¿Qué relevancia tiene el sector financiero sobre el comportamiento cíclico de las economías? Una discusión desde la perspectiva latinoamericana

Maximiliano Presa (Universidad de la República, Uruguay)

Maximiliano Presa es Ayudante de Investigación en el Instituto de Economía (IECON) de la Facultad de Ciencias Económicas y Administración de la Universidad de la República (Uruguay), y Ayudante en la Unidad Curricular Historia Económica del Uruguay de la misma institución. Licenciado y Magíster en Economía por la Universidad de la República, y estudiante del Programa Interuniversitario de Doctorado en Historia Económica, de las Universidades de Valencia, Barcelona y Carlos III de Madrid. Sus temas de interés están en la historia financiera, especialmente en el estudio de las crisis financieras en América Latina.

RESUMEN. La crisis financiera global comenzada en 2008 despertó a las economías avanzadas de un largo sueño, en el cual los hacedores de política económica confiaban en que habían logrado domar al ciclo económico y avanzar en sendas de crecimiento estables. La crisis disparó la realización de un gran número de trabajos académicos que trajeron al frente las explicaciones del comportamiento cíclico de las economías capitalistas basadas en los desarrollos sucedidos en el sector financiero. En esta entrada, repasaremos las principales teorías que explican los ciclos, centrándonos en la relación entre los ciclos reales y financieros. Luego, esbozaremos la evidencia actual sobre la existencia de dichos ciclos y su relación a nivel internacional, para, finalmente, introducir los primeros resultados del caso de estudio de Uruguay como un ejemplo de economía pequeña, abierta y periférica.


Cada episodio de crisis en las economías modernas nos recuerda que el crecimiento económico a lo largo del tiempo no se caracteriza por ser particularmente suave, sino que su velocidad suele variar a lo largo del tiempo. Luego de períodos de importante crecimiento, como por ejemplo la edad de oro del capitalismo en las décadas de 1950 y 1960, suelen aparecer súbitas y profundas crisis (por ejemplo, la crisis del petróleo de 1973), las cuales se resuelven con distinta celeridad y dan paso a una nueva etapa expansiva. Los historiadores económicos y los economistas suelen referirse a estas regularidades en el crecimiento moderno como “ciclo económico”. En nuestro contexto, denominaremos específicamente al ciclo en la producción como “ciclo real”, mientras que el ciclo existente en el desempeño del sector financiero será el “ciclo financiero”.

Figura 1. Izquierda: una imagen del desempleo durante la Gran Depresión. Derecha: sede de Lehman Brothers, uno de los grandes protagonistas de la Crisis Financiera Global comenzada en 2008

¿Qué explicaciones se han propuesto?

En este repaso, destacaremos tres explicaciones ensayadas para interpretar el comportamiento cíclico de las economías integradas al sistema capitalista mundial. En la primera mitad del siglo XX, especialmente en el período entreguerras, cobra fuerza una importante e influyente producción académica que se centra en caracterizar los ciclos. En este sentido, las interpretaciones que podríamos denominar “clásicas” son las primeras explicaciones a los factores detrás de los comportamientos estilizados observados. Un rápido resumen de la obra de Schumpeter (1939) y otros autores contemporáneos, nos indica la existencia de ondas o fluctuaciones de Kitchin, de Juglar, de Kuznets y de Kondratieff, las cuales se distinguen entre sí por su duración entre dos fases iguales (por ejemplo, dos picos) y sus fundamentos. Las ondas de Kitchin y Juglar se asocian al corto plazo (entre 2 y 4 años para las primeras; alrededor de 9 años para las segundas) y su explicación se basa en cambios en la conformación del capital fijo. Las ondas de Kuznets se asocian al mediano plazo (entre 15 y 22 años) y se vinculan con movimientos demográficos y migratorios, y con el comportamiento de la inversión y del mercado de trabajo. Finalmente, las ondas largas de Kondratieff (entre 45 y 60 años) se asocian con cambios radicales en el sistema productivo, principalmente vinculados con la introducción de una nueva tecnología en la esfera productiva.

Figura 2. De izquierda a derecha: Joseph Schumpeter, Thomas Sargent y Hyman Minsky.

Estas primeras interpretaciones solían ser acusadas de ser “mediciones sin teoría”[1]. Hacia la década de 1970, los modelos de la “Nueva Macroeconomía Clásica” pasaron a explicar el comportamiento cíclico de la economía agregada en base al comportamiento de un conjunto limitado de agentes representativos. Éste es modelizado, en un entorno de equilibrio general, a partir de fundamentos microeconómicos que normalmente consisten en la optimización de una función objetivo sujeta a algún tipo de restricción en el conjunto de decisiones posibles. Estas explicaciones asignan el origen de las fluctuaciones cíclicas a shocks monetarios y fiscales sucedidos sobre una situación de equilibrio. Estos shocks se transmiten al resto de la economía por medio de un conjunto de relaciones estructurales entre los componentes de la demanda, que modelan las relaciones entre individuos (Lucas, 1975; Sargent y Wallace, 1975).

Las primeras críticas a estas interpretaciones dieron lugar a los modelos de ciclo real de negocios, en donde bajo un marco analítico similar, se pone el foco en los shocks aleatorios sucedidos en el “lado real” de la economía, es decir, sobre la tecnología disponible o las preferencias de los individuos (Kydland y Prescott, 1982; Long y Plosser, 1983). Posteriormente, la incorporación en estos modelos de rigideces nominales y la incertidumbre, basadas en la tradición keynesiana, dieron lugar a los modelos “neokeynesianos”. La versión más moderna de estos modelos son los de equilibrio general dinámico estocástico (DSGE por sus siglas en inglés) y sus variantes. Aquí queremos destacar que esta línea de modelos interpretativos del ciclo económico, que conforman la corriente dominante de pensamiento en la macroeconomía actual, no asigna un rol central a la forma en que los agentes manejan sus activos financieros. A lo sumo, incorporan al sector financiero como mecanismo de transmisión de los shocks aleatorios (monetarios o reales) al resto de la economía.

