Aportes sobre la industria manufacturera en Brasil, Chile y Uruguay durante el período de industrialización 1930-1980. Disparidad, mejora, ocaso y retroceso

Cecilia Lara (Universidad de la República, Uruguay)

Cecilia Lara es profesora adjunta de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración (FCEA) y profesora asistente de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS), ambos en la Universidad de la República, Uruguay. Es economista y Doctora en Historia Económica por la misma Universidad. Trabaja en el Programa de Historia Económica (FCS) y en el Instituto de Economía (FCEA). Sus temas de interés son estructuras productivas y políticas de desarrollo productivo; población y desarrollo; y género y bienestar.

RESUMEN. El objetivo de este post es aportar elementos de la experiencia histórica para la discusión actual del rol del Estado en América Latina y, en particular, de las políticas de desarrollo productivo. Conocer más sobre el desempeño del período de la industrialización entre 1930-1980 en la región es de vital importancia, ya que fue el momento durante el cual la industria actuó como el motor del crecimiento económico, de la mano de un despliegue de políticas de Estado, hechos que no se volvieron a repetir en en la región, constituyendo una etapa singular de la historia económica latinoamericana.

El rol del Estado en la economía. Hoy y ayer

En el contexto actual de un mundo afectado por la pandemia es imprescindible hablar del rol del Estado en los diferentes ámbitos que hacen a los países y la vida de las personas que los habitan: la salud, la educación, la producción económica, el relacionamiento mundial.

La dicotomía libertad de mercado versus intervencionismo no parece adquirir un mayor sentido, ya que las necesidades actuales caminan hacia una mayor intervención estatal, algo que se reconoce, incluso, en países liberales como Estados Unidos.

Dentro de las políticas económicas, existe una batería muy diversa de medidas que pueden adoptar los gobiernos. Una de ellas tiene que ver con las políticas industriales,[1] dirigidas a fortalecer determinados sectores de la economía de forma de desarrollar capacidades de producción domésticas. Esto se puede traducir en subsidios directos e indirectos, acceso preferencial al crédito, aranceles, fomento a la innovación y tecnología, entre otros.

Para América Latina, la CEPAL, históricamente, propone que los países lleven adelante políticas industriales para superar los conocidos problemas de la heterogeneidad estructural y la especialización productiva (Rodríguez 2001).[2] Los impactos de la pandemia no han hecho más que demostrarnos la importancia de los sectores industriales, con su rol estratégico para dinamizar las economías y reactivar la innovación de cara a un nuevo patrón de desarrollo productivo (CEPAL 2020).

Si bien la industria es un sector clave por sus capacidades comprobadas de generar derrames, externalidad y encadenamientos (Hirschman 1958, Kaldor 1960, Szirmai 2012), las resistencias a apostar por este sector provienen de varias décadas. Desde que se implementan en la región los modelos de corte neoliberal a partir de los años 80, la palabra «política industrial» es maldecida por la academia y los hacedores de política. Recién en el siglo XXI éstas retoman a la agenda pública, no obstante, en varios países la reprimarización de la economía no se ha revertido y ha habido un espacio acotado para este tipo de políticas de desarrollo productivo.

Uno de los motivos por los cuales las políticas industriales han sido devaluadas en América Latina tiene que ver con su pasado en el período de crecimiento hacia adentro, entre los años 1930 y 1980. Se ha tejido un manto de leyenda oscura sobre lo que le sucede a la economía cuando el Estado interviene y, en particular, para promover las manufacturas. Dentro de las críticas, una de ellas radica en el desempeño económico de la industria, y, más precisamente, en su productividad.

Aquí es donde propongo reflexionar, tomando de la experiencia histórica para América Latina, resultados, lecciones e insumos para pensar el presente. Primero que nada recordemos que los años comprendidos entre 1930 y 1970 fueron en los cuales el sector manufacturero en la región adquirió mayor peso en la economía (alrededor del 25% del promedio; Bértola y Ocampo 2012), y la tasa de crecimiento del PIB industrial (más de 5 por ciento anual) era superior al del total de la economía (Bénétrix et al. 2012). Este sector es claramente identificado por su impacto en la generación de empleo, incorporación de tecnología e innovación, así como vínculos con otros sectores de la economía. Este período fue, además, inusual porque el Estado jugó un rol protagónico en este proceso de industrialización a través de la intervención de políticas. Estos hechos no se repitieron de nuevo en la región, constituyendo una etapa singular de la historia económica latinoamericana.

Comparado a otros países de industrialización tardía en el siglo XX (Gerschenkron 1962) como lo ocurrido en países de Asia Oriental (Japón, Corea, Taiwán), América Latina experimentó una temprana desindustrialización (Palma 2005), con negativas consecuencias para el crecimiento económico y el desarrollo. Amsden (2001) y Szirmai (2009) presentan evidencia sobre que los países en desarrollo que apostaron por la industrialización tardía, pero mantuvieron el modelo industrializador por un prolongado período de tiempo, lograron exitosamente converger hacia países ricos en términos de PIB per cápita. Estas experiencias de industrialización fueron impulsadas por sostenidas políticas industriales (Chang 2009), por lo tanto, muestran que éstas han sido una poderosa herramienta para llevar adelante transformaciones productivas. Aunque el proceso de industrialización se plantea como un motor de crecimiento desde contribuciones teóricas y empíricas, esta etapa para América Latina ha sido cargada de valoraciones negativas. Parte de la contribución de mi Tesis de Doctorado es ofrecer nueva evidencia para revisitar el desempeño de la industria manufacturera en tres países de la región (Brasil, Chile y Uruguay), con una perspectiva comparada (Estados Unidos y Suecia) en el período de la industrialización (1930-1980).[3]

Los cambios al interior de la manufactura

Con respecto a los tres países latinoamericanos, un primer punto a destacar es que se identificaron cambios en la composición del valor agregado y del empleo, dentro del sector industrial. Sin embargo, el grado de transformación tecnológica (medido por el mayor peso de las industrias intensivas en ingeniería) fue más débil y limitado en el tiempo para el caso del Uruguay, seguido por la experiencia chilena con avances moderados, y, finalmente, el caso brasileño, el cual mostró cambios profundos y sostenidos en el período (ver Gráfico 1).

En Uruguay los mayores cambios en la industria se produjeron hasta mediados de la década de 1950. Sin embargo, el peso de las industrias intensivas en recursos naturales siempre fue alto, algunas de ellas asociadas a la producción de bienes de consumo tradicionales no duraderos (alimentos y bebidas) y otras (papel, productos químicos y petróleo). Los alimentos y las bebidas tenían altos niveles de protección y registraban niveles de productividad superiores a la media del sector manufacturero. Por otra parte, los textiles también eran una industria protegida y, a diferencia del resto de las industrias con uso intensivo de mano de obra, esta industria registró altos niveles de productividad hasta 1968. A diferencia de otros países de la región, no existía un marco institucional sólido con políticas industriales que apoyaran deliberadamente la producción de bienes intensivos en ingeniería (Bértola y Bittencourt 2015). Este último grupo de industrias creció muy ligeramente en términos de valor agregado y empleo, y su nivel de productividad laboral se mantuvo bajo.

