Este blog trata temas de economía e historia económica y su objetivo principal es el de proveer a nuestros lectores de una dimensión histórica al análisis de los problemas económicos contemporáneos. Asimismo, tenemos la intención de divulgar la historia económica mediante la difusión de los últimos hallazgos, investigaciones y debates en nuestra disciplina.
El grupo de investigadores está conformado por académicos de primer nivel en America Latina, Estados Unidos, Inglaterra y España. Las entradas son semanales y abarcaran todo tipo de temática y evento: el comentario de un nuevo libro, o grupos de ellos y que sean de especial relevancia para el debate público; el análisis de un fenómeno contemporáneo a la luz de la experiencia histórica; las nuevas investigaciónes de los autores mismos; se expondrán los contenidos fundamentales de congresos, seminarios, u otros eventos importantes en historia económica. Escribiremos sobre temas globales, y frecuentemente sobre temas relevantes para América Latina y España. Se tratarán, entre otros, temas relacionados al desarrollo económico de los países, las finanzas globales, crisis financieras, recursos naturales, educación, desarrollo tecnológico, la política económica y el papel del Estado en la economía.
Agustina Rayes (CONICET, Universidad Nacional de San Martín)
El potencial que ofrecen las nuevas tecnologías a la hora de digitalizar y analizar los datos de las estadísticas históricas de comercio exterior es enorme. América Latina, con estadísticas de comercio exterior razonablemente fiables desde mediados del siglo XIX, puede ver mejorada la comprensión de uno de los sectores más dinámicos de su economía y profundizar en el estudio de lo que sucedió durante la Primera Globalización, en el momento de su inserción en la economía global. Para una correcta comprensión del comercio exterior, es básico avanzar en dos elementos previos al análisis en sí de las grandes tendencias: el estudio de la fiabilidad de las estadísticas de comercio exterior y la estandarización de las estadísticas para su comparabilidad temporal y geográfica (véase aquí y aquí). [1]
Vista aérea del Puerto de Montevideo y la Ciudad Vieja
Fuente: Centro de Fotografía de Montevideo (CdF) [0102FMHE].
Trabajos como los de Cárdenas, Ocampo y Thorp (2003), Bértola y Ocampo (2013) y Kuntz-Ficker (2017) resaltan la falta de diversificación y concentración en la mayoría de las canastas exportadoras durante la Primera Globalización, como un rasgo característico de la economía latinoamericana y que, en algunos casos, se ha convertido en un freno para el desarrollo posterior de las exportaciones y de la industria. De hecho, Bulmer-Thomas (2003) destaca que sólo aquellos países con una estructura más diversificada (nuevos mercados y productos), mostraron un mayor dinamismo económico. La mayor parte del análisis de la concentración y la diversificación de las exportaciones se ha basado en los valores de las exportaciones. Sin embargo, Melitz y Redding (2014) plantean, de manera complementaria a las valoraciones, la importancia que tiene conocer el número de productos y el número de mercados, lo que permite matizar el grado real de diversificación de las exportaciones. Es lo que conocemos como análisis de los márgenes extensivos del comercio, los cuales permiten comprender mejor los vínculos entre comercio, productividad y crecimiento. Para su cálculo, se identifican los países en las categorías más homogéneas posibles a lo largo del tiempo, y el nivel de agregación de los ítems en los que se clasifican los productos.
Nuestro aporte (véase aquí) demuestra la sensibilidad que tienen los resultados obtenidos en función del nivel de agregación de productos. Es por ello que proponemos una forma complementaria de medir la diversificación de las exportaciones (variable relevante a la hora de comprender el comportamiento de las exportaciones en el medio y largo plazo), a partir del número relativo de bienes y de socios comerciales. Para ello, tenemos dos opciones. La primera es basarse en el número de artículos registrados originalmente en las fuentes oficiales. La segunda, homogeneizar y estandarizar los datos originales. Siguiendo a Hungerland y Altmeppen (2021) optamos por homogeneizar los datos originales de comercio exterior, considerando distintos niveles de agregación para varios países de América Latina (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica y Uruguay), antes de la Primera Guerra Mundial, siguiendo la clasificación “Standard International Trade Classification” (SITC revisión 2), que nos permite obtener una agregación parecida a la utilizada por COMTRADE a partir de 1960. Pese a que optemos por esta aproximación como la más adecuada, también hay que indicar que esta clasificación tiene un número de partidas de bienes industriales mayor que el de bienes primarios, es decir, que genera determinados sesgos que hemos de tener en cuenta a la hora de interpretar los resultados.
Iniciativas de homogenización de estadísticas de comercio exterior
Numerosas iniciativas intentaron, desde el siglo XIX, homogeneizar y normalizar los datos de las Estadísticas Oficiales de Comercio Exterior. El primer congreso internacional se celebró en Bruselas en 1853, y se elaboró una clasificación estadística internacional para las mercancías, que incluía 185 artículos. Posteriormente, en el marco de la recién fundada Sociedad de Naciones, en 1931, se adoptó la Nomenclatura de Ginebra, que comprendía 991 partidas desagregadas a cuatro dígitos. En 1952, la Nomenclatura Arancelaria de Bruselas (BTN) clasificó 1.097 productos, agrupándolos en función de la naturaleza de sus materias primas, siguiendo así la tradición de la nomenclatura arancelaria de América Latina desde 1910. Por su parte, el Consejo Económico y Social de la ONU instó a sus miembros a adoptar la “Standard International Trade Classification” (SITC), elaborada en 1950 y basada en la Lista Mínima de Productos Básicos para las Estadísticas del Comercio Internacional de la Sociedad de Naciones (publicada en 1937).
La SITC ha sido revisada en varias ocasiones y en ella, los productos básicos se clasifican, a diferencia de la BTN, por fase de fabricación y por origen industrial (materias primas). Como en cualquier proceso de clasificación, la SITC no ha estado exenta de polémica. Elaborada esencialmente por países europeos, los Estados Unidos y Canadá se opusieron a su adopción por considerar que no reflejaba la composición de su comercio. Esto explica, en parte, por qué la SITC coexiste hoy con el ”Harmonized Commodity Description and Coding System (HS)”, que entró en vigor en 1988.
Hoy en día, el paso otra vez hacia una clasificación basada en la naturaleza de los materiales utilizados en vez de en la fase de transformación de los productos es uno de los retos existentes para las investigaciones sobre energía y medio ambiente.
Índice de concentración comercial en América Latina
Para normalizar las partidas originales incluidas en las estadísticas oficiales, consideramos la agregación a 4 dígitos de la SITC-Rev. 2 (N=784), por adaptarse mejor a las características históricas de los datos. La Tabla 1 muestra los resultados obtenidos para nuestra muestra de países, más Italia, España y Noruega, lo que permite una comparación de las economías latinoamericanas con tres países de la periferia europea. La homogeneización en el caso de España y Noruega es un trabajo propio, mientras que las estadísticas de Italia están disponibles normalizadas.
Vista de la Aduana de Puerto Madero, Buenos Aires
Fuente: Colección Cuarterolo.
La homogeneización y normalización de los datos comerciales reduce el número de productos originalmente registrados en las estadísticas oficiales, desde el 19% en el caso de Brasil hasta el 51% en el de Uruguay. Estas reducciones distan mucho de ser insignificantes, pero pueden ser explicadas. Cuando los valores totales exportados son bajos, resulta relativamente sencillo para el personal de aduanas registrar cada producto con un alto nivel de desagregación y detalle. Sin embargo, a medida que aumenta el volumen del comercio y mejoran los conocimientos burocráticos, se hace necesario agrupar los artículos en distintas categorías. Esto hace que los registros estadísticos sean más legibles y fáciles de interpretar. Por ejemplo, en el caso de Argentina, en 1910 los datos comerciales estaban considerablemente mejor organizados que en 1880 (Rayes, 2016). Una segunda explicación para la reducción del número de bienes en las estadísticas latinoamericanas puede ser que el sistema de clasificación esté sesgado en favor de los países industriales desarrollados (de hecho, las manufacturas están muy desagregadas generando un mayor número de bienes exportados), mientras que la diversidad de los recursos naturales de América Latina se pasa por alto. Por ejemplo, a principios del siglo XX, Argentina identificaba 26 tipos diferentes de cueros y pieles, mientras que la SITC sólo reconocía seis productos equivalentes a 5 dígitos y cinco a 4 dígitos. Los países europeos periféricos incluidos en la muestra, que no estaban a la vanguardia del desarrollo industrial antes de la Primera Guerra Mundial, también sufren una contracción en el número de bienes exportados tras el proceso de normalización.
Tabla 1. Diversificación por productos a nivel de cuatro dígitos (SITC–Rev. 2), 1910-1913
Fuente: elaboración propia a partir de Badia-Miró, Carreras-Marín y Rayes (2023).
La última columna de la Tabla 1 muestra nuestra medida de diversificación (ID) que se obtiene en términos relativos en función del número total de productos posibles existentes (ni/N). Si consideramos ese indicador, Argentina no es el país más diversificado de la muestra, y Uruguay, México, y Chile parecen exportar una gama más amplia de productos. Las exportaciones de Colombia también parecen más diversificadas, pero como sus datos corresponden a 1916, este resultado no es directamente comparable. En general, nuestra muestra nos permite afirmar que Argentina no fue un caso único dentro de la región latinoamericana y que América Latina en su conjunto se comportó de forma bastante diferente a Italia y España, aunque de forma muy similar a Noruega (exportador de materias primas en esta época).
El mismo tipo de medida de la diversificación, en función de las posibilidades existentes, se ha aplicado para el número de destinos geográficos de las exportaciones latinoamericanas, mostrando que la diversificación de producto y la de destino no siempre van de la mano. Estos resultados nos permiten concluir que la alta concentración del comercio de las exportaciones en unos pocos bienes y mercados es una simplificación del modelo de crecimiento basado en las exportaciones y de sus implicaciones para la industrialización de la región.
Apuntes finales
Sin modificar las grandes líneas de interpretación presentadas en trabajos anteriores, estos nuevos resultados nos permiten introducir una serie de matices. En primer lugar, los países de la región no necesariamente presentan el mismo patrón de concentración en su canasta exportadora que en la distribución geográfica de su comercio exterior. En segundo lugar, tal y como se observa en la Tabla 1, la diversificación de Argentina no fue un proceso tan singular como tradicionalmente se ha subrayado, al menos en términos relativos a partir del número de productos exportados medidos con categorías estandarizadas. En tercer lugar, los menores niveles de diversificación parecen estar fuertemente vinculados con la especialización en la exportación de primeras materias, tal como sugiere la comparación con Noruega. Queda fuera del campo del trabajo el dilucidar si esto último es un sesgo estadístico de los criterios de estandarización aplicados o un problema asociado a la naturaleza de los bienes exportados.
[1] Esta entrada de Blog recoge los principales resultados y conclusiones del artículo: Badia-Miró, M.; Carreras-Marín, A.; Rayes, A. (2023). “Latin American exports during the first globalization: How statistical aggregation and standardization affect our understanding of trade”. Historical Methods: A journal of Quantitative and Interdisciplinary History, 56 (2), pp. 97-114. Quiero agradecer los comentarios de Henry Willebald.
Referencias
Badia-Miró, Marc, Anna Carreras-Marín, y Agustina Rayes. 2023. «Latin American Exports during the First Globalization: How Statistical Aggregation and Standardization Affect Our Understanding of Trade». Historical Methods: A Journal of Quantitative and Interdisciplinary History 56 (2): 97-114.
Bértola, Luís, y José Antonio Ocampo. 2013. El desarrollo económico de América Latina desde la Independencia. México D.F., México: Fondo de Cultura Económica.
Bulmer-Thomas, Victor. 2003. The Economic History of Latin America since independence. Cambrige, UK: Cambrige University Press.
Cardenas, Enrique, José Antonio Ocampo, y Rosemary Thorp. 2003. «Introduction». En La era de las exportaciones latinoamericanas. De finles del siglo XIX a principios del XX, editado por Enrique Cardenas, José Antonio Ocampo, y Rosemary Thorp, 9-53. Lecturas. México D.F., México: Fondo de Cultura Económica.
Hungerland, Wolf-Fabian, y Christoph Altmeppen. 2021. «What Is a Product Anyway? Applying the Standard International Trade Classification (SITC) to Historical Data». Historical Methods: A Journal of Quantitative and Interdisciplinary History 54 (2): 65-79.
Kuntz-Ficker, Sandra. 2017. The First Export Era Revisited. Reassessing its Contribution to Latin American Economies. Palgrave Studies in Economic History. Palgrave Macmillan.
Melitz, Marc J., y Stephen J. Redding. 2014. «Heterogeneous Firms and Trade». En Handbook of International Economics, editado por Gita Gopinath, Elhanan Helpman, y Kenneth Rogoff, 4:1-54. Amsterdam, Holand: Elsevier.
Rayes, Agustina. 2016. «La construcción de las estadísticas oficiales argentinas de exportación, c. 1880 – 1930». Estudios Sociales del Estado 2 (4): 96-120.
Sebastián Alvarez es profesor asistente en la Universidad Adolfo Ibáñez e investigador asociado de la Facultad de Historia de la Universidad de Oxford y del Graduate Institute de Ginebra. Es Doctor en Historia Económica y Social por la Universidad de Ginebra, Magister en Economía por la Universidad de Paris 1 – Panthéon Sorbonne y Licenciado en Economía por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Sus áreas de interés son la historia bancaria, las crisis financieras, los regímenes monetarios y la política económica.
RESUMEN. Los grandes bancos del mundo desarrollado son actores centrales de los mercados de capitales internacionales y los flujos financieros globales. ¿Cuáles son los orígenes de la globalización bancaria moderna? ¿Cómo se dieron estos procesos en la periferia? En esta entrada al Blog reflexionamos sobre los orígenes de la globalización financiera en América latina en base a los resultados del artículo “Latin American Banks and the Euromarkets: A View on the Process of Early Bank Globalization from the Periphery” publicado próximamente en el Jahrbuch für Wirtschaftsgeschichte / German Economic History Yearbook. El trabajo documenta el nivel y alcance de este proceso en las etapas tempranas de la globalización bancaria moderna de América Latina y abre nuevos interrogantes sobre las razones y la economía política de su evolución posterior.
Fuente: The Banker, Junio de 1979, p. 110
¿Cuándo comenzó la globalización bancaria moderna? ¿Cómo fue este proceso en el mundo en desarrollo y qué consecuencias produjo para los sistemas financieros? Estas preguntas son aún hoy en día fuente de debates y nuevas investigaciones entre economistas, politólogos e historiadores. En muchos aspectos, la globalización bancaria despegó a comienzos de la década de 1970 con el levantamiento de controles de capitales y liberalización financiera adoptados en una gran cantidad de países.[1] Con la caída de Bretton Woods se reconfiguró el sistema monetario internacional y se inauguró una nueva era de tipos de cambio flexibles que presentaron amenazas para los bancos, pero reforzaron también los movimientos de capitales a escala global que se encontraban ya en fuerte expansión de la mano del desarrollo de los Euromercados y el crecimiento de la plaza financiera de Londres.
La presencia de la banca latinoamericana en losprincipales centros financieros
La banca comercial fue un actor clave y parte fundamental de estos procesos. Siguiendo con rezago la creciente expansión de las compañías multinacionales en el dinámico escenario económico mundial de la postguerra, el nuevo contexto de apertura financiera abrió puertas previamente cerradas a transacciones internacionales y nuevas oportunidades de negocios en el exterior. El choque petrolero de 1973 y los masivos excedentes comerciales de los países de la OPEP que fueran luego depositados en los Euromercados en Londres (los famosos “petrodólares”) proveyeron recursos que propulsaron aún más la banca internacional y los mercados de créditos globales.[2] Los grandes bancos comerciales de los países desarrollados, sobre todo de Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, estuvieron a la vanguardia y lideraron estos desarrollos financieros, pero los países de la periferia no fueron la excepción y sus bancos y sistemas bancarios también se globalizaron durante este periodo. No obstante, su presencia internacional y su participación en los mercados de capitales globales no ha recibido mucha atención y poco se conoce aún sobre la magnitud y las implicancias de este fenómeno.
En América latina, la región más dinámica y económicamente más pujante del mundo en desarrollo en ese entonces, la banca comercial inició un fuerte proceso de internacionalización en este periodo. El Gráfico 1 muestra la ubicación y el tamaño (medido a partir del número de empleados) de las agencias y sucursales de bancos latinoamericanos en Londres entre 1973 y 1982 (es decir, entre el año del choque petrolero y el estallido de la crisis de la deuda). El gráfico ilustra la expansión y la creciente presencia latinoamericana en la plaza financiera londinense, no sólo en términos del número de bancos y el aumento de su tamaño, sino también por la mayor cantidad de países de dónde provenían. Mientras que sólo 5 bancos de 4 países tenían presencia en Londres en 1973, 28 de 8 países distintos estaban operando en la City londinense hacia 1982. Los bancos brasileños, argentinos y mexicanos, las tres mayores economías de la región, eran los actores más importantes, pero también había presencia bancaria colombiana, chilena, uruguaya, venezolana e, incluso, cubana. Además de sus propias sucursales o agencias, muchos de estos bancos tenían presencia indirecta en Londres a través de participación accionaria en consorcios bancarios junto con otros bancos europeos o de la región.
