Entre maldiciones y bendiciones: la abundancia de los recursos naturales

Uno de los frentes más dinámicos en las teorías del desarrollo vuelve a situar a los recursos naturales en el centro del debate. Lo que la evidencia -y la historia- nos muestra es que las «maldiciones» y las «bendiciones» se construyen. «Endogenizar» la abundancia de los recursos naturales -o, mejor, del capital natural- parece ser la línea argumental más prometedora para lograr nuevos avances  en este campo del conocimiento.

Henry Willebald (Universidad de la República), 26 de septiembre de 2012.

En momentos en los cuales la crisis económica internacional no aparenta dar tregua a los países del “Norte”, en el “Sur” parecen soplar –desde ya hace tiempo– vientos favorables de expansión y mejoras del bienestar. En su informe anual de 2011, el Fondo Monetario Internacional (FMI) argumenta sobre la necesidad de alcanzar un “crecimiento mundial sostenido y equilibrado” –como si esa hubiera sido la norma en alguno de los últimos 200 años– contrastando el muy modesto desenvolvimiento de las economías avanzadas con el de las “economías emergentes y en desarrollo, [donde] el desempeño económico ha sido mucho más sólido”. En su informe de 2012 continúa con esa línea argumental de crecimiento mundial desquilibrado y, al hacer referencia a América Latina y el Caribe, destaca lo vigoroso de su crecimiento en una evolución que estuvo “muy influenciada por factores externos. El alto nivel de los precios de las materias primas apoyó la actividad en muchos de los países de la región que las exportan, a pesar de una desaceleración general del crecimiento mundial y los flujos de capitales, que ayudó a contener las presiones de sobrecalentamiento”. Ciertamente que es este regreso a las ventajas comparativas el que parece explicar la expansión de esas zonas periféricas y del “Sur” de la economía mundial.

La CEPAL comparte esta visión. En su último panorama de inserción internacional el organismo argumenta que “la fuerte expansión económica de China y el significativo crecimiento de su demanda de materias primas y alimentos han conducido en los últimos años a un auge de las exportaciones de América Latina y el Caribe a ese país. Debido, en gran medida, a la mayor demanda de China y otras economías emergentes, los precios de los productos básicos han experimentado un marcado aumento desde inicios de la década de 2000, particularmente en el caso de los minerales y metales. Si bien ambos factores han favorecido el crecimiento de los países de la región que exportan estos productos, especialmente los de América del Sur, también han aumentado su dependencia de los ingresos derivados de estas exportaciones, lo que plantea diversos desafíos.”¿A qué se refiere la CEPAL con esos desafíos? En forma más o menos implícita parece admitir lo que una extensa literatura sobre desarrollo económico identifica con la “maldición de los recursos naturales”.

Luego de los trabajos señeros de Jeffrey Sachs y Andrew Warner (de 1995 y de 2001) se han multiplicado los estudios que procuran constatar –o condicionar a ciertos procesos– una relación inversa entre crecimiento y la abundancia de recursos naturales (o de capital natural), extendiendo esas consideraciones a otras expresiones del desarrollo como la desigualdad e indicadores de bienestar. Sin embargo, el debate sigue abierto. Van der Ploeg (2011) hace una revisión muy atenta de la literatura e identifica ocho argumentos que sustentan la hipótesis más general de la “maldición”: (i) la bonanza de recursos induce la apreciación del tipo de cambio real, el declive de los sectores transables, la expansión de los no-transables (desindustrialización) y la contracción productiva luego del boom inicial (mal holandés); (ii) si es la manufactura –más que el sector agropecuario o el primario– la actividad que genera procesos de learning by doing y efectos de spill-over del capital humano, las rentas repentinas y elevadas (windfall) de los recursos naturales que presionan para “primarizar” la economía pueden afectar el crecimiento económico; (iii)  la “maldición” está condicionada a la existencia de marcos institucionales débiles (en términos de definición de los derechos de propiedad, enforcement de los contratos, rule of law, perduración de las elites en el gobierno) que facilitan el establecimiento de condiciones adversas para el crecimiento; (iv) la maldición tiende a verificarse con mayor vigor en regímenes constitucionales presidencialistas y regímenes no-democráticos; (v) las rentas por recursos naturales aumentan la corrupción, especialmente en regímenes no democráticos, para capturar la riqueza y el poder político y, con ello, se ve afectado el desempeño de largo plazo; (vi) la volatilidad de los precios de los recursos naturales como resultado de repentinos descubrimientos o la propia dinámica de los mercados internacionales de las commodities  pueden conducir a booms y contracciones cíclicas exacerbadas; (vii) la economía política de rentas abundantes combinadas con derechos de propiedad mal definidos, mercados imperfectos y sistemas legales deficientes brindan un escenario de oportunidades ideal para conductas tipo rent-seeking y conflictos armados que atentan contra el crecimiento y el desarrollo; (viii) la riqueza en recursos naturales puede tender a erosionar las facultades críticas de los políticos, inducir falsos sentidos de seguridad y llevar adelante políticas insostenibles o derrochadoras.

