Cecilia Lara (Universidad de la República, Uruguay)
Cecilia Lara es profesora adjunta de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración (FCEA) y profesora asistente de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS), ambos en la Universidad de la República, Uruguay. Es economista y Doctora en Historia Económica por la misma Universidad. Trabaja en el Programa de Historia Económica (FCS) y en el Instituto de Economía (FCEA). Sus temas de interés son estructuras productivas y políticas de desarrollo productivo; población y desarrollo; y género y bienestar.
RESUMEN. El objetivo de este post es aportar elementos de la experiencia histórica para la discusión actual del rol del Estado en América Latina y, en particular, de las políticas de desarrollo productivo. Conocer más sobre el desempeño del período de la industrialización entre 1930-1980 en la región es de vital importancia, ya que fue el momento durante el cual la industria actuó como el motor del crecimiento económico, de la mano de un despliegue de políticas de Estado, hechos que no se volvieron a repetir en en la región, constituyendo una etapa singular de la historia económica latinoamericana.
El rol del Estado en la economía. Hoy y ayer
En el contexto actual de un mundo afectado por la pandemia es imprescindible hablar del rol del Estado en los diferentes ámbitos que hacen a los países y la vida de las personas que los habitan: la salud, la educación, la producción económica, el relacionamiento mundial.
La dicotomía libertad de mercado versus intervencionismo no parece adquirir un mayor sentido, ya que las necesidades actuales caminan hacia una mayor intervención estatal, algo que se reconoce, incluso, en países liberales como Estados Unidos.
Dentro de las políticas económicas, existe una batería muy diversa de medidas que pueden adoptar los gobiernos. Una de ellas tiene que ver con las políticas industriales,[1] dirigidas a fortalecer determinados sectores de la economía de forma de desarrollar capacidades de producción domésticas. Esto se puede traducir en subsidios directos e indirectos, acceso preferencial al crédito, aranceles, fomento a la innovación y tecnología, entre otros.
Para América Latina, la CEPAL, históricamente, propone que los países lleven adelante políticas industriales para superar los conocidos problemas de la heterogeneidad estructural y la especialización productiva (Rodríguez 2001).[2] Los impactos de la pandemia no han hecho más que demostrarnos la importancia de los sectores industriales, con su rol estratégico para dinamizar las economías y reactivar la innovación de cara a un nuevo patrón de desarrollo productivo (CEPAL 2020).
Si bien la industria es un sector clave por sus capacidades comprobadas de generar derrames, externalidad y encadenamientos (Hirschman 1958, Kaldor 1960, Szirmai 2012), las resistencias a apostar por este sector provienen de varias décadas. Desde que se implementan en la región los modelos de corte neoliberal a partir de los años 80, la palabra «política industrial» es maldecida por la academia y los hacedores de política. Recién en el siglo XXI éstas retoman a la agenda pública, no obstante, en varios países la reprimarización de la economía no se ha revertido y ha habido un espacio acotado para este tipo de políticas de desarrollo productivo.
Uno de los motivos por los cuales las políticas industriales han sido devaluadas en América Latina tiene que ver con su pasado en el período de crecimiento hacia adentro, entre los años 1930 y 1980. Se ha tejido un manto de leyenda oscura sobre lo que le sucede a la economía cuando el Estado interviene y, en particular, para promover las manufacturas. Dentro de las críticas, una de ellas radica en el desempeño económico de la industria, y, más precisamente, en su productividad.
Aquí es donde propongo reflexionar, tomando de la experiencia histórica para América Latina, resultados, lecciones e insumos para pensar el presente. Primero que nada recordemos que los años comprendidos entre 1930 y 1970 fueron en los cuales el sector manufacturero en la región adquirió mayor peso en la economía (alrededor del 25% del promedio; Bértola y Ocampo 2012), y la tasa de crecimiento del PIB industrial (más de 5 por ciento anual) era superior al del total de la economía (Bénétrix et al. 2012). Este sector es claramente identificado por su impacto en la generación de empleo, incorporación de tecnología e innovación, así como vínculos con otros sectores de la economía. Este período fue, además, inusual porque el Estado jugó un rol protagónico en este proceso de industrialización a través de la intervención de políticas. Estos hechos no se repitieron de nuevo en la región, constituyendo una etapa singular de la historia económica latinoamericana.