La historia fue diferente en Chile. Aunque al principio hubo una alta protección para las industrias de bienes de consumo no duradero (alimentos, bebidas, tabaco, textiles), la aparición de CORFO[4] en 1939 dio un impulso al proceso de industrialización en la industria y la tecnología intensivas en capital. CORFO tenía como objetivo crear una estrategia para promover el crecimiento económico y el desarrollo en Chile, y fue financiado por un impuesto sobre la industria del cobre. Esta organización alentaba la inversión privada y pública, estimulaba la investigación tecnológica y apoyaba a las nuevas industrias en campos estratégicos, a saber, la electricidad, el petróleo y el acero (Lagos 1966). Esto dio lugar a un mayor peso de las industrias intensivas en ingeniería en 1957, en detrimento, sobre todo, de las industrias intensivas en mano de obra. Por otra parte, las industrias intensivas en recursos naturales mantuvieron su importancia y registraron niveles de productividad laboral superiores a la media de la industria. En el decenio de 1960 el proyecto de industrialización dio mayor prominencia al sector privado y se siguieron produciendo cambios en la composición del valor agregado dentro de la industria. Las industrias intensivas en mano de obra siguieron disminuyendo su participación y su nivel de productividad, mientras que las industrias intensivas en ingeniería aumentaron su peso en el conjunto de la industria y también su nivel de productividad, aunque permanecieron por debajo del peso del grupo de industrias intensivas en recursos naturales.

En el caso de Brasil se identifican dos períodos: entre 1930-1960 y 1960-1980 (Abreu et al. 2000). El primer período se caracterizó por la industrialización de la sustitución de importaciones propiamente dicha, con la mayoría de la producción de bienes intensivos en recursos naturales y mano de obra. Estas industrias tenían un nivel de protección significativo, y las primeras tenían niveles de productividad superiores a la media de la industria en su conjunto. El decenio de 1950 marcó un punto de inflexión: la industria de bienes de consumo duraderos (automóviles, electrodomésticos), la generación de energía, el hierro y el acero adquirieron mayor importancia en detrimento de otras industrias ligeras. El BNDES[5] fue una figura clave en el financiamiento de las industrias con mayores requerimientos de infraestructura, así como de otras políticas industriales que involucraban activamente al Estado en la producción. El censo industrial de 1959 dio cuenta de estos cambios, puesto que mientras el valor agregado bruto de las industrias intensivas en recursos naturales representó el 41% del total de la industria manufacturera, las industrias intensivas en ingeniería representaron el 39% y además reportaron los niveles más altos de productividad. Entre 1960 y 1980, el cambio estructural se profundizó en Brasil, con una mayor diversificación y un aumento de la productividad de las industrias más sofisticadas (ingeniería mecánica, equipo de transporte, entre otras). Las industrias con uso intensivo de ingeniería pasaron a ser más importantes en términos de valor agregado y empleo que el resto de las industrias. Por el contrario, las industrias intensivas en mano de obra perdieron participación y, al mismo tiempo, se clasificaron como las industrias menos productivas. Esto se produjo en un contexto de mayor protagonismo del sector privado en la producción, mayor presencia de empresas transnacionales y aumento de las exportaciones industriales.

Gráfico 1. Distribución del valor agregado industrial en 3 grupos de industrias. Brasil, Chile, Uruguay y Estados Unidos. 1940 y 1980.

Fuente: elaboración propia en base a datos de estadísticas oficiales

¿Qué historia cuenta la productividad?

En la Tesis se emplea el concepto de productividad más simple, esto es, el cociente del valor agregado y la cantidad de trabajadores empleados. El cálculo de productividad en el período de tiempo seleccionado, nos muestra sus niveles, y no sólo su evolución como ocurre cuando se emplean índices. Una vez calculados los niveles de productividad por industrias para Brasil, Chile y Uruguay, se comparan con los alcanzados en las industrias de Estados Unidos[6] y, de esta forma, se obtienen ratios de productividad.

Los ratios de productividad de los tres países cuentan diferentes historias (ver Gráfico 2[7]), pero con un punto muy importante en común: durante la etapa de la industrialización dirigida por el Estado las brechas de productividad relativa alcanzaron los mejores desempeños que se observan para cada uno de los tres países individualmente.  Agotado el modelo basado en la industria, estas brechas crecen. Esto ocurre en Chile desde 1973, Uruguay desde 1958, y Brasil a partir de los años 80.

Para complementar la visualización de las gráficas, se aplican los test de convergencia Augmented Dickey Fuller (ADF) y Zivot & Andrews (ZA), y con ellos se determina si los resultados son estadísticamente significativos o no. Ambos test de raíces unitarias se aplican sobre el ratio gci,t = ln(Pci,t/ Pusi,t) en donde Pci,t es la productividad de la industria en Brasil, Chile o Uruguay, y Pusi,t es la productividad de la industria en Estados Unidos. El test ADF se calcula con constante y tendencia; si la hipótesis nula (H0) se rechaza, entonces la serie es estacionaria alrededor de la tendencia y no habría raíz unitaria, por tanto, una vez que esto sucede se testea la convergencia o divergencia de la serie. Además del test ADF, se calcula el test ZA, en donde si la H0 se rechaza entonces la serie es estacionaria alrededor de la tendencia con un cambio estructural y no habría raíz unitaria, por tanto, pasa a testearse la convergencia o divergencia separadamente en dos períodos (antes y después del cambio estructural endógeno).

A nivel de la industria en su conjunto, los resultados no son concluyentes de una convergencia o divergencia estadísticamente significativa en la comparación Chile versus Estados Unidos para los años 1939-1980, y Uruguay versus Estados Unidos para los años 1939-1968. Sin embargo, la trayectoria del Brasil con respecto a los Estados Unidos sí mostró un proceso de convergencia estadísticamente significativo durante todo el período 1945-1980. Brasil aplicó políticas industriales sostenidas que contribuyeron a transformar la estructura productiva, lo que también se reflejó en la reducción de las diferencias de productividad con respecto a los Estados Unidos. El cambio estructural y la convergencia industrial fueron de la mano en este país, y es un hallazgo en línea con trabajos previos (Bértola 2000, Durán et al. 2017).