Finalmente, mencionaremos a las teorías poskeynesianas que postulan la existencia de ciclos endógenos. Estas teorías, a diferencia de las de la corriente dominante, consideran a las fluctuaciones cíclicas no como desvíos de la economía respecto a una senda de equilibrio sino como un comportamiento normal, inherente a las economías capitalistas. Los ciclos en la producción son afectados por, y afectan a, el ciclo en otras variables macroeconómicas relevantes[2]. Aquí nos interesa mostrar la visión que relaciona al ciclo real con el ciclo en el sector financiero, que se basa en la Hipótesis de la Inestabilidad Financiera (HIF) de Minsky (1982, 1992). La HIF postula que en tiempos de crecimiento “tranquilo”, luego de una época de recesión y/o crisis, comienzan a gestarse las condiciones en la economía real y los mercados financieros que más tarde conducirán a un auge en el crecimiento. A su vez, en épocas de auge se generarán las condiciones que lo harán finalizar en una crisis.

Hay dos puntos centrales en la visión de Minsky acerca del ciclo económico. Primero, los cambios de los agentes en cuanto a su percepción del riesgo, quienes en épocas de bonanza y crecimiento modifican su conducta respecto a su endeudamiento y sus tenencias de activos financieros. Los cambios en las expectativas ante una situación general aparentemente favorable, tanto de quienes toman dinero como de quienes colocan saldos excedentes, conducen a “euforias” o “manías”[3], en las cuales el riesgo percibido disminuye. El comienzo del fin del auge aparece cuando los primeros problemas en los negocios más riesgosos se materializan. Lo que antes era un círculo virtuoso, en donde la afluencia de crédito y el aumento del precio de los activos permitía continuar con el auge, se transforma rápidamente en un círculo vicioso. Los malos resultados de algunos agentes revierten las expectativas favorables de otros, y de esta forma el crédito comienza a contraerse y a afectar a la economía real. Las crisis pueden derivar en estrepitosos cracks, como el de 1929 o el de 2008, o bien constituir casos con efectos más concentrados, más breves y leves, y con menores consecuencias sobre toda la economía.

El segundo aspecto a destacar en la visión de Minsky es la existencia de “sistemas de desbaratamiento” en el contexto institucional y la política económica. Estos sistemas o dispositivos permiten disminuir la magnitud de los auges económicos y, principalmente, los financieros, así como reducir los efectos negativos de las crisis. La existencia de un prestamista de última instancia ante los sucesos de corridas bancarias y la regulación macroprudencial son dos de los principales ejemplos, los cuales actúan “frenando” las manías y evitando o reduciendo los pánicos.

Antes de pasar a la evidencia empírica, no podemos dejar de mencionar algunas explicaciones ensayadas desde América Latina. Siendo la volatilidad cíclica un grave problema de largo plazo de estas economías, sus explicaciones se centran en el rol de los términos de intercambio y los movimientos internacionales de capitales (Bértola y Ocampo, 2013). Estos factores afectan a una estructura productiva especialmente dependiente de los productos primarios y del ingreso de divisas por medio del endeudamiento o la inversión extranjera directa. A esta situación se le suma un importante grado de inestabilidad institucional y política que caracteriza la historia de los países latinoamericanos, en mayor o menor medida, desde su independencia. En el contexto de esta nota, lo que interesa destacar es la existencia de una “restricción externa financiera”, en donde la entrada de capitales obedece, principalmente, a fundamentos que son ajenos a la realidad latinoamericana (Marichal, 1989; Ocampo, 2011).

¿Qué nos dice la evidencia empírica?

En los últimos años, autores como Claessens et al. (2011) y Borio (2014) han mostrado la existencia de marcados ciclos financieros al menos desde la segunda mitad del siglo XX, tanto en economías avanzadas como emergentes. Estos ciclos se manifiestan con mayor visibilidad en el crédito y en los precios de bienes raíces; se caracterizan por presentar una frecuencia menor, o, dicho de otra forma, una duración mayor respecto al ciclo real; y presentan caídas agudas y breves, con expansiones largas y lentas. Además, un resultado especialmente notable es su utilidad como predictores de crisis financieras. En cuanto a su relación con el ciclo real, la evidencia de trabajos como el de Claessens et al. (2012) o Stockhammer et al. (2019) indica una relación positiva entre ambos ciclos. Sin embargo, la dirección en la que se da esta relación resulta ambigua: en algunos resultados se tiene que el sector financiero anticipa al ciclo real, mientras que otros, se da lo contrario.

En el trabajo titulado “Ciclo financiero y ciclo económico en Uruguay: una aproximación de largo plazo (1870-2019)”[4] abordo el estudio de los ciclos financiero y real para el caso de Uruguay, una economía latinoamericana pequeña y abierta, de base ganadera. Allí encuentro, a partir del estudio del crédito interno al sector privado no financiero, un marcado componente cíclico en el comportamiento del sector financiero, con fluctuaciones de dos duraciones (promedio) distintas: aproximadamente 8 años (“ciclo corto”) y 22 años (“ciclo largo”). En el caso del ciclo real, encuentro fluctuaciones de duración promedio muy similares a las del ciclo financiero. La Figura 3 muestra las fluctuaciones encontradas, en términos de su desvío respecto al componente tendencial[5].

