Marc Badia Miró y Anna Carreras Marín son profesores agregados del Departamento de Historia Económica, Instituciones, Política y Economía Mundial en la Universitat de Barcelona, miembros del Centre d’Estudis “Jordi Nadal” d’Història Econòmica y del Barcelona Economic Analysis Team (BEAT). Michael Huberman es Profesor del Département d’histoire, en la Université de Montréal.
Puerto para embarque de café en Santos, Sao Paulo (1880)
La relación existente entre la apertura comercial de las regiones y la localización espacial de la actividad económica es un tema relevante para la historia económica. La teoría económica y los modelos de la Nueva Geografía Económica (NEG), tal y como nos muestra Brülhart (2011), no arrojan una respuesta unívoca. Algunos autores han intentado aproximarse a este problema a través de la historia económica. Por ejemplo, Rosés y Wolf (2019) observaron que en el caso europeo, la globalización anterior a la Primera Guerra Mundial favoreció la dispersión económica al reducir los costes de transporte pero, por el contrario, el auge globalizador posterior a la década de los años 1980 favoreció la concentración y la divergencia entre regiones. En una línea similar, las contribuciones de Tirado-Fabregat et al. (2020) también encuentran relaciones ambiguas entre ambas variables para varios países de América Latina.
Siguiendo esas líneas, en un artículo reciente nos hemos aproximado a comprender los determinantes de la concentración manufacturera en el Brasil de entreguerras.[1] Para ello, planteamos un modelo basado en la NEG, en el marco de una economía abierta. Lo que proponemos es que los cambios en los costes de transporte nacionales e internacionales, durante los años veinte, impactaron de forma importante en la localización de la industria brasileña. En las décadas posteriores a la Primera Guerra Mundial, los costes de comerciar entre Brasil y sus principales socios comerciales se dispararon. Al mismo tiempo, los costos del comercio doméstico se contrajeron por el impulso de la construcción de infraestructuras, la reducción de barreras arancelarias domésticas, la inversión en infraestructuras portuarias y las mejoras tecnológicas asociadas al transporte de cabotaje. Los movimientos opuestos en la evolución de los costes comerciales internacionales y domésticos (véase Figura 1) suponen una reversión de la relación entre ambos costes precedente.
Figura 1. Evolución de los costes de comercio doméstico e internacional (1915=100)
Fuente: Badia-Miró et al. (2022), p. 12
En los años veinte observamos un aumento de los costes transatlánticos, lo que debilitó los canales comerciales entre los puertos brasileños y los puertos extranjeros. Por el contrario, los vínculos domésticos se fortalecieron de manera intensa entre el núcleo industrial de las regiones del sureste y el norte. De manera paralela, nos encontramos con que la integración del mercado doméstico fue en la misma dirección que la concentración de la actividad económica en São Paulo, como resultado de unas intensas economías de aglomeración, en un marco en el que surge una estructura centro-periferia. Nuestros principales resultados se basan en la construcción de una base de datos de cabotaje, de importación y exportación a nivel de producto para São Paulo. En segundo lugar, también hemos recopilado información sobre el comercio internacional por producto y por destino. Combinando los datos del comercio interior centrado en São Paulo con los datos del comercio internacional, planteamos que, dado que los transportistas nacionales e internacionales realizaban el comercio a través de los mismos puertos, podemos evaluar el grado de competencia existente entre las mercancías brasileñas y extranjeras.
Rio Paraíba do Sul (1967)
Fuente: IBGE.
La Figura 2 resume las fuentes utilizadas, estrategia de investigación y principales resultados. En ella comparamos la dispersión de las importaciones manufactureras europeas y estadounidenses entre los estados brasileños (panel superior) y las exportaciones manufactureras de São Paulo a estos mismos destinos (panel inferior), en vísperas de la Primera Guerra Mundial y décadas posteriores. La dimensión de los círculos representa los valores per cápita del comercio (en contos de réis ajustados por inflación). Los datos son comparables entre paneles. El eje vertical nos muestra la distancia existente entre el principal puerto costero de cada estado hasta Santos, el principal puerto de São Paulo. Debido a la existencia de costes comerciales favorables, los exportadores internacionales contaban con cierta ventaja en 1913 (panel superior). Las mercancías extranjeras entraban directamente a los puertos de destino y la re-exportación por cabotaje era mínima. Sin embargo, después de la Gran Depresión, el comercio internacional se concentró cada vez más en los estados del sureste. En paralelo, las salidas de las exportaciones de São Paulo fueron continuas (panel inferior). Antes de la guerra, las exportaciones nacionales de productos manufacturados generalmente estaban restringidas a mercados próximos, con distancias medias que se movían en un radio de 500 km o menos; pero entre 1913 y 1929 la distancia se duplicó y en la década de 1930 el número de kilómetros se volvió a duplicar. En esa fecha, Río de Janeiro ya no era el principal mercado de destino de las mercancías paulistas. Además, tal y como discutimos de manera amplia en el artículo, la naturaleza de las importaciones internacionales y los envíos costeros de São Paulo también se transformaron.
Nuestra interpretación es que el proceso de concentración geográfica permitió el crecimiento de la productividad en la década de 1930 y viceversa, es decir, el crecimiento de la productividad desencadenó economías de aglomeración que favorecieron la concentración de la actividad económica. De hecho, el crecimiento de Brasil en esta década fue excepcional. Duran et al. (2017) indicaron que el PIB industrial creció a una tasa anual del 10% y la productividad laboral al 5,6% entre 1930 y 1943, aproximadamente el doble que el promedio observado en Gran Bretaña, Alemania, Japón y Estados Unidos. En palabras de Bulmer-Thomas (2010), la década de 1930 fue todo menos “una década perdida”.
Figura 2. Importaciones internacionales y exportaciones por cabotaje en Sao Paulo, 1913-1937
Fuentes y notas: Badia-Miró et al. (2022), p. 4. Valores en milréis de 1913 deflactados por el índice de precios de Haddad (1975). El eje vertical es la distancia en km desde Santos hasta el principal puerto de cada estado. Las distancias positivas se refieren a localizaciones al norte de São Paulo y distancias negativas se refieren a las localizaciones hacia el sur de São Paulo. Comercio internacional desde Brasil, Comércio exterior, varios años. Comercio de cabotaje desde Brasil, Comércio do cabotagem pelo porto do Santos, varios años.
Este proceso que observamos para el caso brasileño difiere de lo que encontramos para otras realidades en América Latina. En el caso chileno, la expansión urbana de Santiago de Chile se produce en paralelo a la expansión del sector terciario y con un sector manufacturero poco dinámico, que no es capaz de aumentar ni la productividad ni los salarios.