El propio autor se encarga de relativizar buena parte de la línea argumental de la “maldición”. Repasa un conjunto de ejemplos que ilustra que ésta no es un final ineludible y señala que la variedad de experiencias es más la norma que la excepción. Los casos de Botswana y su inmensa riqueza de diamantes, los de Indonesia, Malasia y Tailandia en el Sudeste Asiático, el de Noruega entre los países escandinavos, los Emiratos Árabes de las últimas décadas, e incluso algunos países latinoamericanos como Brasil y Chile, son situaciones en las cuales parece haberse encontrado los mecanismos para transformar la “maldición” en “bendición”.

Sin embargo, esta variedad de experiencias adquiere un carácter aún más marcado cuando ampliamos la mirada temporal y repasamos la historia de la economía mundial desde el siglo XVIII. ¿Qué tenemos para aportar los historiadores económicos en esta discusión? Las ilustraciones abundan.

Los recursos naturales –principalmente hierro y carbón– jugaron un rol clave en la emergencia del “crecimiento económico moderno”, con Gran Bretaña como el líder y Bélgica, Alemania, Francia y Estados Unidos como los seguidores. Además, durante el siglo XIX otras regiones del planeta fueron incorporadas a la expansión de la economía atlántica y participaron exitosamente en el comercio internacional sugiriendo que no sólo los recursos minerales eran una “bendición”. La Segunda Revolución Industrial tuvo importantes repercusiones en extensas regiones de la periferia mundial –varias partes de Sudamérica, Australasia, el norte y el sur de África– cuando de la mano del progreso tecnológico (el ferrocarril, la refrigeración, la reducción del costo interoceánico de transporte) amplias áreas de clima templado y tierras fértiles se incorporaron con materias primas y alimentos en los circuitos mundiales de la circulación capitalista. El interés que, desde la economía, ha experimentado la “maldición” no ha estado ajeno de esta evidencia histórica y la interacción no ha caído en saco roto.

En el último Congreso Internacional de Historia Económica, celebrado en Stellenbosch, South Africa, en julio de 2012, una de las sesiones fue dedicada a esta temática (Natural Resources in historical perspective: Curse or Blessing?) y el debate volvió a dejar en claro la heterogeneidad de experiencias. Los temas tratados refirieron al caso australiano, con énfasis en aspectos ligados a la diversificación productiva; las economías mineras sudamericanas (Bolivia y Chile); la distribución de los derechos de propiedad sobre la tierra (los casos de Finlandia y las economías de reciente asentamiento europeo) y los fenómenos de  innovación inducidos desde la minería.

En un debate abierto como el que tenemos entre manos parece necesario precisar o redireccionar el carácter de las preguntas para no ir a tientas o, en su defecto, para buscar lo que perdimos en el lugar dónde lo extraviamos en lugar de hacerlo en el sitio donde creemos que hay más luz. Parte de la respuesta podemos encontrarla en un par de artículos que preceden al propio debate que estamos comentando y que refiere al desarrollo económico de Estados Unidos. Los trabajos de Paul David y Gavin Wrigth de los años noventa ofrecen varios argumentos en esta línea y que refieren, básicamente, al hecho de que la “natural resource abundance was an endogenous, ‘socially constructed’ condition that was not geologically pre-ordained” (David & Wrigth, 1997, p. 203).  Afirmaciones como éstas dan algunas pistas de hacia dónde focalizar la investigación. Antes de buscar cuán mala o cuán buena es la abundancia de recursos naturales para el crecimiento y el desarrollo económico, puede ser más relevante –y conceptualmente más desafiante– preguntarnos sobre las condiciones que hacen posible la “endogenización” de la abundancia de recursos naturales y la conveniencia de trasladar nuestra atención a un concepto más sistémico como lo es el del capital natural.