Gráfico 2. Brechas de productividad laboral. Brasil, Chile y Uruguay comparado con EEUU


Fuente: elaboración propia en base a datos de estadísticas oficiales

Utilizando las series por industrias, fue posible explorar la convergencia a ese nivel más desagregado. Más allá del hecho de que la productividad laboral de las industrias estadounidenses creció de manera constante durante todo el período, algunas industrias latinoamericanas lograron destacarse, ya sea para todo el período o para subperíodos específicos. Si me centro sólo en la convergencia estadísticamente significativa (ver Cuadro 1), la industria papelera chilena converge con los Estados Unidos hasta el decenio de 1950, mientras que la industria tabacalera del mismo país redujo la brecha con los Estados Unidos a partir del decenio de 1950. Ambas industrias registraron trayectorias de alta productividad en Chile, pero a costa de expulsar a los trabajadores. Hay que tener en cuenta que la industria papelera tuvo una alta participación en el valor agregado y el empleo, mientras que la industria tabacalera fue menos significativa.

En el caso de Uruguay, los alimentos y las bebidas alcanzaron una trayectoria de convergencia, y el tabaco y el caucho y el plástico lo hicieron hasta 1959. Estas industrias estaban protegidas bajo el modelo de industrialización liderado por el Estado, y también contribuyeron al crecimiento de la productividad laboral total mediante la reducción del empleo.

Por último, las industrias brasileñas tuvieron un desempeño muy favorable con respecto a las de los Estados Unidos, logrando consolidar un proceso de convergencia en la mayoría de las industrias, con la excepción de la industria química (divergente desde 1962) y la de minerales no metálicos (ni convergente ni divergente). El mayor éxito relativo se observó en la industria textil, porque a pesar de ser una industria muy dinámica en los Estados Unidos, Brasil mostró un rendimiento muy alto y su ritmo de convergencia fue el más fuerte dentro de las industrias manufactureras.

Cuadro 1. ADF tests, Zivot & Andrews test, y estimaciones de tendencia determinística. Chile, Brasil y Uruguay comparado con EEUU

En resumen, la industria manufacturera de Brasil logró cambios sustanciales, que se reflejaron en una reducción de la heterogeneidad y en avances notorios en cuanto a cambio estructural. La convergencia de la industria manufacturera se aceleró en Brasil en el decenio de 1960, cuando se profundizó el modelo de desarrollo basado en la industrialización y se adoptaron características diferentes de las registradas en su primera etapa. La transformación estructural fue más débil en Uruguay y moderada en Chile, y la capacidad de reducir las brechas tecnológicas con los líderes se limitó a algunos sectores industriales relacionados con los recursos naturales y con niveles medios y altos de protección industrial. Esto último también debe vincularse al diferente ritmo de industrialización de estos dos países, especialmente en Uruguay, donde el impulso industrializador se agotó muy tempranamente. Una hipótesis subyacente, y en gran medida el argumento para la desindustrialización temprana, es que si la industria no se hubiera desmantelado tan rápidamente, se podrían haber logrado otras trayectorias más exitosas del desempeño relativo del sector.

A nivel de la industria manufacturera en su conjunto, mis resultados muestran que el país que más avanzó en las políticas industriales, Brasil, fue el que logró alcanzar al liderazgo durante el período de industrialización. Su abanico es muy amplio, desde las políticas proteccionistas hasta otro conjunto de políticas para la formación de los trabajadores, el fomento de la innovación y la inversión, y las políticas de financiación. En el caso de Uruguay, en su etapa de industrialización propiamente dicha, el nivel relativo de productividad respecto de los Estados Unidos se mantuvo estable y en valores moderadamente altos, pero desde mediados de los años cincuenta, cuando el modelo se estancó en este país, esta posición relativa se perdió considerablemente y se situó en niveles muy pobres (alrededor del 20% en 1968 y del 15% en 1988 según estimaciones propias). Y, finalmente, la posición relativa de Chile fue modesta y estable hasta la década de 1970, antes de caer a niveles similares a los de Uruguay. La pérdida de la posición relativa de la productividad laboral de la industria en Uruguay y Chile, que fue acompañada por un cambio en las políticas económicas y el modelo de desarrollo, no pareció generar resultados positivos en el conjunto de la economía. Los resultados de la convergencia económica (medidas en términos de PIB per cápita) la respaldan: Uruguay y Chile aumentaron la brecha de ingresos con respecto a los Estados Unidos en 1955 y 1972, respectivamente. En Brasil, la divergencia económica también se produjo después de los años ochenta y de manera más significativa a partir de los años noventa.


Además de EMBRAER, en los años 60 aparece otra gran creación que destacará por siempre a Brasil a nivel mundial: surge la bossa nova, y de ella “A garota de Ipanema” (de Moraes y Jobim, 1962), una de las canciones con más versiones en la historia de la música
https://youtu.be/5D_Lom2pjZQ

Políticas industriales del futuro y aprendizajes del pasado

A modo de conclusión, mi Tesis pretende contribuir con más evidencia para evaluar la experiencia de la industrialización.  Sabemos que fue un período en el que había muchos cambios por hacer, muchos de los cuales no fueron posibles, y el desmantelamiento del modelo se produjo de forma prematura. Los tres países analizados aportaron pruebas, en mayor o menor medida, de industrias que pudieron desarrollarse con éxito, lo que se reflejó en los resultados obtenidos. Los matices forman parte del proceso de evaluación, pero si adoptamos una valoración más completa y menos negativa de esta experiencia histórica, podemos tener hoy en día una apertura más favorable al retorno de las políticas industriales en América Latina en el siglo XXI. En el contexto actual, donde países desarrollados y otros no tanto, están decididamente apostando con políticas industriales hacia transformaciones necesarias como la industria digital y las energías verdes, se vuelve imperioso que nuestra región deje de estar al margen de ellas y se atreva, responsablemente, a adoptarlas también.



[1] Hoy en día, el concepto de políticas industriales se utiliza en un sentido amplio para referirse a políticas de desarrollo productivo, abarcando un amplio set de actividades productivas que incorporan al sector industrial con un rol clave, así como, también, laboratorios científico-tecnológicos, la producción de diferentes fuentes de energía, la transformación genética, la nanotecnología, y diferentes áreas de la tecnología de la información (Bértola y Bittencourt 2015).

[2] Desde los años 50, Prebisch plantea los conceptos de heterogeneidad estructural y especialización productiva, y se mantienen a lo largo del pensamiento cepalino del siglo XX y XXI. La heterogeneidad estructural hace referencia a los diferenciales de productividad que existen de forma más marcada entre los distintos sectores de las economías periféricas. La especialización productiva en la periferia hace referencia a la mayor concentración del valor agregado de la economía en la producción basada en recursos naturales.

[3] Para ampliar la lectura se sugiere leer: “Manufacturing performance in international perspective: New evidence for the Southern Cone” (Lara 2019).

[4] CORFO: Corporación de Fomento de la Producción de Chile, creada en 1939 por el gobierno chileno.

[5] BNDES es el Banco Nacional de Desenvolvimento Econômico e Social. Es una empresa pública creada en 1962 por el gobierno de Brasil.

[6] Por más detalles metodológicos, ver mi Tesis de Doctorado (Lara 2019).