A la luz de estos resultados, aplicados al presente: ¿veremos cambios en la ubicación espacial de la actividad industrial brasileña como resultado de las recientes tendencias desglobalizadoras? La respuesta dependerá de si la inversión en infraestructura que se ha realizado en las últimas décadas ha sido capaz de superar las limitaciones “impuestas” por la geografía. Las dificultades que surgen en el comercio internacional penalizarán a los centros de producción, principalmente a lo largo de la costa, que dependen de los mercados extranjeros para sus productos especializados. En los casos en que los mercados nacionales están bien conectados, la ruptura del comercio con el extranjero puede favorecer la actividad en los centros regionales, a menudo en el interior, los cuales tendrán que buscar nuevos mercados para sus productos. Como resultado, podría ser que las divergencias regionales se reduzcan y que la polarización económica se debilite. De ser así, éste podría ser considerado uno de los lados positivos de la desglobalización.
[1] Marc Badia-Miró, Anna Carreras-Marín, Michael Huberman, “Smooth sailing: market integration, agglomeration, and productivity growth in interwar Brazil”, European Review of Economic History, 2022; https://doi.org/10.1093/ereh/heac005
Bibliografía
Brülhart, Marius. 2011. «The spatial effects of trade openness: A survey». Review of World Economics 147(1): 59-83.
Bulmer-Thomas, Victor. 2010. La historia económica de América Latina desde la independencia. México: Fondo de Cultura Económica.
Duran, Xavier, Aldo Musacchio, y Gerardo Della Paolera. 2017. «Industrial growth in South America. Argentina, Brazil, Chile and Colombia, 1890-2010.» En The Spread of Modern Industry to the periphery since 1871, eds. Kevin Hjortshøj O’Rourke y Jeffrey Gale Williamson. Oxford University Press, 318-42.
Haddad, Claudio. 1975. «Crescimento do produto real no Brasil, 1900-1947». Revista Brasileira de Economia 29(1): 3-26.
Tirado-Fabregat, Daniel Aurelio, Marc Badia-Miró, y Henry Willebald, eds. 2020. Time and Space. Latin American Regional Development in Historical Perspective. Palgrave Macmillan. https://www.palgrave.com/gp/book/9783030475529#aboutBook.
JORGE ÁLVAREZ SCANNIELLO (Universidad de la República, Uruguay)
Jorge Álvarez es Doctor en Historia Económica, Profesor del Programa de Historia Económica y Social de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República (Uruguay) e investigador nivel 1 del Sistema Nacional de Investigadores, Uruguay. Sus principales líneas y proyectos de investigación se centran en el estudio del desempeño histórico de la economía uruguaya en perspectiva comparada, atendiendo especialmente la relación entre instituciones y desarrollo en el contexto de las sociedades de nuevo asentamiento europeo (jorge.alvarez@cienciassociales.edu.uy)
RESUMEN. Con el objetivo de aportar una mirada histórica al análisis de los problemas económicos contemporáneos, esta entrada al Blog busca colocar en un primer plano los desafíos que enfrentan las pequeñas economías de base agraria en el mundo actual. En particular, el dilema de basar el desarrollo económico en la explotación inteligente de los recursos naturales o promover la innovación, la ciencia y la tecnología, apostando a nuevos sectores y productos.
Introducción
Uno de los problemas centrales de la historia económica como disciplina es identificar y explicar los patrones de desarrollo a largo plazo de los países, y los procesos de convergencia y divergencia de las economías a escala mundial. En Uruguay –lo mismo puede decirse de Argentina– una pregunta central, que ha estado presente en los más diversos programas de investigación en historia económica, es por qué el país tuvo un bajo crecimiento económico a largo plazo y, habiendo sido un país próspero en el pasado, vio deteriorar su posición relativa en la economía mundial. Las respuestas han enfatizado distintos factores y dimensiones como el patrón de especialización productiva y comercial basado en la explotación de sus recursos naturales, la productividad del sector exportador, la calidad de sus instituciones, los grados de apertura, cerramiento, liberalización y dirigismo estatal en los distintos períodos de su historia y el alcance de la transformación de su estructura productiva, por mencionar solo algunas de ellas. En general, los énfasis y dimensiones exploradas han dependido de los enfoques teóricos adoptados y del instrumental analítico movilizado.
Un tema crucial es el vínculo entre la dotación de recursos naturales y el crecimiento económico, especialmente en un país como Uruguay con ventajas comparativas y competitivas derivadas de la productividad de su sector primario. En este sentido, la pregunta sobre el rezago de la economía uruguaya suele trascender el ámbito estrictamente académico, permeando al conjunto de la sociedad cuando se ponen en cuestión las bases del desarrollo futuro del país y el papel que le cabe al sector primario. Así el problema ha sido abordado en espacios de difusión más o menos especializados[i], en abordajes periodísticos y columnas de opinión[ii] y, en menor medida, por los actores políticos. En los últimos años, el debate adquirió especial interés en el marco del último ciclo de crecimiento de la economía uruguaya y de la notable transformación de su sector agrario, que experimentó un profundo cambio estructural e intensificación del contenido tecnológico de su producción (Paolino, Pittaluga y Mondelli, 2014). En ese contexto, solo unas pocas voces llamaron la atención sobre las bases débiles de este ciclo expansivo, impulsado por las exportaciones agrarias y por el crecimiento del precio de las commodities en el mercado mundial[iii].
Recientemente, el problema del escaso desempeño histórico de la economía uruguaya y las bases de su futuro desarrollo han vuelto a la palestra pública con la publicación de un libro que afirma que Uruguay debe repensar las bases tradicionales de su economía –basada en la producción de commodities y productos de baja y media tecnología– y virar hacia una economía basada en innovación, ciencia y tecnología (Pascale, 2021)[iv]. Su tesis central no supone novedad para los especialistas en temas del Desarrollo (Arocena y Sutz, 2003; Bértola et al., 2005; OPP, 2019), pero tiene la virtud de colocar el problema en un texto dirigido al gran público, que ha alcanzado una amplia difusión por tratarse de un libro escrito por un reconocido intelectual, docente universitario y expresidente del Banco Central del Uruguay (BCU). Las alusiones del libro a Nueva Zelanda son reiteradas, como un país con el que se suele comparar a Uruguay, aunque el autor enfatiza las diferencias entre ambos países antes que sus similitudes.
Esta nota busca colocar en un primer plano los desafíos que enfrentan las pequeñas economías de base agraria en el mundo actual, en particular, el dilema de basar el desarrollo en la explotación inteligente de los recursos naturales o promover la innovación, la ciencia y la tecnología, apostando a nuevos sectores y productos. En este sentido, el caso de Nueva Zelanda es relevante porque ese país enfrenta desafíos similares a los de Uruguay debido a que comparten un conjunto de rasgos estructurales.
