Requiem para el sueño (latino)americano (II)

Sabrina Siniscalchi (Universidad de la República, Uruguay)

RESUMEN. En la primera parte de este post (Parte I) revisitamos la importancia de los análisis de estratificación social para comprender algunos procesos recientes en América Latina en esta materia. Un elemento que destacamos es el de “vulnerabilidad”. En este sentido, las clases medias latinoamericanas surgidas en el último ciclo de crecimiento se pueden dividir en un sector consolidado y uno cuya probabilidad de caer en la pobreza es alta (vulnerables). Esta distinción es posible hacerla en contextos donde la disponibilidad de información es alta dado la multiplicidad de variables que se utilizan en estos análisis para determinar los umbrales de separación entre clases. En esta presente entrega plantearemos una posible alternativa metodológica para realizar este tipo de análisis en perspectiva histórica a partir del caso de Uruguay en la primera mitad del siglo XX.

¿Te acordás hermano, qué tiempos aquellos?

Tiempos viejos (1926)

Como vimos en la primera parte de este post, Uruguay es el país con mayor porcentaje de ciudadanos pertenecientes a la clase media consolidada tanto a principios del siglo XXI como en 2012. Esto no es un fenómeno nuevo, ya que Uruguay ha sido históricamente considerado un país de clases medias. Las crónicas dejan entrever que la promoción de la formación de una sociedad de clases medias hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX fue un proceso fomentado por los políticos e intelectuales de la época, que veían en la construcción de una sociedad mesocrática un pilar fundamental para el desarrollo político y económico de la nación (Bauzá, 1876).

Hacia principios del siglo XX, el batllismo, movimiento conducido por José Batlle y Ordóñez (dos veces presidente de la República: 1903-1907 y 1911-1915), sentó las bases de la expansión de diversas funciones del Estado como productor y proveedor de servicios a la vez que se expandía, progresivamente, la representación política a través de la universalización del sufragio masculino. Estos desarrollos tuvieron lugar en medio de un proceso de crecimiento sustantivo de la población entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, producto de una importante oleada migratoria.

Entre la década de 1960 y 1980, los cambios visibles en estructura social: agotamiento del modelo de crecimiento económico, envejecimiento de la población, emigración, y fuertes conflictos distributivos, dieron cabida a una creciente literatura sobre la sociedad uruguaya, la cual dedicó gran parte de su análisis a las clases medias y a su rol en el desarrollo político del país en la primera mitad del siglo XX (Grompone, 1963; Solari, 1956; Rama, 1969).

Además de un toque nostálgico, propio de la gris sociedad uruguaya, mirar (e idealizar) la sociedad de principios del siglo XX en la década del 1960 escondía la razón del artillero: “el laboratorio del mundo” supo contar mejor las vacas que la gente que había en su territorio, y entre 1908 y 1963 no se realizaron censos de población o de viviendas. Esto transformaba a los Censos de 1908[1] en la fuente privilegiada (y la única) para los análisis de la sociedad uruguaya de la primera mitad del siglo XX, aún a pesar de sus variadas falencias (Barran y Nahum, 1977, 1979; Rama, 1969; Klaczko, 1981)

La construcción de tablas sociales, una vieja práctica ideada con fines recaudatorios en la Inglaterra del siglo XVII,[2] y devenida en metodología ampliamente usada por los historiadores económicos en el presente,[3] no permiten aproximarnos de forma histórica a la estratificación social (Gómez-León, 2015).

Para el caso de Uruguay, dadas las escasas fuentes censales con las que contamos, podemos clasificar la población económicamente activa (PEA) en: obreros (trabajadores blue collar), empleados (asalariados white collar), y patrones.  En términos de ingreso es necesario elegir un criterio de delimitación de clases y en nuestro caso, siguiendo a Franco et al. (2011), tomamos como parámetros el doble del valor monetario de la línea de pobreza para separar clase media de baja, y dos desviaciones con respecto a la mediana de ingreso para delimitar la clase media de la alta.