Figura 3. Componentes cíclicos del crédito (ciclo financiero) y PIB (ciclo real). Arriba: ciclos “cortos”. Abajo: ciclos “largos”

Fuente: Presa (2021)

Como puede apreciarse, las mayores fluctuaciones parecen darse durante la Primera Globalización (1870-1914) y, en segundo orden, durante la Segunda Globalización, a partir de la década de 1970. En lo que refiere a la relación entre los ciclos, la evidencia apunta hacia una correlación débil en los componentes “cortos”, mientras que, para los largos, es mucho más fuerte. Respecto a la direccionalidad, mientras que en la relación entre ciclos “cortos” se encontró que el crédito adelanta al PIB, en los ciclos “largos” se encontró la relación inversa.

Por lo tanto, para el caso de una economía pequeña, abierta y periférica como la uruguaya puede hablarse de la existencia de un marcado ciclo financiero, que se relaciona con el ciclo real de forma procíclica. De todas formas, el estudio puede proseguir en al menos tres aspectos. Uno, considerar el rol de los flujos de capitales sobre el ciclo financiero, aspecto muy destacado en la literatura latinoamericana y que ha dado lugar al concepto de restricción externa financiera mencionado anteriormente. Otras variables como la tasa de interés de referencia y los precios de algunos activos reales y financieros también pueden incorporarse al análisis. El segundo, internalizar las diferencias que existen en los regímenes monetarios-cambiarios-financieros a lo largo de los 150 años estudiados, discriminando la relación entre dichos regímenes. Y, finalmente, estudiar la relación entre ambos ciclos poniendo el foco en los momentos de crisis.

[1] La acusación provenía de los economistas de la “Cowles Commission”, institución norteamericana, e iba dirigida al énfasis en la evidencia empírica del National Bureau of Economic Research (NBER), otra reconocida institución norteamericana. Hendry y Morgan (1995) repasan esta controversia.

[2] Stockhammer (2019) hace un conciso repaso de las principales teorías poskeynesianas de ciclos endógenos.

[3] La terminología remite a la obra de Kindleberger y Aliber (2015): Manias, Panics and Crashes: a history of financial crises, cuya edición original data de 1978.

[4] Trabajo final para obtener el título de Magíster en Economía, disponible aquí.

[5] Las estimaciones fueron realizadas mediante la especificación de modelos estructurales de series temporales, que plantean la existencia de un componente tendencial, otro irregular y uno cíclico (que puede ser la combinación de ciclos con varias frecuencias).

Referencias

Bértola, L., y Ocampo, J. A. (2013). El desarrollo económico de América Latina desde la independencia. Fondo de Cultura Económica.

Borio, C. (2014). The financial cycle and macroeconomics: What have we learnt? Journal of Banking & Finance45, 182-198.

Claessens, S., Kose, M. A., & Terrones, M. E. (2011). Financial cycles: What? How? When? In International seminar on macroeconomics (Vol. 7, No. 1, pp. 303-344). Chicago, IL: University of Chicago Press.

Claessens, S., Kose, M. A., & Terrones, M. E. (2012). How do business and financial cycles interact? Journal of International Economics87(1), 178-190.

Hendry, D. F., & Morgan, M. S. (Eds.). (1995). The foundations of econometric analysis. Cambridge University Press.

Kindleberger, C. P. & Aliber, R. Z. (2015). Manias, panics and crashes: a history of financial crises (Seventh Edition). Houndmills, Basingstoke, Hampshire; New York: Palgrave Macmillan.

Kydland, F. E., y Prescott, E. C. (1982). Time to build and aggregate fluctuations. Econometrica: 50(6) 1345-1370.

Long Jr, J. B., y Plosser, C. I. (1983). Real business cycles. Journal of Political Economy91(1), 39-69.

Lucas Jr, R. E. (1975). An equilibrium model of the business cycle. Journal of Political Economy83(6), 1113-1144.

Marichal, C. (1989). A century of debt crises in Latin America. Princeton University Press.

Minsky H. P. (1982). The financial-instability hypothesis: capitalist processes and the behavior of the economy. Hyman P. Minsky Archive. Paper 282.

Minsky, H. P. (1992). The financial instability hypothesis. The Jerome Levy Economics Institute Working Paper, (74).

Ocampo, J.A. (2011). Macroeconomía para el desarrollo: políticas anticíclicas y transformación productiva, Revista CEPAL, Nº 104, Santiago de Chile, CEPAL

Presa, M. (2021). Ciclo financiero y ciclo económico en Uruguay: una aproximación de largo plazo (1870 – 2019). Tesis de maestría. Universidad de la República (Uruguay). Facultad de Ciencias Económicas y de Administración.

Sargent, T. J., y Wallace, N. (1975). «Rational» expectations, the optimal monetary instrument, and the optimal money supply rule. Journal of Political Economy83(2), 241-254.

Schumpeter, J. (1939) Business Cycles. A theoretical, historical and statistical analysis of the capitalist process. McGraw-Hill, New York – Toronto – London.

Stockhammer, E. (2019). An update on Kalecki–Minsky modelling. European Journal of Economics and Economic Policies: Intervention, 16(2), 179-192. Stockhammer, E., Jump, R. C., Kohler, K., & Cavallero, J. (2019). Short and medium term financial-real cycles: An empirical assessment. Journal of International Money and Finance


Mercado de trabajo en América Latina e impacto de las crisis económicas, desde una perspectiva de género

Silvana Maubrigades (Universidad de la República, Uruguay)

RESUMEN. En diciembre, la Revista Uruguaya de Historia Económica (RUHE) publicó un special issue referido a la evolución histórica del mercado laboral latinoamericano abordado desde una perspectiva de género. El número fue editado por mí, junto a la Prof. María Camou, y, dado la relevancia del tema y que el mismo ha sido parte de mis entradas anteriores (Género y desigualdades durante las crisis ¿qué aporta una mirada de largo plazo?; y Cambiar para participar. Transformaciones personales y sociales que expliquen la oferta de mano de obra de mujeres en América Latina desde 1950), entiendo conveniente compartir mis reflexiones sobre estas investigaciones recientes.  


