmente por la fidelidad al patrón oro. En los países económicamente más avanzados, en Europa occidental y los Estados Unidos, los ministros de finanzas y directores de bancos centrales confiaron en el oro como un mecanismo de ajuste automático y estable dando a entender que era factible esperar las varias etapas sucesivas de la crisis para que se solucionara. Una recesión no solo tendía a producir la fuga de oro del país, sino también una caída en la capacidad de compra de importaciones, lo que eventualmente produciría una mejora en la balanza comercial. Así también, la caída en el precio de los productos nacionales fortalecería las exportaciones y esto ayudará a producir un superávit comercial y por lo tanto, como resultado, nuevas entradas externas de oro. Una vez que la última tendencia cobrara fuerza, los bancos podrían aumentar la oferta monetaria y expandir el crédito lo que contribuiría a la recuperación económica general.

No obstante, las crisis bancarias y financieras repetidas de los Estados Unidos en particular, causaron una creciente preocupación por el impacto en los sistemas nacionales de banca y también su efecto sobre el sistema monetario internacional. Lo que está claro a partir de una revisión del pánico d 1907 es que las autoridades políticas en Washington DC comenzaron rápidamente una revisión y reforma del complicado sistema bancario de los Estados Unidos. El reto era inmenso. No sólo era la estructura bancaria más amplia (y más atomizada) en el mundo – con el impresionante número de 18 000 bancos diferentes en 1914 – sino que además no había ninguna entidad bancaria del gobierno. El creciente número de problemas que afectaron a este sistema altamente descentralizado generó más y más demandas de una mayor regulación, supervisión y control sobre la política monetaria y los bancos. Como resultado , el Congreso de EE.UU. autorizó una comisión, integrada por especialistas, para evaluar cómo proceder para establecer una nueva legislación bancaria y mejorar la regulación del sistema financiero. Sin embargo, los informes detallados sobre los sistemas bancarios del mundo contratados por la Comisión Nacional Monetaria y publicada entre 1908 y 1912, no establecieron las bases para la creación de la Reserva Federal. De hecho, fue el plan que se forjó en Jekyll Island en 1910 y los igualmente importantes debates del Congreso en 1912 los que sentaron las bases de la ley aprobada en 1913. Paradójicamente, en el mismo momento en el que el Comité de Dirección se estaba organizando, una grave crisis monetaria y financiera estalló tras la noticia del estallido de la Gran Guerra en Europa en agosto de 1914. Pero el nuevo banco central sobrevivió y propició que los Estados Unidos se mantuvieran en el patrón oro a pesar cataclismo global.[ii]

En la citada obra editada por Bordo y Roberds, hay siete ensayos escritos por historiadores financieros distinguidos. Vale la pena leer estos capítulos, ya que son realmente contribuciones punteras respecto a la literatura existente. Por ejemplo, el ensayo de Eugene White sobre la supervisión bancaria antes de 1914 muestra cómo el sistema bancario estadounidense, que era regulado ligeramente, en realidad funcionaba relativamente bien a pesar de los pánicos bancarios frecuentes. Por otro lado, como Bordo y David Wheelock demuestran en su estudio de la Reserva Federal entre 1914 y 1933, las consideraciones normativas y normas no resultan ser de mucha utilidad para evitar el mayor desastre financiero del siglo XX, la crisis de 1929 y la posterior Gran Depresión. El ensayo de Marc Flandreau y Stefano Ugolini hace un nuevo estudio detallado del pánico Overend Gurney – de 1866, y demuestra que las principales lecciones fueron aprendidas por el Banco de Inglaterra, ya que el sistema bancario británico no sufrió nuevos pánicos para casi un siglo, es decir, hasta la década de 1970 .

La cuestión sigue abierta si las nuevas medidas adoptadas después de 2008 para volver a regular los bancos y los mercados financieros en muchos países alrededor del mundo tendrán un éxito similar . ¿Qué pasará después de la creación del nuevo y gran organismo de supervisión financiera europea en Frankfurt el próximo año? ¿Cómo hará frente la Reserva Federal a nuevos auges y burbujas de activos en el futuro? Todos estos son temas debatidos hoy y que valdría la pena seguir, pero una mirada retrospectiva a la historia también puede ofrecer mucho material para reflexionar aunque también un considerable escepticismo sano sobre la capacidad de evitar las crisis financieras.