[7] El gráfico se presenta de tal modo de que es posible leer el gap directamente. Esto es, por ejemplo, Brasil alcanza niveles de productividad que representan la mitad de sus pares estadounidenses hacia finales de los años 70 y primeros 80.

Referencias

Amsden, Alice. 2001. The Rise of “The Rest”: Challenges to the West from Late Industrializing Economies. Oxford, Oxford University Press.

Abreu, Marcelo, Afonso Bevilaqua, and Demosthenes Pinho. 2000. “Import institution and growth in Brazil, 1890s-1970s”. In An Economic History of Twentieth-Century Latin America. Volume 3. Industrialization and the State in Latin America: The Post-War Years. R. Thorp, J. A. Ocampo and E. Cárdenas. Basingstoke, Palgrave: 154-175.

Bénétrix, Agustín, Kevin O`Rourke y Jeffrey Williamson. 2012. “The spread of manufacturing to the poor periphery 1870-2007: eight stylized facts”. Working Paper 18221. National Bureau of Economic Research. Cambridge.

Bértola, Luis. 2000. Ensayos de Historia Económica. Uruguay y la región en la economía mundial. 1870-1990, Ediciones Trilce, Montevideo.

Bértola, Luis y Gustavo Bittencourt. (ed.). 2015. “Un balance histórico de la industria uruguaya: entre el “destino manifiesto” y el voluntarismo”. MIEM, Universidad de la República, Uruguay.

Bértola, Luis y José Antonio Ocampo. 2012. The economic development of Latin        America since independence. Oxford, Oxford University Press.

CEPAL. 2020. “Dimensionar los efectos del COVID-19 para pensar en la reactivación”. Informe especial COVID-19, N°2. h ttps://www.cepal.org/es/publicaciones/45602-informe-impacto-economico-america-latina-caribe-la-enfermedad-coronavirus-covid?utm_source=CiviCRM&utm_medium=email&utm_campaign=20200609_novedades_editoriales_mayo

Chang, Ha-Joon. 2009. “Industrial Policy: Can We Go Beyond an Unproductive Confrontation?” A Plenary Paper for ABCDE (Annual World Bank Conference on Development Economics) Seoul, South Korea.

Durán, Xavier, Aldo Musacchio y Gerardo della Paollera. 2017. “Industrial growth in South America. Argentina, Brazil, Chile and Colombia 1890-2010.” In O´Rourke and Williamson The spread of modern industry to the periphery since 1871.

Gerschenkron, Alexander. 1962. Economic backwardness in historical perspective: a book of essays. Harvard University Press.

Hirschman, Albert. 1958. The Strategy of economic development. New Haven, Yale UP.

Kaldor, Nicholas. 1967. Strategic Factors in Economic Development. Ithaca, New York.

Lagos, Ricardo. 1966.  La industria en Chile. Antecedentes estructurales, Universidad de Chile, Instituto de Economía.

Lara, Cecilia. 2019. Manufacturing performance in international perspective: New evidence for the Southern Cone. Tesis de doctorado de Historia Económica, Universidad de la República.

Palma, Gabriel. 2005. “Four Sources of De-Industrialization and a New Concept of the Dutch Disease”. In: Jos Antonio Ocampo (Ed.): Beyond Reforms. Structural Dynamics and Macroeconomic Vulnerability. Washington, DC: World Bank and Stanford University Press, 71–116.

Rodríguez, Octavio. 2001. “Fundamentos del estructuralismo latinoamericano.” Banco  Nacional de Comercio Exterior-Vol. 1.

Szirmai, Adam. 2009. “Industrialisation as an engine of growth in developing countries”.    UNU-MERIT.

Szirmai, Adam. 2012. “Industrialisation as an engine of growth in developing countries, 1950–2005”. Structural Change and Economic Dynamics, Vol 23 (4), p. 406-420.

Paralelismos históricos de las crisis económicas en América Latina. Algunas notas adicionales

Juan H. Flores Zendejas, Universidad de Ginebra

12 de julio de 2020

He escrito un par de textos sobre las perspectivas históricas de la crisis económica actual (véase aquí y aquí). Me gustaría añadir estas cuantas líneas de reflexión. En particular, intento aportar algunos elementos adicionales sobre la magnitud del shock y también sobre los efectos en el mercado de la deuda pública. ¿Estamos a la puerta de una nueva ola de defaults? Las negociaciones recientes entre los gobiernos de Ecuador y Argentina y los inversionistas parecen constituir sólo el inicio…

En la literatura sobre los ciclos económicos, y en particular en lo concerniente los países en vías de desarrollo (o periféricos, o la poor periphery como la suele llamar Jeffrey Williamson) los cambios de ciclos se identifican por la caída de la actividad económica en el centro (los países ricos vaya), con el consecuente decremento en la demanda de importaciones provenientes de la poor periphery, el deterioro de los términos de intercambio,  y con el aumento en los tipos de interés, etc. Este cambio de ciclo genera una presión en las finanzas públicas (de la poor periphery sobre todo) y sobre el valor de la moneda. Por tanto, la capacidad de pago se ve seriamente mermada: a la caída de los ingresos públicos se añade el aumento en el costo del servicio de la deuda, ya sea por el alza de las tasas de interés y / o por la depreciación de la moneda, principalmente porque la poor periphery además sufre del pecado original (lo siento aquí para los lectores no católicos). Este término se refiere al hecho de que la deuda esta denominada mayoritariamente en moneda extranjera.

Propongo ahora mirar lo siguiente para comparar la situación actual con dos crisis anteriores, la de los años treinta y la de 1982:

  • Primero, enfoquémonos en la evolución económica de los países del centro (ustedes los ricos) tanto en el periodo de entreguerras con el de los años ochenta
  • Segundo, veamos la evolución de los tipos de interés durante ambas crisis. Tradicionalmente, hemos observado que el alza de las mismas encarece el crédito, por lo que el acceso a los mercados de capitales se dificulta y por tanto, la capacidad para implementar políticas contracíclicas es mucho más limitado.

Fuente: http://www.oecd.org/perspectives-economiques/juin-2020/

Fuente: Maddison Project Database. Originalmente en dolares internacionales de 1990. Se toman en cuenta 12 países de Europa Occidental y los «Western Offshoots»
Fuente: Maddison Project Database.

¿Qué observamos?

Respecto al crecimiento, los primeros dos gráficos sirven para clarificar un hecho. La crisis actual podría ocasionar una caída anual aun más severa que durante la Gran Depresión, pero no así si comparamos la caída acumulada. Las estimaciones actuales (de la OCDE) del crecimiento del PIB en la economía mundial fijan un rango de entre -6% a -7.6% (siendo cifras nominales, hay un pequeño desfase respecto a las reales) para el 2020. La diferencia depende en gran medida si tendremos más confinamientos. Otra incógnita sigue siendo el periodo de recuperación, en donde el escenario más optimista es un periodo de dos años. En cuanto a la Gran Depresión, esta muestra que para los países ricos, la caída fue de -5% en 1930, de -6% en 1931 y de -7% en 1932, para después iniciar la recuperación con un crecimiento de 1% en 1933. El nivel de 1929 no se alcanza sino hasta 1936.  