Gráfico 1. Evolución de las oficinas bancarias latinoamericanas en Londres entre 1973 y 1982
Fuente: “Foreign Banks in London,” The Banker (varios números).
Como capital de los Euromercados, Londres fue un destino importante para los bancos comerciales latinoamericanos pero su verdadero centro de atracción estuvo en Estados Unidos. Nueva York, histórica rival financiera de la City, también vivió un fuerte desarrollo como centro bancario internacional en esta época y para América Latina representaba un destino primordial. El Gráfico 2 ilustra la fuerte (y relativamente mayor) presencia de la banca latinoamericana en Manhattan en 1982 (con respecto a Londres). Por un lado, todos los bancos latinoamericanos con oficinas en Londres estaban también presentes en Nueva York, y por lo general con agencias de mayor tamaño. Por otro lado, muchas otras instituciones bancarias de la región operaban en Nueva York y no en Londres. En 1982, un total de 37 bancos de 10 países latinoamericanos diferentes tenían agencias o sucursales en Manhattan (y empleaban más de 1200 personas), las cuales estaban principalmente concentradas en Midtown y, en menor medida, en el Distrito Financiero en downtown. Aparte de Nueva York, muchos de estos bancos tenían también agencias en centros financieros regionales, sobre todo en San Francisco, Los Ángeles y Miami, así como oficinas de representación en muchas otras ciudades.
Gráfico 2. Oficinas bancarias latinoamericanas en la ciudad de Nueva York en 1982
Fuente: “Foreign Banks in New York,” The Banker (varios números).
Aunque en menor medida, la internacionalización de la banca latinoamericana también significó su llegada a los centros financieros del Caribe. Las finanzas offshore y los paraísos fiscales de Asia y Centroamérica pulularon y vivieron una gran expansión en los años 1970s, y como tales atrajeron también una cantidad creciente y variada de bancos extranjeros.[3] En materia offshore, los centros del Caribe eran la opción lógicamente más privilegiada y los grandes bancos internacionales de América Latina, principalmente los brasileños, argentinos y mexicanos, abrieron oficinas en las Islas Caimanes, las Bahamas y Panamá. El centro financiero panameño, uno de los más importantes del Caribe, fue de especial importancia sobre todo para la banca colombiana, para la cual representó su principal plataforma de operaciones internacionales. El Gráfico 3 muestra la presencia y participación de los bancos latinoamericanos en la plaza financiera panameña en 1982. 8 de los 12 bancos latinoamericanos eran colombianos y estos representaban, en conjunto, aproximadamente el 55 por ciento de los activos totales de los bancos latinoamericanos. Algunos bancos colombianos se encontraban incluso entre los mayores de los cientos de bancos extranjeros que operaban en Panamá.
Gráfico 3. Bancos latinoamericanos en Panamá en 1982
Fuente: Datos de Caballero-Argáez y Avella Gómez (1986).
¿Para qué tener presencia en los centros financieros?
Para la banca latinoamericana, la presencia directa en Londres y en Estados Unidos ofrecía una puerta de entrada a los Euromercados y al enorme mercado (inter)bancario norteamericano. A través de sus agencias y sucursales en estas plazas financieras, los bancos podían acceder a nuevas fuentes de fondos y captar recursos en el mercado de Eurodólares y en los mercados monetarios estadounidense con los cuales llevar a cabo sus actividades internacionales. Estas incluían, principalmente, la participación en eurocréditos o préstamos sindicados internacionales en asociación con otros bancos, como así también financiamiento para exportaciones e importaciones, entre otros negocios en los países de destino o a nivel internacional.[4] Para las casas matrices, las agencias y sucursales ubicadas en los principales centros financieros mundiales eran el instrumento de acción en los Euromercados y el brazo a través del cual participaron en el proceso de reciclaje de petrodólares y el boom de préstamos internacionales. Mientras que Londres y Estados Unidos ofrecían acceso a dólares genuinos con los cuáles fondear sus actividades internacionales, las agencias y sucursales en los centros offshore del Caribe desempeñaban una función contable y de arbitraje regulatorio entre las distintas plazas.
En términos generales, la internacionalización de la banca y su involucramiento en los Euromercados resultó en mayores niveles de intermediación financiera internacional. El Gráfico 4 representa los activos y pasivos externos (con no residentes) y el ratio obligaciones externas sobre capital para el sistema bancario de siete países de la región a comienzos de los años 1980s. El gráfico muestra que, salvo en el caso de Uruguay, la posición externa del sistema bancario no estaba perfectamente calzada, y que para los países más involucrados en las finanzas internacionales los pasivos externos fueron en general (bastante) superiores a su contraparte activa. Esto significa que las operaciones financieras en el exterior sirvieron como fuente de recursos que se canalizaban domésticamente para financiar residentes, haciendo de la banca internacional un mecanismo para la transmisión de liquidez global al país. No obstante, el nivel de involucramiento y la medida en que los recursos extranjeros se utilizaban para financiar la expansión de los activos domésticos variaban de país a país.
Gráfico 4. Activos y pasivos externos del sistema bancario doméstico a comienzos de los 1980s
Nota: Datos para fines de 1982, pero para Chile es 1980 (1981 y 1982 no son reportados) y el ratio pasivos externos a capital para Perú es de 1980 (datos sobre capital para 1981 y 1982 no son reportados)
Fuente: IMF’s International Financial Statistics.
Al final, la crisis ¿y después qué?
Los problemas financieros de las economías latinoamericanas a comienzos de la década de 1980, y sobre todo estallido de la crisis de la deuda luego de la moratoria mexicana en agosto de 1982, tuvieron repercusiones importantes para las actividades internacionales de los bancos de la región. Los problemas bancarios, de balanza de pago, y endeudamiento generaron nerviosismo en el sistema financiero internacional y un aumento en la percepción del riesgo de los bancos latinoamericanos, dificultando sus operaciones de fondeo en los mercados interbancarios internacionales. Los bancos mexicanos, pero también algunos brasileños y los argentinos, sufrieron graves problemas de liquidez en sus operaciones externas que comprometieron su posición financiera y solvencia. Los colombianos, por su parte, que sufrieron una gran crisis doméstica, también confrontaron serias dificultadas en sus operaciones en Panamá.[5] Aunque menos estudiado, la situación de otros bancos de la región involucrados en los mercados internacionales, como los bancos venezolanos, chilenos y peruanos, también se vio afectada, aunque la cronología y las razones de sus problemas varían de caso a caso. Los consorcios bancarios latinoamericanos también sufrieron el impacto de la crisis, entraron en procesos de liquidación para ser finalmente cerrados entre fines de los 1980s y principio de los 1990s.
Independientemente de las dinámicas y particularidades de cada caso, la “década perdida” de los 1980s interrumpió el rápido y vigoroso proceso de expansión bancaria internacional de la década previa. En medio de serios problemas financieros y macroeconómicos, los sistemas bancarios de América Latina atravesaron importantes transformaciones, incluyendo quiebras, fusiones, nacionalizaciones, adquisiciones por bancos extranjeros, reprivatizaciones, que reconfiguraron la estructura de la industria y las dinámicas de internacionalización. Si bien el proceso histórico de la globalización de la banca latinoamericana moderna no ha sido estudiado aún, un cambio importante parece verificarse desde la década de los 1980s. A diferencia de lo sucedidos durante los 1970s, cuando la mayoría de los bancos que lideraban el proceso de internacionalización estaban en manos de actores públicos o privados nacionales, la globalización de la banca latinoamericana a partir de la década de 1990 parece en cambio dominada por una mayor presencia de propiedad extranjera. ¿Cuál es la relación entre la internacionalización bancaria temprana y las crisis financieras de la región en los 1980s? ¿están los cambios en la estructura propiedad y la ‘extranjerización’ de la industria bancaria relacionados con sus pasivos externos y los problemas financieros sufridos durante la década perdida? Estas son preguntas importantes para la historia de la región que requieren aún ser estudiadas.
Alvarez, Sebastian. 2019. Mexican Banks and Foreign Finance: From Internationalization to Financial Crisis, 1973-1982. Cham: Palgrave Macmillan.
———. 2021. “International Banking and Financial Fragility: The Role of Regulation in Brazil and Mexico, 1967-1982.” Financial History Review 28(2): 175–024.
Battilossi, Stefano. 2000. “Financial Innovation and the Golden Ages of International Banking: 1890-31 and 1958-81.” Financial History Review 7(02): 141–75.
Bryant, Ralph C. 1987. International Financial Intermediation. Washington D.C: Brookings Institution Press.
Caballero Argaez, Carlos, and Mauricio Avella Gómez. 1986. La Banca Colombiana y La Banca Internacional.
Francis, Carlene Y. 1985. “The Offshore Banking Sector In The Bahamas.” Social and Economic Studies 34(4): 91–110.
Higgins, J. Kevin. 1999. Offshore Financial Services: An Introduction. The Counsellors Ltd.
Jones, Geoffrey, ed. 1992. Multinational and International Banking. Aldershot: Edward Elgar.
Pecchioli, Rinaldo M. 1983. The Internationalisation of Banking: The Policy Issues. Paris: OECD.
Mucho se ha comentado últimamente sobre las contradicciones entre la independencia de los bancos centrales y los regímenes democráticos en los cuales operan. Quienes ven una contradicción entre ambos argumentan que los mandatos de los bancos centrales son por naturaleza decisiones difíciles. Si bien dichos mandatos varían de un país a otro, hoy en día estos incluyen principalmente la estabilidad de precios y la promoción de la actividad económica, siempre con la idea que la política monetaria corresponda con el interés del país (como se explicita en el caso del Banco Nacional Suizo). Pero, ¿cómo se determina cuáles son los intereses del país que deben prevalecer? Es evidente que las decisiones de estas instituciones tienen efectos asimétricos sobre los diferentes grupos de la economía y que van más allá de sus efectos sobre los precios y los tipos de interés.
Es un buen momento para preguntarse hasta qué punto un banco central deba mantenerse al margen del marco democrático de cada país (o de otras uniones monetarias, como en el caso de la Unión Europea). Más aún, también es un buen momento para recordar que los mismos mandatos de los bancos centrales fueron resultado de procesos democráticos. Por tanto, a medida que la sociedad evoluciona, es muy posible que sus preferencias cambien y que surjan reclamos para la modificación de esos mandatos iniciales. De hecho, hoy en día se escuchan voces favorables a que los bancos centrales incluyan en sus mandatos otros aspectos no monetarios, como el combate contra la desigualdad o la lucha contra el cambio climático.
Sanchez Cerro y Edwin W. Kemmerer
Fuente: Wikimedia Commons, the free media repository
Los debates en los tiempos del patrón-oro
¿Como fueron estos debates en el pasado? En primer lugar, es necesario recordar que, en un principio, la mayoría de los bancos centrales que se establecieron entre los siglos XVIII y XIX fueron entidades privadas. Sus funciones básicas eran diversas, incluyendo (y principalmente) la de brindar servicios bancarios al gobierno (como fuente de financiamiento), la de devenir los únicos emisores monetarios y la de garantizar la convertibilidad (en oro, plata, o ambos) de los billetes emitidos. Esto implicaba que los bancos centrales eran responsables de la estabilidad del valor externo de la moneda, con la que evitaran las presiones inflacionarias que habían sido problemáticas en el pasado, especialmente durante periodos con conflictos armados. La convertibilidad implicaba el mantenimiento de una cierta proporción fija de reservas de oro a la oferta monetaria. Más adelante (y existe cierto consenso en la literatura sobre el tema), la adhesión al patrón oro se consideraba positiva para el comercio internacional y la inversión.
Una de las principales preocupaciones era evitar un problema que ahora llamamos dominio fiscal, por lo que los gobiernos tenían que ser excluidos de las decisiones de política monetaria. La mayoría de los bancos centrales tenían un director (gobernador) y un vicedirector (subgobernador) designado por el gobierno. Por otro lado, los accionistas privados designaban a los miembros del consejo de dirección (junta directiva), y negociaban cada decisión considerando las regulaciones vigentes (como la ratio de cobertura), las utilidades, y los intereses públicos y privados. Los bancos centrales tenían, además, límites legales a los volúmenes de préstamo otorgados a las instituciones públicas, entre otras restricciones legales.
Las concesiones otorgadas por los gobiernos a estos bancos centrales debían renovarse cada cierto tiempo, lo que implicaba que, al actuar, los bancos frecuentemente debían considerar la amenaza de no renovación de su concesión, y la existencia de competidores potenciales, disminuyendo así su poder de negociación respecto al gobierno (esto es, su independencia estaba bastante limitada).[1] Aun así, y a primera vista, podemos considerar este período como una experiencia exitosa al menos desde una perspectiva puramente monetaria. En otras palabras, si observamos a los países bajo el patrón oro en 1914, justo antes de la Primera Guerra Mundial, estos constituyen una gran mayoría. Sin embargo, esta perspectiva pasa por alto el hecho de que entre 1870 y hasta 1896, el oro era un bien escaso y costoso, y la mayoría de los países se abstuvieron de adherirse a dicho régimen. Por otro lado, los países bajo el patrón oro también sufrieron una presión deflacionaria persistente, lo que desencadenó una serie de efectos, incluida una influencia contractiva en la economía y también una carga pesada sobre las finanzas públicas (ya que los gobiernos eran deudores relevantes en sus economías).
Es solo después de 1896 cuando se descubrieron grandes cantidades de oro en Sudáfrica, Klondike (América del Norte) y Australia en la década de 1890, lo que llevó a un aumento en la oferta general del metal y, por lo tanto, en la oferta monetaria. Este cambio generó más inflación en los países con patrón oro, pero también permitió a los gobiernos honrar sus deudas. En otras palabras, bajo el llamado patrón oro clásico, la inflación estaba determinada en gran medida por factores externos. Si observamos el movimiento del nivel general de precios en los países bajo el patrón oro, su correlación fue muy alta, en particular si miramos la experiencia europea (Flandreau et al., 2010).
Existe una controversia sobre las razones que permitieron la emergencia de un sistema monetario internacional estable que duró unos 20 años (e incluso más para ciertos países). Aquí hay dos líneas de pensamiento y, como para muchas otras preguntas, la verdad debe estar en algún punto intermedio. Una línea de pensamiento afirma que la estabilidad de precios y de tipos de cambio solo fue posible debido al limitado sufragio electoral de la época, a la fuerza limitada del sindicalismo y a la escasez de partidos laborales parlamentarios que ayudaron a reducir los conflictos distributivos, lo que implicaba que las recesiones económicas no se contrarrestaron con políticas monetarias anticíclicas de los bancos centrales (aunque véase James y Bloomfield, 1965, para otra perspectiva).[2] Los factores externos que llevaron a la deflación fueron acompañados por un aumento del desempleo. Las deficiencias democráticas de estos países implicaron que grandes sectores de la economía sufrieron estas políticas procíclicas, al no poder alzar la voz e influir en las políticas monetarias de los bancos centrales.
Sin embargo, otra corriente de la literatura argumenta que, a medida que mejoraron los niveles de representación democrática, la inestabilidad monetaria no fue mayor. Por el contrario, observan que solo ciertos países abandonaron ocasionalmente el patrón oro, en particular cuando aumentó la deflación y la carga de la deuda del gobierno se volvió insostenible, independientemente de su nivel democrático. Un gobierno podría dejar de rembolsar su deuda, dejar el patrón oro o ambas cosas. En este sentido, esta evidencia sugiere que la estabilidad monetaria no se trataba realmente de democracia o no, sino de si era compatible con la capacidad fiscal de los estados. Por lo tanto, esto implicaba que lo más importante para el buen funcionamiento monetario de un país eran la independencia del banco central y el mantenimiento de equilibrios fiscales sanos.
Los cambios luego de la Primera Guerra Mundial
La Primera Guerra Mundial se financió en gran medida mediante emisión monetaria, lo que significó que los años posteriores requirieron una severa política deflacionaria por parte de los bancos centrales y austeridad fiscal de parte de los gobiernos. En su momento también hubo un conjunto de conferencias internacionales (en particular una en Bruselas en 1920 y otra en Génova en 1922) en las que se llegó a un consenso donde se suponía que los gobiernos afectados por la crisis económica imperante debían establecer bancos centrales (ahí donde faltaran) e introducir reformas que garantizaran la independencia de estas instituciones. La idea general era tener bancos centrales libres de interferencias políticas para lograr la estabilidad monetaria (Flores Zendejas y Decorzant, 2016).
Más allá de Europa, muchos países carecían de un banco central, y varios de ellos decidieron establecer uno durante esos años. Entender los orígenes de estas instituciones nos obliga, primero, a referirnos a una figura relevante, que fueron los «médicos del dinero». Los Money doctors fueron asesores extranjeros que visitaron países de todo el mundo y brindaron un conjunto de recomendaciones para modernizar sus economías. Dichas recomendaciones podrían incluir una reforma del sistema tributario, cambios en el manejo de la deuda, en el marco regulatorio bancario y, por supuesto, en el sistema monetario, para lo cual se recomendó el establecimiento de un banco central. Estos doctores del dinero estuvieron activos en muchos lugares, incluidos Polonia, Filipinas, China y, por supuesto, muchos países de América Latina: por nombrar, pero las visitas más importantes en la década de 1920 fueron Guatemala, Ecuador, Chile, Colombia y Bolivia (en la década de 1930 siguieron Perú, Argentina, Brasil).