Comparado a otros países de industrialización tardía en el siglo XX (Gerschenkron 1962) como lo ocurrido en países de Asia Oriental (Japón, Corea, Taiwán), América Latina experimentó una temprana desindustrialización (Palma 2005), con negativas consecuencias para el crecimiento económico y el desarrollo. Amsden (2001) y Szirmai (2009) presentan evidencia sobre que los países en desarrollo que apostaron por la industrialización tardía, pero mantuvieron el modelo industrializador por un prolongado período de tiempo, lograron exitosamente converger hacia países ricos en términos de PIB per cápita. Estas experiencias de industrialización fueron impulsadas por sostenidas políticas industriales (Chang 2009), por lo tanto, muestran que éstas han sido una poderosa herramienta para llevar adelante transformaciones productivas. Aunque el proceso de industrialización se plantea como un motor de crecimiento desde contribuciones teóricas y empíricas, esta etapa para América Latina ha sido cargada de valoraciones negativas. Parte de la contribución de mi Tesis de Doctorado es ofrecer nueva evidencia para revisitar el desempeño de la industria manufacturera en tres países de la región (Brasil, Chile y Uruguay), con una perspectiva comparada (Estados Unidos y Suecia) en el período de la industrialización (1930-1980).[3]
Los cambios al interior de la manufactura
Con respecto a los tres países latinoamericanos, un primer punto a destacar es que se identificaron cambios en la composición del valor agregado y del empleo, dentro del sector industrial. Sin embargo, el grado de transformación tecnológica (medido por el mayor peso de las industrias intensivas en ingeniería) fue más débil y limitado en el tiempo para el caso del Uruguay, seguido por la experiencia chilena con avances moderados, y, finalmente, el caso brasileño, el cual mostró cambios profundos y sostenidos en el período (ver Gráfico 1).
En Uruguay los mayores cambios en la industria se produjeron hasta mediados de la década de 1950. Sin embargo, el peso de las industrias intensivas en recursos naturales siempre fue alto, algunas de ellas asociadas a la producción de bienes de consumo tradicionales no duraderos (alimentos y bebidas) y otras (papel, productos químicos y petróleo). Los alimentos y las bebidas tenían altos niveles de protección y registraban niveles de productividad superiores a la media del sector manufacturero. Por otra parte, los textiles también eran una industria protegida y, a diferencia del resto de las industrias con uso intensivo de mano de obra, esta industria registró altos niveles de productividad hasta 1968. A diferencia de otros países de la región, no existía un marco institucional sólido con políticas industriales que apoyaran deliberadamente la producción de bienes intensivos en ingeniería (Bértola y Bittencourt 2015). Este último grupo de industrias creció muy ligeramente en términos de valor agregado y empleo, y su nivel de productividad laboral se mantuvo bajo.
La historia fue diferente en Chile. Aunque al principio hubo una alta protección para las industrias de bienes de consumo no duradero (alimentos, bebidas, tabaco, textiles), la aparición de CORFO[4] en 1939 dio un impulso al proceso de industrialización en la industria y la tecnología intensivas en capital. CORFO tenía como objetivo crear una estrategia para promover el crecimiento económico y el desarrollo en Chile, y fue financiado por un impuesto sobre la industria del cobre. Esta organización alentaba la inversión privada y pública, estimulaba la investigación tecnológica y apoyaba a las nuevas industrias en campos estratégicos, a saber, la electricidad, el petróleo y el acero (Lagos 1966). Esto dio lugar a un mayor peso de las industrias intensivas en ingeniería en 1957, en detrimento, sobre todo, de las industrias intensivas en mano de obra. Por otra parte, las industrias intensivas en recursos naturales mantuvieron su importancia y registraron niveles de productividad laboral superiores a la media de la industria. En el decenio de 1960 el proyecto de industrialización dio mayor prominencia al sector privado y se siguieron produciendo cambios en la composición del valor agregado dentro de la industria. Las industrias intensivas en mano de obra siguieron disminuyendo su participación y su nivel de productividad, mientras que las industrias intensivas en ingeniería aumentaron su peso en el conjunto de la industria y también su nivel de productividad, aunque permanecieron por debajo del peso del grupo de industrias intensivas en recursos naturales.