La evolución de los mercados de trabajo, vistos con el lente de las relaciones de género, es un campo de investigación muy nutrido y que no deja de crecer. La literatura que existe es abundante y procura presentar, discutir y comprender las condiciones bajo las cuales las diferencias de género en el ingreso y la distribución de los ocupados muestran persistentes diferencias salariales entre mujeres y varones, así como las barreras –implícitas o explícitas– a las trayectorias laborales de las mujeres. No obstante, la consideración de estos temas en la historia económica es menos frecuentado por los investigadores y su alcance ha sido más limitado (temática y temporalmente).

Figura 1. Condiciones, diferencias y barreras

Es más, en América Latina todavía estamos en proceso de construir una mirada de largo plazo con la cual poder analizar las raíces de las diferencias de género presentes en el mercado de trabajo actual, explicarlas y, por qué no, contribuir en el diseño de políticas públicas que permitan mitigar y resolver las desigualdades.

Los artículos incluidos en el special issue son el resultado de la iniciativa y colaboración de un grupo de investigadores e investigadoras con quienes hemos intercambiado en forma intensa en los últimos años y con quienes hemos cooperado en diversos ámbitos. Los Congresos Latinoamericanos de Historia Económica (CLADHE) y los de la Asociación Internacional de Historia Económica (IEHA) han sido instancias de trabajo frecuentes para intercambiar diversos enfoques sobre la intersección entre los estudios de género y mercado de trabajo en América Latina.

América Latina y sus crisis recurrentes

Motivados por un rasgo típico de la economía latinoamericana, que es la recurrente ocurrencia de crisis, la convocatoria de artículos estuvo focalizada en el impacto de las crisis económicas en la incorporación y las trayectorias de varones y mujeres en el mercado laboral. La volatilidad del crecimiento es un rasgo histórico de la economía latinoamericana, vinculado a su dependencia del comercio exterior, la variabilidad de los precios internacionales de sus commodities, así como a las relevantes transformaciones demográficas de su intrincado entramado social.

De todas maneras, las crisis son también períodos donde se producen cambios significativos en el mercado de trabajo y tienen, generalmente como resultado, un incremento de la desigualdad. Durante los tiempos de crisis, se agudiza la segmentación del mercado de trabajo y el incremento de las mujeres en aquellos sectores de la economía considerados feminizados, especialmente en el sector del comercio y los servicios y, en estos últimos, particularmente en aquellos de carácter personales y sociales, con una especificidad marcada, que es la que representan los servicios domésticos. También en estas coyunturas se observa una caída de los salarios y una precarización de las condiciones laborales, lo que dificulta visualizar el acceso de las mujeres al mercado de trabajo en estos períodos como una oportunidad de equiparación en el mundo laboral. Por estas razones, la propuesta fue analizar, desde diversas perspectivas, el impacto de las crisis económicas en los países del Cono Sur Latinoamericano durante el Siglo XX.

Argentina al final del siglo XX

Para el caso de Argentina, Martín Cuesta, Ernesto Curvale y Camila Scuzzarello, abordan un período reciente de la economía del país, donde se identifica un incremento significativo de las mujeres en el mundo del trabajo, especialmente en un contexto de apertura y liberalización de la economía. El cambio estructural que se procesa en la Argentina desde la década de 1970 y hasta entrada la década de 1990 tiene un fuerte impacto en la determinación de las trayectorias laborales de las mujeres que se incorporan a la mano de obra. En particular, se comprueba la fuerte presencia de las mujeres en el sector de los servicios, tanto en los puestos de trabajo calificados como en los sectores con menor demanda de calificación.

Figura 2. 1984: primer 8 de marzo en democracia en Argentina.

Fuente: Archivo Hasenberg-Quaretti, de los fotógrafos Brenno Quaretti y Mónica Hasenberg. https://latfem.org/un-8-de-marzo-en-argentina-pero-de-1984/

En todos los casos, puede afirmarse que la mayor presencia de las mujeres en el mercado de trabajo estuvo condicionada, aunque no en forma exclusiva, por el impacto de la crisis económica y la necesidad, por parte de las familias, de incorporar trabajadores adicionales para equilibrar el presupuesto de los hogares. Estos resultados nos llevan a destacar dos aspectos significativos; por un lado, reafirmar el peso significativo que tiene el trabajo de las mujeres en los momentos de recesión económica, no sólo en el incremento de su participación dentro de la mano de obra, sino especialmente reforzando sectores claramente feminizados como el de los servicios. En línea con lo anterior, la presencia mayoritaria de las mujeres en esta actividad muestra, no obstante, una polarización en su participación entre el binomio trabajos calificados y no calificados, lo que podría contribuir a que persista la brecha salarial por razón de género e incluso que se profundice dentro de la mano de obra femenina.

Brasil a principios del siglo XX

Para el caso de Brasil, Molly Ball concentra su análisis de las crisis desde una perspectiva diferente, procurando analizar cómo una de las dimensiones de mayor impacto en el mercado laboral, como es la educación, tiene un rol decisivo en la posterior inserción de varones y mujeres en la fuerza de trabajo. Para ello, estudia el desarrollo de la educación primaria pública desde finales del siglo XIX y hasta 1930 en el estado de San Pablo. El interés de este estudio radica en los cambios particulares que tuvo la política educativa en la región, destacando un impulso inicial de la inversión en la enseñanza primaria y una posterior caída en el gasto público destinado a ese sector.

Figura 3. Ecolas Reumidas de Dois Córregos, em Piracicaba, 1924.