Dos son los aspectos claves a tener en cuenta para comprender la modalidad que adopta esa endogenización y, en ambos casos, los historiadores económicos tenemos mucho que aportar. Por un lado, el rol que juegan las instituciones en ese proceso y, por otro, el papel que le corresponde a la incorporación del progreso tecnológico. En cuanto a las primeras –las que ya fueran uno de los temas centrales de la entrada al blog propuesta recientemente por Rafael Dobado– parece imprescindible preguntarnos sobre el rol que les cabe en cuanto a la definición de los derechos de propiedad y las condiciones de apropriabilidad de las rentas derivadas de esos recursos naturales. Sobre el progreso tecnológico y la innovación nos cabe preguntar sobre el desarrollo de conocimiento actualizado y estrategias de inversión en industrias basadas en recursos naturales, así como la conformación de encadenamientos hacia atrás y hacia delante desde los recursos base y la posibilidad de creación de agrupamientos de desarrollo superior.

Finalmente, pero no menos provocador, tenemos el desafío de trascender medidas relativamente sencillas de la abundancia de recursos naturales –que, muchas veces, resultan contradictorias pues confundimos abundancia con dependencia– para adentrarnos en la contabilidad del capital natural como medida sistémica de las rentas generadas por el medio ambiente en cuanto activo que interactúa con otras formas del capital. La historia económica tiene un largo camino por recorrer en estas consideraciones que hacen a la propia sostenibilidad del desarrollo y que puede dirigirse a la evaluación de conceptos como los de riqueza de las economías y ahorro genuino. La historia nos enseña que maldiciones y bendiciones se construyen y que reflexionar en términos de retos y oportunidades brinda nueva luz a muchas nuevas y viejas cuestiones de la disciplina.

Sobre deuda, crisis, y hombres de negro

Juan H. Flores (Universidad de Ginebra), 19 de Septiembre de 2012.

Los agentes externos pueden ser de utilidad para facilitar el acceso a los mercados financieros. Pero esta medida, u otras que tengan como finalidad el abaratamiento de la deuda, sólo pueden tener éxito si van acompañadas de otras medidas que fomenten la actividad económica.

Primer acto. A Venancio Bigotes y a Bemus Micolapsus nadie les quiere prestar dinero y no pueden seguir pagando sus cuentas. Su amiga Estrujen Pujen, la rica del barrio, quiere ayudarlos por muchas razones (entre las cuales, que son dos de sus mejores clientes y socios comerciales). Ella misma les presta algo de dinero, pero sirve de poco para que sus amigos salgan adelante. Así que manda a sus empleados, Tommy Jones y Will Smith versión bávara, para vigilar que Venancio y Bemus no despilfarren su dinero, que reduzcan sus gastos y que paguen puntualmente sus deudas. Pero incluso así, nadie ayuda, y como la situacion general está chunga, nadie quiere comprar lo que venden y tampoco saben hacer otra cosa. Asi que Estrujen convence a otros amigos a que apoyen y entre todos garanticen nuevos prestamos para Bemus (el caso más desesperado) pero no para los de Venancio. De repente, la cosa cambia. Tanto a Bemus como a Venancio le prestan dinero, pero a condiciones un tanto diferentes, y siempre que detrás de ambos Tommy y Will vigilen sus acciones.

Hay una literatura extensa sobre las razones por las cuales muchos gobiernos en la historia han recurrido a agentes externos (históricamente asociados  y frecuentemente unidos con los  money doctors). Básicamente, las troikas, los banqueros, profesores, organismos multilaterales, y un largo etcétera sirven para resolver un problema de credibilidad que permite a los países atraer capitales o al menos, disminuir el costo de los mismos. En el siglo XIX, algunos bancos comerciales ingleses asumían ese papel (como Rothschild o Baring). En los años 1920s, fueron el profesor Edwin Walter Kemmerer, Otto Ernst Niemeyer o la misma Sociedad de Naciones (SdN) – en coordinación con bancos comerciales, bancos centrales y gobiernos prestamistas. En el periodo post-1945, el FMI ha tenido asignado este rol, aunque la banca privada también lo ha tenido ocasionalmente.
El canal por el cual un país gana credibilidad con un agente externo es la supervisión o monitoreo que siguen a un cambio anunciado en la politica economica de un país en problemas financieros. Esta «señal» de buena conducta hace que los inversionistas adquieran confianza en el país e inviertan en él.

¿Hasta donde llega este argumento históricamente? En el siglo XIX, los programas de estabilización monetaria y fiscal impuestos por agentes externos llegaron a funcionar por fuerza bruta (aunque no era algo muy habitual) o porque los bancos inversores que lo practicaron tenían tal poder en el mercado de capital (era un oligopolio) que un país que aceptaba los términos de dichos programas dificilmente podía darse el lujo de no cumplirlos. En algunos trabajos con Marc Flandreau hemos tratado el tema, muy frecuentemente analizando por ejemplo la relación entre Brasil y el banco Rothschild.

