Sobre algunas interrogantes de la electrificación latinoamericana

MARTÍN GARRIDO LEPE (Universidad de Barcelona)

Martín Garrido Lepe es Dr. en Historia Económica por la Universidad de Barcelona (UB), Magíster en Historia de Chile y América por la Universidad de Valparaíso y Profesor en Historia por la misma Universidad. Además, es parte del directorio de la Red de Investigadores de Historia Económica Iberoamericana (RHEI) (martin.garrido.lepe@gmail.com)

RESUMEN. Esta entrada al Blog busca exponer diversas problemáticas que permanecen abiertas sobre la historia de la electrificación latinoamericana, interpelando a los y las investigadoras para animarlos a desarrollar investigaciones que aborden la formación de la matriz energética latinoamericana. La importancia de conocer cómo se forjó nuestra matriz energética recae en los principales desafíos que actualmente enfrenta la región: elevar los niveles de calidad de vida de sus habitantes de manera sostenible, permitiendo la satisfacción de nuestras necesidades sin comprometer las posibilidades de satisfacer las necesidades de las generaciones futuras. La entrada también sugiere ciertas investigaciones que podrían guiar o servir de punto de partida para desarrollar estudios similares, pero enfocados en la historia energética latinoamericana.


“Edificio de la Luz” Santiago, Chile (1929). Fuente: CHILECTRA. (2001). Luces de modernidad. Santiago de Chile: Larrea Impresores, pág. 27.

Introducción

Entre los grandes desafíos que enfrenta el subcontinente latinoamericano, tal vez el más complejo sea elevar los niveles de calidad de vida de sus habitantes de manera sostenible. La tarea es compleja pues, incrementar los niveles de calidad de vida pasa, necesariamente, por incrementar el consumo energético de dichas sociedades (Martínez y Ebenhack, 2008; Wolfram et al., 2012). Dado que la mayor parte de los servicios energéticos se han electrificado (Fouquet, 2018), el incremento del consumo energético se concentrará en el consumo de electricidad, implicando una expansión de la capacidad instalada y de la generación eléctrica de cada territorio. En la región, el consumo eléctrico se encuentra muy lejos de permitir niveles de calidad de vida elevados, y con diferencias significativas entre sus miembros. Se estima que el consumo mínimo necesario para alcanzar niveles de calidad de vida relativamente altos es de 4.000 kWh/hab. (Pasternak, 2000). En 2015, solo Chile y Uruguay consumían más de 3.000 kWh/hab., seguidos de cerca por Argentina y Venezuela. En el otro extremo, Haití consumía 40 kWh/hab., mientras que cuatro países centroamericanos y Bolivia consumían por debajo de los 1.000 kWh/hab.[1] Cualquier intento por incrementar la calidad de vida en estos países requerirá mayor disponibilidad de electricidad, generando impactos en el medio ambiente.

La realidad energética descrita previamente es el resultado de décadas de inversión en infraestructura, tecnología, bienestar y aplicación de políticas energéticas. Por lo mismo, explicar la trayectoria que nos condujo al estado actual es una tarea indispensable para comprender nuestros desafíos futuros. En esta entrada se busca profundizar en la importancia del proceso de electrificación latinoamericano desarrollado durante el siglo XX, como elemento de análisis necesario para comprender nuestra historia económica y energética. Del mismo modo, se busca resaltar ciertas interrogantes sobre este proceso, que podrían considerarse en futuras investigaciones. El análisis se basa en una publicación propia, que repasa la trayectoria de electrificación en 20 de los 33 países de la región entre 1925 y 2015, publicada en la Revista Uruguaya de Historia Económica (Garrido Lepe, 2020).

La Electrificación Latinoamericana

Pese a que la llegada de la electricidad a América Latina fue un fenómeno relativamente temprano, su despegue y consolidación fue lento y dificultoso. Numerosas son las imágenes y noticias que dan cuenta de cómo la electricidad hacía su llegada a la industria y los transportes, desde las primeas décadas del siglo XX. Sin embargo, fue solo desde la década de 1940 en que la electricidad inició una penetración extendida en la vida de las sociedades latinoamericanas, de la mano del Estado como principal ente promotor de la electrificación (CEPAL, 1956, 1962). Para este fin, los Estados se sirvieron de empresas estatales y organismos técnicos que planificaron e invirtieron en el desarrollo de la actividad eléctrica, orientando el consumo para estimular la industrialización.