Fuente: Coleção Washington Luís / Acervo MRCI/MP/USP Escolas Reunidas de Dois Córregos, em Piracicaba, 1924Coleção Washington Luís / Acervo MRCI/MP/USP https://revistapesquisa.fapesp.br/arquitetura-do-saber/

También analiza el rol que tuvo la demanda de la población por el acceso a la educación y cómo los cambios ocurridos en la conducción política del estado afectaron en forma significativa a las generaciones en edad escolar. Como corolario, el trabajo muestra que las tasas de alfabetización se ven fuertemente afectadas por las políticas productivas y sociales; y cómo las crisis económicas y su impacto en las políticas públicas termina impactando en forma desigual entre varones y mujeres. Si bien este es un estudio parcial, enmarcado en la gran diversidad que es el caso de Brasil, se confirma la clara determinación que tienen las políticas públicas en los cambios ocurridos en el mercado de trabajo en el mediano y largo plazo. Pero, además, también nos permite encontrar, en el temprano siglo XX, las claras demandas de las familias trabajadoras por mejorar los niveles educativos de futuras generaciones y no sólo como trabajadores, sino reflejando además la relevancia de esta dimensión en la mejora en la calidad de vida; cosa que no necesariamente es considerado así por los tomadores de decisión.

Las crisis económicas en Chile (1975 y 1982)

Por su parte, el trabajo sobre Chile, a cargo de Nora Reyes hace foco en el último cuarto del siglo XX, especialmente concentrando su análisis en las crisis económicas de 1975 y de 1982. Producto de un proceso también acumulativo de cambio estructural, apertura económica, desregulación y precarización del mercado laboral, la presencia de las mujeres en el mundo del trabajo se incrementa significativamente. En el análisis se destaca que las mujeres aumentan significativamente sus tasas de actividad, pero con un fuerte impacto en sus niveles de desempleo. Coincidiendo con lo ocurrido en Argentina y con lo señalado por la literatura internacional, el proceso de incorporación de las mujeres estuvo acompañado por una fuerte presencia en el sector de los servicios. Pero las sucesivas crisis muestran diferencias. En tanto la primera crisis analizada da cuenta de un incremento en los niveles de desempleo que afecta especialmente a las mujeres que se insertan al mercado laboral, la segunda crisis muestra cómo su impacto diferencial en los diversos sectores de la economía afecta en menor medida en aquellos espacios más feminizados como el sector de los servicios y en particular el servicio doméstico.

Figura 4. Portada de la Boletina Chilena del MEMCH ’83 (N°10, enero-febrero-marzo 1986).

Este trabajo permite contrastar lo ocurrido en Chile respecto a los resultados encontrados en otras regiones. Allí se señala que también en este país, las crisis no impactan de la misma manera en varones y mujeres, ya que depende en gran medida de los espacios de participación diferenciales en ambos sexos. Si bien la segunda crisis muestra que la desocupación no fue el factor determinante en la mano de obra de mujeres, ya que éstas se encontraban insertas en aquellos sectores menos afectados en materia de pérdida de puestos laborales, esto no implica que las condiciones laborales mejoraran. Y esto es así en la medida que permanecen sobrerrepresentadas en los espacios peor remunerados y con mayores niveles de informalidad y precariedad laboral.

Uruguay y un comparativo de tres crisis económicas

Finalmente, el trabajo sobre Uruguay, a cargo de María Camou y Silvana Maubrigades, presenta una recorrida de las tres principales crisis económicas que afectaron al país durante el siglo XX, tratando de identificar si existen diferencias en los procesos de participación de las mujeres en los diferentes momentos históricos. Encuentra que la crisis ocurrida en la década de 1930 muestra un incremento en la participación de las mujeres, coincidente con una caída en los salarios, lo que parece estar motivado por la sustitución de mano de obra masculina. La posterior recuperación económica revela, por el contrario, un proceso paulatino de retirada de las mujeres del mercado laboral.

Figura 5. Olla común. Huelga general de 1973. Uruguay.

Estos resultados ya no se encuentran en el análisis de las dos crisis posteriores, la ocurrida en la década de 1980 y la de principios del siglo XXI. En ambos casos, y coincidiendo con lo ocurrido en Argentina y Chile, el proceso de incorporación de las mujeres a partir de los años sesenta y setenta, se torna irreversible, más allá de las condiciones adversas de la economía. Si bien las mujeres en Uruguay muestran tasas de desempleo más altas que los varones, su participación laboral no declina, al tiempo que sí se observa una fuerte segmentación en el mercado de trabajo, lo que las ubica en forma mayoritaria en el sector de los servicios.

Este resultado global permite confirmar que el proceso de participación laboral de las mujeres es irreversible, incluso a pesar de que las condiciones de ingreso no son siempre las esperadas. Deja abierta la puerta a reflexionar sobre los cambios en la demanda de mano de obra y cómo la estructura productiva del país en particular, puede promover una mayor presencia de las mujeres, sin que ello implique necesariamente que se esté buscando en forma explícita una reducción de la brecha por razones de género. También el artículo suma a los resultados que se presentan en los casos de Argentina y Chile, que tiene que ver con una persistente segmentación del mercado laboral que ubica a las mujeres mayoritariamente en las actividades vinculadas a los servicios, lo que profundiza este “gueto de terciopelo” donde barreas invisibles parecen atrapar a las mujeres en aquellas actividades que son una extensión de los roles de cuidados, desarrollados en el espacio doméstico.