La década de 1982 (el tercer gráfico), fue una crisis «self-made» de América Latina. Esto es, si bien hubo una caída del PIB real de 1% en el centro rico (sin albur), este no fue prolongado. Esto confirma lo que argumentaba Díaz-Alejandro sobre el hecho que una recesión seria pero manejable en América Latina se convirtió en una depresión prolongada.

No voy a entrar aquí en el comportamiento de los términos de intercambio, que sería el otro lado de la moneda. Hay muchísima literatura, y uno de los últimos trabajos sobre el tema argumenta precisamente que históricamente, las salidas de capitales y las caídas de los precios de las materias primas se producen simultáneamente y preceden olas de defaults. Ahora bien, recordemos que el periodo post-2008 supuso un cambio en la tendencia alcista en el comportamiento del precio de las materias primas, y fue acompañado de salidas de capitales. Sin embargo, estos hechos no desembocaron en una ola de defaults, siendo Argentina una excepción, pero con un problema originado desde el 2001. Además, Sachs argumentó de manera convincente que, si bien el comportamiento de los términos de intercambio fue desfavorable a la pobre periferia en la década de los ochenta, estos explican poco al momento de diferenciar a aquellos gobiernos que tuvieron dificultades para pagar su deuda de los que siguieron pagando puntualmente.

Bien, ahora miremos los rendimientos de los bonos de largo plazo del gobierno de Estados Unidos. ¿Que observamos durante los años 1920s y 1930s? Que la danza de los millones (el capital que llegó a América Latina) vino de la mano con una caída en el rendimiento de los bonos estadounidenses durante los años veinte. A partir de la crisis, hubo un aumento del rendimiento de dichos bonos, para descender poco después. Sabemos además que el banco central estadounidense, la FED, tuvo una política monetaria contraccionista alrededor de la crisis. La consecuencia para la pobre periferia fue que el acceso al mercado privado de capitales fue cerrándose ya desde 1928, y dicha tendencia no cambió ya hasta muchas décadas después. La mayor parte de los gobiernos latinoamericanos hicieron default entre 1931 y 1932.

Fuente: NBER Macrohistory database.

En cuanto a los años ochenta, vemos más o menos el mismo comportamiento. Una ligera caída de las tasas de interés en la segunda mitad de los años setenta (acompañadas, es verdad, por un aumento de la inflación), aunada a la liquidez proveniente de los petrodólares fomentaron una entrada de capitales importante, que se frena luego hacia principios de los ochenta. El aumento de los tipos de interés y del rendimiento de los bonos estadounidenses coinciden con las dificultades de repago en América Latina a partir de 1981. Hacia finales de los ochenta, a medida que los planes elaborados para terminar con la crisis de la deuda fracasaban unos tras otros, los tipos de interés comienzan a disminuir. No es por tanto ninguna sorpresa que este hecho haya contribuido al planteamiento del Plan Brady, cuyo arreglo – y quita implícita – permitió cerrar el problema siete años después. La liquidez en el mercado y el fortalecimiento en la posición financiera de los acreedores facilitaron la estrategia que involucró a diversos actores públicos y privados.

US 10 Year Treasury Rate. Fuente: macrotrends.net

¿Qué podemos observar hoy en día? Una distinción respecto a los periodos anteriores es que las tasas de interés en los países ricos se mantienen en un nivel especialmente bajo (una tendencia que tiene ya tres décadas). El inicio de la crisis de Covid fortaleció dicho patrón, y esto se explica por la agresiva política monetaria expansiva de distintos bancos centrales. Ahora bien, el EMBI (el rendimiento de los bonos de la pobre periferia, hoy llamada Emerging Markets) se incrementó sustancialmente a partir de la crisis (véase el siguiente gráfico). ¿Qué significa esto? Que la percepción de los inversionistas sobre un posible default entre los mercados emergentes es elevada. Esto implica, a su vez, que salir al mercado a endeudarse es algo que puede ser, en principio, muy caro.

Emerging Markets Sovereign composite spread. Fuente: JP Morgan.com

Ahora bien, dentro de la pobre periferia habrá países con cierto margen de ajuste y utilización de ahorro (por medio de sus fondos soberanos, por ejemplo) que permitan seguir pagando sus deudas puntualmente y además, incrementar el gasto publico en niveles que permitan paliar con los costos sociales de la crisis y apoyar la economía. Sin embargo, estos son casos aislados. El desafío presente para muchos, es la elaboración de una estrategia que permita aprovechar la liquidez en el mercado (algo que no había en las crisis citadas anteriormente), reduciendo el costo del endeudamiento de la pobre periferia (y evitando así la posibilidad de un default), para poder acelerar la recuperación a través de política fiscales contracíclicas. La pregunta del millón, es: ¿cómo? La respuesta deberá involucrar, invariablemente, una perspectiva multilateral y la implicación de agentes privados y públicos.

Reflexiones de un regreso efímero (I)

Juan Flores Zendejas

Ginebra, 3 diciembre 2019

-I-

Regresé a vivir a México casi veinte años después de mi partida. Fue una estancia que ahora me parece lejana. No obstante, sentarme a escribir sobre ella me sirve como terapia psicológica. En este espacio, me gustaría comentar algunas vivencias y reflexiones, y comparar mis recuerdos más antiguos con aquellos del año académico que culminó hace ya algunos meses. Me gustaría empezar por lo que corresponde a este blog, esto es, escribir sobre economía, historia, y política. Obviamente, no podría enumerar, en unas pocas líneas, todos los contrastes, dudas, desgracias y diferencias que percibí entre aquel México del ocaso priista y este otro de mediados de 2018. A diferencia de ese México retrograda, este México «moderno» se encuentra en pleno movimiento, con mucho dinamismo, pero también con problemas tan complejos como aquellos de antaño.

Empecemos pues con la relación que tiene el/la ciudadan@ de a pie con la política. Sin pretender entrar en los pormenores de tan compleja cuestión, un primer contraste entre el México de hace tres décadas y el actual consiste en la mayor diversidad de opiniones y de corrientes de pensamiento. Por regla general, en un régimen autoritario (como el mexicano de partido único con el Partido Revolucionario Institucional, PRI), la relación del ciudadan@ con la política es, por la misma falta de libertad, mucho más sencilla. Por decirlo en dos palabras, la herramienta represiva es la mayor condicionante. Esquematizando a grandes rasgos, dentro del régimen político de los años ochenta o noventa, la misma estructura social permitía prever las orientaciones políticas. Por ejemplo, entre las clases medias o bajas había, obviamente, importantes enclaves priistas. Pero mientras se estuviera en un foro privado, se podría despotricar sin empacho sobre esa «dictadura perfecta». Y era algo relativamente común. Con priistas en la sala, esto no cambiaba mucho, ya que estos por lo general optaban por el silencio o por realizar esfuerzos tímidos y medidos para manifestar su defensa del régimen. Alguno que otro priista llegaba a manifestarse con mayor entusiasmo, principalmente si eran aquellos privilegiados con acceso a un “hueso” (puesto gubernamental) o si se encontraban con la esperanza de obtener alguno («…el hijo de mi vecino es amigo de la secretaria del diputado, ¡¡ya chingamos…!!»). Pero dado el evidente conflicto de interés, ese apoyo no solía tomarse muy en serio.