América Latina fue (y sigue siendo) una región con una larga historia de inflación y debilidad monetaria. En ese momento, esta característica podría entenderse directamente por el hecho de que en la mayoría de estos países las élites exportadoras habían privilegiado la existencia de monedas locales que se depreciaban, ya que podían beneficiarse de tener un ingreso en moneda extranjera, mientras enfrentaban costos en moneda local. Sin embargo, en la década de 1920 hubo una demanda general por gran parte de la población para aumentar su poder adquisitivo y, también, una disposición de los gobiernos de América Latina para atraer capital extranjero. Esta alianza e interés común llevó a la estabilización de las monedas latinoamericanas y a la caída de las tasas de inflación. Dos de los más importantes de estos doctores del dinero fueron el profesor Edwin Kemmerer de la Universidad de Princeton y Otto Niemeyer del Banco de Inglaterra. El caso de Kemmerer es particularmente ilustrativo sobre cómo los gobiernos locales reaccionaron a sus recomendaciones.
Kemmerer también promovió la idea de que los bancos centrales debían estar libres de interferencias políticas.[3] Sin embargo, para Kemmerer los gobiernos debían ser accionistas de los nuevos bancos centrales, con un máximo del 50% de su capital pagado (básicamente porque el capital público debería intervenir en las regiones pobres en capital). Las juntas directivas estaban compuestas por 10-12 miembros, alrededor de dos eran designados por el gobierno y el resto debía ser designado por el sector bancario, por el sector comercial, por el sector agrícola, la industria y, en ciertos casos, por los sindicatos. La pregunta que surge es saber por qué era tan importante para Kemmerer y por qué era tan diferente de lo que tenemos hoy.
Una de las principales preocupaciones de Kemmerer (sobre la que discutimos menos estos días) era el hecho de que los bancos centrales debían ser independientes de los intereses de los bancos comerciales. Por lo tanto, las juntas de gobierno de los nuevos bancos centrales incluyeron, además de los representantes del gobierno y de los bancos, a representantes de otros sectores de la economía (agricultura, industria, comercio) y de grupos de interés (particularmente, sindicatos). Esto es, si bien los gobiernos pudieron haber sido cooptados por los intereses de algún sector en particular (lo que podríamos denominar una carencia democrática), este riesgo estuvo limitado en las juntas directivas de estas instituciones por medio de la implicación directa de todas las voces afectadas en las decisiones de política monetaria.
Desgraciadamente, la gran depresión dio al traste con este experimento. En un principio, los bancos centrales reaccionaron con una política monetaria contraccionista apoyada, principalmente, por los banqueros (extranjeros), pero proveyendo la liquidez necesaria para mitigar las crisis bancarias que surgieron. Posteriormente, los bancos centrales se vieron obligados a abandonar el patrón (cambio) oro, a aumentar los préstamos al gobierno, pero también a aumentar el crédito al sector real. Es en este momento cuando los bancos centrales implementaron políticas monetarias heterodoxas, incluyendo el financiamiento y apoyo a nuevos bancos públicos de desarrollo y a otros programas que pretendían beneficiar a la población (sistemas de pensiones, programas contra el desempleo, etc.). En otras palabras, los bancos centrales perdieron su independencia respecto a sus gobiernos, pero también se liberaron de la interferencia del sector financiero.
Ciertamente, estos cambios conllevaron un alza inflacionaria y una devaluación monetaria, pero también contribuyeron a la recuperación económica y a mitigar los efectos de la crisis. Pero esta experiencia nos muestra que la falta de democratización de los bancos centrales fue un problema latente hace cien años, y una manera de resolverlo fue la de dar voz política a los distintos grupos sociales, acotando el peso de las voces dominantes al interior de las mismas instituciones.
[1] Este párrafo y el siguiente tienen como base el artículo de Marc Flandreau, Jacques Le Cacheux y Frédéric Zumer (1998).
[3] Los siguientes párrafos se basan en Flores Zendejas (2021).
Referencias
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Eichengreen, Barry J. 1998. Globalizing Capital: A History of the International Monetary System. 4th printing, with An update. Princeton: Princeton University Press.
Flandreau, Marc, Juan Flores, Clemens Jobst, and David Khoudour-Casteras. 2010. “Business Cycles, 1870–1914.” In The Cambridge Economic History of Modern Europe: Volume 2: 1870 to the Present, edited by Kevin H. O’Rourke and Stephen Broadberry, 2:84–107. The Cambridge Economic History of Modern Europe. Cambridge: Cambridge University Press. https://doi.org/10.1017/CBO9780511794841.006.
Flores Zendejas, Juan. 2021. “Money Doctors and Latin American Central Banks at the Onset of the Great Depression.” Journal of Latin American Studies 53 (3): 429–63. Flores Zendejas, Juan H., and Yann Decorzant. 2016. “Going Multilateral? Financial Markets’ Access and the League of Nations Loans, 1923–8.” Economic History Review 69 (2): 653–678.
James, Emile, and A. J. Bloomfield. 1965. “Short-Term Capital Movements under the Pre-1914 Gold Standard.” Revue Économique 16 (4): 645-. https://doi.org/10.2307/3499359.
Marc Flandreau, Jacques Le Cacheux, and Frédéric Zumer. 1998. “Stability without a Pact? Lessons from the European Gold Standard, 1880-1914.” Economic Policy, Economic Policy, 13 (26): 115–62.
Cecilia T. Lanata-Briones (University of Warwick, CIEPP)
Cecilia T. Lanata-Briones es Profesora Asistente (Assistant Professor) del Departamento de Economía de la Universidad de Warwick e Investigadora Adjunta del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (CIEPP). Licenciada en Economía y Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires (UBA), y Magister y Doctora en Historia Económica por la London School of Economics and Political Science (LSE). Se especializa en historia de las estadísticas económicas latinoamericanas.
En abril de 2022 se publicó Socio-Political Histories of Latin American Statistics, un libro que pone a la socio-historia de la cuantificación latinoamericana en el mapa de la academia anglosajona. El ensayo bibliográfico que escribimos con Claudia Daniel y Andrés Estefane en tanto editores del libro es un componente fundamental de esta puesta en agenda ya que constituye un inventario sobre los trabajos existentes que examinan la socio-historia de las estadísticas latinoamericanas. El ensayo evalúa la contribución que desde finales del siglo XX ha hecho el estudio de América Latina al conocimiento global de la sociología de la cuantificación, así como el papel del razonamiento estadístico en el desarrollo de las representaciones sobre el mundo social y económico latinoamericano. Este inventario hace visible la diversidad temática y metodológica de los estudios sobre la estadística latinoamericana. Para los/as historiadores/as económicos/as que estudian la región (¡y para quienes no la estudian también!), el ensayo es una invitación a reflexionar sobre uno de los inputs más importantes detrás de nuestras investigaciones: las estadísticas.
Algunas ideas fundamentales de la socio-historia de las estadísticas
Pero ¿qué es la socio-historia de las estadísticas o sociología de la cuantificación? A pesar de no constituir un campo de estudio unificado y plenamente establecido (Camargo y Daniel, 2021), la sociología de la cuantificación viene expandiéndose desde las últimas décadas, reunida alrededor del análisis de las formas de concebir y aprehender el mundo a través de los números. Su interés se centra en el proceso por el cual cuestiones antes pensadas en términos cualitativos devienen objetos de cuantificación, y en los factores que influyen y condicionan ese proceso. Nutridos por distintas disciplinas de las ciencias sociales, los estudios de este campo abarcan no sólo los procesos de producción, circulación y apropiación de estadísticas, los indicadores y las representaciones gráficas, sino que principalmente los analizan en relación con los fenómenos sociales y políticos que desencadenan. Una premisa fundamental que rige estos estudios es que la cuantificación –o cualquier aspecto de ella– es un objeto válido de estudio en sí mismo. Las estadísticas no son un mero instrumento de producción de conocimiento ya que ellas no sólo reflejan la realidad, sino que también contribuyen a definirla (Desrosières, 1998).
Varios trabajos de este campo estudian la producción de estadísticas oficiales en su vínculo con las instituciones estatales y la acción pública. Estas investigaciones se focalizan tanto en los números del gobierno como en el gobierno de los números. Para la sociología de la cuantificación, los sistemas estadísticos nacionales deben entenderse y analizarse como fenómenos históricos, políticos y sociales. Las mediciones estructuran percepciones y se convierten en parámetros que guían acciones y decisiones. Asimismo, las estadísticas operan como tecnologías de gobierno ‘a distancia’, ya que habilitan a actuar desde un centro de cálculo sobre los deseos, inclinaciones y acciones de otras personas que están espacialmente distantes y se encuentran organizativamente diferenciadas. Tal es así que permiten orientar, coordinar, hasta incluso moldear, conductas y prácticas, así como influir en la subjetividad. Los números pueden ser pensados como dispositivos que permiten establecer una comunicación entre personas a pesar de las grandes distancias sociales, geográficas y políticas que existen entre ellas. Según Porter (1995), la cuantificación ofrece un lenguaje y una disciplina compartidos que trasciende las diferencias que amenazan proyectos sociales colectivos o en competencia. En situaciones de conflicto o disputas políticas, de opinión experta dividida o de desconfianza, los números ofrecen una forma valiosa de autoridad que Porter caracteriza como objetividad mecánica. La objetividad mecánica supone seguir reglas estandarizadas basadas en el uso de números, generando una confianza en ellos que se ubica por encima de la confianza en las personas.
Socio-historia de las estadísticas latinoamericanas
Si bien, desde un punto de vista estricto, la sociología de la cuantificación tiene una emergencia relativamente reciente en cuanto al estudio de las estadísticas latinoamericanas, no podemos decir que la atención prestada a las estadísticas y a su producción, así como la reflexión sobre su utilidad política, sea del todo una novedad. Es posible encontrar antecedentes de una genuina preocupación por las estadísticas de la región en los años 1960s-1970s como así en la década de 1990, aunque ese interés se expresaba en un registro diferente. Por ello, la mayor parte del ensayo bibliográfico se centra en los trabajos producidos en el siglo XXI. Con fines pragmáticos, el ensayo categoriza al corpus bibliográfico existente en cuatro núcleos temáticos.
El primer núcleo agrupa los trabajos que primordialmente analizan la historia de los aparatos estadísticos y de sus comunidades técnico-burocráticas. Haciéndose eco de la discusión sobre la radicalidad o gradualidad de la independencia y el desmoronamiento del Imperio Español, varios trabajos estudian las líneas de continuidad entre los períodos colonial y republicano, mientras que otros registran la pérdida de saberes entre los dos períodos. La socio-historia de las estadísticas ilumina, a su vez, los inagotables conflictos entre los poderes centrales y locales. También existen enfoques que explican el papel de la estadística en instancias críticas, como la crisis de 1930, sirviendo de puente entre instituciones u ofreciendo un lenguaje para nombrar y medir fenómenos a los que se hacía referencia de manera imprecisa o con definiciones obsoletas. Junto al establecimiento de los aparatos estadísticos nacionales, otro foco de interés de la historiografía son las trayectorias de los/as principales representantes de las estadísticas regionales.
La estadística tuvo un papel crucial en la América Latina poscolonial para imaginar la nación, construirla simbólicamente y justificarla políticamente. Este es nuestro segundo núcleo temático. Los estudios realizados en esta línea analizan los censos nacionales de población en tanto su contribución a la construcción de una determinada imagen de nación haciendo uso del concepto de discurso estadístico como clave interpretativa de la función política que adquieren los censos modernos y su vinculación con la descripción histórica para establecer una genealogía de la nación. Promocionados como verdaderos inventarios de la nación, los censos nacionales de población ayudaron a forjar esa comunidad política imaginada que en la América Latina independiente significó la homogeneización de realidades geográficas y sociales muy heterogéneas. La labor de las elites no solamente se centraba en crear estructuras burocráticas duraderas y en expandir el alcance de la infraestructura del estado. Las elites también se enfrentaron a la tarea de transformar la ficción retórica de ‘la nación’ en un hecho social ampliamente aceptado.
República Argentina. Libreta de Censo, 1869
Fuente: Documentos Escritos. Sala X, Archivo General de la Nación.
El tercer núcleo aglomera las investigaciones que principalmente observan la interacción entre las redes nacionales e internacionales con respecto a la producción y circulación de la investigación estadística y de las estadísticas. Algunos estudios destacan las complejidades del proceso de recepción de normas y convenciones emanadas de los Congresos Internacionales de Estadística. Otros subrayan los márgenes de autonomía con que las estadísticas eran manejadas por los encargados de recolectar datos, y la adecuación de instrumentos y categorías a las realidades locales. Si bien en la mayoría de los casos se trata de puntos específicos dentro de estudios más amplios que de trabajos detallados sobre la circulación y recepción de ideas, estas investigaciones dan cuenta de la conciencia y relevancia que la historiografía latinoamericana otorga a la relación desigual de poder que existe en la producción y circulación del conocimiento estadístico. Se necesita una mayor investigación para determinar el lugar de los estadísticos/as latinoamericanos/as en las diferentes olas de la globalización de las cifras.
Cédula del censo mexicano de 1895
Fuente: INEGI.
Por último, el cuarto núcleo abarca los estudios que primordialmente exploran la historia sociocultural de las estadísticas latinoamericanas rastreando las intersecciones entre las culturas científicas, los instrumentos técnicos y las estadísticas. Durante el siglo XIX, el afán de contar se acrecentó dadas las sucesivas olas epidémicas que azotaron a varios países latinoamericanos. Por ejemplo, los demógrafos sanitarios en Brasil tuvieron un rol clave en la institucionalización de las estadísticas brasileñas. En México, los instrumentos de medición del cuerpo humano fueron fundamentales en los diagnósticos médicos del siglo XIX y en el establecimiento de jerarquías morales entre géneros y razas (Cházaro, 2008). Generalmente, los trabajos sobre Argentina son más proclives a examinar las estadísticas sociolaborales que contribuyeron a delinear los contornos de la llamada ‘cuestión social’. Este núcleo también da cuenta de los estudios de las estadísticas sobre el crimen y las educacionales.
Mortalidad por fiebre amarilla en Río de Janeiro, 1877-1889 y 1890-1903
Fuente: Brasil (1903).
Enseñanzas de la socio-historia de las estadísticas para la historia económica
Como historiadores e historiadoras económicos/as, usamos y generamos estadísticas. Asimismo, hay, a grandes rasgos y no solamente en el estudio de las estadísticas latinoamericanas, una laguna en cuanto al estudio de las estadísticas económicas siguiendo las enseñanzas de la sociología de la cuantificación. Ambas dimensiones abren una puerta interesante para la historia económica de la región, idealmente desde una perspectiva comparativa.
En los últimos años un creciente número de estudios ha examinado las estadísticas económicas latinoamericanas con perspectiva histórica. Estos trabajos son parte del cuarto núcleo analizado en el ensayo bibliográfico de Socio-Political Histories of Latin American Statistics. A través del análisis de las dos primeras estimaciones del índice del costo de la vida argentino, Lanata-Briones (2021) concluye que para que dichos índices se conviertan en artefactos sociales y políticos estables deben tener durante la primera mitad del siglo XX un papel dentro de la economía política; específicamente, debe existir una conexión entre el índice y las relaciones laborales. Lanata-Briones y Daniel (2022) examinan el índice de precios argentino desde su primera estimación, demostrando su origen ambiguo y su historia sinuosa. Lanata-Briones y González Bollo (2017) analizan las estimaciones del ingreso nacional argentino y concluyen que desde mediados de la década de 1930 y durante la década de 1940 se formaron dos grupos de expertos dentro del estado argentino que tenían responsabilidades en el diseño e implementación de planes y políticas económicas. Con base en el uso específico de las estadísticas, Lanata-Briones y González Bollo muestran que cada grupo tenía su propia visión de la economía nacional. Rayes (2013) realiza un estudio sobre la producción de las estadísticas de exportación argentinas durante la primera globalización. Ahumada Nazer, Diaz-Bahamonde y LLorca-Jaña (2022) analizan la trayectoria del balance de pagos elaborado por el banco central chileno y concluyen que en el país andino había consciencia desde muy temprano de que era una estadística relevante y necesaria para dimensionar las dificultades propias del proceso de desarrollo económico. Asimismo, existen muchos trabajos que en este momento son estudios de maestría o doctorado muy avanzados acerca del índice de precios al consumidor brasileño, las primeras estimaciones del índice de costo de vida mexicano y la noción de población económicamente activa utilizando Argentina como estudio de caso.
Representación gráfica de los componentes del primer índice del costo de la vida argentino
Fuente: Bunge (1918).