En el caso de Brasil se identifican dos períodos: entre 1930-1960 y 1960-1980 (Abreu et al. 2000). El primer período se caracterizó por la industrialización de la sustitución de importaciones propiamente dicha, con la mayoría de la producción de bienes intensivos en recursos naturales y mano de obra. Estas industrias tenían un nivel de protección significativo, y las primeras tenían niveles de productividad superiores a la media de la industria en su conjunto. El decenio de 1950 marcó un punto de inflexión: la industria de bienes de consumo duraderos (automóviles, electrodomésticos), la generación de energía, el hierro y el acero adquirieron mayor importancia en detrimento de otras industrias ligeras. El BNDES[5] fue una figura clave en el financiamiento de las industrias con mayores requerimientos de infraestructura, así como de otras políticas industriales que involucraban activamente al Estado en la producción. El censo industrial de 1959 dio cuenta de estos cambios, puesto que mientras el valor agregado bruto de las industrias intensivas en recursos naturales representó el 41% del total de la industria manufacturera, las industrias intensivas en ingeniería representaron el 39% y además reportaron los niveles más altos de productividad. Entre 1960 y 1980, el cambio estructural se profundizó en Brasil, con una mayor diversificación y un aumento de la productividad de las industrias más sofisticadas (ingeniería mecánica, equipo de transporte, entre otras). Las industrias con uso intensivo de ingeniería pasaron a ser más importantes en términos de valor agregado y empleo que el resto de las industrias. Por el contrario, las industrias intensivas en mano de obra perdieron participación y, al mismo tiempo, se clasificaron como las industrias menos productivas. Esto se produjo en un contexto de mayor protagonismo del sector privado en la producción, mayor presencia de empresas transnacionales y aumento de las exportaciones industriales.
Gráfico 1. Distribución del valor agregado industrial en 3 grupos de industrias. Brasil, Chile, Uruguay y Estados Unidos. 1940 y 1980.
¿Qué historia cuenta la productividad?
En la Tesis se emplea el concepto de productividad más simple, esto es, el cociente del valor agregado y la cantidad de trabajadores empleados. El cálculo de productividad en el período de tiempo seleccionado, nos muestra sus niveles, y no sólo su evolución como ocurre cuando se emplean índices. Una vez calculados los niveles de productividad por industrias para Brasil, Chile y Uruguay, se comparan con los alcanzados en las industrias de Estados Unidos[6] y, de esta forma, se obtienen ratios de productividad.
Los ratios de productividad de los tres países cuentan diferentes historias (ver Gráfico 2[7]), pero con un punto muy importante en común: durante la etapa de la industrialización dirigida por el Estado las brechas de productividad relativa alcanzaron los mejores desempeños que se observan para cada uno de los tres países individualmente. Agotado el modelo basado en la industria, estas brechas crecen. Esto ocurre en Chile desde 1973, Uruguay desde 1958, y Brasil a partir de los años 80.
Para complementar la visualización de las gráficas, se aplican los test de convergencia Augmented Dickey Fuller (ADF) y Zivot & Andrews (ZA), y con ellos se determina si los resultados son estadísticamente significativos o no. Ambos test de raíces unitarias se aplican sobre el ratio gci,t = ln(Pci,t/ Pusi,t) en donde Pci,t es la productividad de la industria en Brasil, Chile o Uruguay, y Pusi,t es la productividad de la industria en Estados Unidos. El test ADF se calcula con constante y tendencia; si la hipótesis nula (H0) se rechaza, entonces la serie es estacionaria alrededor de la tendencia y no habría raíz unitaria, por tanto, una vez que esto sucede se testea la convergencia o divergencia de la serie. Además del test ADF, se calcula el test ZA, en donde si la H0 se rechaza entonces la serie es estacionaria alrededor de la tendencia con un cambio estructural y no habría raíz unitaria, por tanto, pasa a testearse la convergencia o divergencia separadamente en dos períodos (antes y después del cambio estructural endógeno).
A nivel de la industria en su conjunto, los resultados no son concluyentes de una convergencia o divergencia estadísticamente significativa en la comparación Chile versus Estados Unidos para los años 1939-1980, y Uruguay versus Estados Unidos para los años 1939-1968. Sin embargo, la trayectoria del Brasil con respecto a los Estados Unidos sí mostró un proceso de convergencia estadísticamente significativo durante todo el período 1945-1980. Brasil aplicó políticas industriales sostenidas que contribuyeron a transformar la estructura productiva, lo que también se reflejó en la reducción de las diferencias de productividad con respecto a los Estados Unidos. El cambio estructural y la convergencia industrial fueron de la mano en este país, y es un hallazgo en línea con trabajos previos (Bértola 2000, Durán et al. 2017).
