América Latina y la economía mundial: plus ça change, plus c’est la même chose?

Juan H. Flores (Universidad de Ginebra), 29 de enero de 2014.

¿Qué está pasando en este inicio del 2014, desde una perspectiva latinoamericana? Que nos queda de esa lógica Prebischiana y más generalmente, estructuralista? En principio, debiera ser poco. En la práctica…

Existen dos premisas básicas en el razonamiento de Raúl Prebisch sobre el funcionamiento de la economía mundial, sin las cuales no podemos entender sus reservas sobre los beneficios de la globalización económica y financiera. La primera concierne el beneficio desproporcional proveniente del comercio internacional para los países del centro con respecto al destinado a la periferia. La otra se refiere a la dependencia del desempeño económico de la periferia respecto a los ciclos económicos de los países del centro.

Respecto a la primera premisa, su origen remonta a la época en la que Raul Prebisch presenció la situación de vulnerabilidad del gobierno argentino para negociar sus tratados comerciales, principalmente respecto a Inglaterra, el principal importador de sus productos y a donde se dirigían 40% de las exportaciones argentinas (esta situación dio pie, por ejemplo, al tratado Roca-Runciman de 1933). También constató que dada la estructura de la economía mundial, los términos de intercambio (esto es, el comportamiento de los precios de las exportaciones respecto a los de las importaciones) serían desfavorables a los países que se especializaban en la exportación de materias primas.

En cuanto a la segunda premisa, Prebisch tuvo muy en cuenta lo que sucedía en los mercados de capitales. Según él, cuando el ciclo económico de los países del centro estaba en una fase de expansión, había un aumento de liquidez y por tanto, una caída en los tipos de interés. En ese momento, los capitales se exportaban a los países de la periferia, donde los rendimientos eran más altos (generando peligrosos “booms” en el nivel de crédito interno). Cuando la tendencia del ciclo cambiaba, había una retracción de estos capitales, que con el aumento de los tipos de interés, el costo del servicio de la deuda se elevaba y acceder a nuevos prestamos devenía más complicado. Esto ocasionaba crisis recurrentes en los países periféricos.

Evidentemente, ambas premisas son dos lados de una misma moneda. Para Prebisch, un ciclo económico recesivo en el centro ocasiona la caída de la demanda de importaciones por un lado, pero también una menor disposición à invertir en la periferia, por el otro. Para los países de la periferia, esto implicaba menores ingresos, menor inversión, y menor crecimiento económico (crisis incluidas).

Este breve y burdo esquema sirve como telón de fondo para responder a las siguientes preguntas. Que está pasando en este inicio del 2014, desde una perspectiva latinoamericana? Que nos queda de esta lógica Prebischiana y más generalmente, estructuralista? En principio, debiera ser poco. Después de periodos de industrialización promovidos por el Estado y por esfuerzos de diversificación de las exportaciones, los temores de Prebish debieron haber quedado atrás. Además, como se ha promulgado a los cuatro vientos por muchos economistas alrededor del mundo, el comercio internacional del siglo 21 nada o poco tienen que ver con el del finales del siglo 20 (por ejemplo aquí). Las cadenas de producción globales existentes implican que los incentivos al proteccionismo, o la especialización aislada en la producción de un numero limitado de productos ha quedado atrás. Hoy los países están integrados en los procesos de producción globales.

Por otro lado, nuestros colegas politólogos nos hablan del nuevo poder de negociación de los países emergentes, gracias, en parte, al tamaño que algunos de ellos han alcanzado, como por ejemplo, China, la India o Brasil. Por lo mismo, estos países ya son capaces de imponer condiciones a los nuevos acuerdos comerciales, como parece haber sido el resultado de las negociaciones —eso sí, multilaterales— en Bali de diciembre 2013.