En mi infancia, habiendo frecuentado escuelas privadas (hoy en día catalogadas como «fifis», antes «fresas»), el entorno era mayoritariamente priista y la política no solía ser un tema muy importante. Ahora bien, siendo yo parte de una familia clasemediera y sin huesos cercanos que perseguir, me sentía con la libertad temeraria para provocar repitiendo lo que oía entre familiares y amigos cercanos, esto es, frases clásicas como “pinche PRI, por eso estamos como estamos” o «son todas unas ratas«. Pero nunca fui mucho más lejos. Posteriormente entendí que la indiscreción de dichas afirmaciones podía ser motivo de consecuencias mucho más graves. Pero eso yo nunca lo viví, y lo supe sólo mucho tiempo después, y a lo lejos…

-II-

Mi estancia sólo confirmo lo que ya había intuido por redes sociales y la prensa, en lo referente al nivel de división tan brutal dentro de la sociedad. Los desencuentros actuales abarcan desde la memoria del antiguo régimen priista hasta temas como el aborto, los derechos LGBT, el lugar del país en América Latina y en el mundo, el papel del gobierno en la economía, el de los empresarios/políticos («la mafia en el poder») en el subdesarrollo, la responsabilidad de los banqueros en el mismo, y un largo etcétera. Pero la más visible de todas estas divisiones es, sin duda, la percepción positiva o negativa, del gobierno actual. Jamás, desde mis más tempranos recuerdos, había presenciado una polarización tan nítida, tan hiriente, y tan obsesiva: una variable dicotómica a la mala.

¿Qué pasó desde entonces? ¿Como llegamos a esta polarización? ¿Es esta tal vez el resultado inevitable de la transición a la democracia, el rasgo de una sociedad más madura? ¿Es tan solo un punto más de una tendencia generalizada en el mundo? Para poner en contexto, México tiene desde hace un año, el primer gobierno «de izquierda». Las razones por la aplastante victoria del Movimiento de Regeneración Nacional – Morena (a nivel legislativo y ejecutivo) serán diversas y dudo que existan ya estudios conclusivos sobre los factores que llevaron a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a la presidencia. Pero en todo caso, hay ahora mismo dos campos: los simpatizantes del presidente (AMLO-vers) y sus detractores (AM-haters). En medio, los moderados que apenas existen, a quién nadie ve, a quién nadie escucha y a quién probablemente nadie quiera (“posiciónate, mi chavo…)”.

Ahora bien, me gustaría conjeturar sobre aquellos factores que pienso influyeron fuertemente en dichos resultados electorales: la lucha contra la corrupción y el combate contra la pobreza. Tendríamos que analizar cada factor para al menos, empezar a relacionar el estado de cada variable sobre las elecciones. Sin lugar a dudas, la corrupción ha sido relacionada con el malfuncionamiento de las instituciones, de la sociedad y ha afectado negativamente el desempeño económico. Ciertamente, la percepción general sobre el problema de la corrupción en los gobiernos anteriores debe haber sido un elemento clave. Dicho esto, prefiero ahondar en ello en otra entrada. Aquí me gustaría concentrarme sobre lo siguiente: ¿En que medida afectaron la pobreza y la consecuente desigualdad en este giro radical en el gobierno, y en la polarización antes planteada? La respuesta, me temo, es mucho más compleja de lo que parece.

-III-

No es ningún secreto que la situación de la pobreza en México se mantiene a niveles sumamente elevados. Dichos niveles, altos históricamente, habían disminuido desde los años 1950s, para luego mantenerse en niveles alrededor de 50% de la población desde los años ochenta, con un pico en los años posteriores a la crisis de l994.[1] Estas tendencias se correlacionan con el comportamiento del crecimiento económico y de la desigualdad del ingreso. Ambos factores, crecimiento y desigualdad, se han vuelto un tema discutido recientemente: México ha tenido tasas de crecimiento sumamente bajas desde al menos tres décadas (casi cuatro) y se mantiene la desigualdad del ingreso a niveles mayúsculos.

El fracaso mexicano en lo que a crecimiento se refiere es aún un tema mayúsculo y sin duda se encuentra detrás de la idea generalizada del fracaso del neoliberalismo. Como el tema da para muchas páginas más, prefiero tratarlo en otra entrada (ya sé que estoy prometiendo demasiado, pero prometer no cuesta nada y siempre está de moda).[2] Prefiero enfocarme ahora, porque la actualidad lo dicta, en la distribución del ingreso. Una primera respuesta a las preguntas antes planteadas es la siguiente: la polarización es una respuesta lógica al resultado ambivalente que la apertura comercial y la liberalización de la economía ha traído a los distintos grupos socioeconómicos creando beneficiados y perjudicados.[3] Esto es, el aumento exponencial de las exportaciones ha traído beneficios dispares, como en todo proceso de apertura comercial, con «ganadores» y «perdedores».

Por tanto, el que la apertura comercial y la liberalización de la economía no hayan sido acompañadas ni de crecimiento, ni de una disminución de la pobreza lucen como razones evidentes del porqué del descontento y de la crispación contra el modelo dominante («neoliberal» en el discurso político actual). Ahora bien: ¿qué ha pasado con la desigualdad en México? ¿Se ha deteriorado tanto como lo que parece ser el caso en otros países?

Gráfico 1

He aquí una paradoja importante. Según el índice Gini, tanto en México como en otros casos de América Latina (por ejemplo, Chile, que se muestra en la misma gráfica), la desigualdad lleva cayendo desde hace ya algunos años. En principio, y según la tendencia negativa que se observa, la desigualdad no debería ser ya un tema relevante (al menos no más que hace veinte años) ya que la reducción de la desigualdad se ha empezado a producir ya hace tiempo. Por el contrario, la emergencia de este mismo tema en Estados Unidos parece perfectamente justificada: sin llegar aun a los niveles de desigualdad de países en América Latina, la sociedad estadounidense (y podríamos decir lo mismo de la europea) pide una mayor redistribución desde los canales institucionales previstos( aunque también por otros no institucionales). El descontento hacia el modelo económico actual es claro, y se observa en varios lugares en el mundo. Esto es precisamente lo que muestra Thomas Piketty en su último libro, Capital et Idéologie: según nivel de ingreso (nivel de patrimonio y también nivel educativo) los grupos más desfavorecidos son aquellos que más se han opuesto a la integración europea y que han apoyado por ejemplo el Brexit.[4] Esto es: aquellos deciles con los ingresos más bajos, al tener voz política, se manifiestan en contra del régimen que los ha convertido en «perdedores». Una curiosidad importante: a pesar de las resistencias iniciales al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, por allá de inicios de los noventa, en México no ha habido una expresión manifiesta y robusta contra la apertura comercial, ni siquiera ahora por parte de este nuevo gobierno “antineoliberal”.