También existe un puñado de trabajos que estudian las estadísticas económicas producidas en los últimos veinte años. El análisis de la disputa en la que estuvo involucrado el índice de precios al consumidor argentino entre 2007 y 2015 es un caso de estudio paradigmático. Daniel y Lanata-Briones (2019) concluyen que, en dichos años, el índice se convirtió en un objeto de lucha política y no formó parte de en una controversia metodológica. Lury y Gross (2014) analizan la proliferación de índices alternativos de precios al consumidor en Argentina entre 2007 y 2015 y sugieren que configuraciones específicas de conectividad en la infraestructura de cálculo promulgan un espacio de posibilidad para el statactivism, definido como la amplia variedad de prácticas que sitúan a las estadísticas en el centro de la emancipación política, convirtiéndose así en una forma de oposición a los modos neoliberales de ejercicio del poder (Bruno, Didier y Prévieux, 2014). A través del análisis tanto del índice de precios al consumidor argentino entre 2007 y 2015 como de los intentos de reducir las cifras de deuda y déficit brasileños entre 2012 y 2015, Aragão y Linsi (2020) sugieren que los indicadores macroeconómicos son mucho más ambiguos de lo que comúnmente se reconoce.
En tanto usuarios y usuarias de números producidos por otras personas y entidades, me parece fundamental que nos detengamos a comprender los procesos de producción de los datos en sí mismos, las definiciones utilizadas, los objetivos detrás de esos números, especialmente si estamos hablando de cifras oficiales. Mas allá de los índices de precios que hasta el momento parecen ser el indicador más analizado, con el progresivo cuestionamiento que experimenta el producto interno bruto (PIB) (Coyle 2014; Lepenies 2016, entre otros/as) cabría esperar un número creciente de trabajos que examinen en detalle las estadísticas económicas latinoamericanas de los siglos XIX, XX y XXI. Pensemos que el PIB es un indicador concebido para dar cuenta de economías industriales además de industrializadas, bajo el precepto de que desarrollo equivale a industrialización. A pesar de esto, hay intentos de estimar la renta nacional mucho antes de que el PIB se instale como el indicador macroeconómico indiscutido en la segunda mitad del siglo XX. Estudios que examinen estas estadísticas históricas no tendrían necesariamente el fin de dar cuenta cuán precisas son esas estimaciones, sino de entender cómo se concebía la economía nacional. En este sentido, una investigación en curso analiza las primeras estimaciones sobre la renta nacional argentina producidas a fines del siglo XIX y principios del siglo XX y concluye preliminarmente que, a pesar de tener un rol en la economía política, las estimaciones de fortuna colectiva no constituían un artefacto político y social estable dada la inconsistencia en los componentes que la conformaban y el constante socavamiento de esta estadística por parte de su productor (Lanata-Briones 2022b).
Como generadores y generadoras de estadísticas, no sólo es importante explicar cómo producimos nuestros datos, sino también entender que, en muchos casos, estamos aplicando consciente o inconscientemente definiciones muchas veces generadas en la segunda mitad del siglo XX desde países ‘desarrollados’ para medir objetos y fenómenos de otros tiempos y latitudes. Por ello, creo que la metodología de deconstrucción-construcción-reconstrucción de estadísticas (Lanata-Briones 2022a) puede ser útil como punto de encuentro entre la sociología de la cuantificación y la historia económica. En la etapa de deconstrucción se analizan todos los informes estadísticos que la explican de forma tal de comprender cabalmente su metodología, ya que muchas veces no existe una publicación única que explique la metodología utilizada en la elaboración del indicador. En la etapa de construcción se analiza el contexto en que se produjo, los usos, y las características de la estadística para ver si existen contradicciones entre el objetivo de la estadística y su producción. En la etapa de reconstrucción, si durante la etapa de construcción se identificaron contradicciones y/o problemas relevantes en la elaboración de dicha estadística, se elabora una nueva serie o dato ajustando esas contradicciones y/o problemas. En la tercera etapa también se pone al indicador en el contexto más amplio de la historia del mismo al analizar cómo su construcción se compara con la de estadísticas publicadas contemporáneamente en otros países.
La metodología deconstrucción-construcción-reconstrucción de estadísticas es una invitación a entender cabalmente la producción y uso de números públicos, particularmente aquellos que han sido utilizados por la historiografía sin ser cuestionados. Como tal, es un puente entre la sociología de la cuantificación y la historia económica.
Bibliografía
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Porter, T. (1995). Trust in Numbers: The Pursuit of Objectivity in Science and Public Life. Princeton: Princeton University Press.
Marc Badia Miró y Anna Carreras Marín son profesores agregados del Departamento de Historia Económica, Instituciones, Política y Economía Mundial en la Universitat de Barcelona, miembros del Centre d’Estudis “Jordi Nadal” d’Història Econòmica y del Barcelona Economic Analysis Team (BEAT). Michael Huberman es Profesor del Département d’histoire, en la Université de Montréal.
Puerto para embarque de café en Santos, Sao Paulo (1880)
La relación existente entre la apertura comercial de las regiones y la localización espacial de la actividad económica es un tema relevante para la historia económica. La teoría económica y los modelos de la Nueva Geografía Económica (NEG), tal y como nos muestra Brülhart (2011), no arrojan una respuesta unívoca. Algunos autores han intentado aproximarse a este problema a través de la historia económica. Por ejemplo, Rosés y Wolf (2019) observaron que en el caso europeo, la globalización anterior a la Primera Guerra Mundial favoreció la dispersión económica al reducir los costes de transporte pero, por el contrario, el auge globalizador posterior a la década de los años 1980 favoreció la concentración y la divergencia entre regiones. En una línea similar, las contribuciones de Tirado-Fabregat et al. (2020) también encuentran relaciones ambiguas entre ambas variables para varios países de América Latina.
Siguiendo esas líneas, en un artículo reciente nos hemos aproximado a comprender los determinantes de la concentración manufacturera en el Brasil de entreguerras.[1] Para ello, planteamos un modelo basado en la NEG, en el marco de una economía abierta. Lo que proponemos es que los cambios en los costes de transporte nacionales e internacionales, durante los años veinte, impactaron de forma importante en la localización de la industria brasileña. En las décadas posteriores a la Primera Guerra Mundial, los costes de comerciar entre Brasil y sus principales socios comerciales se dispararon. Al mismo tiempo, los costos del comercio doméstico se contrajeron por el impulso de la construcción de infraestructuras, la reducción de barreras arancelarias domésticas, la inversión en infraestructuras portuarias y las mejoras tecnológicas asociadas al transporte de cabotaje. Los movimientos opuestos en la evolución de los costes comerciales internacionales y domésticos (véase Figura 1) suponen una reversión de la relación entre ambos costes precedente.
Figura 1. Evolución de los costes de comercio doméstico e internacional (1915=100)
Fuente: Badia-Miró et al. (2022), p. 12
En los años veinte observamos un aumento de los costes transatlánticos, lo que debilitó los canales comerciales entre los puertos brasileños y los puertos extranjeros. Por el contrario, los vínculos domésticos se fortalecieron de manera intensa entre el núcleo industrial de las regiones del sureste y el norte. De manera paralela, nos encontramos con que la integración del mercado doméstico fue en la misma dirección que la concentración de la actividad económica en São Paulo, como resultado de unas intensas economías de aglomeración, en un marco en el que surge una estructura centro-periferia. Nuestros principales resultados se basan en la construcción de una base de datos de cabotaje, de importación y exportación a nivel de producto para São Paulo. En segundo lugar, también hemos recopilado información sobre el comercio internacional por producto y por destino. Combinando los datos del comercio interior centrado en São Paulo con los datos del comercio internacional, planteamos que, dado que los transportistas nacionales e internacionales realizaban el comercio a través de los mismos puertos, podemos evaluar el grado de competencia existente entre las mercancías brasileñas y extranjeras.
Rio Paraíba do Sul (1967)
Fuente: IBGE.
La Figura 2 resume las fuentes utilizadas, estrategia de investigación y principales resultados. En ella comparamos la dispersión de las importaciones manufactureras europeas y estadounidenses entre los estados brasileños (panel superior) y las exportaciones manufactureras de São Paulo a estos mismos destinos (panel inferior), en vísperas de la Primera Guerra Mundial y décadas posteriores. La dimensión de los círculos representa los valores per cápita del comercio (en contos de réis ajustados por inflación). Los datos son comparables entre paneles. El eje vertical nos muestra la distancia existente entre el principal puerto costero de cada estado hasta Santos, el principal puerto de São Paulo. Debido a la existencia de costes comerciales favorables, los exportadores internacionales contaban con cierta ventaja en 1913 (panel superior). Las mercancías extranjeras entraban directamente a los puertos de destino y la re-exportación por cabotaje era mínima. Sin embargo, después de la Gran Depresión, el comercio internacional se concentró cada vez más en los estados del sureste. En paralelo, las salidas de las exportaciones de São Paulo fueron continuas (panel inferior). Antes de la guerra, las exportaciones nacionales de productos manufacturados generalmente estaban restringidas a mercados próximos, con distancias medias que se movían en un radio de 500 km o menos; pero entre 1913 y 1929 la distancia se duplicó y en la década de 1930 el número de kilómetros se volvió a duplicar. En esa fecha, Río de Janeiro ya no era el principal mercado de destino de las mercancías paulistas. Además, tal y como discutimos de manera amplia en el artículo, la naturaleza de las importaciones internacionales y los envíos costeros de São Paulo también se transformaron.
Nuestra interpretación es que el proceso de concentración geográfica permitió el crecimiento de la productividad en la década de 1930 y viceversa, es decir, el crecimiento de la productividad desencadenó economías de aglomeración que favorecieron la concentración de la actividad económica. De hecho, el crecimiento de Brasil en esta década fue excepcional. Duran et al. (2017) indicaron que el PIB industrial creció a una tasa anual del 10% y la productividad laboral al 5,6% entre 1930 y 1943, aproximadamente el doble que el promedio observado en Gran Bretaña, Alemania, Japón y Estados Unidos. En palabras de Bulmer-Thomas (2010), la década de 1930 fue todo menos “una década perdida”.
Figura 2. Importaciones internacionales y exportaciones por cabotaje en Sao Paulo, 1913-1937
Fuentes y notas: Badia-Miró et al. (2022), p. 4. Valores en milréis de 1913 deflactados por el índice de precios de Haddad (1975). El eje vertical es la distancia en km desde Santos hasta el principal puerto de cada estado. Las distancias positivas se refieren a localizaciones al norte de São Paulo y distancias negativas se refieren a las localizaciones hacia el sur de São Paulo. Comercio internacional desde Brasil, Comércio exterior, varios años. Comercio de cabotaje desde Brasil, Comércio do cabotagem pelo porto do Santos, varios años.
Este proceso que observamos para el caso brasileño difiere de lo que encontramos para otras realidades en América Latina. En el caso chileno, la expansión urbana de Santiago de Chile se produce en paralelo a la expansión del sector terciario y con un sector manufacturero poco dinámico, que no es capaz de aumentar ni la productividad ni los salarios.
A la luz de estos resultados, aplicados al presente: ¿veremos cambios en la ubicación espacial de la actividad industrial brasileña como resultado de las recientes tendencias desglobalizadoras? La respuesta dependerá de si la inversión en infraestructura que se ha realizado en las últimas décadas ha sido capaz de superar las limitaciones “impuestas” por la geografía. Las dificultades que surgen en el comercio internacional penalizarán a los centros de producción, principalmente a lo largo de la costa, que dependen de los mercados extranjeros para sus productos especializados. En los casos en que los mercados nacionales están bien conectados, la ruptura del comercio con el extranjero puede favorecer la actividad en los centros regionales, a menudo en el interior, los cuales tendrán que buscar nuevos mercados para sus productos. Como resultado, podría ser que las divergencias regionales se reduzcan y que la polarización económica se debilite. De ser así, éste podría ser considerado uno de los lados positivos de la desglobalización.
[1] Marc Badia-Miró, Anna Carreras-Marín, Michael Huberman, “Smooth sailing: market integration, agglomeration, and productivity growth in interwar Brazil”, European Review of Economic History, 2022; https://doi.org/10.1093/ereh/heac005
Bibliografía
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Henry Willebald (Universidad de la República, Uruguay)
RESUMEN. El agro latinoamericano guarda un conjunto de características que, en perspectiva de largo plazo, lo hace muy peculiar. Presenta condiciones que lo posicionan en una típica situación de economía periférica –como el ritmo de expansión de la producción–, pero con crecimientos de la productividad laboral basados tanto en aumentos de la productividad de la tierra como en el de la relación tierra-trabajo (similar a las economías desarrolladas). La enorme variedad climática, de endowments, tipos de producción y evolución político-institucional impide identificar un “patrón agrícola latinoamericano”, mostrando una realidad regional que esconde grandes disparidades. En general, el crecimiento de la productividad laboral desde la segunda mitad del siglo XX hasta la primera década del XXI ha respondido a mejoras en términos de eficiencia y al aumento en el uso de los factores productivos (por unidad de trabajo). En los casi 60 años que cubre la investigación, el crecimiento del output agrícola promedió un estable 3% anual que estuvo apuntalado, hasta los 1980s, por la acumulación de factores y, desde los 1990s, por mejoras sustanciales en la productividad total de factores.
Fuente: shutterstock.com.
Uno de los tantos temas que ha acaparado los análisis recientes sobre las consecuencias del conflicto bélico entre Ucrania y Rusia ha sido sobre seguridad alimentaria, y organizaciones como la OECD, la FAO o la CEPAL se han hecho eco de esa problemática. En general, hay coincidencia en que las condiciones de desarrollo económico se han deteriorado en un proceso global de desaceleración económica, mayor inflación, recuperación lenta y débil de los mercados laborales, incremento de la pobreza y serias limitaciones para asegurar las condiciones alimentarias de buena parte de la población mundial.
Como suele ocurrir antes circunstancias críticas, los historiadores económicos nos vemos desafiados por la realidad, ya sea para contrastar los hechos contemporáneos con el pasado o para evaluar las condiciones que enfrentan las economías en una perspectiva de largo plazo.
Esta es, entonces, una buena oportunidad para repasar los resultados de un proyecto de investigación que comparto con los colegas Miguel Martín-Retortillo (Universidad de Alcalá), Vicente Pinilla (Universidad de Zaragoza) y Jackeline Velazco (Pontificia Universidad Católica del Perú; Universidad de Girona) sobre la evolución de la producción agropecuaria latinoamericana en la segunda mitad del siglo XX. Si bien la cobertura del proyecto no alcanza a nuestros días, su alcance temporal (1950-2008) y lo novedoso del período permiten realizar algunas consideraciones útiles e incorporar a la evolución reciente en una perspectiva de horizonte más amplio.
Algunos apuntes a modo de presentación
Con un grupo de colegas de España y América Latina, durante los últimos 7 años, hemos compartido la inquietud por indagar sobre la evolución del agro latinoamericano desde la segunda mitad del siglo XX hasta la primera década del siglo XXI. Si bien el tema no ha sido ajeno a académicos y analistas del sector agropecuario en la región, una virtud del proyecto es contar con información novedosa derivada de registros sistemáticos de datos (los reportes de la FAO) y realizar un esfuerzo decidido por dotar al análisis cuantitativo de consideraciones históricas.
En lo que sigue, hago un recorrido de las tres publicaciones para indagar qué hemos aprendido para comprender el presente –y el futuro– del agro en la región.
Dada su capacidad productiva y comercial, el sector agropecuario latinoamericano está llamado a jugar un papel fundamental en el abastecimiento de alimentos mundial, a la vez que mejorar la situación de sus agricultores resulta una exigencia ineludible. La región necesita políticas y programas receptivos y eficientes que aumenten la productividad de manera sostenible –económica y ambientalmente– e inclusiva –ciudadana y socialmente. Para lograr este objetivo, los países latinoamericanos han procurado avanzar no sólo en la formulación de políticas sectoriales, sino también en la coordinación de esfuerzos entre las diversas organizaciones que conforman la arquitectura institucional destinada a mejorar el desempeño del sector. Apoyar estas expectativas para el siglo XXI requiere una adecuada revisión e interpretación de los argumentos, experiencias y aprendizajes derivados de la historia agrícola del siglo XX.
La agricultura latinoamericana es heterogénea, reflejando la amplia diversidad de paisajes, climas, suelos y condiciones locales. Sus tierras ofrecen una multiplicidad y diversidad de productos que convierten a la región en uno de los principales proveedores del mundo de cereales, oleaginosos, horticultura, frutas, flores y carnes (ver Figura 1).
Figura 1. Especialización en la exportación de productos agropecuarios en países de América Latina y el Caribe, 2020
Fuente: Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.
No obstante, algunas características comunes ofrecen una clara unidad conceptual a la región (Solbrig, 2006). La primera y más notable es la importancia de la agricultura en las economías de América Latina. Desde la época colonial, la región ha dependido de los cultivos y la ganadería como principales fuentes de producción, empleo, exportaciones y divisas. En segundo lugar, la distribución desigual de la tierra, aspecto conocido bajo el binomio latifundio-minifundio, constituye una característica estructural que ha dado forma al desarrollo agrícola de toda la región. Tercero, la persistencia de un gran sector de pequeños agricultores, pobremente integrados a la economía y produciendo principalmente alimentos básicos para mercados locales. Finalmente, en el sector agroexportador, muy pocos productos (o, en ocasiones, sólo uno) han prevalecido en cada país. Esta dependencia de un pequeño número de commodities de exportación ha expuesto a los países a las contingencias de los mercados externos, fluctuaciones de precios, y ciclos de auge y caída muy marcados.
