México 1982 y Grecia 2008: Algunas comparaciones factuales

Juan H. Flores (Universidad de Ginebra), 30 de Noviembre de 2012.

Siguiendo la evolución de algunas variables macroeconómicas, lo que observamos al hacer la comparación entre las situaciones que siguieron el inicio de ambas crisis es que la situación actual luce más complicada.

Ha habido en la prensa y medios una gran cantidad de comparaciones entre la crisis de la deuda en América Latina en los años 1980 y la crisis actual en Europa. Entre las causas de ambas crisis, las similitudes entran más bien dentro  del esquema genérico Minsky-Kindlerberger del “boom-bust” en lo referente al incremento de flujos de capitales, su detenimiento repentino y posterior salida en gran parte por las condiciones adversas en los mercados financieros. En el caso griego, la historia del “boom” es bastante conocida, y su inicio podría situarse en el ingreso mismo del país a la Comunidad Económica Europea en 1981, la caída posterior de las tasas de interés y el crecimiento económico que siguió alimentado también por el aumento de crédito público y privado.  En México, el flujo de capitales paralelo tuvo sus raíces, por un lado, en la creación de los Euromercados – el manejo por parte de los bancos de divisas distintas a la de su país de residencia, cuya práctica emergió (entre otras razones) como respuesta a la regulación financiera posterior a la segunda guerra mundial –. Por otro lado, también influyó la enorme liquidez que había entre los bancos comerciales occidentales proveniente de los famosos petrodólares. Así como el sur de Europa se benefició además de unos costos de capital más baratos, muchos países emergentes en los 1970s se beneficiaron igualmente de unos tipos cada vez menores, cuya caída además estuvo acelerada por la fuerte competencia entre los bancos por captar más y nuevos clientes independientemente del riesgo que eso suponía.

El inicio de la crisis fue distinto, no obstante, en cada caso. Mientras México declaró moratoria en el servicio de su deuda pública en agosto de 1982, Grecia entró antes en recesión (en 2008) y posteriormente publicó el estado “verdadero” de sus finanzas públicas en octubre de 2009. México era una economía más bien cerrada y su peso en la economía mundial era menor al menos comparativamente con lo que es hoy Europa. Grecia, a pesar de ser una economía pequeña, termina afectando a la totalidad de la unión monetaria de la que forma parte, que a su vez constituye una de las mayores economías del mundo. Por lo mismo, sus problemas se exportan mucho más rápida y violentamente al resto del mundo.

Podría seguir escribiendo sobre las similitudes y los contrastes, pero me gustaría enfocarme en algunos hechos factuales que siguieron a las dos crisis, lo que puede resultar interesante para juzgar las respuestas de políticas públicas a ambas. Por un lado, el apoyo oficial que hay hacia Grecia y que hubo hacia México por parte de los gobiernos implicados y por el FMI en ambos casos y por otro, las condiciones de política económica atadas a dicho apoyo.

GDP growth (quarterly data), not seasonally adjusted. 100 = crisis year GDP.

GDP growth (quarterly data), not seasonally adjusted. 100 = crisis year GDP. Sources: World Bank and INEGI.

Miremos pues el costo de las crisis en términos de crecimiento del PIB per cápita real. En México, hubo un crecimiento negativo hasta 4 años después de la crisis (por ahí de mediados de 1986), luego un estancamiento y finalmente una lenta recuperación que comenzaba por ahí de finales de 1988 (ver gráfico). Esta fue la famosa década perdida. En Grecia, la caída ha sido peor. A cuatro años ya desde el inicio de la crisis, la caída del PIB per cápita ha sido de aproximadamente el 20%. Los pronósticos para ese año, además, afirman la tendencia a la baja.

Cierto es que los niveles de endeudamiento público y privado fueron menores en México, aunque la estructura la deuda era más de corto plazo. El ratio deuda externa pública con respecto al PIB era en México poco menos que el 30%, mientras que en Grecia este dato era de 80% en 2008. Con la recesión y los préstamos de organismos públicos, en ambos casos estos datos empeoraron después de una ligera mejora inicial. En México, el ratio  llegó a aumentar hasta el 60%. En Grecia, suponiendo que en el 2012 el crecimiento sea nulo, la cifra se elevaría a 100% (ver gráfico), aunque si tomamos el pronóstico más realista de crecimiento negativo, esta cifra será aún mayor.