Es cierto que en Uruguay la comparación con Nueva Zelanda ha sido un tópico recurrente, ya para comprender el magro desempeño del país y el rezago con su “primo rico”, ya para adoptar los avances logrados por Nueva Zelanda. Las comparaciones históricas han buscado explicar las diferencias de productividad de los respectivos sectores agrarios desde la perspectiva del cambio tecnológico (Álvarez y Bortagaray, 2007; Álvarez, 2018, 2020; Castro y Willebald, 2019), el impacto de la estructura de la propiedad de la tierra sobre la distribución del ingreso (Kirby, 1975; Álvarez, 2013, 2017) el vínculo entre la distribución del ingreso en el sector agrario y los procesos de industrialización y crecimiento (Álvarez et al., 2011), la dotación de recursos energéticos modernos y su impacto en la producción agraria y en el desempeño de ambas economías (Bertoni y Willebald, 2016; Travieso, 2020), las diferencias institucionales entre ambos países a partir de la teoría de los órdenes sociales (Schlüter, 2014), la volatilidad cíclica y las imperfecciones del sistema financiero (Carbajal y de Melo, 2007), sin olvidar sendos trabajos que en las décadas de 1950 y 1960 buscaron promover en Uruguay las técnicas de producción ganadera de Nueva Zelanda (Gallinal, 1951; Davie, 1960). Estos trabajos comparten la idea que ambas economías presentan algunas similitudes, lo que justifica su comparación, e importantes diferencias que explican los resultados divergentes. En algunos casos se enfatizaron las diferencias vinculadas a la dotación de recursos, en otros las diferencias gestadas en el propio proceso histórico. Sin embargo, pocos trabajos destacaron las similitudes estructurales que persistieron a largo plazo (Álvarez y Bértola, 2013) y que en la actualidad coloca a ambos países ante similares desafíos con relación a su desarrollo futuro.
En este sentido, Nueva Zelanda se encuentra también algunos años por delante de Uruguay en el estado del debate historiográfico sobre el papel de la dependencia de las exportaciones primarias en el desarrollo del país (McAloon, 2015) y en la discusión relativa a la necesidad de construir nuevas bases para la competitividad internacional impulsada por la ciencia, la innovación y el cambio tecnológico, esto es, por la economía del conocimiento (Kirk y Bibby, 2001; Oxley y Thorns, 2007). En particular, quiero destacar los trabajos de Callaghan (2009) y Hendy y Callaghan (2013)[v] que sostienen enfáticamente que Nueva Zelanda tiene que cambiar su patrón de inserción externa, abandonar los recursos naturales como la base principal de su competitividad internacional e ingresar en la economía de la innovación y el conocimiento.
By Peter, Bromhead, Marlborough Express (Newspaper), New Zealand, 2012. A sheep laments to other sheep in the herd that ‘we’re no longer a land of sheep, we’ve been replaced with hobbits’. Refers to Tourism New Zealand’s global marketing campaign regarding The Hobbit: An Unexpected Journey
En lo que sigue, destacaré algunos rasgos estructurales compartidos por ambas economías, en particular, el declive en la economía mundial y la especialización primario exportadora. Y, con base en los aportes realizados por un conjunto de investigaciones, sostendré que la especialización primario exportadora es una de las principales causas del declive relativo de ambos países en la economía mundial. Finalmente, se presentan algunas reflexiones sobre el camino que deberían transitar ambos países para acortar las brechas de ingreso, productividad y tecnología con las economías desarrolladas.
Rasgos estructurales compartidos: declive secular, modelos de desarrollo y especialización primario exportadora
A fines del siglo XIX, Nueva Zelanda y Uruguay –típicas sociedades de nuevo asentamiento europeo– se encontraban entre las naciones más ricas del mundo en términos de ingresos por habitante (Gráfico 1). Esta posición de privilegio se debió a que ambos países contaron con una alta relación recursos naturales-población, gozaron de excelentes condiciones naturales para la producción agraria y se especializaron en la producción y exportación de un rango limitado de productos ganaderos (carnes, lanas, cueros, lácteos), que fueron crecientemente demandados por las economías desarrolladas de Europa Occidental durante la primera globalización del capitalismo.
No obstante esta posición privilegiada en el concierto internacional, a partir de la Primera pos-Guerra Mundial ambas economías consolidaron una tendencia declinante de los niveles de sus ingresos por habitante que se profundizó a partir de la segunda mitad del siglo XX (Gráfico 1). En la década de 1950, Uruguay ingresó en lo que ha sido definido como un proceso de “latinoamericanización” de la otrora “Suiza de América” (Finch, 2005). Al mismo tiempo Nueva Zelanda comenzó a rezagarse de forma pronunciada, cayendo desde las primeras posiciones del grupo de países de la OCDE a los últimos lugares en los primeros años del siglo XXI (Easton, 1997). Este rezago –advertido y pronosticado tempranamente por Rosenberg (1968)– se hizo evidente en el último cuarto del siglo XX, lo que alejó a Nueva Zelanda de la trayectoria de crecimiento de otras economías de asentamiento europeo, como Canadá y Australia (Bertram, 2009).
Gráfico 1. PBI per cápita de Nueva Zelanda y Uruguay con relación al PBI per cápita promedio de cuatro economías desarrolladas (Alemania, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña = 100), 1870-2018
Fuente: elaborado con base en Maddison Project Database (2020). Las fuentes nacionales pueden consultarse en (Maddison, 2006, 2009) y en las sucesivas actualizaciones (Bolt y van Zanden, 2020).
Además de este rezago relativo en la economía mundial, ambos países compartieron un conjunto de rasgos estructurales. Entre ellos, la persistencia de una inserción externa basada en la producción y exportación de bienes agrarios (las exportaciones agrarias representaron, en promedio, más del 80% de las exportaciones uruguayas y más del 70% de las exportaciones neozelandesas en el siglo XX), la evolución de los términos de intercambio con similares tendencias y fluctuaciones, y la misma secuencia de modelos de desarrollo económico a largo plazo (Álvarez, 2014). Algunos estudios comparados y un conjunto de abordajes historiográficos a escala local, dieron cuenta de los factores que explican el rezago de estas economías. Como veremos más adelante, entre ellos, el papel jugado por la especialización primario-exportadora, los cambios verificados en los patrones de consumo de los principales mercados compradores a lo largo del siglo XX, la evolución del precio de las exportaciones agrarias, las fluctuaciones de los términos de intercambio y el escaso contenido tecnológico de las exportaciones intensivas en recursos naturales. Como expresión de todo ello, los otros factores comprometidos en esta trayectoria divergente son la caída relativa de la productividad y de los salarios, una estructura productiva insuficientemente diversificada, y las limitaciones que impuso a ambos países la pequeña escala de los respectivos mercados internos.