El concepto de línea de pobreza es muy reciente y no tenemos estimaciones para la primera mitad del siglo XX, por lo que tomamos el valor de la canasta de consumo básica de una familia obrera (Barrán y Nahum, 1977). Así, consideramos que el límite entre la clase baja y la media en términos de ingreso es igual a dos veces el valor de esa canasta de consumo y el límite que separa a la clase media de la alta lo fijamos en dos desviaciones estándar por encima de la mediana de ingreso. La combinación de ambos criterios arroja 5 estratos,[4] de los cuales nos interesa destacar el estrato medio-bajo, ya que el mismo podría asimilarse al concepto de “clase media vulnerable” que veníamos manejando. Este estrato lo componen individuos que deberían pertenecer al estrato medio o alto por su ocupación, pero su ingreso es inferior a dos canastas de consumo mínimas (en particular, encontraremos a los pequeños productores rurales en esta categoría), o bien individuos que realizan ocupaciones de tipo blue collar, pero su ingreso los coloca por encima del umbral de consumo mínimo.

Gráfico 1: Estratificación social en Uruguay 1908-1963 (% de PEA)

Fuente: Siniscalchi (s/f)

Siguiendo estos criterios, podemos ver que el aumento del estrato medio bajo –el cual es asimilable a la idea de clase media vulnerable manejada en los análisis actuales– explica gran parte del creciente peso relativo de los sectores medios en la sociedad uruguaya de la primera mitad del siglo XX, llegando a representar más de la mitad de dicho estrato en la década de 1960.

Este enfoque permite ver cómo esa clase media vulnerable es muy distinta que la clase media consolidada. Por ejemplo, en 1908, el integrante promedio del estrato medio bajo percibe un ingreso mensual de $26, mientras que los que integran el estrato medio ganan, en media, $67,4. Estos ganarían, siempre hablando en términos promedio, 60% menos del ingreso mínimo para considerarlos de la clase media por una clasificación estrictamente basada en ingresos.

Gráfico 2: Estratificación social en Uruguay según diferentes criterios (1908)

Fuente: Siniscalchi (s/f)

Si lo vemos en términos de capacidad de consumo, los integrantes del estrato medio bajo pueden adquirir, en promedio, 2,5 canastas básicas mientras que sus pares del estrato medio pueden costear, promedialmente, 5 canastas al mes.

Hacia 1963 la situación cambia (gráfico 3). El ingreso promedio de los integrantes del estrato medio bajo representa el 80% del ingreso promedio de los integrantes del estrato medio, y ganan un 15% menos de lo que necesitan para ser clasificados como clase media sólo por sus ingresos. Ahora bien, en términos de capacidad de consumo las distancias entre estratos medio y medio vulnerable se reducen, pero esto se debe a la pérdida de capacidad de consumo de los estratos medios, los cuales acceden en media a cubrir 2,6 canastas básicas por mes, mientras que el estrato medio bajo costea promedialmente 2,5 canastas por mes (lo cual es la mitad de la capacidad de consumo promedio del estrato medio bajo y una quinta parte de la del estrato alto).

Gráfico 3: Estratificación social en Uruguay según diferentes criterios (1963)

Fuente: Siniscalchi (s/f)

Tratándose de un trabajo en progreso, no hemos desarrollado aún el análisis necesario para ligar estos resultados con la evolución del contexto socio-político de la época, pero la evidencia teórica nos lleva a pensar que detrás de estos fenómenos se encuentra una parte importante de la explicación de la convulsionada década de 1960 en el Uruguay.