Sin embargo, a pesar de la importancia de la actividad agropecuaria en la mayor parte de América Latina, el sector no ha sido capaz de incentivar al resto de la economía y crear vínculos dinámicos hacia adelante y hacia atrás en forma sostenida, aspecto especialmente notorio durante el siglo XX. Ello contrasta con lo sucedido en muchas partes del mundo, donde se trató de un período que significó enormes cambios en el sector rural y que lo distinguen de cualquier otro momento de la historia (Federico, 2005).
En efecto, a partir de modalidades de producción muy tradicionales y conservadoras, la agricultura se ha transformado en una empresa basada en el conocimiento y la ciencia. Este proceso ha aumentado la productividad y apoyado la expansión de la producción para mantenerse al día con la mayor demanda que significa una población creciente. También ha alterado la relación de las personas con la tierra, porque la industrialización de la agricultura ha incrementado los encadenamientos y dependencia de la manufactura, lo cual ha hecho que las actividades agropecuarias fueran más vulnerables a los mercados, y ha exacerbado las consecuencias ambientales de la agricultura (Solbrig, 2006). Sin embargo, América Latina no ha podido beneficiarse notoriamente de estos cambios en la oferta y la demanda, ni de los nuevos arreglos institucionales ni de las renovadas condiciones tecnológicas que dominaron el siglo XX, al menos, hasta finales de la centuria.
América Latina en el contexto internacional luego de 1950
Después de la Segunda Guerra Mundial, la producción agrícola creció más rápidamente que la población del planeta, generando simultáneamente situaciones de exceso de oferta en algunas regiones del mundo y de insuficiencia alimentaria o incluso hambre en otras. Este crecimiento de la producción se explica, en gran parte, por cambios que, aunque muy arraigados, han sido extremadamente desiguales desde un punto de vista geográfico. Además, todos los países modificaron sus políticas agrícolas junto con sus políticas comerciales y de integración regional, creando diferentes sistemas de incentivos a la actividad agropecuaria (Anderson, 2009). La diversidad en la adopción de estas transformaciones, tanto técnicas como institucionales, dieron lugar a diferencias significativas en el desarrollo agrícola de los países (Timmer, 2009; Alston y Pardey, 2014).
¿Qué pasó en el caso de América Latina en cuanto a crecimiento de la producción agropecuaria? Para responder esta pregunta, analizamos la evolución de la producción en diez países durante la segunda mitad del siglo XX: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Honduras, Mexico, Panamá, Perú, Uruguay y Venezuela. Esta muestra de países representa la gran mayoría de la agricultura de América Latina, dado que entre 1965 y 2005 representaba entre el 85 y el 90% de su producción agrícola bruta. Además, reporta al análisis una variedad climática, de endowments, tipos de producción y evolución político-institucional que nos ofrece una panorámica amplia de eso que identificamos como “realidad latinoamericana”. El Cuadro 1 muestra la evolución del output del sector para el período de análisis en su conjunto (1950-2008) y para los tres subperíodos que contemplamos en nuestra investigación: 1950-1973 (Industrialización por Sustitución de Importaciones); 1973-1993 (crisis y década perdida); 1993-2008 (reglobalización, liberalización y reformas estructurales).
Cuadro 1. Tasas de crecimiento de la producción agropecuaria (%)
Fuente: extraído de Martin-Retortillo et al. (2021), p. 15.
El crecimiento promedio anual de 3% representa una expansión muy importante de la producción agropecuaria con dos distintivos relevantes. En primer lugar, ese aumento se mantuvo relativamente estable en el tiempo, con tasas apenas por debajo del promedio antes de los 1990s y algo por encima desde entonces. En segundo lugar, la tasa promedio esconde comportamientos muy dispares entre países. Los crecimientos destacados correspondieron a Brasil (3,9%), Mexico (3,6%) y Venezuela (3,4%), en tanto que Argentina (1,6%) y Uruguay (1,3%) fueron los de menor dinamismo.
¿Cómo se posiciona América Latina en perspectiva mundial? Con el propósito de responder esta pregunta, analizamos las fuentes de crecimiento de la producción y la productividad agrícola en la región.
Dentro de las novedades de la investigación, se destacan dos. En primer lugar, el período de análisis comienza a mediados del siglo XX, cuando los estudios comparativos disponibles –al menos hasta donde alcanza nuestro conocimiento– comienzan en la década de 1960 (Solbrig, 2006; Ludena, 2010; Nin-Prat et al., 2015; Martín-Retortillo et al., 2019). En segundo lugar, contar con información para un lapso de tiempo de casi 60 años nos ha permitido relacionar la evolución de los indicadores de productividad agrícola con los principales modelos de desarrollo implementados en la región. En particular, hemos podido contrastar la evolución de dos estrategias de desarrollos muy diferentes; una orientada hacia adentro (la de los 1950s-1970s) y otra hacia fuera (desde los 1980s), y por lo tanto identificar los incentivos dominantes en cada etapa y su influencia diferencial sobre el sector agropecuario.
Los resultados de nuestro análisis muestran que, a pesar de que la región se caracteriza por las condiciones típicas del sector agrícola en los países en desarrollo, muestra una tendencia similar al patrón de las regiones desarrolladas. Descomponiendo el crecimiento de la productividad laboral agrícola (y/l) en dos componentes: la tasa de crecimiento de la productividad de la tierra (y/t) y el ratio tierra-trabajo (t/l) (O’Brien y Prados de la Escosura, 1992) (A/L en la versión del Gráfico 1), las variaciones en la productividad podrían deberse a innovaciones tecnológicas muy diversas empleadas en la agricultura y también a patrones variados en el uso de insumos (Federico, 2005). El Gráfico 1 muestra la diversidad de experiencias, teniendo en cuenta los niveles de partida y el aumento en las productividades de la tierra y del trabajo.
Gráfico 1. Productividad de la tierra y del trabajo en diversas regiones del mundo (1965-2005). A/L refiere al mismo nivel de ratio tierra por trabajador
Fuente: extraído de Martin-Retortillo et al. (2021), p. 11.
Así, hay dos modelos muy diferentes de incremento de la productividad agrícola; por un lado, el de los primeros países industrializados (incluyendo Europa Occidental, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos y Canadá), en los cuales hubo un gran incremento en la productividad laboral, debido tanto a aumentos en la productividad de la tierra como en la relación tierra-trabajo. En este grupo de países, se dieron un aumento moderado de la producción y fuerte de las ganancias en productividad debido a mejoras biológicas, un notable aumento en la mecanización y disminuciones en los números absolutos de la mano de obra agrícola.
Por otro lado, en los países en desarrollo, la producción creció mucho más rápido, aunque el papel de la productividad laboral fue considerablemente menor y se basó en aumentos en la productividad de la tierra, normalmente mayor que la de los países desarrollados, mientras que la relación tierra-trabajo se redujo en la mayoría de las regiones del mundo. Entre las regiones en desarrollo, sólo en América Latina la relación tierra-trabajo aumentó. El crecimiento de la productividad del trabajo, por lo tanto, en casi todas las regiones en desarrollo se basó en un fuerte aumento en la productividad de la tierra, ya que la mecanización desempeñó un papel de menor protagonismo debido a la fuerte presión demográfica, la cual significó incrementos en el número absoluto de trabajadores agrícolas. Sin embargo, todas las innovaciones relacionadas con la revolución verde, así como la hibridación y la selección genética de semillas, y el uso de fertilizantes, pesticidas y otros insumos químicos explican el papel clave que jugó el fuerte aumento de la productividad de la tierra sobre la productividad del trabajo (Evenson y Gollin, 2002; Pingalí, 2012; Harwood, 2018).
¿Dónde se ubica América Latina entre estos dos modelos? Es un caso peculiar, ya que la región comparte características de ambos modelos y parece estar situada en una situación intermedia. Parte desde una posición típica de los países en desarrollo y converge hacia la de los países desarrollados. Su crecimiento de la producción ha sido similar al de los países en desarrollo, pero su crecimiento de la productividad laboral se ha basado tanto en un aumento de la productividad de la tierra como en el de la relación tierra-trabajo. De hecho, es la única región del mundo en desarrollo en la que, en los últimos años, las cifras de mano de obra agrícola han comenzado a disminuir. Además, América Latina fue la única región en desarrollo en la que la relación tierra-trabajo desempeñó un papel positivo en el aumento de la productividad del trabajo. La evolución de la fuerza de trabajo agrícola en América Latina contrasta, por tanto, con la trayectoria seguida por los países desarrollados, con fuertes caídas, pero también con los países en desarrollo de Asia y África, con fuertes aumentos.
Sin embargo, un análisis agregado no es capaz de aclarar las diferencias entre los países latinoamericanos. América Latina es muy diversa desde un punto de vista geográfico, climático, social, económico e institucional. Como Solbrig (2006, p. 535) afirma, dentro de América Latina “la diversidad fue y continúa siendo una característica de la agricultura de esta vasta región, resultado de la variedad de climas, topografía, historia y sociedades”. Creemos, en consecuencia, que una comprensión cabal del crecimiento de la producción y de la productividad requiere poner en consideración las experiencias de los distintos países, para intentar determinar en qué medida existe un patrón latinoamericano, o si el resultado agregado esconde trayectorias muy diversas.
¿Existe un patrón agropecuario de América Latina?
En forma parecida al ejercicio anterior, pero partiendo de una función Cobb-Douglas estándar para el sector agropecuario, es posible expresar el cambio de la productividad del trabajo (y/l) en términos de ganancias de eficiencia (expresada por la PTF) y la variación conjunta de los factores de producción tierra y capital físico (f) (expresada en unidades de trabajo). El Cuadro 2 muestra la evolución de estos conceptos para el período en su conjunto y para los tres subperíodos que contemplamos en nuestra investigación.
Cuadro 2. Tasas de crecimiento de la PTF y de los factores de producción por trabajador en América Latina (%)
Fuente: extraído de Martín-Retorillo et al. (2021), p. 25. Nota: el cálculo para América Latina considera como ponderaciones las correspondientes a Brasil, que son nuestras preferidas. En el paper se realizan ejercicios, también, considerando las de Argentina y Mexico
Puede observarse que la principal fuente de productividad del trabajo agrícola en todo el período (1950-2008) en los países latinoamericanos fue la mejora de la eficiencia (crecimiento de la PTF). La notable incorporación de innovaciones en el sector agrícola permitió este aumento y fue basado en un crecimiento intensivo de la producción agrícola, como maquinaria autopropulsada, productos químicos y la hibridación y selección de semillas. A pesar de la importancia de las ganancias de eficiencia en toda la región, existen algunas excepciones en las que las fuentes de acumulación de factores por trabajador fueron fundamentales para comprender el crecimiento de la productividad del trabajo. Las principales excepciones fueron Argentina y Uruguay, donde el aumento de los factores de producción por trabajador fue fundamental, con una contribución muy pequeña del crecimiento de la PTF.[1] Los fuertes incrementos en el uso del suelo, especialmente en Argentina, el mantenimiento o la reducción de la plantilla y la incorporación de capital físico nos ayudan a comprender esas excepciones.
De todos modos, es más interesante observar las fuentes de crecimiento a lo largo de los subperíodos, puesto que ello nos permite comprender las diferencias en las tendencias de largo plazo (Gráfico 2).
La dinámica del sector agropecuario
Gráfico 2. Tasas de crecimiento de la PTF y de los factores de producción por trabajador (f) de América Latina (%)
Fuente: extraído de Martín-Retorillo et al. (2021), p. 25.
El primer período estuvo dominado por la importancia del aumento de factores en el sector agropecuario (las excepciones estuvieron signadas por Mexico y Venezuela). Esta trayectoria respondió, predominantemente, a la creciente incorporación al proceso productivo de maquinaria, productos químicos y terrenos, enmarcados en un modelo de industrialización por sustitución de importaciones que penalizaba las exportaciones agropecuarias y afectaba los términos de intercambio.
En el subperíodo intermedio, 1973-1993, ambos componentes de la productividad laboral aumentaron y el crecimiento en la incorporación de factores de producción por trabajador siguió siendo más importante que las mejoras en términos de eficiencia, en el marco de las crisis del petróleo y la década perdida de los 1980s. Durante este período, la variedad de experiencias fue muy grande. Algunas economías transitaron por importantes ganancias de eficiencia y reducción en el uso de factores (Chile, Colombia, Perú), otras presentaron aumentos destacados en la acumulación de factores (Brasil, Mexico, Argentina), pero ninguna mostró una contribución negativa de la PTF.
Las tendencias seguidas por las fuentes de productividad laboral en los últimos 15 años de nuestra muestra intensificaron la dirección tomada en el subperíodo intermedio. Sin embargo, hubo un cambio trascendente. La principal fuente de crecimiento de la productividad del trabajo agrícola entre 1993 y 2008 pasó a ser la PTF en la mayoría de los países de América Latina, con excepción de Argentina. El crecimiento de la PTF explica alrededor del 70% del crecimiento de la productividad laboral agrícola en toda la región. El mayor crecimiento de la PTF coincide con un período de reformas conducentes a la integración comercial y una inserción dinámica en los mercados externos, así como al desarrollo de una agricultura más competitiva internacionalmente (donde Brasil representa el ejemplo más exitoso).
A modo de conclusión
El análisis de los distintos países latinoamericanos revela contrastes muy significativos. No se puede hablar de un modelo común; más bien hay grandes variaciones entre las diversas experiencias nacionales. Si consideramos la contribución al aumento de la producción de los insumos empleados y de la PTF, son varios los aspectos a destacar.
En primer lugar, se produjo un aumento de la producción en el conjunto del período, al 3% anual durante 58 años, lo que significó un cambio verdaderamente notable de la producción en términos absolutos (la producción en 2008 fue más de cinco veces mayor a la de 1950). Sin embargo, las diferencias entre países fueron significativas.
Los países que tuvieron más éxito en basar su modelo de crecimiento en la primera ola de globalización de las exportaciones agrícolas (siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial), Argentina y Uruguay, fueron los que menos crecieron en el periodo de estudio, sobre todo por su pobre desempeño hasta 1990. Brasil, México y Venezuela fueron los líderes en crecimiento.
En segundo lugar, este aumento fue muy similar durante la etapa de la ISI (1950s-1960s) y la crisis de los años 1970s y 1980s, y luego se aceleró durante la liberalización posterior, aunque sin resultar en un despegue destacado.
Las ganancias de eficiencia hicieron una contribución modesta a este fuerte aumento de la producción en el largo plazo. Fue el capital, sobre todo, el factor productivo que mejor explicó el aumento de la producción durante décadas. El resto de los factores mostró un crecimiento positivo pero inferior.
Las diferencias entre las economías latinoamericanas son significativas. Paradójicamente, en los países con una agricultura más moderna en 1950, Argentina y Uruguay, el aporte de la PTF fue menor. Países como México, Venezuela o Brasil, que en 1950 seguían teniendo un sector bastante tradicional, fueron aquellos en los que el aporte de la PTF fue mayor.
Con el tiempo, las mejoras en la eficiencia han contribuido cada vez más al crecimiento de la producción. En el último período (1993-2008), el abandono de las políticas ISI y la introducción de una mayor liberalización de la agricultura fueron especialmente significativas, y las mejoras en la eficiencia constituyeron el elemento clave para impulsar el fuerte impulso agrícola de finales del siglo XX y principios del XXI.
En una perspectiva de desarrollo agrícola, nuestros hallazgos muestran que en los procesos de modernización de las actividades agropecuarias, el crecimiento de la producción suele basarse, en sus primeras etapas, en un mayor uso de inputs. Solo cuando se alcanza cierto nivel de desarrollo, no solo en la agricultura sino también en la economía en su conjunto, la contribución del aumento de la productividad –o, más en general, de mejoras en términos de eficiencia– cobra mayor importancia. Estos resultados coinciden con los obtenidos en otros trabajos realizados para países desarrollados durante los últimos dos siglos y para el continente europeo en la segunda mitad del siglo XX (Federico, 2005; Martín-Retortillo y Pinilla, 2015). Además, en el contexto de países de bajos y medianos ingresos, la modernización de la agricultura aceleró su transformación productiva en economías modernas (Mellor, 2017), tomando ventaja de la variedad de vínculos que conectan a la agricultura con el crecimiento de la economía en su conjunto (Timmer, 2009). Nuestra investigación también muestra evidencia de que un entorno macroeconómico favorable y una incorporación exitosa a los mercados mundiales son fundamentales para impulsar el crecimiento de la producción y la mejora de la productividad. El contraste de experiencias nacionales señala con claridad que la participación activa de los estados en la generación y difusión del cambio tecnológico en la agricultura es un aspecto trascendente en el mejor desempeño productivo de la actividad (Pinilla y Willebald, 2018).
[1] Brasil y Honduras también evidenciaron mayor crecimiento de los factores de producción, pero la contribución de la PTF fue, igualmente, importante.