Eric Walmsley Heath, Dominion (Newspaper), New Zealand, 1969. As a sheep labelled ‘The wool industry’ walks away, its fleece catches on thistles named 1965, 1967 and 1968, and unravels. The tail end is exposed to the cold. Refers to the effect on the industry of the decline in the export price for wool between 1965 and 1968.
Inserción externa basada en bienes primarios intensivos en recursos naturales como causa del declive
Los argumentos movilizados por los estudios comparados que dieron cuenta del rezago relativo de las economías de nuevo asentamiento del hemisferio sur, establecieron que el patrón de especialización productiva y comercial –basado en el uso intensivo de los recursos naturales– y la escasa transformación de la estructura productiva fueron sus principales causas. Por ejemplo, Schedvin (1990) afirmó que la dependencia de las actividades agrícolas y ganaderas –podríamos agregar la forestal– limitó el alcance de la diversificación productiva de las economías de nuevo asentamiento europeo, al tiempo que los encadenamientos domésticos hacia atrás y hacia adelante fueron débiles y no alentaron la innovación tecnológica sistemática más allá del sector agrario. En el caso de Nueva Zelanda, la dependencia fue más pronunciada que en los casos de Canadá y Australia, debido a dos principales limitaciones: la localización geográfica y la escala de su mercado, lo que hizo caer a este país en la trampa de la dependencia de las exportaciones agrarias. Argumentos similares fueron desarrollados por Álvarez et al. (2007), quienes destacaron que las ventajas que ofreció la primera globalización del capitalismo a las economías de nuevo asentamiento europeo se fueron diluyendo luego de la década de 1930, cuando cambió el papel de los recursos naturales en el comercio mundial. En ese contexto, Nueva Zelanda y Uruguay movilizaron sus mercados internos, experimentaron importantes transformaciones estructurales, y le asignaron al Estado un papel de liderazgo en los procesos de cambio estructural y de desarrollo. Sin embargo, el impacto negativo de la reversión de los términos de intercambio y de la crisis del petróleo hicieron muy difícil mantener y profundizar este proceso de cambio estructural. En ningún caso las transformaciones estructurales posibilitaron un cambio radical de la estructura de las exportaciones que les permitiera a ambas economías trascender el límite impuesto por la dotación original de recursos naturales (Álvarez y Bértola, 2013). Esto implicó qué, a partir de la década de 1990, se profundizara el rezago de la estructura productiva –considerando el peso de los sectores intensivos en tecnología– de ambos países con relación a las economías desarrolladas, de forma más pronunciado en Uruguay que en Nueva Zelanda (Bértola y Porcile, 2007). Esto se vio reflejado en las respectivas canastas de exportaciones y en su contenido tecnológico. Precisamente, si tenemos en cuenta la sofisticación de la estructura de las exportaciones por contenido tecnológico, ambos países se ubicaron en posiciones similares a escala global a comienzos del siglo XXI: Nueva Zelanda en el puesto 42 y Uruguay en el 39 (Isabella, 2012).
Más allá de los enfoques comparados, las respectivas historiografías económicas nacionales destacaron el papel de la especialización primario-exportadora como causa principal del declive de cada país en la economía mundial.
Published in: New Yorker (8/7/1979)
En el caso de Nueva Zelanda, el declive estuvo directamente relacionado con la ralentización del crecimiento de la demanda británica luego de la segunda pos-guerra, especialmente de los bienes primarios neozelandeses derivados de la ganadería (carnes, lanas y lácteos), y con el surgimiento de bienes sustitutos naturales y sintéticos a escala global, a partir de la década de 1960 (Belich, 2001). El rezago con relación a los países de la OCDE comenzó a hacerse evidente en esos años (Easton, 1997, 2020; Singleton y Robertson, 2002) obligando a Nueva Zelanda a diversificar los mercados de colocación de sus bienes primarios tradicionales y, a partir de la década de 1970, a diversificar también los productos de exportación, incorporando otros bienes agrarios (horticultura, vitivinicultura, forestación, etc.) (Easton, 2015, 2020). Sin embargo, el cambio estructural que experimentó Nueva Zelanda en el sector agrario y la diversificación de las exportaciones primarias, no impulsaron el crecimiento del país al ritmo necesario para acortar la distancia con los líderes de la economía mundial. Callaghan (2009), poniendo el foco en el aumento de la brecha de ingresos por habitante que se verificó en las últimas décadas del siglo XX entre Nueva Zelanda y Australia, destacó que los indicadores más evidentes del atraso neozelandés son el rezago de los salarios reales, los bajos niveles de productividad y la emigración de la población joven altamente calificada. Y que, en última instancia, estas tendencias son el resultado de la especialización en actividades productivas con bajos niveles salariales como la actividad primaria. Skilling (2009) también señaló que los bajos niveles de productividad y la ausencia de una economía diversificada es la causa principal del rezago neozelandés, y que el gran problema del país es no haber desarrollado capacidades para diversificar la economía y complementar los ingresos derivados de la tierra.
Allan Charles Hawkey, Waikato Times, New Zealand (2006)
En el caso de Uruguay, el retraso histórico también se debió al escaso desarrollo de sus capacidades productivas y a una competitividad basada casi exclusivamente en ventajas comparativas derivadas de los recursos naturales. De esto surge que el tipo de inserción externa ha sido un componente fundamental de la volatilidad y del carácter cíclico del desarrollo del país a largo plazo (Bértola y Bertoni, 2014; Bértola, Isabella y Saavedra, 2014). Detrás de la divergencia en términos de ingresos por habitante con los líderes hay un proceso de divergencia estructural. Esta relación (divergencia de ingresos y divergencia estructural) no se cumplió necesariamente en todos los períodos de la historia del Uruguay (el crecimiento anterior a la Primera Guerra Mundial es un ejemplo), pero a largo plazo la convergencia estructural es una condición necesaria para lograr la convergencia de ingresos con los países desarrollados (Bértola y Porcile, 2000). Además del tipo de inserción internacional, se ha señalado que la muy baja tasa secular de crecimiento de la economía uruguaya ha estado asociada a instituciones domésticas débiles que tendieron a amplificar la propia vulnerabilidad y volatilidad externa (Oddone y Cal, 2008; Oddone, 2010). Como en el caso de Nueva Zelanda (Hendy y Callaghan, 2013; Easton, 2020), la pequeña escala del mercado doméstico uruguayo operó también como límite a la especialización de las empresas, a los niveles de inversión y a la adopción tecnológica.