End of year figures. 2012 is estimated. Sources: World Bank and National Statistical Service of Greece.

External public debt to GDP ratios. End of year figures. 2012 is estimated. Sources: World Bank and National Statistical Service of Greece.

La evolución de la deuda pública está íntimamente ligada al gasto de gobierno y de su capacidad de generar los fondos para reducirla. Como sabemos, las famosas políticas de austeridad practicadas hoy en día en muchos países tuvieron su precedente en las que se practicaron en los años 1980s. México había tenido un ciclo de aumento de gasto público en los años 1970s, que se financió con deuda y con el boom petrolero del periodo. Cuando el precio del petróleo cayó en 1981, las finanzas públicas se resintieron rápidamente. La austeridad que siguió en 1982 parece haber sido, no obstante, menos abrupta que la que hoy vive Grecia, probablemente porque la inercia alcista del gasto público en México fue aun mayor a la del país helénico, y detenerla era también una tarea mucho más complicada. Desgraciadamente, como acabamos de ver, el impacto de esta política restrictiva solo ha tenido efectos mínimos (algunos argumentarían contrarios) sobre los ratios de deuda que tantos quebraderos de cabeza ha traído a los griegos y a las autoridades europeas.

Sources: World Bank.

General government final consumption expenditure (constant 2000 US$). 100 = first crisis year. Sources: World Bank.

Queda observar lo que se considera como una de las grandes esperanzas para salir de la crisis, que son las exportaciones. En México hubo un crecimiento continuo aunque modesto de las mismas, a pesar de las políticas proteccionistas de algunos países industrializados en los años 1980. Sin embargo y como hemos visto, sirvieron de poco para elevar el crecimiento económico. En Grecia ha habido un crecimiento similar al de las exportaciones al menos durante los primeros años post-crisis, aunque los pronósticos para este año son negativos.

Source: World Bank

Exports of goods and services (constant 2000 US$). 100 = firsst crisis year. Source: World Bank

Uno de los impulsores de las exportaciones en México fueron precisamente las devaluaciones que siguieron en los años 1980. La ganancia en términos de competitividad estuvo mitigada en parte por la inflación, que  siguió a niveles altos durante casi toda la década.  En el gráfico mostramos la evolución del tipo de cambio real efectivo. En Grecia, este ha tenido un comportamiento constante y ligeramente sobrevaluado. Aquí el caso de México es interesante, y confirma los argumentos de quienes abogan contra la salida de Grecia del Euro como solución para la economía griega. México tenía un tipo de cambio fijo o cuasi-fijo antes de la crisis, y siguió ajustándolo después en función de las necesidades del sector externo. Sin embargo, el comportamiento de la inflación seguía obligando al ajuste del tipo de cambio hasta finales de la década. Por lo mismo, y dada la limitada competitividad de muchos sectores de la economía mexicana, no hubo un impacto mayor sobre las exportaciones.

2005=100. Source: International Financial Statistics

Real Effective Exchange Rate, Consumer Price Index (monthly data, 2005=100). Source: International Financial Statistics

En conclusión,  lo que observamos al hacer la comparación entre las situaciones que siguieron el inicio de ambas crisis es que, la situación actual parece más complicada. El PIB per cápita ha caído más en la crisis griega actual que en la crisis mexicana de 1982; Grecia empezó mucho más endeudado que México en un entorno de aversión al riesgo elevada. Las condiciones de austeridad también parecen más severas, las exportaciones no terminan de despegar y los dos escenarios, dentro o fuera del euro, tienen una perspectiva sombría, al menos si al segundo lo comparamos con la historia de inflación y devaluación que siguió a la crisis mexicana. Sin un cambio abrupto en la política económica actual, nos dirigimos invariablemente a una década pérdida versión europea.

¿QUIÉNES FUERON LOS SEÑORES DE LAS FINANZAS? O CUANDO EMERGIERON LOS BANQUEROS CENTRALES COMO ACTORES CLAVE?