Gráfico 2. Brechas de productividad laboral. Brasil, Chile y Uruguay comparado con EEUU

Fuente: elaboración propia en base a datos de estadísticas oficiales
Utilizando las series por industrias, fue posible explorar la convergencia a ese nivel más desagregado. Más allá del hecho de que la productividad laboral de las industrias estadounidenses creció de manera constante durante todo el período, algunas industrias latinoamericanas lograron destacarse, ya sea para todo el período o para subperíodos específicos. Si me centro sólo en la convergencia estadísticamente significativa (ver Cuadro 1), la industria papelera chilena converge con los Estados Unidos hasta el decenio de 1950, mientras que la industria tabacalera del mismo país redujo la brecha con los Estados Unidos a partir del decenio de 1950. Ambas industrias registraron trayectorias de alta productividad en Chile, pero a costa de expulsar a los trabajadores. Hay que tener en cuenta que la industria papelera tuvo una alta participación en el valor agregado y el empleo, mientras que la industria tabacalera fue menos significativa.
En el caso de Uruguay, los alimentos y las bebidas alcanzaron una trayectoria de convergencia, y el tabaco y el caucho y el plástico lo hicieron hasta 1959. Estas industrias estaban protegidas bajo el modelo de industrialización liderado por el Estado, y también contribuyeron al crecimiento de la productividad laboral total mediante la reducción del empleo.
Por último, las industrias brasileñas tuvieron un desempeño muy favorable con respecto a las de los Estados Unidos, logrando consolidar un proceso de convergencia en la mayoría de las industrias, con la excepción de la industria química (divergente desde 1962) y la de minerales no metálicos (ni convergente ni divergente). El mayor éxito relativo se observó en la industria textil, porque a pesar de ser una industria muy dinámica en los Estados Unidos, Brasil mostró un rendimiento muy alto y su ritmo de convergencia fue el más fuerte dentro de las industrias manufactureras.
Cuadro 1. ADF tests, Zivot & Andrews test, y estimaciones de tendencia determinística. Chile, Brasil y Uruguay comparado con EEUU

En resumen, la industria manufacturera de Brasil logró cambios sustanciales, que se reflejaron en una reducción de la heterogeneidad y en avances notorios en cuanto a cambio estructural. La convergencia de la industria manufacturera se aceleró en Brasil en el decenio de 1960, cuando se profundizó el modelo de desarrollo basado en la industrialización y se adoptaron características diferentes de las registradas en su primera etapa. La transformación estructural fue más débil en Uruguay y moderada en Chile, y la capacidad de reducir las brechas tecnológicas con los líderes se limitó a algunos sectores industriales relacionados con los recursos naturales y con niveles medios y altos de protección industrial. Esto último también debe vincularse al diferente ritmo de industrialización de estos dos países, especialmente en Uruguay, donde el impulso industrializador se agotó muy tempranamente. Una hipótesis subyacente, y en gran medida el argumento para la desindustrialización temprana, es que si la industria no se hubiera desmantelado tan rápidamente, se podrían haber logrado otras trayectorias más exitosas del desempeño relativo del sector.
A nivel de la industria manufacturera en su conjunto, mis resultados muestran que el país que más avanzó en las políticas industriales, Brasil, fue el que logró alcanzar al liderazgo durante el período de industrialización. Su abanico es muy amplio, desde las políticas proteccionistas hasta otro conjunto de políticas para la formación de los trabajadores, el fomento de la innovación y la inversión, y las políticas de financiación. En el caso de Uruguay, en su etapa de industrialización propiamente dicha, el nivel relativo de productividad respecto de los Estados Unidos se mantuvo estable y en valores moderadamente altos, pero desde mediados de los años cincuenta, cuando el modelo se estancó en este país, esta posición relativa se perdió considerablemente y se situó en niveles muy pobres (alrededor del 20% en 1968 y del 15% en 1988 según estimaciones propias). Y, finalmente, la posición relativa de Chile fue modesta y estable hasta la década de 1970, antes de caer a niveles similares a los de Uruguay. La pérdida de la posición relativa de la productividad laboral de la industria en Uruguay y Chile, que fue acompañada por un cambio en las políticas económicas y el modelo de desarrollo, no pareció generar resultados positivos en el conjunto de la economía. Los resultados de la convergencia económica (medidas en términos de PIB per cápita) la respaldan: Uruguay y Chile aumentaron la brecha de ingresos con respecto a los Estados Unidos en 1955 y 1972, respectivamente. En Brasil, la divergencia económica también se produjo después de los años ochenta y de manera más significativa a partir de los años noventa.