[i] Michael D. Bordo and William Roberds, eds., The Origins, History and Future of the Federal Reserve, A Return to Jekyll Island, Cambridge University Press in 2013.

[ii] William L. Silber,When Washington Shut Down Wall Street: The Great Financial Crisis of 1914 and the Origin’s of America’s Monetary Supremacy, Princeton, Princeton University Press, 2007.

 

La relevancia del enfoque local y regional en la historia económica: ¿hacia una contabilidad de los PIBs regionales en América Latina?

Henry Willebald (Universidad de la República, Uruguay), 20 de junio de 2013

¿Es posible estudiar la historia económica de países tan vastos como Argentina y Brasil o tan variados como Chile y Bolivia sin consideración de las diferentes realidades locales? ¿Hasta qué punto rinde, analíticamente hablando, estudiar la historia económica de Uruguay sin integrarla a la de la pampa húmeda argentina y a la de Río Grande do Sul de Brasil? ¿Cuánto de la historia económica del norte de México toma sentido si se recurre a enfoques de carácter regional antes que nacional?

En mi última entrada al Blog (“Sostenibilidad del desarrollo: hacia una contabilidad histórica del ahorro genuino”) argumentaba sobre la conveniencia de realizar renovados esfuerzos de medición de la actividad económica y sus determinantes para dotar de renovados (y a veces novedosos) enfoques en la interpretación del desarrollo histórico latinoamericano.

Las teorías modernas del crecimiento han dedicado especial atención a la búsqueda de los determinantes del crecimiento económico mediante modelos agregados que tienen al ingreso per cápita “de equilibrio” como concepto central. Desde el fundamentalismo del capital à la Harrod-Domar (Harrod, 1939; Domar, 1946) hasta el modelo neoclásico (hoy) estándar à la Solow (Solow, 1956; Swan, 1956) y los importantísimos progresos acaecidos desde los 1980s con las teorías del crecimiento endógeno –donde aparecen el cambio técnico y el capital humano con absoluta relevancia–, dicha característica se ha mantenido, dotando al análisis de ciertas relaciones causales en exceso “lineales” o estilizadas.

Probablemente, dos de las ramas de la literatura que más han avanzado en levantar esa debilidad sean los enfoques de corte evolucionista y neo-schumpeteriano de la innovación (Freeman, 1987; Lundvall, 1992; Nelson, 1993) y del desarrollo local y regional (Pike et al., 2006), pues ambas dan una adecuada importancia al contexto socio-económico y a las características institucionales que moldean el desarrollo como proceso multidimensional.

Como bien se plantea en Ascani et al. (2012), con el fenómeno de la globalización que dominó progresivamente a la economía mundial desde el último tercio del siglo XX, muchos autores han argumentado sobre la existencia de un “flat world” (Friedman, 2005), el “end of geography” (O’Brien, 1992) y la “death of distance” (Cairncross, 1997). La globalización, como proceso omnipresente, habría erosionado las diferencias entre lugares a través del alcance internacional (e imparable) de sus efectos económicos, tecnológicos y socioculturales. Esta conceptualización contrasta con una creciente literatura teórica y empírica en el campo de la economía institucional, evolucionista y geografía económica, en la cual la preeminencia de los procesos regionales y el rol de los actores locales juegan como factores determinantes en la conformación de trayectorias de desarrollo.

La idea de un “regional world” (Storper, 1997) asociada con la identificación de fuerzas espacialmente delimitadas por factores locales y los efectos de aglomeración (Marshall, 1890) al interior de los países, sugieren que el desarrollo económico comporta patrones de concentración espacial y spillover específicos, y que la distancia y la geografía siguen siendo relevantes aún en un “mundo globalizado” como el actual. La adopción de conocimiento, como proceso acumulativo y de path-dependence, conforma una distribución espacial del bienestar que está muy lejos de ser lineal y que, muchas veces, suele responder a factores distintos a los puramente macroeconómicos, situándose en niveles mesoeconómicos o de unidades desagregadas.