Carlos Marichal (El Colegio de México), 21 de noviembre de 2012.

Cualquier persona interesada en la comprensión tanto de la política monetaria en la década de 1920, así como en los orígenes de la Gran Depresión, hará muy bien en leer la obra escrita por el reciente ganador del premio Pulitzer (2010) Liaquat Ahamed, autor de Lords of Finance: The Bankers que Broke the World (Penguin, 2009). Es un libro muy bien escrito, como para leerse de un tirón, además de estar notablemente bien documentado, en términos de las fuentes históricas que presenta. No es sorprendente que estas sean esencialmente literatura secundaria, pero el número de estudios publicados y biografías en el período de entreguerras es tan grande, que Ahamed nos ha hecho un enorme favor haciendo un resumen de la literatura en lengua inglesa y francesa con el fin de proporcionar una serie de  retratos magníficos e interrelacionados de los cuatro bancos centrales más importantes de la década de 1920: Montagu Norman, gobernador del Banco de Inglaterra; Benjamin Strong, presidente de la New York Federal Reserve Bank; Hjalmar Schacht del Reichsbank y Emile Moreau de la Banque de France. Según el autor, este cuarteto de banqueros asumió la tarea de «reconstruir la maquinaria financiera global después de la Primera Guerra Mundial». En muchos sentidos, lo hicieron mediante el restablecimiento del patrón oro o el sistema de patrón cambio oro en la década de 1920, pero fracasaron en el establecimiento de un sistema internacional monetario o financiero que pudiera navegar con éxito por las corrientes inestables y peligrosas de la economía mundial en ese momento. Al final, a pesar de sus simpatías por estos señores de las finanzas, Ahamed argumenta que no sólo fallaron, sino que en realidad sus políticas contribuyeron de manera importante a que la Gran Depresión fuera casi inevitable.

El argumento fundamental de este autor, por supuesto, no es nuevo. Muchos historiadores influyentes, tanto monetarios como bancarios, han analizado las políticas de los principales banqueros centrales tras el accidente del 29, aunque la mayoría lo han hecho examinando los casos nacionales. Por otra parte, en su libro magistral titulado Golden Fetters, Barry Eichengreen, se exponen los argumentos más poderosos para una revisión importante de la época desde el punto de vista de la historia económica comparativa. De alguna manera, lo que Ahamed ha hecho es complementar el trabajo de Eichengreen, proporcionando un retrato colectivo detallado y atractivo de cuatro de las figuras más importantes de la gran tragedia que llevaron al colapso financiero y económico de la década de 1930. Pero también cita como principales fuentes intelectuales tres autores adicionales: Milton Friedman, The Great Contraction, Peter Temin, Lessons from the Great Depression, y el clásico de Charles Kindleberger, The World in Depression.

Una virtud de la obra en cuestión es que cada uno de los principales banqueros centrales descritos en este libro se aborda con simpatía desde el punto de vista de la psicología personal y el contexto político y económico. La década de 1920 fue sin duda un período muy difícil para cualquier persona que asumiera la responsabilidad de las instituciones financieras líderes de la época, como fue el caso de los políticos prominentes, sobre todo en la Europa de la posguerra. Tal vez fue la incertidumbre de los tiempos y el miedo extremo a la vuelta a la guerra y el caos, así como de la revolución social potencial, que llevó a los señores de las finanzas a adoptar la ideología del patrón oro con tal fervor, creyendo que aseguraría la estabilidad en un mundo completamente enloquecido. Esto es ciertamente la impresión derivada de la lectura de este libro y también parece confirmar el magnífico estudio de Kenneth Mouré, The Illusion Gold Standard (Oxford, 2002), que proporciona una perspectiva particular sobre Francia en la década de 1920, pero aplicable al resto de Europa y en buena medida a los Estados Unidos.