En cuanto a los mercados de capitales, ha habido un desarrollo en el sector financiero en algunos países de América Latina, lo cual ha permitido el aumento del crédito al consumo y a la pequeña empresa. Algunos casos emblemáticos son los de Brasil, Chile, o Uruguay. También se han introducido controles a los flujos de capitales para evitar problemas relacionados con los capitales golondrinos o la apreciación excesiva de las monedas. Finalmente, se ha perdido el miedo al tipo de cambio flexible, lo cual ha permitido que el tipo de cambio de los países periféricos se ajuste según la oferta y la demanda, con lo que los bancos centrales, que tienen mayor autonomía que la que tuvieron a lo largo del siglo 20, tienen más margen de actuación.

No obstante y como usted habrá intuido, la realidad es mucho más compleja. Más bien, mucho del legado de Prebisch sigue vivito y coleando. Ya se ha discutido mucho en este blog sobre la dependencia por parte de una gran mayoría de países latinoamericanos de la exportación de materias primas (véase aquí o aquí). Como hemos escuchado últimamente a algún Davosero despistado, “no me preocupa lo que pase con el peso, me importa lo que pase con China”. Y ciertamente tiene razón. Sigue habiendo una dependencia de lo que pasa en los países del centro (aunque China en realidad no es del centro, ¿o sí?). Aun así, lo que sucede con los mercados de divisas y de bonos gubernamentales es un tema a tomarse muy en serio.

¿Qué sucede entonces en los mercados de capitales? Que los países han perdido atractivo precisamente porque su posición en la economía mundial ha perdido fuelle ante la caída en la demanda de sus exportaciones. Además, dado el anuncio en 2013 del cese del programa de “relajamiento monetario” (que traducción tan fea, por dios) en Estados Unidos (lo cual, tendrá un efecto sobre los tipos de interés internacionales), hay de nuevo una repatriación de capitales. Este cambio de expectativas causa cierto nerviosismo entre los inversionistas, lo que se traduce en volatilidad financiera.

En periodos de turbulencias, y sobretodo cuando hay libre circulación de capitales a nivel internacional, existe un fenómeno que se denomina “fuga hacia la calidad” (otra vez, por favor, necesito otro traductor). ¿Qué significa? Que ante eventos inesperados o en presencia de un alto grado de incertidumbre, los inversionistas muestran una fuerte preferencia por activos más seguros.

En cierta medida, no es de extrañar lo que ha sucedido en las ultimas semanas. Existen, ya ahora hace algunos años, varios focos rojos que persisten en la economía mundial (la crisis en Europa, la incertidumbre proveniente de la situación en Siria, inestabilidad política o económica en países como Venezuela o Argentina) , que se traduce en una volatilidad mayor en los activos financieros provenientes de los países emergentes — considerados de mayor riesgo— y una apreciación de monedas y activos considerados mas seguros –monedas como el euro, el yen o el franco suizo, por ejemplo, o los bonos de tesorería de Estados Unidos o de Alemania. Por otro lado, cae la demanda de monedas o bonos de países emergentes, o de aquellos donde los problemas económicos son mas evidentes –por ejemplo, los países de Europa del Sur-. La devaluación del peso argentino, y la depreciación de otras monedas de países emergentes son el último episodio de este fenómeno.

Hay términos que en algún momento parecían quedar atrás. En la década de los 1990, los famosos efectos X del contagio financiero inundaron las portadas de los periódicos como desfiles de moda.  Recordemos los célebres efectos tequila, samba, vodka, y el efecto tango, por nombrar los más folclóricos. La continuidad de choques y la volatilidad ocasionada daban la razón a aquellos que argumentaban que el riesgo y los costos de la liberalización financiera era mucho mayor que los supuestos beneficios que dicha apertura conllevaba.

Ahora bien. La crisis mexicana de 1994 no afectó a todos los países emergentes por igual, ni siquiera en América Latina. A pesar de esa aparente indiscriminación con la cual los mercados financieros tratan a todos los países emergentes, la situación propia a cada país y su percepción fuera —esto es, la relación de cada gobierno con sus prestamistas— son muy relevantes. Obviamente, los fundamentos macroeconómicos importan. Pero también importa tener una fuente última de liquidez, aunque sea por estar en posesión de un arma de disuasión masiva ante posibles ataques especulativos (desgraciadamente, hoy en día, Argentina no tiene ni una, ni otra).