Además de EMBRAER, en los años 60 aparece otra gran creación que destacará por siempre a Brasil a nivel mundial: surge la bossa nova, y de ella “A garota de Ipanema” (de Moraes y Jobim, 1962), una de las canciones con más versiones en la historia de la música
https://youtu.be/5D_Lom2pjZQ
Políticas industriales del futuro y aprendizajes del pasado
A modo de conclusión, mi Tesis pretende contribuir con más evidencia para evaluar la experiencia de la industrialización. Sabemos que fue un período en el que había muchos cambios por hacer, muchos de los cuales no fueron posibles, y el desmantelamiento del modelo se produjo de forma prematura. Los tres países analizados aportaron pruebas, en mayor o menor medida, de industrias que pudieron desarrollarse con éxito, lo que se reflejó en los resultados obtenidos. Los matices forman parte del proceso de evaluación, pero si adoptamos una valoración más completa y menos negativa de esta experiencia histórica, podemos tener hoy en día una apertura más favorable al retorno de las políticas industriales en América Latina en el siglo XXI. En el contexto actual, donde países desarrollados y otros no tanto, están decididamente apostando con políticas industriales hacia transformaciones necesarias como la industria digital y las energías verdes, se vuelve imperioso que nuestra región deje de estar al margen de ellas y se atreva, responsablemente, a adoptarlas también.
[1] Hoy en día, el concepto de políticas industriales se utiliza en un sentido amplio para referirse a políticas de desarrollo productivo, abarcando un amplio set de actividades productivas que incorporan al sector industrial con un rol clave, así como, también, laboratorios científico-tecnológicos, la producción de diferentes fuentes de energía, la transformación genética, la nanotecnología, y diferentes áreas de la tecnología de la información (Bértola y Bittencourt 2015).
[2] Desde los años 50, Prebisch plantea los conceptos de heterogeneidad estructural y especialización productiva, y se mantienen a lo largo del pensamiento cepalino del siglo XX y XXI. La heterogeneidad estructural hace referencia a los diferenciales de productividad que existen de forma más marcada entre los distintos sectores de las economías periféricas. La especialización productiva en la periferia hace referencia a la mayor concentración del valor agregado de la economía en la producción basada en recursos naturales.
[3] Para ampliar la lectura se sugiere leer: “Manufacturing performance in international perspective: New evidence for the Southern Cone” (Lara 2019).
[4] CORFO: Corporación de Fomento de la Producción de Chile, creada en 1939 por el gobierno chileno.
[5] BNDES es el Banco Nacional de Desenvolvimento Econômico e Social. Es una empresa pública creada en 1962 por el gobierno de Brasil.
[6] Por más detalles metodológicos, ver mi Tesis de Doctorado (Lara 2019).
[7] El gráfico se presenta de tal modo de que es posible leer el gap directamente. Esto es, por ejemplo, Brasil alcanza niveles de productividad que representan la mitad de sus pares estadounidenses hacia finales de los años 70 y primeros 80.
Referencias
Amsden, Alice. 2001. The Rise of “The Rest”: Challenges to the West from Late Industrializing Economies. Oxford, Oxford University Press.
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Bénétrix, Agustín, Kevin O`Rourke y Jeffrey Williamson. 2012. “The spread of manufacturing to the poor periphery 1870-2007: eight stylized facts”. Working Paper 18221. National Bureau of Economic Research. Cambridge.
Bértola, Luis. 2000. Ensayos de Historia Económica. Uruguay y la región en la economía mundial. 1870-1990, Ediciones Trilce, Montevideo.
Bértola, Luis y Gustavo Bittencourt. (ed.). 2015. “Un balance histórico de la industria uruguaya: entre el “destino manifiesto” y el voluntarismo”. MIEM, Universidad de la República, Uruguay.
Bértola, Luis y José Antonio Ocampo. 2012. The economic development of Latin America since independence. Oxford, Oxford University Press.
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Chang, Ha-Joon. 2009. “Industrial Policy: Can We Go Beyond an Unproductive Confrontation?” A Plenary Paper for ABCDE (Annual World Bank Conference on Development Economics) Seoul, South Korea.
Durán, Xavier, Aldo Musacchio y Gerardo della Paollera. 2017. “Industrial growth in South America. Argentina, Brazil, Chile and Colombia 1890-2010.” In O´Rourke and Williamson The spread of modern industry to the periphery since 1871.
Gerschenkron, Alexander. 1962. Economic backwardness in historical perspective: a book of essays. Harvard University Press.
Hirschman, Albert. 1958. The Strategy of economic development. New Haven, Yale UP.
Kaldor, Nicholas. 1967. Strategic Factors in Economic Development. Ithaca, New York.
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