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RESUMEN. Los estudios sobre los niveles de vida en América Latina han sido tradicionalmente materia de debate en el campo académico, aunque desde fines del siglo XX captaron aún mayor atención. Los avances y contribuciones desde entonces han sido notables, en particular en lo que respecta a la generación de evidencia empírica, la aplicación de métodos comparativos y estadísticos más complejos y de nuevos marcos teóricos que permiten responder con mayor precisión parte de las “grandes” preguntas sobre el comportamiento de niveles de vida en este lado del Atlántico. Este nuevo panorama redundaría en aumento muy significativo de las publicaciones sobre el tema, pero también pondría al estudio de los niveles de vida como un tópico de gran interés en distintos espacios de discusión académica, con una activa participación de numerosos colegas latinoamericanos. En esta entrada compartimos unas notas sobre los resultados del simposio “Living Standards in Latin America: Income, Wages and Human Capital (XVIII to XXI centuries)”, organizado en el marco del XIV Congreso Mundial de Historia Económica, celebrado entre los días 26 y 29 de julio en París.
Fuente: Mercado en Buenos Aires, 1820. Pintura de Emeric Essex Vidal. Tomado de aquí.
Introducción
Las investigaciones sobre distintas variables relativas a los niveles de vida, que tradicionalmente han captado gran atención en los estudios académicos, han tomado un renovado auge, en particular los abordajes desde la Historia Económica. La elaboración de nuevas bases de datos históricas (que ofrecieron sólidas herramientas para cubrir las lagunas crónicas del período pre-estadístico latinoamericano), la renovación de los marcos teóricos y analíticos, más la aplicación de originales y complejos métodos, han sido fundamentales para promover el debate en el campo académico. Entre los temas medulares que han tomado protagonismo más recientemente podemos mencionar el origen y el momento de la divergencia con los países desarrollados (Haber, 1997; Acemoglu et. al, 2002; Engerman & Sokoloff, 2002; Bértola & Williamson, 2006; Allen et al., 2012), las explicaciones sobre la desigualdad de la región (Coatsworth, 2008; Bértola & Ocampo, 2013; Williamson, 2010, 2015), la heterogeneidad en los niveles de vida entre e intra países, los ciclos inflacionarios, los efectos de la Globalización y de la industrialización sobre el bienestar (Thorp, 1998; Bulmer-Thomas, 2006; Kacowicz, 2013; Prados de la Escosura, 2021, entre otros). Varias disciplinas convergen en esta temática, con miradas más amplias tanto regional como cronológicamente.
Asimismo, los estudios comparativos entre países de América Latina o a escala global ya no solamente cubren parte del siglo XX y XXI, sino que gracias a la elaboración de nuevas series de datos sobre un amplio cúmulo de variables –salarios, costo de vida, antropometría, nutrición, capital y desarrollo humano– han permitido complejizar el debate, poniendo en diálogo o en discusión hipótesis clásicas sobre la problemática.[1] Se trata de nuevas miradas a un viejo problema, sobre lo cual aún no hay consensos claros, pero que se han posicionado en el debate académico, ganando un saludable espacio en forma de simposios en distintos congresos de historia económica, tanto iberoamericanos como mundiales.[2]
Con el objetivo de contribuir con estos debates, tuvo lugar la sesión “Living Standards in Latin America: Income, Wages and Human Capital (XVIII to XXI centuries)” organizada por Mario Matus (Universidad de Chile, Chile), Carolina Román (Universidad de la República, Uruguay) y Juan Luis Martirén (Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Argentina), en el marco del XIV World Economic History Congress (WEHC) en París en julio de 2022. La sesión marcó la continuidad de lo que ya es una constante en los distintos congresos mundiales de historia económica: la organización de simposios sobre niveles de vida en el largo plazo en América Latina.
La sesión tuvo lugar el martes 26 de julio e incluyó 10 ponencias, que aportaron evidencia empírica y diversos marcos analíticos sobre varias dimensiones de los niveles de vida en América Latina –salarios, costo de vida, indicadores de bienestar, riqueza. El eje temporal abarcado fue amplio, cubriendo periodos que van desde el siglo XVIII hasta la actualidad, y combinando enfoques nacionales con miradas subnacionales de Argentina, Chile, México y Uruguay. Las exposiciones se dividieron en cuatro bloques temáticos: riqueza y desigualdad en los siglos XVIII y XIX; salarios y niveles de vida de los siglos XVIII y XIX, economía y bienestar a inicios del siglo XX; economía, desigualdad y niveles de vida en el largo plazo.
Fuente: Mercado de la Verdura, Montevideo colonial. Tomado de aquí.
En el primer bloque temático, ligado a la distribución de la riqueza y del ingreso en los siglos XVIII y XIX, se discutieron dos trabajos sobre las ciudades de Montevideo y México. El primero, titulado “Wealth Inequality in Colonial Hispanic-America: Montevideo in the Late Eighteenth Century” (de los autores Pablo Marmissolle, María Inés Moraes, Rebeca Riella y Carolina Vicario), ofreció una novedosa e inédita propuesta para el estudio de la historia colonial del Río de la Plata. A partir de la aplicación de la metodología de Alice Jones y de Peter Lindert para el análisis de muestras de inventarios post mortem, el trabajo buscó indagar sobre tres ejes centrales relativos a la riqueza en la ciudad y jurisdicción de Montevideo: su composición, su distribución y su relación con la estructura social en una economía de Antiguo Régimen. Los resultados son sugerentes y discuten posiciones clásicas, ya que, si bien encuentran alta concentración de riqueza en clases más altas, también identifican una destacada presencia de sectores medios, con inversiones considerables en inmuebles urbanos y en esclavos. Demuestran, así, que los indicadores de desigualdad en Montevideo no eran más altos que los de otros casos ya estudiados con métodos y fuentes similares. El otro estudio de caso, titulado “Rent-Wage Inequality in Mexico City, 1770-1930”, de Amílcar Challú, Israel García y Aurora Gómez-Galvarriato, presentó un amplio análisis sobre la evolución de la desigualdad en la ciudad de México en el largo plazo (1770-1930). La propuesta realizó un racconto de las distintas interpretaciones sobre la desigualdad mexicana durante el período, para luego ofrecer su propio análisis, basado en la elaboración de índices de salarios y de alquileres para todo el marco temporal analizado. Se elaboraron varios ratios ligados a los distintos valores de alquileres y salarios, y las conclusiones sobre la evolución de la desigualdad resultaron consistentes con las postuladas por Williamson (2010).
El segundo bloque, compuesto por tres presentaciones, estuvo centrado en la evolución de los precios y salarios en el Río de la Plata entre 1776 y 1860. El primer trabajo, titulado “Cost of living and real wages in a transitional economy. Buenos Aires (1776-1830)”, presentado por Julio Djenderedjian y Juan Luis Martirén,ofreció nuevos índices de costo de vida (alimentarios y otros más completos) para Buenos Aires entre el período borbónico y las primeras décadas independientes. La propuesta busca cubrir un período poco analizado en la literatura, es decir, que cubriera esa etapa transicional, en el que Buenos Aires fue insertándose progresivamente en los mercados atlánticos. Los resultados indicaron una progresiva caída en los salarios reales, marcada no sólo por el impacto de la guerra en determinados momentos, sino también por el encarecimiento progresivo de la carne vacuna, principal bien de consumo de la población. La segunda presentación, de Tomás Guzmán, también tuvo a Buenos Aires como centro de interés, aunque analizando el período 1820-1850. Titulada “Real Wages and Standards of Living in Urban Buenos Aires, 1820-1850”, la propuesta forma parte de una serie de trabajos que viene desarrollando el autor, en la que ofrece nuevas miradas sobre la evolución de los salarios y niveles de vida entre el primer período inflacionario de los años 1820 y el final del rosismo. Apoyado en una minuciosa y sólida base de datos sobre precios de alimentos y salarios de siete tipos de trabajadores urbanos, de elaboración propia, el autor muestra el comportamiento de los precios y el impacto de los ciclos inflacionarios en el poder de compra de las remuneraciones de Buenos Aires. En términos generales, los resultados indican una lenta recuperación a mediados de los 1830s, un colapso a finales del decenio y un rebote nuevamente en los años de 1840, que recién recuperará terreno desde 1848 (con excepción de los trabajadores de la construcción, que tuvieron gran crecimiento en sus salarios reales en esa década). El último trabajo del bloque, a cargo de Carina Frid, apuntó al estudio de la provincia de Santa Fe, y se tituló: “Decline and recovery. Cost of living and real wages in an inland region of the Río de la Plata (Santa Fe, 1815-1865)”. Se trata, también, de un abordaje inédito para la región y forma parte de una serie de trabajos que viene renovando la historia de precios y salarios en el Río de la Plata tardocolonial y postindependiente. El estudio también contó con evidencia empírica muy sólida, de elaboración propia. Esto es muy relevante en tanto la escasez crónica de fuentes estadísticas y comerciales siempre ha sido un gran obstáculo para poder elaborar series temporales. Tiene también el mérito de haber incluido en el análisis a toda la década de 1850, un parteaguas fundamental en la historia económica y política argentina. Los resultados, obtenidos mediante la metodología propuesta por Allen (2001) sobre canastas de consumo e índices de bienestar (welfare ratios) son una prueba categórica de los efectos negativos que las guerras posteriores a la independencia generaron sobre la economía santafesina y sus trabajadores. Da cuenta de una recuperación desde los años de 1830 y de un gran aumento de los niveles de bienestar en los años 1850, impulsado por el auge en los precios de los subproductos ganaderos exportables. Los tres trabajos presentan, además de útiles bases de datos, una nueva mirada sobre las condiciones de vida en el Río de la Plata postindependiente, en el que la apertura atlántica marcó un antes y un después en su estructura económica.
El tercer bloque avanzó en el marco temporal, abarcando temáticas relativas al siglo XX y a las últimas dos décadas. Las propuestas se centraron en aspectos relativos al ingreso y al bienestar. En primer término, Humberto Morales expuso los resultados de su investigación, bajo el título “Economic wellbeing in rural and industrial landscapes in Mexico: 1910-1940”. La presentación incluyó un análisis de los salarios en el sector urbano y rural en el estado de Puebla entre 1910 y 1940. El autor construyó canastas para estimar el costo de vida, que luego utilizó para deflactar salarios mensuales de trabajadores rurales, industriales y de la construcción. Los resultados indican que entre 1917 y 1940 los salarios de los trabajadores rurales prácticamente se duplicaron, más allá de que sufrieron fuertes variaciones, sobre todo con la crisis de 1929. Por su parte, la presentación de Lucas Llach puso el eje en el debate sobre las bases del crecimiento en la Argentina de la Belle Epoque. Con un artículo titulado “Newly Rich, Not Modern Yet: Argentina Before the Depression”,el autor analizó en detalle hasta qué punto el crecimiento económico argentino de las primeras décadas del siglo XX había sido acompañado por otros indicadores de bienestar humano. ¿Era Argentina un país realmente rico, más allá de lo que indicaban sus agregados? A partir de esta pregunta, el autor presentó evidencia analítica considerando distintas mediciones de desarrollo, mediante las cuales mostró cómo esas mediciones económicas no se correspondían en términos comparativos con otros países desarrollados. Por último, la presentación de Mario Matus, “The Chilean economy between 1990 and 2020 through the evolution of real wages”, presenta un análisis del desempeño de los niveles de vida en Chile durante las últimas tres décadas. La evidencia incluyó series temporales de muy largo plazo (1886-2020) sobre salarios reales, además de otros indicadores económicos (PBI, inversión, inflación, desempleo, comercio exterior), a partir de los cuales el autor analizó el desempeño entre 1990 y 2020. La gran deriva ascendente de los salarios reales en este último período se explica, según Matus, por fuertes aumentos en el PBI, las exportaciones, el ahorro doméstico y el crecimiento de la productividad factorial total. Sin embargo, concluye que ese mejor desempeño en distintos indicadores salariales y de desarrollo humano durante el período pervivió con mecanismos institucionales regresivos y moderadas mejoras en los índices de desigualdad. Plantea que los indicadores más recientes estarían mostrando señales de agotamiento, por lo que habría que repensar el modelo económico; propone así reducir las brechas existentes en distintos sectores de la economía, recuperar los niveles de ingreso, manteniendo las medidas que han funcionado, pero transicionar hacia una nueva matriz productiva orientada a la producción de bienes y servicios tecnológicos.
El cuarto y último bloque incluyó la presentación de dos trabajos sobre costo de vida y niveles de bienestar en Chile. El primero, de Mauricio Casanova, se tituló “Inflation, living standards and the failure of the compromise state (Chile, 1932-1970)”, en el cual el autor propone una interpretación alternativa del estancamiento de la industrialización sustitutiva de importaciones en Chile, discutiendo el alcance de la intervención estatal durante ese periodo. Con este fin, aporta una medición de la pobreza, contrastándola con otros indicadores disponibles, para discutir el vínculo entre el modelo de industrialización, la inflación y la pobreza. El trabajo concluye que el modelo de industrialización entra en crisis en los años cincuenta debido a factores de índole política y monetaria, pero a diferencia de interpretaciones anteriores, el autor argumenta que las principales causas fueron las limitaciones de las capacidades estatales para administrar los recursos públicos. Finalmente, cerró la sesión la ponencia de José Díaz sobre “«Desarrollo humano» en Chile: 1900-2020. Un indicador básico” cuyo objetivo es caracterizar los niveles de vida en Chile entre 1900 y 2020. Elabora un indicador de desarrollo humano que combina distintas dimensiones del bienestar –salud, educación e ingreso-–y propone alternativas metodológicas para la medición de cada dimensión. Asimismo, el autor procura identificar si los cambios que se observan en el índice son de tipo intensivo –aumentos en el nivel promedio– o extensivo –el alcance o la cobertura. Concluye que, si bien el bienestar en Chile aumentó durante el largo período de estudio, esta mejora no fue constante, ni tampoco el origen del cambio en las distintas fases históricas. A inicios del siglo XX, identifica que las mejoras fueron de tipo extensivo, a través del aumento de la matriculación y mayor cobertura de salud, mientras que, a inicios del siglo XXI, es el margen intensivo el que explica los cambios en el bienestar (a partir del crecimiento en los años de educación y el ingreso). Por último, discute la evolución del PIB per cápita y del índice de desarrollo humano propuesto, y concluye que, contrario a lo que ilustra la dinámica del crecimiento, las mejoras en el bienestar han descendido.
Fuente: Las vecindades en ciudad de México, tomado de aquí.
Nota: Un ejemplo televisivo clásico mexicano alusivo a las vecindades fue El Chavo del 8.
Ubi concordia, ibi victoria. Una agenda a futuro
La historia económica como disciplina académica cuenta en la actualidad con una vastísima producción, basada en diversos enfoques. En el caso latinoamericano, y puntualmente en lo referido al estudio de los niveles de vida, los aportes y debates han sido muy significativos en los últimos años. El impacto de la llamada primera globalización en el siglo XIX, los comienzos de la divergencia, el surgimiento de los estados de bienestar y los posteriores procesos de desregulación han sido momentos cruciales en la historia económica de América Latina en los últimos dos o tres siglos. Cómo impactaron estos cambios sobre las condiciones de vida de la población y cómo respondió cada país en este sentido fueron interrogantes clave sobre los que giraron los trabajos discutidos en la sesión. Historia global, globalización, precios, salarios reales, welfare ratios, consumo, riqueza, capital humano, desarrollo, fueron algunas de las variables o enfoques trabajados, con gran nivel de agregación y capacidad analítica.
Más allá de los interesantes resultados alcanzados, es importante remarcar que el diálogo entre distintas disciplinas y el debate sobre la aplicación de enfoques y metodologías precisa fortalecerse. Son marcadas aún las diferencias metodológicas en la factura de los abordajes, en particular entre los historiadores y economistas. Una mayor sinergia entre ambas disciplinas podría ser fundamental en este sentido. El simposio reseñado continuó el legado de sus precedentes realizados en los WEHC celebrados en Stellenbosch (2012), Kyoto (2015) y Boston (2018). La característica central de estas sesiones fue la presencia de numerosos colegas latinoamericanos o especialistas en historia de Latinoamérica, tanto en la organización como en la presentación de trabajos. Se trata sin dudas de una muy saludable iniciativa no sólo para generar nuevas contribuciones y aportes a la historia de los niveles de vida en América Latina, sino también en pos de fortalecer el diálogo y el debate multidisciplinar. Los estudios sobre niveles de vida, en especial aquellos abordados desde la historia económica, deben complementar enfoques y métodos de varias disciplinas. Sin dudas, avanzar en la construcción de una mirada conjunta y complementaria será fundamental.
[1] El aumento de la producción académica sobre las temáticas relativas a los niveles de vida latinoamericanos desde el siglo XVIII hasta la actualidad ha sido muy significativo en los últimos años. Sobre costo de vida y salarios en perspectiva histórica ver, entre otros, Astorga et al., 2005; Arroyo Abad et al., 2012, 2014, 2016; Dobado & García Montero, 2014; Dobado, 2015; Challú & Gómez Galvarriato, 2015; Djenderedjian & Martirén, 2015; Llorca & Navarrete, 2015; Moraes & Thul, 2015; Gelman & Santilli, 2018; Santilli, 2020. Sobre el tema, se recomienda también el monográfico especial sobre niveles de vida en América Latina, coordinado por Rafael Dobado, publicado en la Revista de Historia Económica/Journal of Iberian and Latin American Economic History, 38 (2020). Sobre la evolución de los estándares biológicos y antropométricos, ver, entre otros: Salvatore, 1998, 2004; Meisel & Vega, 2007; Challú, 2009; Salvatore et al., 2010; López Alonso, 2015; Llorca et al., 2021. Sobre estudios de desarrollo y capital humano, ver, entre otros, Llach, 2020; Bértola & Gatti, 2021; Prados, 2021.