La brecha de ingresos por habitante de Nueva Zelanda y Uruguay con los países líderes es una brecha tecnológica
El desarrollo económico es, básicamente, un proceso de cambio estructural y de diversificación económica con base en la innovación y la difusión de tecnología. Estos conceptos han formado parte del pensamiento medular del estructuralismo latinoamericano, de los enfoques schumpeterianos y de las teorías del desarrollo por varias décadas (Rodriguez, 2006; Botta, Porcile y Ribeiro, 2018). Con referencias más o menos explícitas, estos conceptos se encuentran presentes en los diagnósticos sobre las causas del rezago de la economía neozelandesa. Callaghan & Hendy (2013) destacan que la principal paradoja de la economía neozelandesa en pleno siglo XXI es que, a pesar de estar ubicada en los primeros lugares del ranking mundial en variables relevantes para el desarrollo como la calidad democrática, el respeto a los derechos de propiedad, los bajos niveles de corrupción y de carga impositiva, el país no logra detener su caída en el ranking mundial de ingresos. De hecho, estiman que, para reducir la brecha con Australia, la productividad del trabajo en Nueva Zelanda debería crecer a una tasa de 3,3% acumulativo anual hasta 2028, lo que implica aumentar siete veces el crecimiento de la productividad registrada en el período 1960-2000 que fue apenas de 0,6% (Hendy & Callaghan, 2013, p. 34). El camino propuesto es cambiar el patrón de especialización agraria, quebrar la dependencia del sector primario, y expandir la base exportadora aumentando la participación de productos basados en conocimiento. Para hacerlo –se afirma rotundamente– hay que “abandonar” las pasturas, romper la dependencia del sector primario e invertir en ciencia y tecnología como lo han hecho otras pequeñas economías hoy desarrolladas como Finlandia y Dinamarca. Estos países apostaron a sectores de alta tecnología (industria manufacturera, electrónica, información y comunicaciones, etc.), en áreas no relacionadas con sus fortalezas previas basadas en la producción primaria (agricultura, ganadería y forestación).
Weta Digital, compañía dedicada a efectos visuales digitales, Wellington, Nueva Zelanda.
En el caso de Uruguay, la necesidad de diversificar la matriz productiva con base en la innovación, la ciencia, la tecnología y la economía del conocimiento es una condición necesaria para el desarrollo sostenible. Estos son procesos de largo aliento que requieren tiempo, mucha inversión y políticas decididas. A comienzos del siglo XXI, las políticas en materia de ciencia, tecnología e innovación en Uruguay eran definidas como carentes de liderazgo y de una estrategia de mediano y largo plazo, lo que se traduce en una bajísima dotación de recursos y en una gran inestabilidad del financiamiento de los programas de promoción, en definitiva, en una situación de verdadera “indigencia innovadora” (Bértola et al., 2005). Si bien las dos primeras décadas del siglo XXI fue un período de importantes avances (OPP, 2019), no es claro que las políticas de promoción a la ciencia y a la innovación en Uruguay continúen profundizándose al ritmo necesario[vi].
Por otra parte, asumiendo que el crecimiento de largo plazo tanto de Uruguay como de Nueva Zelanda dependen de las decisiones de inversión en Investigación y Desarrollo (I&D), ambos países necesitan incrementar significativamente sus niveles de inversión. Según los últimos datos reportados por el Banco Mundial[vii], Uruguay invierte en I&D el 0,5 % del PBI, Nueva Zelanda el 1,4%, en tanto las economías de Finlandia y Dinamarca el 2,8% y el 3%, respectivamente. No solo queda mucho camino por recorrer, sino que es necesario también que ambos países diversifiquen decididamente el portafolio de la inversión en I&D. En particular, porque Nueva Zelanda favoreció sistemáticamente, desde comienzos del siglo XX, las inversiones públicas en el sector agrario, buscando maximizar sus ventajas comparativas y no construir nuevas ventajas competitivas (Nightingale, 1992; Skilling, Callaghan y Oram, 2009). De igual modo, Uruguay cuenta con un sistema de innovación agrario mucho más maduro en la comparación con otros sectores, tanto en recursos invertidos (inversión en I&D con relación al producto sectorial) como en términos de organización institucional (Bértola et al., 2005). En cualquier caso, aún cuando el sistema de innovación agrario de Nueva Zelanda es mucho más antiguo y denso que el uruguayo (Álvarez y Bortagaray, 2007), y contribuyó a alcanzar más altos niveles de productividad a largo plazo (Álvarez, 2018), no fue suficiente para contrarrestar las fuerzas comprometidas en el rezago de su economía.
La especialización primario exportadora y las ventajas comparativas y competitivas basadas en los recursos naturales contribuyeron a conformar una baja propensión al riesgo en ambas sociedades. Hendy y Callaghan (2013) sostienen que la sociedad neozelandesa no es tomadora de riesgos y, en general, se siente más cómoda apostando a la renta derivada de la propiedad de activos (inmobiliarios, financieros, la tierra), y a la producción primaria, que a invertir en el intelecto, en ciencia y en compañías de alta tecnología. En Uruguay se ha destacado reiteradamente la misma aversión al riesgo (Bértola et al., 2005; Pascale, 2021, entre otros). La construcción de una visión estratégica sobre el desarrollo exige poner atención también en factores culturales muy enraizados en ambas sociedades y que resultan de rasgos estructurales de larga duración asociados a la especialización primario exportadora. Si bien el problema debe ser abordado por especialistas en temas del desarrollo y por hacedores de política, los historiadores pueden contribuir a situar el problema con una mirada comparada y de largo plazo.
En definitiva, el desafío que enfrentan las pequeñas economías agroexportadoras de Nueva Zelanda y Uruguay en el mundo actual es modificar el patrón de especialización y desarrollar ventajas comparativas basadas en conocimiento. Unos años atrás nos preguntamos (Álvarez y Bértola, 2013) si el rezago relativo de ambas economías se trató de un proceso de ajuste luego de una situación internacional extraordinaria que se combinó con una amplia disponibilidad de recursos durante la primera globalización, o si fue posible haber hecho algo para cambiar este patrón de pérdida progresiva de posiciones en el ranking mundial. Hoy no cabe duda que, aún cuando continúen aprovechando las ventajas de sus recursos naturales explotándolos inteligentemente, Nueva Zelanda y Uruguay deben construir nuevas capacidades basadas en la ciencia, la tecnología y la innovación tornando competitivas nuevas actividades y sectores que contribuyan a construir un nuevo modelo de desarrollo.
Referencias
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[v] Sobre algunos de los problemas centrales abordados por Callaghan (2009), recomiendo la entrevista realizada por Diego Gonnet al autor en Semanario Brecha, 17/9/2010
[vi] La Diaria, “ANII recorta drásticamente su inversión en ciencia para 2021”, 26/2/2021 en:
Cecilia Lara (Universidad de la República, Uruguay)
Cecilia Lara es profesora adjunta de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración (FCEA) y profesora asistente de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS), ambos en la Universidad de la República, Uruguay. Es economista y Doctora en Historia Económica por la misma Universidad. Trabaja en el Programa de Historia Económica (FCS) y en el Instituto de Economía (FCEA). Sus temas de interés son estructuras productivas y políticas de desarrollo productivo; población y desarrollo; y género y bienestar.