Tomemos algunos ejemplos históricos. En la crisis de 1873, con una seria crisis financiera en Europa y que tuvo serias consecuencias sobre la economía mundial, los títulos de deuda de varios gobiernos de América Latina sufrieron una fuerte ola de presión. Los defaults de países como Turquía (o en ese entonces el Imperio Otomano), o Perú causaron mucha volatilidad en los precios de los bonos de los países (que hoy serían considerados) emergentes. Pero las consecuencias fueron menores en países como Argentina, Brasil o Chile. Contrariamente a lo que se temía, Argentina evitó el default (y unos años después incluso adoptó el patrón oro). Chile tenía un nivel de endeudamiento exterior muy bajo, mientras que Brasil tenía una excelente posición en el mercado financiero de Londres.

En el caso de  la crisis de 1890, por ejemplo, los tipos de interés en Inglaterra aumentaron, y esto aceleró la repatriación de capitales que ya estaba en marcha dada la inestabilidad macroeconómica y política en países como Argentina y Brasil. En los años siguientes, Argentina, Uruguay, Portugal, Grecia, o Brasil, entre muchos otros, tuvieron que restructurar sus deudas. Otros más, como México o Chile, presentaron menores dificultades. Ambos países tenían fundamentos macroeconómicos relativamente estables pero también una posición solida con los principales bancos internacionales.

Poco tiempo antes del estallido de la crisis de 1890, el Gobierno Argentino intentó detener la depreciación del peso papel (respecto al peso oro) mediante prohibiciones a las transacciones de oro en Bolsa

Poco tiempo antes del estallido de la crisis de 1890, el Gobierno Argentino intentó detener la depreciación del peso papel (respecto al peso oro) mediante prohibiciones a las transacciones de oro en Bolsa. Fuente: Statist, 30 de marzo de 1889. Guildhall Library, Londres.

La situación general en 1982 es mucho más compleja y muy discutida en la literatura. Los términos de intercambio sufrieron cierto deterioro, aunque no más que países en Asia y que sortearon el difícil inicio de los años 1980 sin mayores complicaciones. Algunos bancos centrales de países prestamistas, como la Reserva Federal Estadounidense o el Banco de Inglaterra, habían comenzado un periodo de política monetaria restrictiva (que conllevó tipos de interés más elevados) para luchar contra la inflación. Este cambio de política tuvo un efecto adverso directo sobre muchos países en vías de desarrollo, y afectó directamente el costo de los préstamos bancarios asumidos por muchos gobiernos de países en América Latina, pero también en África o en Asia. Algunos países como Colombia, Corea, Malasia o Tailandia sortearon relativamente bien la crisis, mientras que otros muchos sufrieron de lo lindo.

La revista mensual Euromoney resumía las condiciones de los prestamos internacionales para diferentes grupos de países. Aunque a finales de la década de los setenta hubo una convergencia en estas condiciones, la diferenciación empezó justo a principios de los ochenta. El grupo de países emergentes tuvo un deterioro generalizado en los términos de sus nuevos prestamos.

La revista mensual Euromoney resumía las condiciones de los prestamos internacionales para diferentes grupos de países. Aunque a finales de la década de los setenta hubo una convergencia en estas condiciones, la diferenciación empezó justo a principios de los ochenta. El grupo de países emergentes tuvo un deterioro generalizado en los términos de sus nuevos prestamos.

¿Qué ha cambiado ahora? Poco, afortunada y desafortunadamente. Afortunadamente porque no todos sufrirán los efectos de la crisis por igual. Desafortunadamente, porque todo parece un déjà vu. Nos guste o no, América Latina forma parte de la economía mundial. No se puede ir a medias, o decir ahora sí y ahora no. Si hay logros en el poder de negociación para los tratados comerciales, como sostienen algunos, ahora se trata de complementarlos con políticas internas para aprovecharlos tal y como como se venden. Si se liberaliza el sector financiero, las políticas económicas tienen que moverse acorde, y la relación con los prestamistas internacionales tendría que llevarse en paz, o al menos ayudaría definir bien las reglas del juego desde un inicio. Se trata ahora de evitar más décadas perdidas.