En los años 1920s, la cuestión cambió en muchos sentidos. Un caso emblemático es precisamente el de la SdN. Esta institución estuvo muy activa en la reconstrucción de muchos países europeos después de la primera guerra mundial. Los inicios de sus programas de estabilización me remiten a la historia de Venancio y Bemus. En los 1920s, los dos primeros países en necesitar el apoyo de la SdN fueron Austria y Hungria. A Austria (el primer país con un programa elaborado y puesto en marcha bajo la tutela de la SdN; Thomas Sargent, premio Nobel de economía 2011, tiene un artículo al respecto) se le concedió el privilegio de poder emitir bonos garantizados por varios países (entre los cuales, Inglaterra, Francia, Italia y Suecia). La Sociedad de Naciones, a diferencia del FMI, no contaba con capital propio, pero era el supervisor de los programas (tenía sus propios men in black)  y gestor de los fondos recabados con los prestamos emitidos. A Hungría no se le concedió este privilegio, aunque pudo emitir sus bonos para financiar su programa de estabilización (recordemos que hasta el programa de la SdN nadie quería fungir como prestamista a este país, al respecto este paper).

¿Que pasó? Bueno, la famosa prima de riesgo por cada empréstito fue muy diferente para Austria y Hungria (veáse el gráfico), con Austria pagando unos tipos muy bajos (equivalente al de muchos de los países garantes más una prima de liquidez) y Hungria unos algo mas altos (con una diferencia inicial entre ambos de 120 puntos base), pero ambos países pudieron obtener el capital necesario para reordenar sus finanzas, reconstruir su planta productiva y estabilizar sus monedas. [Hemos incluido a Francia como referencia, que aunque también tuvo sus propios problemas monetarios y financieros, fue un país garante].

El primer problema (la falta de capital) quedó resuelto: ambos paises accedieron a los mercados financieros y pudieron poner su casa relativamente en orden. Pero…

Segundo acto. Los negocios de Bemus y a Venancio siguen sin levantar. En realidad, incluso el de Estrujen empieza a ir a peor, así que nadie tiene dinero para comprar del negocio del otro y esto hace que cada uno se ajuste cada vez más el cinturón para compensar por la caída de sus ingresos.  Bemus y Venancio quiebran. Y Estrujen también. A los hombres de negro los despiden a las primeras de cambio.

En medio de la tormenta desatada por el crack financiero de 1929, y con las medidas proteccionistas que no terminaron de desaparecer (más bien lo contrario), ni a Austria ni a Hungría les fue muy bien. A pesar de un ligero repunte en su crecimiento económico después de los préstamos SdN,  sus problemas de paro, nulo crecimiento en sus exportaciones, y la fragilidad de su sector bancario fueron persistentes. Bajo el régimen de patrón oro tampoco tenían mucho margen de maniobra, ni en su política monetaria ni  para el pago de su deuda (en dólares, principalmente).

Con la crisis bancaria en Austria en 1931, la SdN no tuvo los medios para actuar como prestamista de última instancia. El Banco Internacional de Pagos hizo su debut con un «prestamo-puente» (tan de moda desde los 1980s) mientras la SdN organizaba a los países garantes para un segundo prestamo garantizado. La historia no terminó bien para estos prestamos (de hecho, mi amigo Rui Esteves llega a una conclusión similar para los prestamos garantizados que se han otorgado en la historia a Grecia).

La crisis europea actual contrasta en muchos aspectos con la de los 1930s. Pero también hay muchos paralelismos. Que por un lado se aporten soluciones para que los países accedan en condiciones favorables a los mercados de capitales (por intervención del BCE o por bonos garantizados) es una buena cosa. Que haya hombres de negro (¿por qué negro? ¿Por qué no azul por ejemplo? Serían llamados pitufos —algo menos tenebroso— con papá-Barroso o pitufina-Lagarde a la cabeza) que tranquilicen a los inversionistas, de acuerdo. Pero hay que mirar más lejos para que esto funcione. La agenda del crecimiento y la competitivad tiene que ser prioritaria.  El default es hoy por hoy una solución tardía. No creo, como argumentan algunos, que estemos en condiciones de conocer los alcances de una decisión de este tipo. Por tanto, la intervención del BCE es más que bienvenida. Y en situación de desapalancamiento (o desendeudamiento privado) la relación  (biblica para algunos) entre emisión monetaria e inflación  es magra.

Tercer acto. Todos se agarran a «trompadas». Estrujen y Bemus hubieran preferido continuar compitiendo en futbol y filosofía.