RESUMEN. El objetivo de este post es aportar elementos de la experiencia histórica para la discusión actual del rol del Estado en América Latina y, en particular, de las políticas de desarrollo productivo. Conocer más sobre el desempeño del período de la industrialización entre 1930-1980 en la región es de vital importancia, ya que fue el momento durante el cual la industria actuó como el motor del crecimiento económico, de la mano de un despliegue de políticas de Estado, hechos que no se volvieron a repetir en en la región, constituyendo una etapa singular de la historia económica latinoamericana.
El rol del Estado en la economía. Hoy y ayer
En el contexto actual de un mundo afectado por la pandemia es imprescindible hablar del rol del Estado en los diferentes ámbitos que hacen a los países y la vida de las personas que los habitan: la salud, la educación, la producción económica, el relacionamiento mundial.
La dicotomía libertad de mercado versus intervencionismo no parece adquirir un mayor sentido, ya que las necesidades actuales caminan hacia una mayor intervención estatal, algo que se reconoce, incluso, en países liberales como Estados Unidos.
Dentro de las políticas económicas, existe una batería muy diversa de medidas que pueden adoptar los gobiernos. Una de ellas tiene que ver con las políticas industriales,[1] dirigidas a fortalecer determinados sectores de la economía de forma de desarrollar capacidades de producción domésticas. Esto se puede traducir en subsidios directos e indirectos, acceso preferencial al crédito, aranceles, fomento a la innovación y tecnología, entre otros.
Para América Latina, la CEPAL, históricamente, propone que los países lleven adelante políticas industriales para superar los conocidos problemas de la heterogeneidad estructural y la especialización productiva (Rodríguez 2001).[2] Los impactos de la pandemia no han hecho más que demostrarnos la importancia de los sectores industriales, con su rol estratégico para dinamizar las economías y reactivar la innovación de cara a un nuevo patrón de desarrollo productivo (CEPAL 2020).
Si bien la industria es un sector clave por sus capacidades comprobadas de generar derrames, externalidad y encadenamientos (Hirschman 1958, Kaldor 1960, Szirmai 2012), las resistencias a apostar por este sector provienen de varias décadas. Desde que se implementan en la región los modelos de corte neoliberal a partir de los años 80, la palabra «política industrial» es maldecida por la academia y los hacedores de política. Recién en el siglo XXI éstas retoman a la agenda pública, no obstante, en varios países la reprimarización de la economía no se ha revertido y ha habido un espacio acotado para este tipo de políticas de desarrollo productivo.
Uno de los motivos por los cuales las políticas industriales han sido devaluadas en América Latina tiene que ver con su pasado en el período de crecimiento hacia adentro, entre los años 1930 y 1980. Se ha tejido un manto de leyenda oscura sobre lo que le sucede a la economía cuando el Estado interviene y, en particular, para promover las manufacturas. Dentro de las críticas, una de ellas radica en el desempeño económico de la industria, y, más precisamente, en su productividad.
Aquí es donde propongo reflexionar, tomando de la experiencia histórica para América Latina, resultados, lecciones e insumos para pensar el presente. Primero que nada recordemos que los años comprendidos entre 1930 y 1970 fueron en los cuales el sector manufacturero en la región adquirió mayor peso en la economía (alrededor del 25% del promedio; Bértola y Ocampo 2012), y la tasa de crecimiento del PIB industrial (más de 5 por ciento anual) era superior al del total de la economía (Bénétrix et al. 2012). Este sector es claramente identificado por su impacto en la generación de empleo, incorporación de tecnología e innovación, así como vínculos con otros sectores de la economía. Este período fue, además, inusual porque el Estado jugó un rol protagónico en este proceso de industrialización a través de la intervención de políticas. Estos hechos no se repitieron de nuevo en la región, constituyendo una etapa singular de la historia económica latinoamericana.
Comparado a otros países de industrialización tardía en el siglo XX (Gerschenkron 1962) como lo ocurrido en países de Asia Oriental (Japón, Corea, Taiwán), América Latina experimentó una temprana desindustrialización (Palma 2005), con negativas consecuencias para el crecimiento económico y el desarrollo. Amsden (2001) y Szirmai (2009) presentan evidencia sobre que los países en desarrollo que apostaron por la industrialización tardía, pero mantuvieron el modelo industrializador por un prolongado período de tiempo, lograron exitosamente converger hacia países ricos en términos de PIB per cápita. Estas experiencias de industrialización fueron impulsadas por sostenidas políticas industriales (Chang 2009), por lo tanto, muestran que éstas han sido una poderosa herramienta para llevar adelante transformaciones productivas. Aunque el proceso de industrialización se plantea como un motor de crecimiento desde contribuciones teóricas y empíricas, esta etapa para América Latina ha sido cargada de valoraciones negativas. Parte de la contribución de mi Tesis de Doctorado es ofrecer nueva evidencia para revisitar el desempeño de la industria manufacturera en tres países de la región (Brasil, Chile y Uruguay), con una perspectiva comparada (Estados Unidos y Suecia) en el período de la industrialización (1930-1980).[3]
Los cambios al interior de la manufactura
Con respecto a los tres países latinoamericanos, un primer punto a destacar es que se identificaron cambios en la composición del valor agregado y del empleo, dentro del sector industrial. Sin embargo, el grado de transformación tecnológica (medido por el mayor peso de las industrias intensivas en ingeniería) fue más débil y limitado en el tiempo para el caso del Uruguay, seguido por la experiencia chilena con avances moderados, y, finalmente, el caso brasileño, el cual mostró cambios profundos y sostenidos en el período (ver Gráfico 1).
En Uruguay los mayores cambios en la industria se produjeron hasta mediados de la década de 1950. Sin embargo, el peso de las industrias intensivas en recursos naturales siempre fue alto, algunas de ellas asociadas a la producción de bienes de consumo tradicionales no duraderos (alimentos y bebidas) y otras (papel, productos químicos y petróleo). Los alimentos y las bebidas tenían altos niveles de protección y registraban niveles de productividad superiores a la media del sector manufacturero. Por otra parte, los textiles también eran una industria protegida y, a diferencia del resto de las industrias con uso intensivo de mano de obra, esta industria registró altos niveles de productividad hasta 1968. A diferencia de otros países de la región, no existía un marco institucional sólido con políticas industriales que apoyaran deliberadamente la producción de bienes intensivos en ingeniería (Bértola y Bittencourt 2015). Este último grupo de industrias creció muy ligeramente en términos de valor agregado y empleo, y su nivel de productividad laboral se mantuvo bajo.