[2] En el marco de los Congresos Latinoamericanos de Historia Económica (CLADHE), al menos cabe mencionar dos simposios. En el último CLADHE 7, celebrado en Lima en 2022, ver el Simposio “Precios, salarios y niveles de vida. El ingreso y el consumo en América Latina, siglos XVIII a XX” organizado por Daniel Santilli (Instituto Ravignani UBA/CONICET) y Mario Matus (Universidad de Chile). En el CLADHE 6, en 2019, ver el Simposio 19: Precios, ingreso y niveles de vida: problemas metodológicos en la agenda global, siglos XVI-XX, organizado por María Inés Moraes (Universidad de la República, Uruguay), Daniel Santilli (Instituto Ravignani, Universidad de Buenos Aires-CONICET, Argentina) y Julio Djenderedjian (Instituto Ravignani, Universidad de Buenos Aires-CONICET, Argentina) (una entrada sobre este congreso en este blog se puede consultar aquí).
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Silvana Maubrigades (Universidad de la República, Uruguay)
Malena Montano (Universidad de la República, Uruguay)
Elina Gómez (Universidad de la República, Uruguay)
RESUMEN. En esta nueva entrada al Blog, introducimos el uso de nuevos abordajes metodológicos para el análisis de discursos de forma masiva, a partir de fuentes textuales. Se presentan técnicas vinculadas a la minería de textos y clasificación con aprendizaje automático, con el fin de identificar discursos políticos que aborden la temática de género en el Parlamento uruguayo. Se presentan resultados obtenidos a partir de transcripciones de diarios de sesiones como fuentes de datos, aplicando en ellas algoritmos de clasificación, mediante la lógica entrenamiento/predicción.
Este ingreso al Blog cumple con el objetivo de presentar nuevas estrategias metodológicas para los estudios de largo plazo. Si bien ya no resulta novedoso en las ciencias sociales el uso de abordajes metodológicos para el análisis de discursos de forma masiva a partir de fuentes textuales, sigue siendo bastante escasa su aplicación en los estudios históricos.[1]
Debatiremos en estas líneas cómo utilizar herramientas de las ciencias sociales computacionales y humanidades digitales de creciente popularidad y que consideramos tienen un importante potencial en la investigación histórica. A modo de ejemplo, las utilizaremos para abordar en perspectiva histórica el estudio de la participación de las mujeres en el mercado de trabajo y los cambios ocurridos en las valoraciones sociales y políticas que dicha participación ha generado. Si bien en anteriores publicaciones dentro de este Blog, se han presentado datos cuantitativos sobre la evolución de las mujeres en el mundo del trabajo, para Uruguay y América Latina; y se ha analizado cómo repercuten las crisis económicas en los tipos de participación de varones y mujeres en el mercado laboral, el enfoque aquí presentado pretende introducir una mirada cualitativa a la manera en que piensa y expresa la sociedad sobre el papel que le cabe a las mujeres en la vida pública.
La génesis de este trabajo se ubica en una inquietud surgida a partir de analizar los cambios ocurridos en los espacios de negociación colectiva en el Uruguay[2], desde su surgimiento en la década de 1940 y hasta los años sesenta (Maubrigades, Fernández y Montano, 2021). Los resultados de dicho trabajo dan cuenta de escasos cambios en las desigualdades salariales entre varones y mujeres durante ese período, pese a que mejoran las condiciones salariales de los trabajadores en general. A la luz de estos aportes, despierta la inquietud sobre las diversas interpretaciones y debates que ha tenido la creación y puesta en práctica de un sistema de regulación salarial –como el contenido en la Ley de Consejos de Salarios, promulgada en 1943– en lo que refiere a las brechas salariales de género. Siguiendo los pasos de investigaciones precedentes (Plá, 1956), se estudiaron los debates parlamentarios que se suscitaron entre 1912 y 1947, específicamente vinculados a la discusión sobre las desigualdades salariales que caracterizaron al mercado laboral de la época y, en particular, las desigualdades por razones de género.
Entrenando al modelo
De acuerdo a la evidencia recolectada en las investigaciones precedentes, sabemos que las temáticas que involucran el debate sobre el rol de la mujer en la sociedad no están circunscritas a los temas vinculados al mercado de trabajo, sino que son variados los puntos de discusión. Un trabajo en curso, desarrollado por nuestra coautora, Elina Gómez, utilizó algunas técnicas de minería de texto y clasificación con aprendizaje automático (o machine learning) para el análisis masivo de datos cualitativos usando R, con el objetivo de testear su aplicación en el discurso político con perspectiva de género. Su objetivo fue “lograr un buen método de clasificación de texto que me permita distinguir entre las intervenciones parlamentarias en la Cámara de representantes (unidad mínima de análisis) que planteen y discutan la temática de género para luego analizar mediante variables anexas, qué representantes, partidos, sectores son los que instalan la discusión en dicha materia”.[3]
Utilizando el conocimiento previo en esta temática, se puede entrenar al modelo para identificar palabras o frases concretas, dentro de las intervenciones de los parlamentarios, que contengan referencias a los temas de género. Para el caso de las mujeres se utilizan referencias vinculadas al espacio de la familia, la maternidad, el rol de los cuidados en la sociedad, la educación de los niños/niñas y adolescentes, pero también las mejoras educativas que se dan en la población en su conjunto. Un tema que no es novedoso en la agenda de debates, aunque sí se ha vuelto muy recurrente en los últimos años, es el vinculado a la violencia y, en especial, a la violencia de género.
Figura 1. Nube de palabras en base a clasificación binaria de temas (género/no género) en corpus pre-clasificado (entrenamiento) enmarcado en las actas parlamentarias de la legislatura XLVIII (2015-2020).
Fuente: elaboración propia.
Del mismo modo, el modelo aplicado también permite distinguir aquellos temas en los que la identificación de género no es destacada o, incluso, detectar temas en los que desigualdades entre varones y mujeres no es mencionada en forma explícita, aun sabiendo de su existencia. De los temas en los que se pudo establecer la ausencia de una mirada de género en el debate parlamentario destacan aquellos vinculados a aspectos productivos y económicos y, también, relacionados a las agendas políticas de gobierno.
Sectores políticos, mujeres y varones
La técnica de recolección de información permite clasificar, en el debate en torno a las desigualdades de género, los sectores políticos que lideran la agenda de temas y también los grupos y/o fracciones que impulsan o frenan los cambios en esta temática.
Figura 2. Menciones a la temática de género en la última legislatura en Uruguay de acuerdo a los partidos políticos con representación parlamentaria (2015-2019)
Fuente: elaboración propia.
De acuerdo a los datos, resulta relevante considerar que el número de veces que apareció la temática de género en los debates parlamentarios estuvo vinculado al peso relativo de los partidos en las bancas legislativas. Pero, si bien el Frente Amplio es el partido que registró mayor cantidad de intervenciones referidas al género en términos absolutos, en términos relativos, quienes acumulan más intervenciones referidas al tema son diputadas del Partido Nacional y del Partido Colorado. Puede observarse que entre las 10 principales personas intervinientes sobre este tema, la gran mayoría son mujeres, lo que hace visible que son éstas quienes suelen poner en agenda el tema género con mayor énfasis, reafirmando la necesidad de paridad y participación equilibrada en la representación parlamentaria.
Figura 3. Parlamentarios/as que más veces menciona la temática de género en sus intervenciones (2015-2019)
Fuente: elaboración propia.
Tal como se desprende de los datos, es muy interesante acompañar el debate de estos temas con el estudio de la participación de varones y mujeres en la discusión; comprobar el peso relativo que tienen los perfiles ideológicos diferentes expresados en el poder legislativo; así como corroborar que algunas temáticas, como las vinculadas a derechos en su sentido más amplio, atraviesan las distintas orientaciones políticas y se identifican más con intereses de determinados grupos sociales, como por ejemplo las mujeres dentro de la política. Sabiendo que las mujeres tienen una presencia minoritaria en el parlamento, resulta interesante comprobar que las menciones al tema de género realizadas por mujeres son mayores respecto a las intervenciones realizadas por los varones, controlado esto por el peso relativo de ambos sexos en el total de intervenciones
Figura 4. Peso relativo de las menciones realizadas por mujeres y varones en el parlamento (2015-2019)
Fuente: elaboración propia.
La agenda de investigación y primeros resultados
Nuestra agenda de investigación tiene, como horizonte de corto plazo, la identificación de los temas que han sido parte de la agenda parlamentaria en cuanto a las desigualdades de género en los últimos 30 años en Uruguay y, en particular, el peso relativo que se le ha dado a este enfoque de derechos en el mercado laboral. Con ello, pretendemos aportar a la evaluación del impacto de las políticas públicas desarrolladas en materia de equidad y los cambios ocurridos en las valoraciones sociales expresadas en los discursos políticos.
Desde el punto de vista metodológico, estamos construyendo una base de datos utilizando como fuente las transcripciones textuales de los diarios de sesiones entre 1985 y 2019[4], a partir de técnicas de reconocimiento óptico de caracteres (OCR), considerando como unidad mínima de análisis las intervenciones parlamentarias y conformando un corpus ordenado que permite la identificación de variables de agregación como son el sexo y la etiqueta partidaria de los/as legisladores/as. Luego, se han ensayado modelos de aprendizaje automático (o machine learning)[5] orientados a la clasificación de texto, entrenados a partir de matrices de términos de intervenciones pre-clasificadas que distinguen entre aquellas que tratan la temática de género u otras temáticas de diferente naturaleza. En consecuencia, el modelo permite predecir y clasificar en un corpus más amplio y no clasificado, las menciones que se corresponden con la temática de género, así como profundizar el análisis indagando sobre la “intensidad” de la aparición del tema en la agenda parlamentaria en relación a momentos históricos, a partir de qué actores, partidos políticos y vinculados a qué temas aparecen.
Como horizonte de largo plazo, pretendemos utilizar esta metodología para estudiar el siglo XX y la evolución discursiva de la temática de género en la vida parlamentaria. Pretendemos hacer foco en las preocupaciones que trazaron el debate en torno a los cambios en el mercado laboral y su impacto en las desigualdades por razón de género. Si bien es apresurado aventurar hipótesis sobre los resultados en materia de discursos políticos sobre el rol de la mujer, sí sabemos que históricamente los debates en torno al género en el parlamento han estado fuertemente liderados por la presencia de mujeres en las bancas legislativas, las que parecen traen consigo “la responsabilidad manifiesta” de poner el tema en agenda. Ya desde principios del siglo XX Paulina Luisi, relevante figura de la militancia por los derechos de las mujeres, menciona que en el Parlamento “falta el punto de vista femenino, falta el sentir femenino, en una palabra, falta en la preparación de nuestras leyes la colaboración de la mujer” (Cuadro, 2016). Y por lo tanto, resulta preocupante que en nuestro presente sigan teniendo una mínima presencia las mujeres en las bancas de nuestro parlamento, lo que alerta sobre la dificultad de construir una agenda con equidad de género.
[2] La Ley de Consejos de Salarios (1943) instaura en Uruguay la negociación tripartita centralizada con participación de sindicatos, empresariado y Estado en el marco del proceso de industrialización dirigida por el Estado (1930-1950) y con un crecimiento masivo de la clase obrera urbana. Sin embargo, la llegada de la crisis económica a mediados de la década de 1950 y su prolongación durante los siguientes 15 años, puso de manifiesto las dificultades de articular los dispares intereses entre actores organizados y fortalecidos política y socialmente, lo cual derivó en la supresión del mecanismo en 1968. En sustitución, los salarios los fijarían las patronales y ya en el marco de la dictadura militar (1973-1984), ello se une a la declaración de ilegalidad de los sindicatos. La llegada de la democracia abrió́ un nuevo, pero breve, escenario de negociación tripartita que se mantendría entre 1985 y 1990. Desde entonces, se abandonó́ la negociación y su coordinación por parte del gobierno, desarrollándose una asimétrica negociación bipartita entre el empresariado y sindicatos. Recién en 2005, se reinstala la Ley de Consejos de Salarios, con iguales cometidos a los planteados en su formulación original, introduciendo como novedad que la negociación colectiva se extiende al trabajo rural, público y, posteriormente, al trabajo doméstico en 2006 (Maubrigades, Fernández y Montano, 2021).
[4] Para la obtención de los datos, descarga y transcripción mediante técnicas de OCR, se utilizó el software libre R (https://cran.r-project.org/) y el paquete speech: Nicolas Schmidt, Diego Lujan and Juan Andres Moraes (2021). speech: Legislative Speeches. R package versión 0.1.4. En https://CRAN.R-project.org/package=speech
[5] En particular, se ha utilizado el algoritmo de clasificación random forests.
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RESUMEN. En esta entrada introducimos el concepto de transición nutricional. Posteriormente examinamos y caracterizamos su temporalidad y naturaleza en Chile, concluyendo que hubo una transición nutricional en un corto período de tiempo (común en los países que se desarrollan comparativamente tarde), con un consumo promedio de energía alimentaria que aumentó de 2.600-2.700 kcal diarias por persona a poco más de 3.000 en unas pocas décadas. En Chile, como en la mayor parte de los países que han experimentado una transición nutricional (i.e. buena parte de América Latina), las opciones dietéticas se volvieron más diversas, pero también menos vegetarianas: el consumo de carne y productos lácteos aumentó drásticamente; hubo una disminución sin precedentes en el consumo de legumbres, y también hubo una reducción, menos sustancial, en la ingesta promedio de papas. Sin embargo, si se compara con el mismo proceso experimentado por la mayoría de los países desarrollados, el consumo combinado de cereales en Chile se ha mantenido inusualmente estable.
Durante el último siglo y medio buena parte de los países del mundo ha experimentado una profunda transformación en sus dietas, un fenómeno usualmente denominado transición nutricional (TN), y usualmente ligado a otras importantes transiciones, más familiares para los estudiosos de la historia económica mundial: la demográfica, la epidemiológica y la tecnofisiológica.
La transición nutricional en particular se caracteriza por tener algunas características salientes. Primero, una dieta monótona y principalmente vegetariana (inicialmente por debajo de estándares mínimos de nutrición) fue reemplazada por una dieta más abundante y más variada, rica en productos de origen animal (carnes y lácteos), aceites, azúcares, frutas y vegetales. Segundo, se observa una caída en el consumo promedio de varios productos, pero principalmente de carbohidratos (papas y cereales) y legumbres. Y tercero, se evidencia un aumento en el consumo promedio de calorías desde unas 2.200-2.500 kilocalorías (k/cal) diarias a unas 3.000-3.5000 k/cal por habitante. Una consecuencia de todo lo anterior es que la desnutrición fue erradicada, o bien disminuida de manera importante, en la mayoría de los países que experimentaron la TN. También se ha observado un aumento en la estatura de la población a nivel mundial, así como del índice de masa corporal. Una mejor nutrición también ha equipado mejor a la población mundial para combatir enfermedades, en particular las infecciosas.
Todo lo anterior reviste gran importancia pues las mejoras nutricionales en la población están asociadas a caídas en mortalidad y morbilidad, sobre todo infantil (directamente ligado a la transición epidemiológica), aumentos en esperanza de vida (por ello se vincula a la transición demográfica), así como a aumentos en cognición y productividad laboral (por ello se le vincula a la transición tecnofisiológica; ver Llorca-Jaña et al., 2022a). En efecto, el estado nutricional de la población se ha convertido en una importante variable de bienestar y desarrollo económico para los hacedores de política económica, en particular de políticas destinadas a mejorar la dieta de la población y/o atacar la recurrencia de ciertas enfermedades. A su vez, cabe destacar que la TN se ha producido en diferentes fases y de manera variada entre países: no ha existido un ritmo ni patrón único. Asimismo, se cree que países que se unieron tardíamente a la TN, como el grueso de los países latinoamericanos, han experimentado una TN acelerada.
Las principales variables que explican la temporalidad y naturaleza de la TN para cada país serían: aumentos de productividad en el sector agrícola (en particular la revolución agroindustrial), aumentos en ingreso medio familiar (que permiten un mayor gasto en alimentos), mejoras en transporte nacional (interno) e internacional (que abaratan la distribución de alimentos), aumentos en urbanización (y consecuentes cambios en el estilo de vida), mayor incorporación de la mujer en el mercado laboral asalariado, creciente importancia del consumo de alimentos procesados, expansión de medios masivos de comunicación y marketing, y mejoras en medios de preservación de comida (principalmente perecible). Como referencia, ver, por ejemplo, las investigaciones que se presentan en Grigg (1995), Cussó y Garrabou (2007), Caballero y Popkin (2002), Popkin (1993, 2008) y Semba (2017), entre otros.