A modo de cierre

Los resultados encontrados en los trabajos presentados confirman las coincidencias esperadas en las trayectorias laborales analizadas desde una perspectiva de género. Más allá de las particularidades de cada país, especialmente en cuanto a su especialización productiva o dinámica económica a lo largo del siglo XX, se observan claras coincidencias en la participación laboral de varones y mujeres, no sólo en cuanto a su evolución sino especialmente en la segmentación laboral que identifica a ambos sexos. Atendiendo, en particular, al rol de la mano de obra de mujeres durante las crisis económicas que han afectado a los países de la región durante el siglo pasado, se confirma que estas coyunturas profundizan los resultados observados, tanto en los resultados en materia de desempleo como en la persistente feminización y/o masculinización de los sectores productivos. Los casos de Argentina, Chile y Uruguay, en su análisis del último cuarto del siglo XX, dan cuenta del impacto que tiene en el mercado laboral los procesos de cambio estructural, fuertemente caracterizados por la apertura comercial, la desregulación y precarización de las condiciones laborales. Como contraste, las primeras tres décadas del siglo XX, tanto en materia de inversión pública en la educación, como muestra Brasil, así como los cambios en la estructura productiva en el caso de Uruguay, dan cuenta de la relevancia que tienen las políticas productivas y sociales implementadas por los estados en los procesos de integración de su población a la economía, en el mediano y largo plazo. 

Aspiramos con esto a que las diversas miradas contenidas en esta revista constituyan un estímulo para nuevas investigaciones, que amplíen nuestra visión histórica sobre la evolución del mercado de trabajo en América Latina y profundicen los estudios sobre las persistentes desigualdades entre  varones  y mujeres que se observan en la región.


Bibliografía

Cuesta, M.; Curvale, E. y Scuzzarello, C. (2021) Argentina’s economic crises and its impact on female labour force participation (1970-1994). Revista Uruguaya de Historia Económica- Año XIX – Nº 20 Diciembre de 2021, pp 10-24.

Ball, M. (2021) Una oportunidad de desarrollo perdida: la escuela pública paulista en la primera República de Brasil. Revista Uruguaya de Historia Económica- Año XIX – Nº 20 Diciembre de 2021, pp. 25-43.

Reyes, N. (2021) Cambio estructural y crisis. El empleo de las mujeres en Chile en 1974-1989. Revista Uruguaya de Historia Económica- Año XIX – Nº 20 Diciembre de 2021, pp. 44-56.

Camou, M. y Maubrigades, S. (2021) ¿Crisis como oportunidad? La participación laboral de las mujeres en la econo- mía uruguaya durante las crisis económicas de 1930,1980 y 2000. Revista Uruguaya de Historia Económica- Año XIX – Nº 20 Diciembre de 2021. pp 57-76.

La banca doméstica mexicana y la crisis de la deuda de 1982

SEBASTIAN ALVAREZ (Universidad de Zúrich/Universidad de Oxford – SNSF)

Sebastian Alvarez es investigador postdoctoral de la Fundación Nacional Suiza de Ciencias (SNSF) en la Universidad de Zúrich e investigador asociado de la Facultad de Historia y el Centro Latinoamericano (LAC) de la Universidad de Oxford. Es Doctor en Historia Económica y Social por la Universidad de Ginebra, Master en Economía por la Universidad de Paris 1 – Panthéon Sorbonne y Licenciado en Economía por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.

RESUMEN. ¿Cuál era la situación de la banca mexicana al momento del estallido de la crisis de la deuda y su nacionalización en 1982? ¿Por qué el gobierno mexicano aceptó términos y condiciones de negociación de su deuda externa con sus acreedores internacionales tan desfavorables y costosas para su economía y población? En esta entrada al Blog reflexionamos sobre estos temas en base a los resultados de una investigación recientemente publicada por Palgrave Macmillan en el libro “Mexican Banks and Foreign Finance: From Internationalization to Financial Crisis, 1973-1982” en lo que constituye una de las primeras revisiones históricas de la crisis de la deuda de América latina de los años 1980. Los hallazgos de este trabajo proveen nueva luz e interpretaciones sobre una de las crisis y períodos más difíciles y con mayores impactos de largo plazo en la historia económica y social de la región.


La década de 1980 ha sido uno de los períodos más tortuosos en la historia económica y social de América latina. En medio de múltiples y recurrentes crisis financieras que incluyeron problemas en el pago de deuda externa, devaluaciones y bancarrotas bancarias, los países de la región experimentaron un severo y prolongado parate económico e inflación creciente (Bértola and Ocampo 2012). La crisis repercutió fuertemente en el mercado de trabajo, no sólo afectando negativamente el desempleo y los salarios, sino también generando cambios estructurales en los niveles de informalidad y precarización del sector en la gran mayoría de países. La pobreza alcanzó récords históricos en un contexto de graves dificultades presupuestarias y retracción del estado de bienestar, sumiendo a la región en su “década perdida” (Ocampo et al. 2014).

La crisis de la deuda y su gestión estuvieron en el centro de la debacle económica y social de la región durante estos años. La moratoria de México en agosto de 1982, que se extendió luego a Argentina, Brasil, Venezuela y al resto de los países con altos niveles de deuda, puso en jaque la estabilidad del sistema financiero mundial dada la elevada exposición de los grandes bancos internacionales. Con el fin de mantener el servicio de los préstamos bancarios, los gobiernos de los países en crisis y sus acreedores internacionales iniciaron un proceso de sucesivas negociaciones y reestructuraciones de deuda externa acompañado de ayuda financiera condicionada a la firma y ejecución de programas de ajuste y planes de austeridad con el Fondo Monetario Internacional (FMI). En el marco de una fuerte contracción económica, la región pasó de receptora a exportadora neta de capitales convirtiendo así, como Carlos Diaz-Alejandro argumentó, “lo que podría haber sido una seria pero manejable recesión en una crisis de desarrollo mayor sin precedentes desde los tempranos años 1930”(Diaz-Alejandro 1984).