La historia fue diferente en Chile. Aunque al principio hubo una alta protección para las industrias de bienes de consumo no duradero (alimentos, bebidas, tabaco, textiles), la aparición de CORFO[4] en 1939 dio un impulso al proceso de industrialización en la industria y la tecnología intensivas en capital. CORFO tenía como objetivo crear una estrategia para promover el crecimiento económico y el desarrollo en Chile, y fue financiado por un impuesto sobre la industria del cobre. Esta organización alentaba la inversión privada y pública, estimulaba la investigación tecnológica y apoyaba a las nuevas industrias en campos estratégicos, a saber, la electricidad, el petróleo y el acero (Lagos 1966). Esto dio lugar a un mayor peso de las industrias intensivas en ingeniería en 1957, en detrimento, sobre todo, de las industrias intensivas en mano de obra. Por otra parte, las industrias intensivas en recursos naturales mantuvieron su importancia y registraron niveles de productividad laboral superiores a la media de la industria. En el decenio de 1960 el proyecto de industrialización dio mayor prominencia al sector privado y se siguieron produciendo cambios en la composición del valor agregado dentro de la industria. Las industrias intensivas en mano de obra siguieron disminuyendo su participación y su nivel de productividad, mientras que las industrias intensivas en ingeniería aumentaron su peso en el conjunto de la industria y también su nivel de productividad, aunque permanecieron por debajo del peso del grupo de industrias intensivas en recursos naturales.
En el caso de Brasil se identifican dos períodos: entre 1930-1960 y 1960-1980 (Abreu et al. 2000). El primer período se caracterizó por la industrialización de la sustitución de importaciones propiamente dicha, con la mayoría de la producción de bienes intensivos en recursos naturales y mano de obra. Estas industrias tenían un nivel de protección significativo, y las primeras tenían niveles de productividad superiores a la media de la industria en su conjunto. El decenio de 1950 marcó un punto de inflexión: la industria de bienes de consumo duraderos (automóviles, electrodomésticos), la generación de energía, el hierro y el acero adquirieron mayor importancia en detrimento de otras industrias ligeras. El BNDES[5] fue una figura clave en el financiamiento de las industrias con mayores requerimientos de infraestructura, así como de otras políticas industriales que involucraban activamente al Estado en la producción. El censo industrial de 1959 dio cuenta de estos cambios, puesto que mientras el valor agregado bruto de las industrias intensivas en recursos naturales representó el 41% del total de la industria manufacturera, las industrias intensivas en ingeniería representaron el 39% y además reportaron los niveles más altos de productividad. Entre 1960 y 1980, el cambio estructural se profundizó en Brasil, con una mayor diversificación y un aumento de la productividad de las industrias más sofisticadas (ingeniería mecánica, equipo de transporte, entre otras). Las industrias con uso intensivo de ingeniería pasaron a ser más importantes en términos de valor agregado y empleo que el resto de las industrias. Por el contrario, las industrias intensivas en mano de obra perdieron participación y, al mismo tiempo, se clasificaron como las industrias menos productivas. Esto se produjo en un contexto de mayor protagonismo del sector privado en la producción, mayor presencia de empresas transnacionales y aumento de las exportaciones industriales.
Gráfico 1. Distribución del valor agregado industrial en 3 grupos de industrias. Brasil, Chile, Uruguay y Estados Unidos. 1940 y 1980.
Fuente: elaboración propia en base a datos de estadísticas oficiales
¿Qué historia cuenta la productividad?
En la Tesis se emplea el concepto de productividad más simple, esto es, el cociente del valor agregado y la cantidad de trabajadores empleados. El cálculo de productividad en el período de tiempo seleccionado, nos muestra sus niveles, y no sólo su evolución como ocurre cuando se emplean índices. Una vez calculados los niveles de productividad por industrias para Brasil, Chile y Uruguay, se comparan con los alcanzados en las industrias de Estados Unidos[6] y, de esta forma, se obtienen ratios de productividad.
Los ratios de productividad de los tres países cuentan diferentes historias (ver Gráfico 2[7]), pero con un punto muy importante en común: durante la etapa de la industrialización dirigida por el Estado las brechas de productividad relativa alcanzaron los mejores desempeños que se observan para cada uno de los tres países individualmente. Agotado el modelo basado en la industria, estas brechas crecen. Esto ocurre en Chile desde 1973, Uruguay desde 1958, y Brasil a partir de los años 80.
Para complementar la visualización de las gráficas, se aplican los test de convergencia Augmented Dickey Fuller (ADF) y Zivot & Andrews (ZA), y con ellos se determina si los resultados son estadísticamente significativos o no. Ambos test de raíces unitarias se aplican sobre el ratio gci,t = ln(Pci,t/ Pusi,t) en donde Pci,t es la productividad de la industria en Brasil, Chile o Uruguay, y Pusi,t es la productividad de la industria en Estados Unidos. El test ADF se calcula con constante y tendencia; si la hipótesis nula (H0) se rechaza, entonces la serie es estacionaria alrededor de la tendencia y no habría raíz unitaria, por tanto, una vez que esto sucede se testea la convergencia o divergencia de la serie. Además del test ADF, se calcula el test ZA, en donde si la H0 se rechaza entonces la serie es estacionaria alrededor de la tendencia con un cambio estructural y no habría raíz unitaria, por tanto, pasa a testearse la convergencia o divergencia separadamente en dos períodos (antes y después del cambio estructural endógeno).
A nivel de la industria en su conjunto, los resultados no son concluyentes de una convergencia o divergencia estadísticamente significativa en la comparación Chile versus Estados Unidos para los años 1939-1980, y Uruguay versus Estados Unidos para los años 1939-1968. Sin embargo, la trayectoria del Brasil con respecto a los Estados Unidos sí mostró un proceso de convergencia estadísticamente significativo durante todo el período 1945-1980. Brasil aplicó políticas industriales sostenidas que contribuyeron a transformar la estructura productiva, lo que también se reflejó en la reducción de las diferencias de productividad con respecto a los Estados Unidos. El cambio estructural y la convergencia industrial fueron de la mano en este país, y es un hallazgo en línea con trabajos previos (Bértola 2000, Durán et al. 2017).
Gráfico 2. Brechas de productividad laboral. Brasil, Chile y Uruguay comparado con EEUU
Fuente: elaboración propia en base a datos de estadísticas oficiales
Utilizando las series por industrias, fue posible explorar la convergencia a ese nivel más desagregado. Más allá del hecho de que la productividad laboral de las industrias estadounidenses creció de manera constante durante todo el período, algunas industrias latinoamericanas lograron destacarse, ya sea para todo el período o para subperíodos específicos. Si me centro sólo en la convergencia estadísticamente significativa (ver Cuadro 1), la industria papelera chilena converge con los Estados Unidos hasta el decenio de 1950, mientras que la industria tabacalera del mismo país redujo la brecha con los Estados Unidos a partir del decenio de 1950. Ambas industrias registraron trayectorias de alta productividad en Chile, pero a costa de expulsar a los trabajadores. Hay que tener en cuenta que la industria papelera tuvo una alta participación en el valor agregado y el empleo, mientras que la industria tabacalera fue menos significativa.