Ninguno de estos factores y determinantes son ajenos al campo de la historia económica –así como sus profesionales no creemos que el último período de globalización haya sido el primero ni el más intenso (O’Rourke & Williamson, 2006; Obstfeld & Taylor, 2006)– y, por el contrario, el reconocimiento de realidades locales constituye materia común en nuestras investigaciones. En cambio, lo que sí puede presentarse como campo nuevo es el interés de aproximarse cuantitativamente a esos diferenciales para dimensionarlos y proyectarlos a la comprensión de la performance global. Recientemente, varios han sido los esfuerzos por conformar series históricas de PIB regionales para países europeos como España (Martínez-Galarraga, 2012; Rosés, et. al, 2010), Suecia (Henning et al., 2010), Italia (Felice, 2009) o Portugal (Badía-Miró, et al., 2012), y ello ha contribuido muy favorablemente a la propia interpretación de procesos nacionales y de “border economics”.

Entonces, la pregunta que surge inmediatamente es la siguiente, ¿tiene sentido realizar estos esfuerzos de contabilización en las economías periféricas? ¿estamos en condiciones, en América Latina, de promover ese tipo de investigaciones? Quizás pueda ser pretencioso pretender avanzar por este camino cuando todavía varios países de la región no han completado sus cuentas nacionales históricas del lado de la producción (mientras que los cálculos complementarios del lado del gasto y del ingreso son aún muy iniciales). Sin embargo, muchas de esas disparidades de las que habla la teoría son materia clave para comprender la propia historia económica de nuestros países y el esfuerzo es mucho más que un mero capricho académico. ¿Es posible estudiar la historia económica de países tan vastos como Argentina y Brasil o tan variados como Chile y Bolivia sin estas consideraciones? ¿Hasta qué punto rinde, analíticamente hablando, estudiar la historia económica de Uruguay sin integrarla a la de la pampa húmeda argentina y a la de Río Grande do Sul de Brasil? ¿Cuánto de la historia económica del norte de México toma sentido si se recurre a enfoques de carácter regional antes que nacional?

Muchas veces, la identificación de verdaderos “territorios económicos” antes que jurisdicciones políticas nos ofrecería una renovada capacidad de análisis y, por lo tanto, contar con contabilidades de ese carácter significaría abrir nuevas oportunidades de explicación. Además, hasta cierto punto, no dejaríamos de reivindicar una vieja categoría cepalina que situaba a la “heterogeneidad estructural” en el centro del análisis. En trabajos como los de Anibal Pinto de 1965 y 1970 se utilizaba esa idea para referirse a la disparidad entre los niveles de productividad sectorial, con lo cual se daba cuenta de la coexistencia de un pequeño sector de productividad elevada con otro más amplio de menor dinamismo. En esta conceptualización, la dimensión territorial se incorpora naturalmente bajo la idea de que el crecimiento económico puede tender a ser conducido por el desempeño de un limitado número de economías locales dentro del estado-nación, así como trascender las fronteras políticas en la constitución de verdaderos territorios de producción y consumo.

En próximas entradas al Blog realizaremos una revisión de antecedentes latinoamericanos en la materia –fundamentalmente en el cálculo de niveles de bienestar históricos al interior de los países– y repasaremos las opciones metodológicas disponibles, reflexionando sobre aplicaciones concretas en los casos de América Latina.

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Fascinación por revolución comercial

Xavier Duran (Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia), 5 de junio de 2013.

Necesito algunas técnicas de network analysis para un proyecto en el que trabajo, y me deje convencer de aplicar a una conferencia sobre network analysis. Y nos aceptaron el paper.

Lo de nuestro proyecto resulto muy productivo.

Lo más interesante, para mí, fue el lecture del keynote speaker, John Padgett, sociólogo de Harvard, estudiante de Harrison White, y ahora en el departamento de ciencia política de la Universidad de Chicago.

Padgett estudia el caso del desarrollo de los bancos mercantiles en Florencia, 950-1350, como consecuencia de la solicitud del Papa para administrar y financiar el presupuesto de la Iglesia católica en sus cruzadas contra el Emperador Romano. Este es uno de los temas favoritos de historiadores económicos y empresariales: la revolución comercial y creación de las primeras empresas.