De instituciones, herencias coloniales y desarrollo económico

Rafael Dobado (Universidad Complutense de Madrid), 12 de septiembre de 2012.

Como Acemoglu y Johnson aseveran en Why Nations Fail, las instituciones cuentan -y nucho- pero, en Iberoamérica, no siempre fueron cómo ellos creen y experimentaron cambios que son pasados por alto.

El pensamiento neoinstitucionalista viene ejerciendo una creciente influencia entre los historiadores económicos. Ello resulta especialmente evidente en el caso de los profesores del MIT y Harvard, respectivamente, Acemoglu y Robinson. Así lo sugiere al menos su destacada presencia en los dos últimos congresos de la IEHA. En la sesión inaugural del de Utrecht, la Fortis Lecture (“The historical roots of poverty”) corrió a cargo del profesor Acemoglu. En el de Stellenbosch, han sido tres las intervenciones del profesor Robinson: en la ceremonia de apertura; en la sesión dedicada a nuevos libros (entre ellos Why Nations Fail, Crown Business, 2012, cuya autoría comparte con Acemoglu); y en la sesión de clausura, en la que debatió con el profesor Austin, un reconocido especialista en historia económica de África del Graduate Institute de Ginebra, acerca de las causas del atraso de ese continente.

La publicación de Why Nations Fail ha sido saludada por eminentes economistas, entre ellos varios ganadores del Premio Nobel, e historiadores, económicos o no, y parece destinado a convertirse en un gran éxito editorial que acrecentará el ya enorme prestigio de sus autores. Se trata de -algo que los historiadores económicos de lengua española deberíamos hacer con más frecuencia- una obra dirigida a un público no necesariamente especializado y de fácil lectura. En ella, básicamente se defiende que las instituciones cuentan para explicar el fracaso, económico y no sólo, de las naciones. Esas instituciones que cuentan son principalmente las políticas, que precederían causalmente y temporalmente a las económicas en el establecimiento de unas reglas del juego “inclusivas” –por oposición a “extractivas”- que son las que conducen al éxito. Lo contrario ocurriría con el segundo tipo de instituciones. La geografía, la cultura o la ignorancia de los dirigentes políticos no tendrían ningún papel en la explicación “última” de la desigual distribución de la renta entre países. Se diría que las explicaciones “próximas” –de las que habla Peer Vries en un recomendable comentario a esta misma obra- tampoco lo tienen.

La recepción del neoinstitucionalismo entre los historiadores económicos –también los economistas- interesados en Iberoamérica ha sido bastante favorable. Se me ocurren por varias razones para ello.

Una es lo mucho que se refieren, aunque frecuentemente de pasada, a Iberoamérica. Esta parte del mundo está siempre presente, si bien muchas veces de forma puramente instrumental, en la obra de estos dos autores, a dúo o acompañados por Johnson, también profesor del MIT, o por otros colaboradores.


Además, el neoinstitucionalismo ha tenido ilustres precedentes. Por citar sólo algunos: el profesor Coatsworth lleva ya algún tiempo llamando la atención sobre los aspectos institucionales de la economía virreinal mexicana, en particular, y de la iberoamericana, en general; los profesores Engerman y Sokoloff anticiparon a fines de la década de 1990, si bien de manera más descriptiva y particularizada al caso americano, algunos de los elementos fundamentales (influencia de la dotación de factores sobre la configuración institucional, énfasis en la capacidad explicativa de la desigualdad, persistencia secular de la influencia institucional, etc.) del finalmente más exitoso neoinstitucionalismo “a la Acemoglu y Robinson”. En realidad, la última obra de Engerman y Sokoloff, Economic Development in the Americas since 1500 (Cambridge University Press, 2012), tiene incluso mayor interés que la de Acemoglu y Robinson para los especialistas en Iberoamérica.

En tercer lugar, el éxito entre académicos y otros especialistas (Banco Mundial a mediados de los 2000, en particular) de la obra de Acemoglu y Robinson ha conferido un renovado prestigio a aspectos no menores del pensamiento “dependentista”, tan influyente académica y políticamente en Iberoamérica tiempo atrás y que, en versiones más o menos revisadas, parece reverdecer actualmente.

Está fuera de toda duda que la extensa y variada obra de Acemoglu y Robinson constituye, por poderosas y diversas razones que no puedo detallar aquí, un estimulante reto intelectual. Sin embargo,  un tratamiento impresionista de muchos ejemplos históricos y la ausencia de evidencia empírica detrás de muchas proposiciones -que no siempre son verificables, por otra parte- reducen el interés de un libro que no peca de concisión y sí, tal vez, de militancia en defensa de una hipótesis mono-causal en la explicación “última” del fracaso de las naciones.