En el caso de Uruguay, los alimentos y las bebidas alcanzaron una trayectoria de convergencia, y el tabaco y el caucho y el plástico lo hicieron hasta 1959. Estas industrias estaban protegidas bajo el modelo de industrialización liderado por el Estado, y también contribuyeron al crecimiento de la productividad laboral total mediante la reducción del empleo.
Por último, las industrias brasileñas tuvieron un desempeño muy favorable con respecto a las de los Estados Unidos, logrando consolidar un proceso de convergencia en la mayoría de las industrias, con la excepción de la industria química (divergente desde 1962) y la de minerales no metálicos (ni convergente ni divergente). El mayor éxito relativo se observó en la industria textil, porque a pesar de ser una industria muy dinámica en los Estados Unidos, Brasil mostró un rendimiento muy alto y su ritmo de convergencia fue el más fuerte dentro de las industrias manufactureras.
Cuadro 1. ADF tests, Zivot & Andrews test, y estimaciones de tendencia determinística. Chile, Brasil y Uruguay comparado con EEUU
En resumen, la industria manufacturera de Brasil logró cambios sustanciales, que se reflejaron en una reducción de la heterogeneidad y en avances notorios en cuanto a cambio estructural. La convergencia de la industria manufacturera se aceleró en Brasil en el decenio de 1960, cuando se profundizó el modelo de desarrollo basado en la industrialización y se adoptaron características diferentes de las registradas en su primera etapa. La transformación estructural fue más débil en Uruguay y moderada en Chile, y la capacidad de reducir las brechas tecnológicas con los líderes se limitó a algunos sectores industriales relacionados con los recursos naturales y con niveles medios y altos de protección industrial. Esto último también debe vincularse al diferente ritmo de industrialización de estos dos países, especialmente en Uruguay, donde el impulso industrializador se agotó muy tempranamente. Una hipótesis subyacente, y en gran medida el argumento para la desindustrialización temprana, es que si la industria no se hubiera desmantelado tan rápidamente, se podrían haber logrado otras trayectorias más exitosas del desempeño relativo del sector.
A nivel de la industria manufacturera en su conjunto, mis resultados muestran que el país que más avanzó en las políticas industriales, Brasil, fue el que logró alcanzar al liderazgo durante el período de industrialización. Su abanico es muy amplio, desde las políticas proteccionistas hasta otro conjunto de políticas para la formación de los trabajadores, el fomento de la innovación y la inversión, y las políticas de financiación. En el caso de Uruguay, en su etapa de industrialización propiamente dicha, el nivel relativo de productividad respecto de los Estados Unidos se mantuvo estable y en valores moderadamente altos, pero desde mediados de los años cincuenta, cuando el modelo se estancó en este país, esta posición relativa se perdió considerablemente y se situó en niveles muy pobres (alrededor del 20% en 1968 y del 15% en 1988 según estimaciones propias). Y, finalmente, la posición relativa de Chile fue modesta y estable hasta la década de 1970, antes de caer a niveles similares a los de Uruguay. La pérdida de la posición relativa de la productividad laboral de la industria en Uruguay y Chile, que fue acompañada por un cambio en las políticas económicas y el modelo de desarrollo, no pareció generar resultados positivos en el conjunto de la economía. Los resultados de la convergencia económica (medidas en términos de PIB per cápita) la respaldan: Uruguay y Chile aumentaron la brecha de ingresos con respecto a los Estados Unidos en 1955 y 1972, respectivamente. En Brasil, la divergencia económica también se produjo después de los años ochenta y de manera más significativa a partir de los años noventa.
Además de EMBRAER, en los años 60 aparece otra gran creación que destacará por siempre a Brasil a nivel mundial: surge la bossa nova, y de ella “A garota de Ipanema” (de Moraes y Jobim, 1962), una de las canciones con más versiones en la historia de la música https://youtu.be/5D_Lom2pjZQ
Políticas industriales del futuro y aprendizajes del pasado
A modo de conclusión, mi Tesis pretende contribuir con más evidencia para evaluar la experiencia de la industrialización. Sabemos que fue un período en el que había muchos cambios por hacer, muchos de los cuales no fueron posibles, y el desmantelamiento del modelo se produjo de forma prematura. Los tres países analizados aportaron pruebas, en mayor o menor medida, de industrias que pudieron desarrollarse con éxito, lo que se reflejó en los resultados obtenidos. Los matices forman parte del proceso de evaluación, pero si adoptamos una valoración más completa y menos negativa de esta experiencia histórica, podemos tener hoy en día una apertura más favorable al retorno de las políticas industriales en América Latina en el siglo XXI. En el contexto actual, donde países desarrollados y otros no tanto, están decididamente apostando con políticas industriales hacia transformaciones necesarias como la industria digital y las energías verdes, se vuelve imperioso que nuestra región deje de estar al margen de ellas y se atreva, responsablemente, a adoptarlas también.
[1] Hoy en día, el concepto de políticas industriales se utiliza en un sentido amplio para referirse a políticas de desarrollo productivo, abarcando un amplio set de actividades productivas que incorporan al sector industrial con un rol clave, así como, también, laboratorios científico-tecnológicos, la producción de diferentes fuentes de energía, la transformación genética, la nanotecnología, y diferentes áreas de la tecnología de la información (Bértola y Bittencourt 2015).
[2] Desde los años 50, Prebisch plantea los conceptos de heterogeneidad estructural y especialización productiva, y se mantienen a lo largo del pensamiento cepalino del siglo XX y XXI. La heterogeneidad estructural hace referencia a los diferenciales de productividad que existen de forma más marcada entre los distintos sectores de las economías periféricas. La especialización productiva en la periferia hace referencia a la mayor concentración del valor agregado de la economía en la producción basada en recursos naturales.
[3] Para ampliar la lectura se sugiere leer: “Manufacturing performance in international perspective: New evidence for the Southern Cone” (Lara 2019).
[4] CORFO: Corporación de Fomento de la Producción de Chile, creada en 1939 por el gobierno chileno.
[5] BNDES es el Banco Nacional de Desenvolvimento Econômico e Social. Es una empresa pública creada en 1962 por el gobierno de Brasil.
[6] Por más detalles metodológicos, ver mi Tesis de Doctorado (Lara 2019).
[7] El gráfico se presenta de tal modo de que es posible leer el gap directamente. Esto es, por ejemplo, Brasil alcanza niveles de productividad que representan la mitad de sus pares estadounidenses hacia finales de los años 70 y primeros 80.
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