El caso de Chile
¿Qué nos dice la evidencia para América Latina? A pesar de la riqueza de datos disponibles desde la FAO, al menos desde 1960, en particular para consumo aparente de alimentos, pocos/as investigadores/as latinoamericanos/as se han interesado en el tema.
Quizás el único país relativamente bien cubierto es Chile (ver Llorca-Jaña et. al, 2020a, 2022b). Las estimaciones de consumo per cápita de calorías diarias, así como de los principales alimentos asociados a la TN están disponibles para Chile desde 1930. De acuerdo a esta información, en la década de los años 1930 Chile consumía, en promedio, unas 2.260 k/cal por persona (ver Gráfico 1), vale decir, un nivel bajo para estándares internacionales. Dicho lo anterior, y en línea con lo anticipado por el patrón general de la TN experimentada previamente por países desarrollados, desde los años 1930s Chile experimentó un aumento moderado, pero sostenido, en su consumo de k/cal, interrumpido solo en los años 1980s (la denominada “década perdida en el desarrollo económico de América Latina), hasta casi alcanzar las 3.000 k/cal en la segunda década del presente siglo. Vale decir, de acuerdo a este indicador en particular, Chile experimentó una TN muy tardía, completada recién en el transcurso de las últimas décadas, y por tanto bastante acelerada.
Gráfico 1. Consumo per cápita de energía dietética en Chile (k/cal diarias por persona), promedios para cada década, 1930-2019
Fuente: Llorca-Jaña et al. (2022a).
Desglosando lo anterior, a nivel de ingesta de ciertos productos en particular, debemos destacar lo siguiente: el consumo per cápita de los principales cereales consumidos en Chile (trigo, maíz y arroz) se ha mantenido relativamente estable entre los años 1930 y la década del 2010, oscilando entre los 158 kgs per cápita y los 176 kgs; el consumo de papas cayó desde unos 72 kgs per cápita en los años 1930 a unos 50 kgs en los años 1990s, permaneciendo relativamente estable desde esa década; el consumo de legumbres experimentó una caída dramática, desde unos 15 kgs per cápita en los años 1930 hasta apenas 3 kgs en la última década; el consumo de carnes (vacuna, pollo y cerdo, principalmente) fue relativamente estable entre 1930 y los años 1980s (unos 30 kgs por persona al año), pero aumentó dramáticamente desde los 1990s, hasta alcanzar alrededor de 90 kgs en los últimos años; y el consumo de lácteos aumentó de manera importante entre los años 1930s y los 1960s, y luego nuevamente desde los 1990s. Todo lo anterior se resume en el Gráfico 2.
Gráfico 2. Consumo per cápita de las principales categorías de alimentos en Chile, expresado como índice, donde los años 1930s=100.
Fuente: Llorca-Jaña et al. (2022a).
Apuntes finales
Resumiendo, podemos concluir que Chile experimentó una profunda TN, que entre otras cosas le ha permitido erradicar casi por completo la desnutrición (en línea con lo encontrado por estimaciones recientes en Llorca-Jaña et al., 2021), disfrutando una dieta más variada, que a su vez es menos vegetariana, pero con ciertas peculiaridades. Es cierto que el consumo per cápita de calorías ha aumentado de manera notable, y en particular el consumo de carnes y lácteos, y que el consumo de legumbres ha caído de manera dramática, lo que estaría en línea con el patrón típico experimentado por países desarrollados. Dicho lo anterior, la alta ingesta de algunos alimentos con alto contenido de carbohidratos, como papas y pan, sigue siendo bastante hegemónico en la dieta nacional, lo que sería una diferencia con el patrón más típico de la TN de países desarrollados, o al menos del seguido por países con mayores niveles de ingreso medio que el chileno. Finalmente, cabe destacar que Chile pasó de un tipo de malnutrición (desnutrición) a otro: sobrepeso. En efecto, las altas tasas de obesidad de la población chilena también marcan una diferencia con buena parte del mundo desarrollado.
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Maximiliano Presa (Universidad de la República, Uruguay)
Maximiliano Presa es Ayudante de Investigación en el Instituto de Economía (IECON) de la Facultad de Ciencias Económicas y Administración de la Universidad de la República (Uruguay), y Ayudante en la Unidad Curricular Historia Económica del Uruguay de la misma institución. Licenciado y Magíster en Economía por la Universidad de la República, y estudiante del Programa Interuniversitario de Doctorado en Historia Económica, de las Universidades de Valencia, Barcelona y Carlos III de Madrid. Sus temas de interés están en la historia financiera, especialmente en el estudio de las crisis financieras en América Latina.
RESUMEN. La crisis financiera global comenzada en 2008 despertó a las economías avanzadas de un largo sueño, en el cual los hacedores de política económica confiaban en que habían logrado domar al ciclo económico y avanzar en sendas de crecimiento estables. La crisis disparó la realización de un gran número de trabajos académicos que trajeron al frente las explicaciones del comportamiento cíclico de las economías capitalistas basadas en los desarrollos sucedidos en el sector financiero. En esta entrada, repasaremos las principales teorías que explican los ciclos, centrándonos en la relación entre los ciclos reales y financieros. Luego, esbozaremos la evidencia actual sobre la existencia de dichos ciclos y su relación a nivel internacional, para, finalmente, introducir los primeros resultados del caso de estudio de Uruguay como un ejemplo de economía pequeña, abierta y periférica.
Cada episodio de crisis en las economías modernas nos recuerda que el crecimiento económico a lo largo del tiempo no se caracteriza por ser particularmente suave, sino que su velocidad suele variar a lo largo del tiempo. Luego de períodos de importante crecimiento, como por ejemplo la edad de oro del capitalismo en las décadas de 1950 y 1960, suelen aparecer súbitas y profundas crisis (por ejemplo, la crisis del petróleo de 1973), las cuales se resuelven con distinta celeridad y dan paso a una nueva etapa expansiva. Los historiadores económicos y los economistas suelen referirse a estas regularidades en el crecimiento moderno como “ciclo económico”. En nuestro contexto, denominaremos específicamente al ciclo en la producción como “ciclo real”, mientras que el ciclo existente en el desempeño del sector financiero será el “ciclo financiero”.
Figura 1. Izquierda: una imagen del desempleo durante la Gran Depresión. Derecha: sede de Lehman Brothers, uno de los grandes protagonistas de la Crisis Financiera Global comenzada en 2008
En este repaso, destacaremos tres explicaciones ensayadas para interpretar el comportamiento cíclico de las economías integradas al sistema capitalista mundial. En la primera mitad del siglo XX, especialmente en el período entreguerras, cobra fuerza una importante e influyente producción académica que se centra en caracterizar los ciclos. En este sentido, las interpretaciones que podríamos denominar “clásicas” son las primeras explicaciones a los factores detrás de los comportamientos estilizados observados. Un rápido resumen de la obra de Schumpeter (1939) y otros autores contemporáneos, nos indica la existencia de ondas o fluctuaciones de Kitchin, de Juglar, de Kuznets y de Kondratieff, las cuales se distinguen entre sí por su duración entre dos fases iguales (por ejemplo, dos picos) y sus fundamentos. Las ondas de Kitchin y Juglar se asocian al corto plazo (entre 2 y 4 años para las primeras; alrededor de 9 años para las segundas) y su explicación se basa en cambios en la conformación del capital fijo. Las ondas de Kuznets se asocian al mediano plazo (entre 15 y 22 años) y se vinculan con movimientos demográficos y migratorios, y con el comportamiento de la inversión y del mercado de trabajo. Finalmente, las ondas largas de Kondratieff (entre 45 y 60 años) se asocian con cambios radicales en el sistema productivo, principalmente vinculados con la introducción de una nueva tecnología en la esfera productiva.
Figura 2. De izquierda a derecha: Joseph Schumpeter, Thomas Sargent y Hyman Minsky.
Estas primeras interpretaciones solían ser acusadas de ser “mediciones sin teoría”[1]. Hacia la década de 1970, los modelos de la “Nueva Macroeconomía Clásica” pasaron a explicar el comportamiento cíclico de la economía agregada en base al comportamiento de un conjunto limitado de agentes representativos. Éste es modelizado, en un entorno de equilibrio general, a partir de fundamentos microeconómicos que normalmente consisten en la optimización de una función objetivo sujeta a algún tipo de restricción en el conjunto de decisiones posibles. Estas explicaciones asignan el origen de las fluctuaciones cíclicas a shocks monetarios y fiscales sucedidos sobre una situación de equilibrio. Estos shocks se transmiten al resto de la economía por medio de un conjunto de relaciones estructurales entre los componentes de la demanda, que modelan las relaciones entre individuos (Lucas, 1975; Sargent y Wallace, 1975).
Las primeras críticas a estas interpretaciones dieron lugar a los modelos de ciclo real de negocios, en donde bajo un marco analítico similar, se pone el foco en los shocks aleatorios sucedidos en el “lado real” de la economía, es decir, sobre la tecnología disponible o las preferencias de los individuos (Kydland y Prescott, 1982; Long y Plosser, 1983). Posteriormente, la incorporación en estos modelos de rigideces nominales y la incertidumbre, basadas en la tradición keynesiana, dieron lugar a los modelos “neokeynesianos”. La versión más moderna de estos modelos son los de equilibrio general dinámico estocástico (DSGE por sus siglas en inglés) y sus variantes. Aquí queremos destacar que esta línea de modelos interpretativos del ciclo económico, que conforman la corriente dominante de pensamiento en la macroeconomía actual, no asigna un rol central a la forma en que los agentes manejan sus activos financieros. A lo sumo, incorporan al sector financiero como mecanismo de transmisión de los shocks aleatorios (monetarios o reales) al resto de la economía.
Finalmente, mencionaremos a las teorías poskeynesianas que postulan la existencia de ciclos endógenos. Estas teorías, a diferencia de las de la corriente dominante, consideran a las fluctuaciones cíclicas no como desvíos de la economía respecto a una senda de equilibrio sino como un comportamiento normal, inherente a las economías capitalistas. Los ciclos en la producción son afectados por, y afectan a, el ciclo en otras variables macroeconómicas relevantes[2]. Aquí nos interesa mostrar la visión que relaciona al ciclo real con el ciclo en el sector financiero, que se basa en la Hipótesis de la Inestabilidad Financiera (HIF) de Minsky (1982, 1992). La HIF postula que en tiempos de crecimiento “tranquilo”, luego de una época de recesión y/o crisis, comienzan a gestarse las condiciones en la economía real y los mercados financieros que más tarde conducirán a un auge en el crecimiento. A su vez, en épocas de auge se generarán las condiciones que lo harán finalizar en una crisis.
Hay dos puntos centrales en la visión de Minsky acerca del ciclo económico. Primero, los cambios de los agentes en cuanto a su percepción del riesgo, quienes en épocas de bonanza y crecimiento modifican su conducta respecto a su endeudamiento y sus tenencias de activos financieros. Los cambios en las expectativas ante una situación general aparentemente favorable, tanto de quienes toman dinero como de quienes colocan saldos excedentes, conducen a “euforias” o “manías”[3], en las cuales el riesgo percibido disminuye. El comienzo del fin del auge aparece cuando los primeros problemas en los negocios más riesgosos se materializan. Lo que antes era un círculo virtuoso, en donde la afluencia de crédito y el aumento del precio de los activos permitía continuar con el auge, se transforma rápidamente en un círculo vicioso. Los malos resultados de algunos agentes revierten las expectativas favorables de otros, y de esta forma el crédito comienza a contraerse y a afectar a la economía real. Las crisis pueden derivar en estrepitosos cracks, como el de 1929 o el de 2008, o bien constituir casos con efectos más concentrados, más breves y leves, y con menores consecuencias sobre toda la economía.
El segundo aspecto a destacar en la visión de Minsky es la existencia de “sistemas de desbaratamiento” en el contexto institucional y la política económica. Estos sistemas o dispositivos permiten disminuir la magnitud de los auges económicos y, principalmente, los financieros, así como reducir los efectos negativos de las crisis. La existencia de un prestamista de última instancia ante los sucesos de corridas bancarias y la regulación macroprudencial son dos de los principales ejemplos, los cuales actúan “frenando” las manías y evitando o reduciendo los pánicos.
Antes de pasar a la evidencia empírica, no podemos dejar de mencionar algunas explicaciones ensayadas desde América Latina. Siendo la volatilidad cíclica un grave problema de largo plazo de estas economías, sus explicaciones se centran en el rol de los términos de intercambio y los movimientos internacionales de capitales (Bértola y Ocampo, 2013). Estos factores afectan a una estructura productiva especialmente dependiente de los productos primarios y del ingreso de divisas por medio del endeudamiento o la inversión extranjera directa. A esta situación se le suma un importante grado de inestabilidad institucional y política que caracteriza la historia de los países latinoamericanos, en mayor o menor medida, desde su independencia. En el contexto de esta nota, lo que interesa destacar es la existencia de una “restricción externa financiera”, en donde la entrada de capitales obedece, principalmente, a fundamentos que son ajenos a la realidad latinoamericana (Marichal, 1989; Ocampo, 2011).
¿Qué nos dice la evidencia empírica?
En los últimos años, autores como Claessens et al. (2011) y Borio (2014) han mostrado la existencia de marcados ciclos financieros al menos desde la segunda mitad del siglo XX, tanto en economías avanzadas como emergentes. Estos ciclos se manifiestan con mayor visibilidad en el crédito y en los precios de bienes raíces; se caracterizan por presentar una frecuencia menor, o, dicho de otra forma, una duración mayor respecto al ciclo real; y presentan caídas agudas y breves, con expansiones largas y lentas. Además, un resultado especialmente notable es su utilidad como predictores de crisis financieras. En cuanto a su relación con el ciclo real, la evidencia de trabajos como el de Claessens et al. (2012) o Stockhammer et al. (2019) indica una relación positiva entre ambos ciclos. Sin embargo, la dirección en la que se da esta relación resulta ambigua: en algunos resultados se tiene que el sector financiero anticipa al ciclo real, mientras que otros, se da lo contrario.
En el trabajo titulado “Ciclo financiero y ciclo económico en Uruguay: una aproximación de largo plazo (1870-2019)”[4] abordo el estudio de los ciclos financiero y real para el caso de Uruguay, una economía latinoamericana pequeña y abierta, de base ganadera. Allí encuentro, a partir del estudio del crédito interno al sector privado no financiero, un marcado componente cíclico en el comportamiento del sector financiero, con fluctuaciones de dos duraciones (promedio) distintas: aproximadamente 8 años (“ciclo corto”) y 22 años (“ciclo largo”). En el caso del ciclo real, encuentro fluctuaciones de duración promedio muy similares a las del ciclo financiero. La Figura 3 muestra las fluctuaciones encontradas, en términos de su desvío respecto al componente tendencial[5].
Figura 3. Componentes cíclicos del crédito (ciclo financiero) y PIB (ciclo real). Arriba: ciclos “cortos”. Abajo: ciclos “largos”
Fuente: Presa (2021)
Como puede apreciarse, las mayores fluctuaciones parecen darse durante la Primera Globalización (1870-1914) y, en segundo orden, durante la Segunda Globalización, a partir de la década de 1970. En lo que refiere a la relación entre los ciclos, la evidencia apunta hacia una correlación débil en los componentes “cortos”, mientras que, para los largos, es mucho más fuerte. Respecto a la direccionalidad, mientras que en la relación entre ciclos “cortos” se encontró que el crédito adelanta al PIB, en los ciclos “largos” se encontró la relación inversa.
Por lo tanto, para el caso de una economía pequeña, abierta y periférica como la uruguaya puede hablarse de la existencia de un marcado ciclo financiero, que se relaciona con el ciclo real de forma procíclica. De todas formas, el estudio puede proseguir en al menos tres aspectos. Uno, considerar el rol de los flujos de capitales sobre el ciclo financiero, aspecto muy destacado en la literatura latinoamericana y que ha dado lugar al concepto de restricción externa financiera mencionado anteriormente. Otras variables como la tasa de interés de referencia y los precios de algunos activos reales y financieros también pueden incorporarse al análisis. El segundo, internalizar las diferencias que existen en los regímenes monetarios-cambiarios-financieros a lo largo de los 150 años estudiados, discriminando la relación entre dichos regímenes. Y, finalmente, estudiar la relación entre ambos ciclos poniendo el foco en los momentos de crisis.
[1] La acusación provenía de los economistas de la “Cowles Commission”, institución norteamericana, e iba dirigida al énfasis en la evidencia empírica del National Bureau of Economic Research (NBER), otra reconocida institución norteamericana. Hendry y Morgan (1995) repasan esta controversia.
[2] Stockhammer (2019) hace un conciso repaso de las principales teorías poskeynesianas de ciclos endógenos.
[3] La terminología remite a la obra de Kindleberger y Aliber (2015): Manias, Panics and Crashes: a history of financial crises, cuya edición original data de 1978.
[4] Trabajo final para obtener el título de Magíster en Economía, disponible aquí.
[5] Las estimaciones fueron realizadas mediante la especificación de modelos estructurales de series temporales, que plantean la existencia de un componente tendencial, otro irregular y uno cíclico (que puede ser la combinación de ciclos con varias frecuencias).
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