G15.18-piketty

Gráfico 2.

-IV-

De lo que podemos observar del grafico 1, parecería que en México o en Chile la resistencia a la desigualdad es mayor. En otras palabras, la fuerte desigualdad debió haber conducido a un cambio de régimen desde hace décadas. Se podría argumentar entonces, que nuestras sociedades no han tenido en realidad ningún interés en reducir la inequidad insultante que nos acompaña desde hace siglos. Podríamos argumentar por tanto que, después de todo, si hoy hablamos de desigualdad es porque…es lo de hoy, porque nos hemos limitado a importar los debates de los países ricos, mientras que nos hemos hecho de la vista gorda durante mucho tiempo. Un profesor mío decía, por ahí de los años noventa, y con justa razón, que para vivir bien en México hacía falta o ser ciego, o hacerse pendejo. Pero siendo sinceros, y aceptando que nuestra vista se porta de maravilla, hemos exagerado un poco.

La falta de reacción ante los altos niveles de desigualdad pudo haber sido también un efecto secundario y nefasto de la ausencia de democracia. En un régimen democrático, y según la teoría del votante medio, en un contexto de fuerte desigualdad habría una demanda hacia políticas con mayor redistribución del ingreso y por tanto, menor desigualad. ¿Qué pasa entonces cuando se produce la transición de un régimen autoritario a democracia en otros casos? En el caso de los países desarrollados, Peter Lindert escribió hace tiempo que el aumento del gasto social vino de la mano con la democratización de las sociedades, con el aumento de la esperanza de vida y, bajo los efectos de la Gran Depresión, también con el desempleo.[5] Dicho estado social también fue la condición (por parte de los sindicatos) para aceptar la liberalización comercial en el periodo posterior a 1945.

Algunos paralelismos se encuentran en ciertos países en América Latina. En México, el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial se caracteriza precisamente por el aumento del gasto social, aunque esta búsqueda se produjo más en el discurso público que en un aumento significativo del mismo.[6] Ahora bien, la crisis de 1982 y la consecuente década perdida pudieron haber generado una mayor demanda de políticas redistributivas que pudieran paliar los efectos sobre la desigualdad. Ante los desequilibrios macroeconómicos acumulados y en gran parte por las presiones externas (fruto de los programas de ajuste estructural impulsados desde el FMI), hubo poco margen de maniobra. Aun así, los gobiernos de los ochenta tampoco priorizaron el problema de la desigualdad.

La historia reciente de nuestra región muestra precisamente eso: la crisis de 1982 fue un parteaguas en las tendencias en los niveles de pobreza y de desigualdad, tal como demuestran Székely y Montes (2008).[7] Pero la transición hacia la democracia tampoco ha implicado una fuerte redistribución de la riqueza ni una caída importante de la desigualdad. Tomando en cuenta únicamente el último medio siglo, ¿cuándo nos ha empezado a preocupar el tema de la desigualdad? En el gráfico 3 se muestra la evolución del n-grama (concepto de la lingüística cuantitativa; a interpretar como el resultado de una secuencia de textos en fragmentos, incluyendo grupos de letras, palabras, o combinación de palabras) utilizando la herramienta Ngram viewer de Google, que toma en cuenta los recursos impresos publicados en un periodo determinado.[8] Si incluimos las palabras desigualdad en México, observamos que efectivamente, el aumento de la utilización de dichos términos va en acorde a lo que sabemos tanto por la narrativa histórica como por las estadísticas.

Gráfico 3

Si bien entonces las medidas de austeridad no permitieron un incremento del gasto social, hacia finales de los ochenta, con la implementación del plan Brady que permitió reducir el peso del servicio de la deuda en el gasto público, podríamos haber entonces esperado el tan anhelado incremento del gasto social. Aquí el caso de Chile es ilustrativo. la llegada de la democracia tampoco coincidió con la implementación de políticas redistributivas, y menos con una caída de la desigualdad. Existen varias razones que explican estas ausencias. Según explican Javier Rodríguez Weber y Diego Sánchez-Ancochea, la dictadura de Pinochet contribuyó en gran medida al aumento de la desigualdad mediante la represión de los sindicatos, el proceso de privatización que benefició a un numero reducido de empresarios y, el control de una élite sobre el Estado, esto último siendo el elemento que persistió más allá del cambio de régimen.[9] Esta captura, vigente hoy en día, le permite a una élite manejar e influir sobre las decisiones de las instituciones económicas. Se trata d un sistema que ha sobrevivido al cambio de régimen y que ralentiza el aumento de la capacidad fiscal del estado chileno, evita políticas de regulación que puedan disminuir la fuerte concentración de mercado, y coadyuva muy poco en políticas de innovación que puedan cerrar las brechas de productividad existentes entre sectores y entre grandes y pequeñas empresas.

-V-

Así pues, volvamos al México actual. Entre los lemas de campaña del actual presidente, el lema de «primero los pobres» no debiera resultarnos sorprendente, ni tampoco los discursos contra la élite, esa «mafia en el poder». Bajo la misma óptica, la confrontación misma que existe desde la emergencia de AMLO en el panorama político podría leerse como un fenómeno natural y esperado. El famoso cambio de régimen que observamos también podría, por tanto, compararse con lo que sucede en Estados Unidos o en Europa, donde incluso con niveles de desigualdad menos elevados que en México se observan fuertes reacciones en la población. Si el diagnóstico del AMLO ha sido el correcto, la pregunta es más bien, porque no tuvimos un AMLO anteriormente. Aquí también, la controversia generada luego de las elecciones del 2006 (con denuncias de fraude contra el candidato vencedor Felipe Calderón) cobra mayor fuerza.

Al menos en el discurso entonces, el gobierno ha anunciado la priorización de programas sociales. Aún queda por verse que tanto el tema de la desigualdad pasa del discurso a resultados tangibles. Lo que queda claro es que la desigualdad ha subido escalones en las plataformas electorales de los distintos partidos políticos, aunque no necesariamente se haya convertido ya en un tema prioritario. Según el estudio «Desigualdades en México», Morena ni siquiera fue el partido que más frecuentemente uso la palabra desigualdad en su propia plataforma.[10] Es verdad que otros temas centrales como desarrollo, seguridad, y combate a la pobreza podrían estar asociados directa o directamente con la desigualdad (o incluso la equidad de género). Sin embargo, en ninguna de las plataformas electorales se señalaron propuestas concretas para disminuirla.