Cierto es que hubo un reconocimiento más general de esta ilusión que el patrón oro podría permitir que el mundo volviera a la «belle époque» de la vuelta del siglo, como se puso de manifiesto por la famosa película de Charlie Chaplin, The Gold Rush (1925), en la que subyacen los duros contrastes entre la pobreza y la riqueza salvaje bajo lo que fue una comedia fantástica. Muy pocos economistas, como John Maynard Keynes, también emitieron fuertes críticas contra la ortodoxia del oro en numerosos artículos y particularmente en el tratado de 1925 titulado The Economic Consequences of Mr. Churchill, quien como improbable ministro de economía tomó la decisión ese año de regresar la libra a la misma paridad anterior a la guerra. Paradójicamente, como demuestra Ahamed con una anécdota mordaz, en 1930 Churchill volvería a cenar con Chaplin y encuentra para su sorpresa que la gran comediante continuó insistiendo en que el político británico había cometido un gran error al adoptar la ortodoxia del patrón oro, desembocando de alguna manera a las catástrofes financieras y económicas que empezaron a acumularse a partir de octubre de 1929.

Naturalmente, después de leer un estudio tan biográfico, como Lords of Finance, es posible considerar que las personalidades a veces pueden estar sobredimensionadas como elementos clave en las grandes decisiones y acontecimientos históricos. Sin lugar a dudas, otras fuerzas mayores subyacentes dieron forma a las grandes tendencias económicas y políticas de la época. No obstante, el estudio cuidadoso de las mentes y las acciones de actores principales como Norman, Strong, Moreau y Schacht puede proporcionar muchos puntos de vista penetrantes a las múltiples ambiciones de los encargados de gobernar las principales potencias económicas de la década de 1920,  Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania. Pero finalmente, como Keynes argumentaba, estaban encadenados a una antigua visión del mundo, no sólo en lo que respecta al oro, sino a las virtudes del nacionalismo desenfrenado, lo que llevaría a las profundas crisis y a las guerras catastróficas.

Un comentario final sobre esta joya de libro es que nos hace querer saber más sobre quiénes fueron sus predecesores, por ejemplo, los hombres que dirigían los bancos centrales y nacionales a finales del siglo XIX y antes de la Primera Guerra Mundial. Pero también es un gran estímulo para realizar más estudios sobre los bancos centrales y otras entidades financieras en la segunda mitad del siglo XX, así como sobre los orígenes y la resolución actual de la crisis mundial de 2008.

¿Es posible una historia comparativa de la intermediación financiera?

Juliette Levy (University of California, Riverside), 8 November 2012.

El factor cultural para explicar el desarrollo económico es simplista y erróneo, como lo demuestra la historia comparada.

Los latinos sufrimos de una condición que nos lleva a querer entender nuestros problemas económicos comparando nuestra experiencia con la de naciones y economías que consideramos ejemplares. El problema no está limitado a América Latina. Colegas que estudian la historia económica del Medio Oriente o África, o cualquier zona poscolonial, delimitan la definición de sus problemas de desarrollo nacionales por la experiencia y los resultados de los economías como las de los EEUU y las grandes economías europeas (léase, ni Grecia, ni España, ni Irlanda…).

Quisiera abogar por revertir ésta tendencia – no porque no quiero comparar – al contrario, todos tenemos mucho que aprender a través de estudios comparativos.  El problema estriba en que nos mermamos al compararnos en modelos y ejemplos que solo nos menosprecian. En esta entrada, permítanme hacer un resúmen de ésta tendencia.  Historiadores, antropólogos y otros colegas en humanidades, se refieren continuamente a los denominados “determinantes culturales» para hablar de particularidades que según ellos definen diferencias entre sistemas políticos y económicos. Este concepto cultural también ha sido adoptado por nuestros colegas economistas cuando no hay explicación que quepa en sus modelos. ¿Cómo explicar el por qué de las diferencias entre  sociedades, por qué no todos los países optan por invertir en educación pública, o por qué la corrupción parece ser un factor tan negativo y común en otros?  Todo se resume en diferencias culturales históricas que condenan ciertas partes del mundo a no ser como Europa. Me basta con mencionar la última entrega de Acemoglu y Robinson (véase también el excelente comentario sobre su último libro por Rafael Dobado en 12 de Septiembre de 2012) o Timur Kuran para recordar que éstos argumentos, por más elegantes que sean, están también profundamente equivocados. El efecto de invocar las diferencias culturales, a lo que podríamos llamar “el factor C” es el camino fácil, y el camino erróneo.

