Uno de los frentes más dinámicos en las teorías del desarrollo vuelve a situar a los recursos naturales en el centro del debate. Lo que la evidencia -y la historia- nos muestra es que las «maldiciones» y las «bendiciones» se construyen. «Endogenizar» la abundancia de los recursos naturales -o, mejor, del capital natural- parece ser la línea argumental más prometedora para lograr nuevos avances en este campo del conocimiento.
Henry Willebald (Universidad de la República), 26 de septiembre de 2012.
En momentos en los cuales la crisis económica internacional no aparenta dar tregua a los países del “Norte”, en el “Sur” parecen soplar –desde ya hace tiempo– vientos favorables de expansión y mejoras del bienestar. En su informe anual de 2011, el Fondo Monetario Internacional (FMI) argumenta sobre la necesidad de alcanzar un “crecimiento mundial sostenido y equilibrado” –como si esa hubiera sido la norma en alguno de los últimos 200 años– contrastando el muy modesto desenvolvimiento de las economías avanzadas con el de las “economías emergentes y en desarrollo, [donde] el desempeño económico ha sido mucho más sólido”. En su informe de 2012 continúa con esa línea argumental de crecimiento mundial desquilibrado y, al hacer referencia a América Latina y el Caribe, destaca lo vigoroso de su crecimiento en una evolución que estuvo “muy influenciada por factores externos. El alto nivel de los precios de las materias primas apoyó la actividad en muchos de los países de la región que las exportan, a pesar de una desaceleración general del crecimiento mundial y los flujos de capitales, que ayudó a contener las presiones de sobrecalentamiento”. Ciertamente que es este regreso a las ventajas comparativas el que parece explicar la expansión de esas zonas periféricas y del “Sur” de la economía mundial.
La CEPAL comparte esta visión. En su último panorama de inserción internacional el organismo argumenta que “la fuerte expansión económica de China y el significativo crecimiento de su demanda de materias primas y alimentos han conducido en los últimos años a un auge de las exportaciones de América Latina y el Caribe a ese país. Debido, en gran medida, a la mayor demanda de China y otras economías emergentes, los precios de los productos básicos han experimentado un marcado aumento desde inicios de la década de 2000, particularmente en el caso de los minerales y metales. Si bien ambos factores han favorecido el crecimiento de los países de la región que exportan estos productos, especialmente los de América del Sur, también han aumentado su dependencia de los ingresos derivados de estas exportaciones, lo que plantea diversos desafíos.”¿A qué se refiere la CEPAL con esos desafíos? En forma más o menos implícita parece admitir lo que una extensa literatura sobre desarrollo económico identifica con la “maldición de los recursos naturales”.
Luego de los trabajos señeros de Jeffrey Sachs y Andrew Warner (de 1995 y de 2001) se han multiplicado los estudios que procuran constatar –o condicionar a ciertos procesos– una relación inversa entre crecimiento y la abundancia de recursos naturales (o de capital natural), extendiendo esas consideraciones a otras expresiones del desarrollo como la desigualdad e indicadores de bienestar. Sin embargo, el debate sigue abierto. Van der Ploeg (2011) hace una revisión muy atenta de la literatura e identifica ocho argumentos que sustentan la hipótesis más general de la “maldición”: (i) la bonanza de recursos induce la apreciación del tipo de cambio real, el declive de los sectores transables, la expansión de los no-transables (desindustrialización) y la contracción productiva luego del boom inicial (mal holandés); (ii) si es la manufactura –más que el sector agropecuario o el primario– la actividad que genera procesos de learning by doing y efectos de spill-over del capital humano, las rentas repentinas y elevadas (windfall) de los recursos naturales que presionan para “primarizar” la economía pueden afectar el crecimiento económico; (iii) la “maldición” está condicionada a la existencia de marcos institucionales débiles (en términos de definición de los derechos de propiedad, enforcement de los contratos, rule of law, perduración de las elites en el gobierno) que facilitan el establecimiento de condiciones adversas para el crecimiento; (iv) la maldición tiende a verificarse con mayor vigor en regímenes constitucionales presidencialistas y regímenes no-democráticos; (v) las rentas por recursos naturales aumentan la corrupción, especialmente en regímenes no democráticos, para capturar la riqueza y el poder político y, con ello, se ve afectado el desempeño de largo plazo; (vi) la volatilidad de los precios de los recursos naturales como resultado de repentinos descubrimientos o la propia dinámica de los mercados internacionales de las commodities pueden conducir a booms y contracciones cíclicas exacerbadas; (vii) la economía política de rentas abundantes combinadas con derechos de propiedad mal definidos, mercados imperfectos y sistemas legales deficientes brindan un escenario de oportunidades ideal para conductas tipo rent-seeking y conflictos armados que atentan contra el crecimiento y el desarrollo; (viii) la riqueza en recursos naturales puede tender a erosionar las facultades críticas de los políticos, inducir falsos sentidos de seguridad y llevar adelante políticas insostenibles o derrochadoras.