En cuanto a Iberoamérica, esta parte del mundo parece ser una de sus “bestias negras”, a juzgar por las repetidas referencias a sus instituciones “extractivas” a lo largo de toda su historia, desde los mayas hasta el presente, pasando por incas y aztecas y, especialmente, durante el período colonial. Sólo el Brasil de las últimas décadas constituiría una excepción. A este respecto, sería deseable una definición más precisa e históricamente significativa de qué se entiende por instituciones “extractivas” e “inclusivas”. No acaba de quedar claro por qué las instituciones de la Roma republicana eran “partially inclusive and partially exclusive” (p. 162), mientras que la de la civilización maya eran puramente “extractivas” (p. 149). ¿Por qué son, y cuánto más, “inclusivas” las instituciones contemporáneas brasileñas que las chilenas?

    No parece que la repetida utilización de Iberoamérica para defender la hipótesis neo-institucional esté basada en un análisis profundo de la historia económica de esta parte del mundo. Sus referencias a ella excluyen casi sistemáticamente cualquier consideración no anecdótica al período independiente y sus sucesivas fases o las diferencias nacionales. Uno y otras serían simple path-dependency de las condiciones iniciales establecidas en la primera mitad del siglo XVI. Ninguna “critical juncture” habría sido favorecida por la contingencia histórica para dar lugar a instituciones políticas y económicas “inclusivas” en Iberoamérica, Brasil aparte.

Por “critical juncture” debe entenderse acontecimientos o confluencia de factores que pueden alterar el orden económico o político existente en la sociedad, como la Peste Negra, el “descubrimiento” de América o la muerte de Mao Zedong. Según parece, éstas podrían dar un resultado, el contrario, o ninguno en términos de mayor “inclusividad institucional”. Todo depende de “pequeñas diferencias institucionales” de partida y de la contigencia histórica (pp. 96-123). Sólo podemos saberlo a posteriori.

La abrumadora permanencia de instituciones “extractivas” contrasta, a mi juicio, en Iberoamérica con una historia plurisecular cargada de “critical junctures” (independencia, globalización, Primera Guerra Mundial, crisis de los treinta  y Washington Consensus, por citar sólo las de carácter más económico). Entre esas coyunturas históricas decisivas que podrían haber dado paso a instituciones “inclusivas” y al éxito económico no faltan ni siquiera revoluciones y reformismos. ¡Vaya peso inamovible el de la “herencia colonial” ibérica!

En cuanto al período pre-colombino y su influencia en el devenir de Iberoamérica, pocas observaciones más allá de alguna referencia a sus instituciones “extractivas”. O, más bien, supuestos: por ejemplo, que las civilizaciones azteca e inca estaban entre las más ricas hacia 1500. Lamentablemente, no era ése, ni de lejos, el caso, por no hablar de otras sociedades pre-colombinas. La “herencia pre-colonial”, en forma de instituciones comunitarias y tributarias ajenas al mercado, de escasa acumulación de conocimientos técnico-científicos y de extrema fragmentación (geográfica, étnico-lingüística, cultural, comercial, etc.) constituía un serio obstáculo al crecimiento económico. La diferencia de capital humano entre aborígenes y recién llegados favoreció la desigualdad.

La conquista, además de una enorme catástrofe demográfica no planeada, trajo consigo una de las mayores transferencias de técnicas, instituciones y política económica de la historia. La primera de ellas resultó evidente desde pronto (especies vegetales y animales que diversificaron la dieta y aumentaron la productividad del trabajo; medios técnicos para la difusión del conocimiento o la navegación intercontinental, pasando por la rueda, el arado o la grúa; descubrimiento y explotación masiva de recursos mineros). Reconocer la dimensión de las transferencias del segundo y tercer tipo requiere un poco de conocimiento de la historia económica iberoamericana. Los mercados de bienes, servicios y factores –conspicuas instituciones de “propiedad privada” o “inclusivas” en la terminología de Acemoglu y Robinson- aparecieron con el “período colonial” y fueron adquiriendo una influencia creciente. Mercados de tierra, trabajo y capital no existían previamente. Los de bienes y servicios presentaban serias limitaciones de variada índole. Las relaciones económicas permanentes a escala intra e intercontinental eran inexistentes antes de 1492 y se ampliaron sustancialmente después.