A pesar de su importancia en el desarrollo económico y social de América Latina, la crisis de la deuda de los años 1980 y las políticas de renegociación no han sido aún objeto de revisionismo histórico. Muchos aspectos de los procesos de endeudamiento externo y dinámicas detrás de la inestabilidad macroeconómica y problemas financieros que afectaron la región han escapado a la atención de los investigadores y los análisis del período. Tal es el caso, por ejemplo, de la deuda externa del sector bancario. Según los gobiernos flexibilizaban los controles de capitales y liberalizaban el sistema financiero, la banca latinoamericana internacionalizaba sus actividades e incrementaba su presencia en los mercados internacionales de capitales. Diaz-Alejandro ha mostrado cómo los bancos chilenos sirvieron de brazo financiero externo para las empresas de los grupos económicos que ellos integraban. Por otro lado, Quijano documentó la participación de bancos mexicanos, argentinos y brasileros en préstamos sindicados en los Euromercados en asociación con otros bancos extranjeros.[1] Similares desarrollos ocurrieron en otros países también, aunque las estrategias de internacionalización y los mecanismos utilizados para intermediar el capital extranjero con los prestatarios locales diferían según el caso y, con ello, también la naturaleza y la gravedad de las crisis.  

En el caso de México, la banca doméstica dio sus primeros pasos en los mercados internacionales de capitales a principios de los años 1970 mediante la participación accionaria en consorcios bancarios en Londres. Entre 1972 y 1974, los tres mayores bancos del país, Bancomer, Banamex y Banca Serfín, crearon, junto a grupos de bancos internacionales, el Libra Bank, Intermex y Eulabank respectivamente, los cuales se dedicaron al financiamiento de clientes en México y el resto de América Latina. Luego, desde mediados de los 1970, la banca mexicana dio un paso adicional mediante el establecimiento de sus propias agencias y sucursales en Nueva York, Londres y centros off-shore del Caribe como plataforma de participación directa en los Euromercados y las finanzas internacionales. Hacia 1982, los seis bancos líderes del país, que incluían también Multibanco Comermex, Banco Mexicano Somex y Banco Internacional, tenían presencia directa en los principales centros financieros internacionales de la época (ver Cuadro 1).

Cuadro 1. Activos y pasivos de las agencias y sucursales externas de los bancos mexicanos, Junio de 1982 (millones de dólares)

La llegada a los centros financieros mundiales abrió las puertas a nuevas fuentes de liquidez y financiamiento disponibles en los vastos mercados internacionales de capitales. A través de sus agencias y sucursales externas, los bancos incrementaron sus captaciones en dólares mediante depósitos interbancarios y transacciones en los mercados de dinero que utilizaron luego para fondear sus operaciones internacionales, que consistieron principalmente en préstamos al sector público y privado de su país de origen. La composición del pasivo y activo de los bancos mexicanos en Estados Unidos representada en el Gráfico 1 ilustra claramente este modelo de negocios y se replicaba también a las oficinas bancarias de Londres y el Caribe. La utilización de fondos interbancarios de muy corto plazo (con vencimiento entre un día y tres meses) para financiar préstamos de largo plazo fue una debilidad mayor de esta estrategia de intermediación, dado que generaba serios desbalances en el perfil de reembolso de los activos y pasivos externos. Por otro lado, los instrumentos de financiación que utilizaron los bancos estaban sujetos a tasas variables, pero una proporción importante de los préstamos con ellos financiados habían sido otorgada a tasas fijas, creando riesgos adicionales vinculados a potenciales subas en las tasas de interés internacionales como finalmente ocurriría hacia fines de los 1970 y comienzo de los 1980. Finalmente, los pasivos externos en dólares habían sido calzados con el otorgamiento de créditos en la misma moneda, la mayoría de los clientes operaban en pesos y no tenían acceso genuino a dólares, quedando por ende indirectamente expuestos al riesgo cambiario y eventual incapacidad de pago frente a una devaluación como sucedió en febrero de 1982.

Gráfico 1. Composición del activo y pasivo de las agencias norteamericanas de los bancos mexicanos, Junio de 1982 (millones de dólares)

La participación de los grandes bancos mexicanos en el proceso de endeudamiento externo del país comprometió seriamente la estabilidad del sistema bancario. Cuando en agosto de 1982 el gobierno de México anunció la moratoria temporaria en el pago de las amortizaciones de su deuda bancaria externa, los seis principales bancos del país poseían 4.275 millones de dólares de estos créditos. A nivel consolidado, dicho monto representaba alrededor del 32% de la cartera de préstamos totales de los bancos y cinco veces su capital agregado. Aunque el ratio variaba considerablemente de una institución a otra, los niveles de capital y reserva de los seis bancos involucrados eran, en todos los casos, altamente insuficientes para asumir pérdidas en su portafolio de créditos externos mexicanos sin comprometer su solvencia[2] En su gran mayoría, los contratos de préstamos bancarios internacionales habían sido negociados con cláusulas de default cruzado (‘cross default clauses’), por lo que el impago de un crédito ponía en default al resto incluyendo aquellos en posesión de la banca doméstica. Los bancos expuestos a la crisis eran de importancia sistémica en México y no sólo representaban hasta tres cuartos del mercado bancario nacional, sino que estaban a la cabeza de los mayores grupos financieros de país, amenazando, por ende, la estabilidad del sistema financiero en su conjunto.[3]