Antes de que el Estado asumiera un rol como empresario, la electrificación quedó al amparo de la iniciativa privada en la mayor parte de los países de la región. La situación solo fue diferente en Uruguay, en donde la Administración General de Usinas Eléctricas del Estado, creada en 1912, asumió el monopolio estatal de la generación, transmisión y distribución de electricidad. En otros países de la región, esta etapa enfrentó numerosas dificultades, particularmente derivadas de la competencia entre las empresas eléctricas, destacadas por su naturaleza de monopolio natural. En Estados Unidos, la competencia entre las empresas eléctricas condujo a numerosos conflictos que impidieron el crecimiento de esta industria, hasta que, desde 1907, el Estado reguló la actividad, otorgando concesiones para monopolios regulados (Vernon, 1996; Jarrell, 1978). Nuestro conocimiento en materia de regulación de esta primera etapa en América Latina es aún difuso. ¿De qué forma se relacionaron las empresas privadas con el Estado? ¿hubo competencia entre ellas que perjudicara su desarrollo?, ¿marcó alguna diferencia el hecho de que la mayor parte del capital de dichas empresas fuese extranjero?, ¿por qué no se replicó el caso uruguayo en otros países de la región?

“Compañía Sudamericana de Electricidad”, Santiago, Chile (1913). Fuente: Editor no Identificado. (1913). Santiago a la Vista. Imprenta Barcelona. pág. 52]

La implicación del Estado en la electrificación, desde la década de 1940, se encuentra inserta en el proceso de Industrialización Dirigida por el Estado (IDE). Una industrialización exitosa requería de una oferta eléctrica adecuada. Por ello, fueron los Estados los que planificaron e invirtieron en generación, transmisión y distribución de electricidad, complementando el trabajo de la empresa privada. Ello permitió la modernización de la industria, derivando en un incremento sustancial del consumo eléctrico de este sector. Sin embargo, la historiografía tampoco ha analizado el impacto que la electrificación tuvo en la productividad de la industria latinoamericana. Este aspecto ha sido motivo de importantes estudios en otras realidades (Devine, 1983; Enflo et al., 2009), así como de su impacto sobre la reducción de la intensidad energética (Schurr, 1984) y de ahorros en factores como el capital y el trabajo (Du Boff, 1967; Goldfarb, 2005; Ristuccia y Solomou, 2014). En América Latina, estas cuestiones siguen esperando por su tratamiento.

En forma paralela al avance de la electrificación de la industria, la urbanización, la transición demográfica y el incremento del ingreso, elevaron la demanda de servicios energéticos, derivadas del uso de los electrodomésticos, de la iluminación de los hogares, de las calles y plazas, y también del comercio, entre otras. A diferencia del consumo de carbón vegetal o la leña, la electricidad debe consumirse con tecnologías con mayor grado de sofisticación. El hecho de que se registre un incremento en el consumo eléctrico doméstico indicaría el uso de ampolletas (bombillas) para la iluminación de los hogares, refrigeradores para los alimentos, lavadoras, planchas, secadoras, cocinas, etc., y diversos otros electrodomésticos que explican el incremento en la calidad de vida. Este proceso de “residencialización” del consumo eléctrico, empleando el concepto acuñado por Bertoni (2011) para el Uruguay, fue un fenómeno generalizado en América Latina, particularmente desde 1985 en adelante. Sin embargo, poco se ha avanzado en comprender el impacto que la electrificación pudo tener en la calidad de vida de la población latinoamericana. En esta materia solo hay avances para el Uruguay, de la mano del trabajo de Bertoni et al. (2008). Además, desde una perspectiva regional, pero con un marco temporal que aborda solo la última década, Banal-Estañol et al. (2017). Sin embargo, para el resto de la región y en el largo plazo, esta relación permanece aún lejos de darnos respuestas satisfactorias.

“Central Termoeléctrica José Batlle y Ordoñez”, Montevideo, Uruguay (s/a). Fuente: montevideoantiguo.net

Los efectos de la electrificación se hicieron sentir con fuerza a fines de la década de 1960, en que la brecha con los países ricos comenzó a cerrarse rápidamente. La convergencia del consumo eléctrico entre nuestra región y los países ricos continúa hasta nuestros días, aunque sin lograr cerrarse definitivamente. Lo interesante de la situación latinoamericana es que, a mediados del siglo XX, el consumo eléctrico de varios de estos países se equiparaba o incluso superaba el de varios de los actuales países ricos. En 1960, España consumía 495 kWh/hab., Portugal 320 kWh/hab. y Grecia 242 kWh/hab.[2]  El mismo año, el consumo eléctrico en Chile era de 542 kWh/hab.; el de Venezuela de 540 kWh/hab. (1959); el de Argentina de 432 kWh/hab.; y el de Uruguay de 402 kWh/hab. Sin embargo, en 2014, los actuales países ricos consumían todos más de 4.500 kWh/hab., superando lo necesario para alcanzar elevados niveles de calidad de vida (Pasternak, 2000; Martínez y Ebenhack, 2008; Mazur, 2011). Mientras tanto, en América Latina, el mejor caso superaba levemente los 3.800 kWh/hab., siendo la pobreza energética una realidad extendida en la región (García, 2014). Frente a este escenario es que nos preguntamos ¿cómo los actuales países ricos pudieron alcanzar dichos niveles de consumo eléctrico por habitante, mientras que el mejor nivel de América Latina no ha logrado llegar a 4.000 kWh/hab.? O, desde un punto de vista diferente, ¿es posible alcanzar mayores niveles de calidad de vida, sin incrementar sustancialmente el consumo de energías, como en algún momento sugiere Smil (2017)?