Las relaciones entre los fenómenos de estratificación social y, en particular, de la composición de las clases medias con la evolución socio-política puede verse en, al menos, dos formas:  desde una óptica de economía política, y desde una perspectiva de sociología política. Ambas perspectivas son inabarcables para este espacio. Haciendo casi una caricatura de los análisis de cada una podemos sintetizar que la primera de ellas asocia la formación de diferentes tipos de estados de bienestar con la forma en que se llega a consensos en la sociedad sobre la tributación. Un actor clave en esto es la clase media, dado que estas aproximaciones analíticas suponen, a partir del teorema del votante mediano (Metzel y Richard, 1981), que los individuos en la mediana de la distribución pertenecen a la clase media. Esto, además de no ser necesariamente cierto en términos empíricos ya que depende del grado de polarización de los ingresos, supone que los individuos medianos tienen ciertas preferencias por la redistribución asociadas a la estabilidad de sus fuentes de trabajo, el acceso a la educación y su nivel de ingreso. En este sentido, una vez más, el grado de vulnerabilidad de la clase media sería un elemento fundamental para tener en cuenta, aspecto que la literatura sobre preferencias por la redistribución no ha analizado en profundidad (Estevez-Abe et al., 2001; Iversen, 2005; Iversen y Soskice, 2001; Schneider y Soskice, 2009).

La segunda línea de interpretación está asociada con los procesos de incorporación de la ciudadanía, nuevamente como forma de explicar la forma y las funciones que asumen los Estados a lo largo del tiempo. Esta literatura es particularmente interesante porque los trabajos más recientes están enfocados en América Latina. La idea central de éstos es que los modelos de desarrollo de la segunda mitad del siglo XX produjeron procesos de exclusión de amplios sectores de la sociedad, los cuales a pesar de no ser ni ideológicamente ni políticamente homogéneos, terminaron confluyendo en expresiones políticas comunes para lograr su incorporación al sistema. En este sentido, se distinguen dos períodos de “crisis de incorporación”, uno a fines del modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) que habría decantado en la formación de movimientos de izquierda más radicales de las décadas del 60’ y 70’; y otro a fines del siglo XX y principios del XXI que decantó en el triunfo de gobiernos de izquierda (algunos con tintes populistas y otros más moderados) en gran parte del continente (Filgueira et al., 2009).

Esta literatura, a pesar de ser multidisciplinaria en términos teóricos, no presenta un fuerte sustento histórico-empírico de sus conclusiones que permitan llegar a las generalizaciones a las que arriban. Es por ello que creo que necesario mirar con ópticas distintas los fenómenos actuales y, sobre todo, aportar, desde la Historia Económica, fundamentos empíricos que nos permitan entender por qué hemos fallado, en reiteradas ocasiones, en manejar las expectativas de ascenso social de aquellos que consiguen mejorar su ingreso (y no mucho más que su ingreso) en los ciclos de alza económica y las consecuencias que ello tiene para la consolidación democrática en el continente.

[1] Utilizo el plural dado que en 1908 se realizaron, por única vez en la historia uruguaya en forma simultánea, censos de: población, vivienda, industria y comercio, agropecuario y de educación.

[2] Lindert y Williamson (1982), pioneros en el uso de este recurso para sus análisis datan la primera tabla social en 1688.

[3] Entre otros: Bértola, 2005; Bértola et al, 2010; De Jong y Gómez-León, 2019; Lindert y Williamson, 1983; Milanovic et al., 2007; Rodríguez-Weber, 2013.

[4] Estrato y clase se usan varias veces como sinónimos en este post a pesar que por la forma de operacionalización elegida el uso de estrato es más adecuado que el de clase. Los 5 estratos identificados son: Bajo (individuos con ingreso bajo y que se desempeñan en ocupaciones de tipo manual); Medio bajo –asociado con “clase media vulnerable”– (individuos que deberían pertenecer al estrato medio o alto por su ocupación, pero su ingreso es bajo; en particular, encontraremos a los pequeños productores rurales en esta categoría); Medio –asociado con “clase media consolidada”– (individuos con ingreso medio y que se ocupan en trabajos no manuales); Medio alto (individuos cuyo ingreso los ubica en los estratos medios, pero su ocupación los situaría dentro del estrato alto); Alto (individuos con ingreso y ocupaciones de estrato alto; por ejemplo, propietarios y otros).

Bibliografía

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Siniscalchi, Sabrina (forthcoming) “Estratificación social en Uruguay del siglo XX”.

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