Pero los problemas de los bancos internacionales mexicanos no se limitaron solamente a los créditos en mora en su poder, sino también a la retracción de sus fuentes de financiamiento. El estallido de la crisis infringió en los mercados internacionales de dinero creando tensiones y disrupciones en las transacciones interbancarias que afectaron, principalmente, a las instituciones más débiles y expuestas a la crisis. En un contexto de alta volatilidad y ‘flight to quality’, las agencias y sucursales externas de los bancos mexicanos enfrentaron dificultades crecientes para mantener sus depósitos y líneas de créditos interbancarias debiendo pagar mayores ‘spreads’ y renovar por menores plazos, lo que acentuaba los desfasajes financieros acumulados en sus balances y generaba fuertes presiones de liquidez. El Cuadro 2 muestra la posición interbancaria neta de las sucursales de Londres por banda de vencimiento como porcentaje de sus activos y pasivos interbancarios totales, reflejando la estructura cortoplacista del financiamiento y su agravamiento luego de la declaración de la moratoria el 20 de agosto de 1982: la proporción de financiamiento interbancario con vencimiento de hasta tres meses se duplicó de 30 a 58,9% para mediados de noviembre. Aun así, los bancos mexicanos no conseguían conservar la totalidad de sus líneas de financiamiento, y sufrieron un lento y persistente drenaje de fondos que comprometía seriamente su posición financiera y solvencia.

Cuadro 2. Estructura de plazos en el balance de las sucursales de los bancos mexicanos en Londres, 1982

Frente a tal coyuntura, el gobierno mexicano procuró estabilizar la situación de los bancos. Así, entre el 7 y 22 de septiembre de 1982 el Banco de México asistió a las agencias y sucursales externas con un total de 311 millones de dólares, 93 por ciento de los cuales provenían de una operación swap con la Reserva Federal de Estados Unidos. Para ese entonces, las reservas internacionales en México eran inferiores a 2.000 millones de dólares, menos de la mitad de los pasivos interbancarios que vencían durante el resto del año. Las agencias y sucursales no contaban con acceso a la ventanilla de descuento de la Fed, ni el Banco de Inglaterra, ni a otras fuentes de dólares que les permitiera cubrir la caída de dicho financiamiento. La solución al problema se consiguió como parte de las negociaciones en curso con los acreedores internaciones mediante la cual los bancos internacionales acordaron mantener sus líneas interbancarias con las agencias y sucursales externas de los bancos mexicanos por un total de 5.200 millones de dólares, mientras que el gobierno, por su lado, les aseguraba la disponibilidad de divisas para el pago de intereses sobre dichos pasivos. Con una vigencia inicial hasta fines de 1986, este acuerdo fue renovado y extendido en dos ocasiones hasta mediados de 1991 cuando la deuda interbancaria fue canjeada por bonos del gobierno mexicano que podían usarse para la compra de bancos, por ese entonces en proceso de privatización luego de haber sido nacionalizados diez años antes.[4]

La delicada situación de la banca mexicana frente a la crisis de 1982 tiene implicaciones importantes respecto de la narrativa tradicionalmente aceptada en la historiografía de la época. Por un lado, la nacionalización bancaria decretada por el presidente el 1º de septiembre de 1982, aun cuando haya sido motivada por cuestiones ideológicas y políticas,[5] conllevó la estatización de la deuda externa de los bancos y ello significó, en última instancia, un salvataje a instituciones financieras que en caso contrario deberían probablemente haberse declarado en bancarrota. Por otro lado, en el marco de una crisis de proporciones históricas, el colapso de bancos de importancia sistémica hubiera, sin dudas, agravado la situación económica del país y los costos sociales de la crisis. Pero para salvaguardar la estabilidad del sistema bancario y financiero nacional el gobierno mexicano necesitaba de líneas de financiamiento en dólares y para acceder a ellas no parecía haber mucho más remedio que aceptar las condiciones requeridas por los acreedores externos. En materia de poder de negociación, la pistola estaba en las manos de la banca extranjera, los gobiernos acreedores y el FMI, quienes consiguieron así que México asumiera el grueso del peso del ajuste de la crisis sobre sus espaldas.


[1] Diaz-Alejandro (1985) y Quijano (1987), respectivamente.

[2] El menor ratio correspodía a Banca Serfín con 3,75 y el mayor a Multibanco Comermex siendo igual a 12.

[3] Sobre el rol de los bancos comerciales en los conglomerados financieros y grupos económicos mexicanos ver Chavarin Rodriguez (2010) y Hamilton (1983).

[4] Ver Alvarez (2019), p. 173-78.

[5] Ver Espinosa Rugarcía and Cárdenas Sánchez (2008)


Bibliografía

Alvarez, Sebastian. 2019. Mexican Banks and Foreign Finance: From Internationalization to Financial Crisis, 1973-1982. Cham: Palgrave Macmillan.

Bértola, Luis, and José Antonio Ocampo. 2012. The Economic Development of Latin America Since Independence. London: Oxford University Press.

Chavarin Rodriguez, Ruber. 2010. Banca, grupos economicos y gobierno corporativo en Mexico. Mexico City: Centro de Estudios Espinosa Yglesias.

Diaz-Alejandro, Carlos F. 1985. “Good-bye financial repression, hello financial crash.” Journal of Development Economics 19: 1–24.

———. 1984. “Latin American debt: I don’t think we are in Kansas anymore.” Brookings Papers on Economic Activity 15(2): 335–403.

Espinosa Rugarcía, Amparo, and Enrique Cárdenas Sánchez, eds. 2008. “La nacionalización bancaria, 25 años después.” In Mexico City: Centro de Estudios Espinosa Yglesias.

Hamilton, Nora. 1983. “México: los límites de la autonomía del Estado.” In Mexico D.F.: Ediciones Era.

Ocampo, José Antonio et al. 2014. La crisis latinoamericana de la deuda desde la perspectiva histórica. Santiago, CL.: CEPAL.

Quijano, José Manuel. 1987. México: Estado y banca privada. Mexico, D.F.: CIDE.