Gráfico 1. Ratio Consumo eléctrico por habitante en América Latina y Países Ricos [3]

Fuente: Datos de América Latina en 1966 y 1969, de Garrido Lepe (2020). Para todo el resto, Banco Mundial.

Entre las dudas que aún aquejan la electrificación latinoamericana, no podía faltar el rol de los recursos naturales. El impulso inicial de la electrificación regional se realizó sustentándose en la generación hidroeléctrica, de la cual América Latina ha sido un destacado consumidor, mayor que el resto de las demás regiones del mundo (Rubio y Tafunell, 2014). Los recursos hídricos de la región fueron un incentivo significativo, aunque no el único. También existía la necesidad de controlar el flujo de divisas que se destinaban a la importación de combustibles fósiles, para destinarlas a la importación de bienes de capital y continuar con la industrialización. Sin embargo, durante la década de 1980, la matriz de generación eléctrica presentó una transformación sustancial en sus fuentes de generación. Desde 1986, la participación de la hidroelectricidad en la generación eléctrica total cayó de forma casi constante desde 61% hasta un mínimo histórico de 34% en 2015, siendo sustituida por fuentes de generación termoeléctrica. ¿Por qué se produjo esta reducción relativa de la hidroelectricidad en la matriz eléctrica latinoamericana? La literatura ha abordado esta transición en Chile (Yáñez y Garrido Lepe, 2017), Argentina (Furlán, 2017) y Uruguay (Bertoni, 2011). Sin embargo, todavía quedan numerosas preguntas por responder. Por ejemplo, ¿qué factor jugaron los precios de las energías primarias y los costos de generación eléctrica en dicha transición?

El incremento de la termoelectricidad en la matriz eléctrica latinoamericana es doblemente preocupante, si consideramos los nuevos desafíos ambientales que enfrenta la humanidad. En este caso, el incremento del uso de energías fósiles para la generación eléctrica va en contra de los intentos por descarbonizar el sistema energético global y prevenir de esa forma el excesivo incremento de la temperatura promedio de la tropósfera. En el caso de esta transición energética, el rol de las instituciones es clave, tal y como lo señala la literatura especializada (Fouquet, 2016; Sovacool, 2016; Smil, 2016; Geels et. al., 2017). Por lo mismo, cabe preguntarse ¿de qué forma pueden las instituciones revertir este escenario? Y ¿qué mecanismos regulatorios se han empleado en otros países para avanzar en la transición hacia una matriz energética descarbonizada? Por otro lado, surge la duda de si enfrentamos un escenario apropiado para fortalecer el rol de las empresas públicas en la conducción de este proceso.

“Parque Solar Caucharí”, Jujuy, Argentina (2021). Fuente: energiaestrategica.com

Las dudas que quedan por resolver sobre la electrificación latinoamericana son mucho más numerosas que las que aquí se repasan. Sin embargo, éstas pueden constituir un punto de partida para un análisis más profundo que nos permita comprender cómo hemos construido nuestra actual matriz energética, y cómo podemos enfrentar los desafíos que nos depara el futuro. Lo único cierto es que la resolución de ambas dudas es un trabajo necesario, y que solo podremos salvar si lo enfrentamos de manera colectiva y regional.


[1] Datos CEPAL, consultados el 12 de abril de 2020 en:  https://cepalstat-prod.cepal.org/cepalstat/tabulador/ConsultaIntegrada.asp?idIndicador=1754&idioma=e

[2] Datos Banco Mundial, consultados el 10 de octubre de 2021 en: https://datos.bancomundial.org/

[3] Los países de América Latina que entran en esta comparación son: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. En cuanto al grupo de países ricos, se compone de Alemania, Australia, Bélgica, Canadá, Dinamarca, España, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Grecia, Italia, Japón, Noruega, Nueva Zelanda, Países Bajos, Portugal, Reino Unido, Suecia y Suiza

Referencias

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