La narrativa es más o menos así – perdonen las imprecisiones, este es mi mejor resumen después de solo escuchar el discurso de Padgett y leer por encima un capítulo de su libro:

Los grupos de mercaderes se forman para comerciar bienes de lujo en las ferias Champaign, basados principalmente en vínculos familiares para reducir las dificultades que el problema del principal-agente implica sobre el comercio de larga distancia. Los mercaderes florentinos participan en las ferias de Champaign, pero no son los más grandes mercaderes de estas ferias. El Papa enfrenta conflictos con el Emperador Romano y busca a mercaderes florentinos para que le ayuden a administrar y financiar las cruzadas contra el Emperador Romano. Los mercaderes enfrentan el reto de recolectar impuestos de tierras de la Iglesia esparcidas por buena parte de Europa y financiar las cruzadas en momentos precisos. Es decir tienen que transferir recursos entre locaciones fijas y distantes entre sí (comercio a larga distancia) y en tiempos distantes entre sí (deuda). Al pasar el tiempo, los mercaderes usan su aprendizaje al administrar las finanzas de guerra de la Iglesia para desarrollar una nueva forma de organización del comercio a larga distancia en la edad media. La nueva organización se constituye dentro del marco legal de un “partnership” y tiene i) vida que es independiente y más larga que la de sus socios originales a través de una razón social que es heredada y continuada por los hijos de los socios, ii) locales en diferentes lugares (y ya no necesita de agentes para realizar operaciones en estos locales), iii) mejoran la técnica del “single entry accounting” para llevar la contabilidad centralizada de operaciones en diferentes locales en diferentes lugares y iv) mejoran la técnica del “bill of exchange”. Asi, los florentinos reducen las dificultades del problema de agencia que implica el comercio de larga distancia y crean una nueva organización que nos lleva un paso más en la evolución hacia la firma moderna. La nueva forma organizacional le permite a los mercaderes crecer y posicionarse social y económicamente en Florencia, y se transforman de new-man families a patrician families. Asi, el proceso comienza de “company out of family” (familias que usan vínculos familiares para comerciar) y termina de “family out of company” (compañías que le dan status y poder económico a familias que inicialmente no lo tenían).

La explicación conceptual que Padgett propone para este proceso está basada en redes. Primero, redes familiares apoyan el desarrollo de redes mercantiles que facilitan el desarrollo de las ferias de Champaign. Luego una parte de estas redes mercantiles se incrusta al interior de la red de la Iglesia para administrar y financiar las cruzadas. La red de mercaderes luego se independiza de la Iglesia para realizar sus operaciones comerciales, usando lo aprendido sobre cómo organizar el comercio a larga distancia y los contactos producto de su trabajo al interior de la Iglesia.

Algunos trabajos de historiadores económicos complementan la historia que presenta Padgett. Los trabajos son sobre el norte de África, Génova y Venecia, pero creo que la comparación de trabajos es interesante.

La comparación de Avner Greif (1992, 1993, 1994) entre el norte de África y el norte de Italia muestra que tanto el norte de África como el norte de Italia usaban los lazos familiares, étnicos y religiosos como soporte de la organización del comercio – “company out of family” para Padgett. Al crecer el comercio, el norte de África no pudo adaptarse a los nuevos niveles de comercio, y siguió realizando comercio a un bajo nivel y basado en vínculos familiares, étnicos y religiosos. En el norte de Italia, en cambio, se desarrolló la comenda, un precursor de la corporación moderna. El norte de África no pudo acelerar su crecimiento como si lo hizo el norte de Italia.

El trabajo de Diego Puga y Daniel Trefler (2012) sobre Venecia durante la revolución comercial es también relevante. El crecimiento del comercio lleva a que mercaderes venecianos desarrollen innovaciones de diferente tipo (organizacionales, mercados profundos de deuda, banca de depósito, “double entry book keeping”, educación empresarial). Los mercaderes ganan poder económico y social y presionan para lograr limitaciones en el proceso de herencia del poder ejecutivo y el establecimiento de un parlamento. El crecimiento de Venecia se extendió y la movilidad social aumento. Luego, un grupo de ricos mercaderes cerró la participación política al hacer participación en el parlamento hereditaria.

Es fascinante para un científico social ver que el norte de África no pudo innovar, el intenso cambio tecnológico y organizacional a través de la commenda y otras formas, del doublé entry bookeeping, de los bill of exchange y la profundización del mercado de deuda, o que un mismo grupo social primero lucha y logra abrir el sistema político y luego lo cierra. Son cambios importantes y nunca había notado que tantos habían estado juntos durante la revolución comercial – confesión de mi ignorancia, supongo.