Convendría no exagerar los resultados de estos cambios, que, además, afectaron desigualmente a los diferentes territorios de la Monarquía Hispánica en América. Pero tampoco pasarlos por alto, porque, entonces, resultaría imposible entender el crecimiento económico comparativamente de amplias partes de Iberoamérica entre 1500 y 1820. Éste fue menor que el algunas zonas de Norteamérica, aunque lo mismo cabría decir de casi todo el mundo. En cualquier caso, superó al de otras economías de África, Europa y Asia, que supuestamente serían menos “extractivas”, pues no son puestas en el mismo saco que Corea del Norte (p. 76). Hacia 1900 algunas de las “extractivas” economías iberoamericanas eran mucho más ricas que otras -¿menos extractivas?- en diversas partes del mundo.

Que antes de la década de 1820, no hubiese, en la América española, más que instituciones “extractivas” (encomienda, mita, repartimiento, etc.) está lejos de ser cierto no sólo en las áreas periféricas  sino también en las centrales. Y tanto más cuanto más nos acerquemos a la independencia. Si de “extracción” cabe inferir desigualdad, ésta última debería pasar la prueba del test empírico. La poca información cuantitativa que por ahora tenemos no confirma el supuesto de desigualdad extrema de Acemoglu y Robinson. Tampoco el de Engerman y Sokoloff. De los trabajos de Coatsworth, Dobado y García, Gelman y Santillí, Milanovic et al. y Williamson no se desprende que Iberoamérica fuera especialmente desigual en el contexto internacional de la época. De la lectura de Bértola et al., Milanovic et al. y Wiliamson tampoco se percibe una clara relación entre instituciones “extractivas” y desigualdad para la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX. Evidencia empírica adicional permitirá seguir contrastando la validez de las inferencias de la hipótesis neo-institucional para Iberoamérica.

Post / Crack Financiero: Cuidados Intensivos y Terapia Comentarios al Libro de Youssef Cassis sobre la Historia de las Crisis

Carlos Marichal (El Colegio de México),  5 de septiembre de 2012.

La historia de las crisis financieras ofrece muchos paralelismos entre la crisis actual y otras crisis anteriores. Igualmente importante son, no obstante, los contrastes existentes.

Cuatro años después del colapso de septiembre del 2008, los sistemas financieros de Estados Unidos y de Europa siguen en cuidados intensivos. Los balances enormemente inflados de los principales bancos centrales reflejan la naturaleza de una enfermedad prolongada, y el pronóstico es todavía materia de debate, con nuevas complicaciones, como lo demuestra la crisis actual del euro. Resulta por tanto de especial interés ver si la historia puede servir de orientación para encontrar el camino hacia una recuperación sostenida. El reciente libro de Youssef Cassis titulado «Crisis y Oportunidades» (Oxford, 2011) ofrece algunas respuestas, pero igualmente importante, plantea preguntas clave sobre la naturaleza particular del dilema financiero actual.

Crises and Opportunities
The Shaping of Modern Finance

Cassis sostiene que si bien muchas obras han debatido sobre las causas de los debacles bancarios y financieros, pocas han analizado las respuestas y las regulaciones que surgieron ante las grandes crisis y que cambiaron el contexto institucional o normativo en el que opera el sector financiero. De todas las crisis, la Gran Depresión dio lugar, sin duda, a un mayor número de reformas normativas, muchas de las cuales todavía están con nosotros. Pero, ¿la Gran Recesión conducirá también a cambios tan importantes en el mundo financiero? Cassis es ambiguo en este punto, pero sugiere que la historia ofrece perspectivas útiles al comparar el pasado y el presente. De hecho, me parece que algunas de las secciones más interesantes de esta pequeña joya de libro son aquellos que apuntan explícitamente a las enormes diferencias entre el escenario contemporáneo financiero y algunos de los antiguos dramas de la historia de las crisis bancarias.

Ciertamente, muchos de los grandes maestros en este campo como Charles Kindlebeger prefirieron hacer hincapié en los paralelismos en el comportamiento financiero y en la anatomía de las crisis, con especial atención en la naturaleza de los auges especulativos y los cracks que provocaron. Lo mismo puede decirse del trabajo muy citado por Robert Schiller y George Akerlof, Animal Spirits, aunque su interpretación es bastante radical, tanto en lo que respecta a la teoría como a la práctica, con el argumento en sus conclusiones que «Humpty Dumpty» -los huevos viejos de los mercados financieros – no pueden ser reparados y necesitan ser reemplazados. Su libro fue muy oportuno cuando se publicó en 2009, ya que argumentó que la intervención del gobierno era necesaria, así como una serie de nuevas regulaciones para estabilizar los mercados de todo el mundo. Esto es precisamente lo que ha ocurrido, pero como los autores sospechaban, el público en general sigue ignorando las razones primarias y la necesidad de cambios profundos en la supervisión y gestión de las modernas instituciones financieras en el mundo de la post / crisis.