El propio autor se encarga de relativizar buena parte de la línea argumental de la “maldición”. Repasa un conjunto de ejemplos que ilustra que ésta no es un final ineludible y señala que la variedad de experiencias es más la norma que la excepción. Los casos de Botswana y su inmensa riqueza de diamantes, los de Indonesia, Malasia y Tailandia en el Sudeste Asiático, el de Noruega entre los países escandinavos, los Emiratos Árabes de las últimas décadas, e incluso algunos países latinoamericanos como Brasil y Chile, son situaciones en las cuales parece haberse encontrado los mecanismos para transformar la “maldición” en “bendición”.
Sin embargo, esta variedad de experiencias adquiere un carácter aún más marcado cuando ampliamos la mirada temporal y repasamos la historia de la economía mundial desde el siglo XVIII. ¿Qué tenemos para aportar los historiadores económicos en esta discusión? Las ilustraciones abundan.
Los recursos naturales –principalmente hierro y carbón– jugaron un rol clave en la emergencia del “crecimiento económico moderno”, con Gran Bretaña como el líder y Bélgica, Alemania, Francia y Estados Unidos como los seguidores. Además, durante el siglo XIX otras regiones del planeta fueron incorporadas a la expansión de la economía atlántica y participaron exitosamente en el comercio internacional sugiriendo que no sólo los recursos minerales eran una “bendición”. La Segunda Revolución Industrial tuvo importantes repercusiones en extensas regiones de la periferia mundial –varias partes de Sudamérica, Australasia, el norte y el sur de África– cuando de la mano del progreso tecnológico (el ferrocarril, la refrigeración, la reducción del costo interoceánico de transporte) amplias áreas de clima templado y tierras fértiles se incorporaron con materias primas y alimentos en los circuitos mundiales de la circulación capitalista. El interés que, desde la economía, ha experimentado la “maldición” no ha estado ajeno de esta evidencia histórica y la interacción no ha caído en saco roto.
En el último Congreso Internacional de Historia Económica, celebrado en Stellenbosch, South Africa, en julio de 2012, una de las sesiones fue dedicada a esta temática (Natural Resources in historical perspective: Curse or Blessing?) y el debate volvió a dejar en claro la heterogeneidad de experiencias. Los temas tratados refirieron al caso australiano, con énfasis en aspectos ligados a la diversificación productiva; las economías mineras sudamericanas (Bolivia y Chile); la distribución de los derechos de propiedad sobre la tierra (los casos de Finlandia y las economías de reciente asentamiento europeo) y los fenómenos de innovación inducidos desde la minería.
En un debate abierto como el que tenemos entre manos parece necesario precisar o redireccionar el carácter de las preguntas para no ir a tientas o, en su defecto, para buscar lo que perdimos en el lugar dónde lo extraviamos en lugar de hacerlo en el sitio donde creemos que hay más luz. Parte de la respuesta podemos encontrarla en un par de artículos que preceden al propio debate que estamos comentando y que refiere al desarrollo económico de Estados Unidos. Los trabajos de Paul David y Gavin Wrigth de los años noventa ofrecen varios argumentos en esta línea y que refieren, básicamente, al hecho de que la “natural resource abundance was an endogenous, ‘socially constructed’ condition that was not geologically pre-ordained” (David & Wrigth, 1997, p. 203). Afirmaciones como éstas dan algunas pistas de hacia dónde focalizar la investigación. Antes de buscar cuán mala o cuán buena es la abundancia de recursos naturales para el crecimiento y el desarrollo económico, puede ser más relevante –y conceptualmente más desafiante– preguntarnos sobre las condiciones que hacen posible la “endogenización” de la abundancia de recursos naturales y la conveniencia de trasladar nuestra atención a un concepto más sistémico como lo es el del capital natural.
Dos son los aspectos claves a tener en cuenta para comprender la modalidad que adopta esa endogenización y, en ambos casos, los historiadores económicos tenemos mucho que aportar. Por un lado, el rol que juegan las instituciones en ese proceso y, por otro, el papel que le corresponde a la incorporación del progreso tecnológico. En cuanto a las primeras –las que ya fueran uno de los temas centrales de la entrada al blog propuesta recientemente por Rafael Dobado– parece imprescindible preguntarnos sobre el rol que les cabe en cuanto a la definición de los derechos de propiedad y las condiciones de apropriabilidad de las rentas derivadas de esos recursos naturales. Sobre el progreso tecnológico y la innovación nos cabe preguntar sobre el desarrollo de conocimiento actualizado y estrategias de inversión en industrias basadas en recursos naturales, así como la conformación de encadenamientos hacia atrás y hacia delante desde los recursos base y la posibilidad de creación de agrupamientos de desarrollo superior.
Finalmente, pero no menos provocador, tenemos el desafío de trascender medidas relativamente sencillas de la abundancia de recursos naturales –que, muchas veces, resultan contradictorias pues confundimos abundancia con dependencia– para adentrarnos en la contabilidad del capital natural como medida sistémica de las rentas generadas por el medio ambiente en cuanto activo que interactúa con otras formas del capital. La historia económica tiene un largo camino por recorrer en estas consideraciones que hacen a la propia sostenibilidad del desarrollo y que puede dirigirse a la evaluación de conceptos como los de riqueza de las economías y ahorro genuino. La historia nos enseña que maldiciones y bendiciones se construyen y que reflexionar en términos de retos y oportunidades brinda nueva luz a muchas nuevas y viejas cuestiones de la disciplina.