Si uno piensa en el sistema financiero de cualquier país, en cualquier momento de su historia, uno encuentra agentes económicos que van a responder de manera similar a condiciones sociales y de mercado – las diferencias en los resultados económicos tienen más que ver con las circunstancias y las condiciones locales que con cualquier determinante llamado “cultural”.   El hecho que ciertas instituciones de mercado comunes en mercados más desarrollados no existan en otros mercados no es razón de declarar que el mercado menos desarrollado no funciona. Por ejemplo, el hecho de que el auge del desarrollo bancario en México no suceda hasta finales del siglo XIX no significa que no había un mercado de crédito en México hasta ese momento. Del mismo modo, la prohibición oficial de tasas de interés en el mundo musulmán no quiere decir que el crédito ahí era gratuito – simplemente se pagaba de diferente forma.  Ejemplos como éstos sugieren que las instituciones que consideramos necesarias para el desarrollo de mercados no siempre se visten de la misma manera – lo que importa es el tamaño del mercado – y este se puede calcular utilizando más de una métrica, los incentivos al comercio, y un contexto legal en el cual los dos pueden existir.

El mejor ejemplo en historia económica comparativa de ésta perspectiva hasta la fecha es el reciente libro de Jean-Laurent Rosenthal y Roy Bin Wong “Before and Beyond Divergence: the politics of economic change in China and Europe” (Harvard UP, 2011). El modelo que utilizan para comparar el proceso de desarrollo económico en China y Europa tiene su origen en una preocupación más profunda sobre lo que hace que las sociedades hagan lo que hagan. Es un modelo que se basa en política económica, y que simplemente se rehúsa a utilizar la cultura para explicar lo que no cabe dentro del modelo. Las preguntas que hacen son ¿cómo éstas dos sociedades se enfrentan a problemas similares? ¿Cómo hacen frente a las limitadas soluciones a estos problemas? ¿Qué explica las grandes desigualdades del mundo, y cómo podemos abordar estos problemas mirando los retrasos en el desarrollo institucional y las reacciones de cada sociedad a los cambios económicos inesperados? El libro desarrolla un modelo conceptual bastante innovador que nos permite reinterpretar una serie de sucesos históricos desde un nuevo punto de vista.  En éste modelo, la industrialización europea es una respuesta institucional a la intensificación del capital en el siglo XVII, y el infanticidio en China no es un marcador cultural pero más bien una respuesta a una prerrogativa institucional (el control demográfico) con fuertes incentivos políticos. El modelo comparativo de Rosenthal y Wong también revisa la historia de la emergencia de las actividades rentistas, lo que es en gran medida una de las bases del  comportamiento capitalista. Analizando el comportamiento de  dirigentes de partidos comunistas y funcionarios municipales en China, no hay otra manera de calificarlo que como una búsqueda contínua de rentas. Lo que en cualquier contexto se le llamaba corrupción, es en esencia una respuesta a incentivos políticos y económicos (algo que Andrei Schleifer y Robert Vishny llevan un cierto tiempo demostrando). Aceptando ésto, qué es de la supuesta división cultural entre Rusia soviética (o contemporánea), China confuciana y México o los EE.UU. en el siglo XXI?

Rosenthal y Wong se enfocan sobre la totalidad de la economía política del sistema: no se limitan a observar las diferencias tradicionales entre la autocracia y la democracia (como Acemoglu y Robinson lo hacen), sino en la forma en que el sistema maneja sus responsabilidades. Visto de ésta manera, los transcursos políticos a través de la historia y a través de los continentes tienen mucho más en común que no. El corazón conceptual del éste libro es que no hay una receta para el cambio institucional. Lo que hay es una mezcla de instituciones que afectan el cambio, y para entender ésta mezcla tenemos que entender tanto las instituciones formales como las informales. Las instituciones en éste caso obviamente son las instituciones en la definición de Douglass North, en las cuales lo que uno trata de entender son los reglas del juego en cada situación económica.

(to be continued…)