La explicación más evidente de la confusión generalizada sobre la necesidad de reformas radicales es que el accidente de septiembre de 2008 no se convirtió en un colapso económico total y sostenido. Este debacle fue inicialmente tan grave como el de 1929/1930, como Barry Eichengreen y Kevin O’Rourke lo han demostrado, pero fue seguido de una recuperación, aunque a velocidades muy diferentes y variadas de todo el mundo. La razón principal era claramente que los bancos fueron rescatados. En Estados Unidos, epicentro inicial y fundamental del colapso, prácticamente todos los bancos y los mercados financieros se han salvado, de un modo u otro, por la masiva intervención del Banco de la Reserva Federal y del Departamento del Tesoro de Estados Unidos.

Sin embargo, como argumenta Cassis, sigue siendo importante reflexionar sobre las razones por las que en 2008 se permitió quebrar a  Lehman Brothers, un banco de inversión clave y enorme. Tal fracaso, según él, no era el típico de las crisis financieras del pasado: en 1890, en la crisis de Baring, en la crisis bancaria alemana de 1931 y en la crisis bancaria de Japón en 1997/98, algunos bancos quebraron, pero el impacto global no fue equivalente al pánico provocado por la implosión de Lehman. Por otra parte, Cassis sostiene que hay al menos dos razones principales que diferencian a los rescates bancarios de 2008/2009 con los del pasado. Una de ellas es el tamaño de los rescates, que fueron tan grandes que simplemente no hay vara de medir que puede ser realmente útil. La naturaleza tanto de los rescates directos como de la expansión cuantitativa (quantitative easing) de los bancos centrales no tiene un antecedente verdadero. Una segunda razón es que las pérdidas sufridas por un buen número de los principales bancos del mundo entre 2007 y 2010 «casi no tienen precedentes en la historia.»

Es precisamente este argumento que se centra en las diferencias entre el presente y el pasado que me parece más fértil para futuras investigaciones. De hecho, se podría argumentar que, si bien cientos de crisis financieras menores (bancarias y en los mercados de valores) en la historia moderna tienen un gran número de similitudes técnicas, las colapsos más «globales» son tan complejos y anclados a su contexto histórico que lo mejor es hacer hincapié en su singularidades, lo que inevitablemente requiere de una agenda de investigación multifacética para explicar algunas de sus características más destacadas. Esto se ilustra por el hecho de que a pesar de la gran cantidad de literatura internacional sobre la crisis de 1929 y la Gran Depresión, todavía existe un amplio debate sobre las causas y trayectoria. Lo mismo pueda probablemente ya decirse de la crisis de 2008 y de la naturaleza de las reformas bancarias que han comenzado a ser ratificadas y que están empezando a ponerse en práctica.

Sin embargo, las reformas bancarias son sólo una parte de la historia. El hecho del asunto es que a pesar de la duración y el número de las regulaciones a banca y a los mercados financieros promovidas por la legislación de Dodd Frank en Estados Unidos, los cambios institucionales más profundos y las reformas financieras probablemente se llevará a cabo en Europa, como resultado de la combinación de las crisis bancaria y de deuda soberana y de las crisis fiscales que han surgido en los últimos dos años. La Unión Europea se encuentra ahora en un proceso más difícil de reestructuración de su sistema financiero global y fiscal con el fin de proporcionar al Banco Central Europeo con una contrapartida equivalente al sistema de Tesorería de los Estados Unidos. Evidentemente, sin una estructura fiscal más integrada, la Unión Europea no puede proporcionar el respaldo necesario para la emisión de cantidades ilimitadas de bonos de deuda pública a corto o largo plazo necesarias para asegurar la estabilidad financiera.

Esta metamorfosis del colapso de 2008 hacia el malestar actual y profundo y hacia la persistente crisis financiera está prevista, en cierto sentido, por Cassis. En su prefacio, escribe que en el momento en que se lea su libro, habrá muchas nuevas cuestiones sobre la mesa, y el hecho es que las consecuencias de la crisis financiera que comenzó en 2008 todavía están con nosotros. Las crisis bancarias desatadas por la debacle no tienen precedentes en tamaño y en consecuencia en la historia moderna. Por tanto, un ejercicio de contraste es tan valioso como comparaciones con el pasado, porque ahora estamos moviendonos en territorio desconocido.