Ahora bien: hoy en día existen esfuerzos considerables por entender la situación y los procesos que llevan a la fuerte desigualdad en México. Si bien he mencionado anteriormente que el índice GINI no se ha movido de manera desfavorable, si es verdad que existen otros indicadores que apuntan a lo contrario. También es cierto que existen mecanismos que propician la desigualdad en México incluyendo la concentración de mercado, la falta de movilidad social, el diferencial de crecimiento entre las distintas regiones del país, el racismo y un largo etcétera. Muchas de las discusiones que se repiten en los medios hoy en día ni siquiera eran consideradas en el mundo académico hace tres décadas.

Aun así, existen muchas resistencias a incluir estos temas en la agenda política, y aún más cuando se trata de implementar políticas redistributivas. Esto explica parcialmente el clima de crispación en el país. Aunque probablemente existan elementos que inviten al optimismo, una vez que se piensa en las agendas de investigación de grupos de la sociedad civil y distintas organizaciones no gubernamentales, que hoy en día resultan claves para atraer la atención de la opinión publica hacia estas problemáticas.[11] Esto es necesario porque, en el fondo, es probable que la sociedad mexicana sea mucho menos solidaria de lo que se dice ser, y que la supuesta solidaridad de la que tanto alarde hace se limite a los momentos mas extremos como pueden ser las catástrofes naturales (como el sismo del 2017). Ahora bien, ¿por qué aceptaría un habitante de San Pedro Garza García en Nuevo León, una de las localidades más ricas de América Latina, aceptar un incremento de impuestos para financiar algún programa social en Ocosingo, Chiapas, uno de los municipios más pobres del país? ¿Por qué un habitante del Pedregal en la ciudad de México, que podría ser candidato a posar para la revista Gente u otra revista centrada en la estética étnica tipo europea, apoyaría un proyecto de infraestructura hidráulica en Iztapalapa? La diversidad étnica y la fragmentación social no han solido estar muy de la mano, como señalaba Lindert en el trabajo antes citado (considérese por ejemplo el caso de Estados Unidos).

-VI-

Hace poco, un artículo en el Financial Times discutía el tema de la inmigración y la creciente falta de apoyo de la población europea al estado de bienestar. [12] A medida que la proporción de la población no-nacida en dicha región aumenta, se espera exista un declive en el estado de bienestar (mientras menos haya en común entre los ciudadanos, menos solidaridad habrá entre ellos). Sin embargo, la evidencia empírica no necesariamente acompaña este argumento, y en casos como Canadá o Francia, la diversidad étnica no ha impedido que el estado de bienestar continúe siendo robusto. Regresando al caso de México, me parece un error del gobierno actual seguir nutriendo la división generada desde hace décadas, sino es que siglos. Esto es, las divisiones son reales, así como también lo es, y ha sido la injusticia social. Pero ahora tendríamos que preguntarnos como generar mayor sentimiento de solidaridad entre regiones, grupos étnicos (indígenas) e individuos . Una sociedad más igualitaria beneficiaria a todos y, en esto tienen razón los partidos políticos, dados los efectos positivos en temas como la seguridad, el desarrollo del mercado doméstico, el nivel educativo, la productividad etc. El discurso tendría que llamar a crear consensos en donde cada grupo socio-económico pueda estar representado, así como foros en donde los conflictos puedan ser resueltos, en el mismo sentido de los pactos sociales de la Europa de la postguerra.[13]

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NOTAS

[1] Aquí me refiero a la pobreza de patrimonio. Véase Székely, Miguel. «Pobreza y Desigualdad en México entre 1950 Y 2004.» El Trimestre Económico 72, no. 288(4) (2005): 913-31.

[2] Por ahora, basta hacer referencia a un número especial de la revista Nexos, ¿Por qué no somos ricos?, 1 de diciembre de 2011. En ese número se hacía también una crítica al tema del momento, el de las famosas reformas estructurales. Más recientemente, en el libro¿Y ahora que? : México ante el 2018 (Coord. Héctor Aguilar Camín ; Héctor Aguilar Camín [y siete más], se publican una serie de ensayos que incluyen una discusión comprehensiva sobre los desafíos de la economía mexicana.

[3] Veáse por ejemplo: Gordon H. Hanson, “What Has Happened to Wages in Mexico since NAFTA?,” en Integrating the Americas, FTAA and Beyond, by Antoni Esteva deordal et al., Series on Latin American Studies (Cambridge MA: Harvard Univ. Press, 2004), 505–38.

[4] El gráfico que muestro aquí proviene de la página web del autor: http://piketty.pse.ens.fr/fr/ideologie. Piketty, Thomas. Capital et idéologie, Seuil, 2019, 1232 p.

[5] Lindert, P. (2004). Growing Public: Social Spending and Economic Growth since the Eighteenth Century. Cambridge: Cambridge University Press.

[6] Hernández Trujillo, Fausto (2010) “Las finanzas públicas en el México posrevolucionario” en Kuntz, Sandra (coord.) Historia económica General de México. De la Colonia a nuestros días. México: El Colegio de México-Secretaría de Economía. pp. 573-602.

[7] Székely, M., & Montes, A. (2006). Poverty and Inequality. In V. Bulmer-Thomas, J. Coatsworth, & R. Cortes-Conde (Eds.), The Cambridge Economic History of Latin America (pp. 585-646). Cambridge: Cambridge University Press.

[8] Altmann, Gabriel, Reinhard Köhler, and Raĭmond Genrikhovich Piotrovskiĭ (2005), Quantitative Linguistik ein internationales Handbuch = Quantitative linguistics : an international handbook. Berlin: M. de Gruyter.

[9] Veanse los capítulos «La economía política de la desigualdad de ingreso en Chile desde 1850» de Javier E. Rodríguez Weber, y «La economía política de la desigualdad en el nivel más alto de Chile contemporáneo» de Diego Sánchez-Ancochea en Bértola, Luis y Williamson, Jeffrey (2016), La fractura. Pasado y presente de la búsqueda de equidad social en América LatinaColección: Economía. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 640 p.

[10] El Colegio de México. Desigualdades en México/2018. México: El Colegio de México, 2018. 124p.

[11] Véanse recientemente: el reporte de Oxfam, México justo: propuestas de políticas públicas para combatir la desigualdad. Autores: Diego Alejo Vázquez Pimentel, Milena Dovalí Delgado y Máximo Jaramillo Molina; también los distintos informes sobre la falta de movilidad social en México elaborados por el Centro de estudios Espinosa Yglesias.

[12] Ganesh, Janan, «The False choice between diversity and welfare», Financial Times, 3q de octubre de 2019.

[13] Eichengreen, B. (1996). Institutions and economic growth: Europe after World War II. In N. Crafts & G. Toniolo (Eds.), Economic Growth in Europe since 1945 (pp. 38-72). Cambridge: Cambridge University Press.